San Goar, presbítero
fecha: 6 de julio
†: s. VI - país: Alemania
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. VI - país: Alemania
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En la orilla del Rin, san Goar,
presbítero, oriundo de Aquitania, el cual, con el apoyo del obispo de Tréveris,
construyó un hospital y un oratorio para recibir a los peregrinos y proveer a
la salvación de sus almas.
patronazgo: patrono de los alfareros y
trabajadores de la cerámica, de los trabajadores de restaurantes y marineros;
para proteger el buen nombre.

Goar nació en Aquitania. Después de
recibir las órdenes sagradas, trabajó varios años en una parroquia de su país
natal. Pero, sintiéndose llamado a la soledad, se estableció a orillas del Rin,
cerca del pueblecito de Oberwesel. Ahí vivió en paz muchos años, hasta que,
como tantos otros anacoretas, fue «descubierto» y las gentes empezaron a acudir
a consultarle. Los campesinos de la región le amaban muy especialmente:
escuchaban con devoción sus sermones, admiraban la austeridad de su vida, se
maravillaban de su santidad y paciencia y le atribuían toda clase de milagros,
cuya fama se encargaban de esparcir ellos mismos. Si no hubiese sido sacerdote,
san Goar habría podido continuar tranquilamente en aquella vida; pero algunos
entrometidos llevaron al obispo de Tréveris la noticia de que era sacerdote, en
tanto que otros malévolos añadieron que era un pillo, amante de la buena mesa y
el buen vino y que vivía a costa de la credulidad del pueblo.
El obispo Rústico mandó llamar a Goar. El
santo compareció obedientemente y fue acusado de hipocresía, de brujería y de
otros crímenes. No sabemos exactamente cómo consiguió probar su inocencia;
según la leyenda, Dios hizo que un niño de tres años saliese en defensa de Goar
y revelase la mala vida que llevaba el obispo. El pueblo se indignó contra el
prelado, y Sigeberto I, rey de Austrasia, al enterarse de lo ocurrido, mandó
llamar a san Goar a Metz. La modestia e inocencia del ermitaño impresionaron
profundamente al monarca, quien depuso a Rústico de la sede episcopal y propuso
sustituirle con Goar. Pero la idea de ser obispo produjo en el santo tal
impresión, que cayó enfermo y pidió al rey que le dejase reflexionar algún
tiempo. La muerte le sorprendió poco después en su ermita, antes de que hubiese
dado su respuesta definitiva.
La ermita se convirtió en un sitio de
peregrinación. En ese sitio se halla actualmente el pueblecito de San Goar y
una iglesia dedicada a su nombre. La curiosa leyenda de San Goar, en la forma
en que ha llegado hasta nosotros, data probablemente de una fecha anterior al
año 768. Sin embargo, no es posible considerarla como histórica. En la época de
los reyes Childeberto y Sigeberto I, no hubo ningún obispo de Tréveris que se
llamase Rústico. Como puede verse, el elogio del Martirologio actual recoge de
las tradiciones los aspectos menos espectaculares pero más verosímiles:
«...construyó un hospital y un oratorio para recibir a los peregrinos y proveer
a la salvación de sus almas».
B. Krusch hizo una edición crítica del
texto primitivo de la leyenda, escrito en latín bárbaro: MGH., Scriptores
Merov., vol. IV, pp. 402-423. En Acta Sanctorum, julio, vol. II, hay una
recensión más legible. Véase también a J. Depoin, La légende de S. Goar, en
Revue des Etudes historiques, vol. LXXV (1909), pp. 369-385.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como
fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que
siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla
con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2263
Santo Tomás Moro, mártir
fecha: 6 de julio
n.: 1478 - †: 1535 - país: Reino Unido (UK)
canonización: Conf. Culto: León XIII 29 dic 1886 - C: Pío XI 19 may 1935
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1478 - †: 1535 - país: Reino Unido (UK)
canonización: Conf. Culto: León XIII 29 dic 1886 - C: Pío XI 19 may 1935
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Londres, en Inglaterra, martirio de
santo Tomás Moro, que es conmemorado, junto con san Juan Fisher, el día
veintidós de junio.
patronazgo: patrono de gobernantes y de
políticos.
refieren a este santo: Santos Juan
Fisher y Tomás Moro, Santos Juan
Houghton, Roberto Lawrence y compañeros
oración:
Concédeme, Señor, el deseo de estar
contigo, no para evitar las penas de este valle de lágrimas, ni para librarme
de las penas del pugatorio y del infierno, ni para gozar egoístamente del cielo
prometido, sino simplemente por amor a Ti. Amén (oración de santo Tomás Moro).

Al principio y al fin de la monarquía medieval
en Inglaterra se yerguen las figuras conmovedoras de dos mártires. El uno dio
su vida para mantener libre a la Iglesia de los ataques de la monarquía durante
tres siglos y medio. El otro murió por defender a la Iglesia de los ataques del
rey. Ambos se llamaban Tomás y los dos fueron cancilleres del reino, favoritos
de un monarca y ambos amaron a Dios más que al rey. Esta serie de coincidencias
es extraordinaria. Y, si la semejanza entre los dos mártires se desvanece
cuando se los estudia más de cerca, es sobre todo, en razón de las diferencias
que hay entre el siglo XII y el pleno Renacimiento del siglo XVI, entre el
estado clerical, al que pertenecía Tomás Becket y
el estado laico de Tomás Moro.
Tomás nació en Cheapside, el 6 de febrero
de 1478. Era hijo de Sir John More, abogado y juez, y de su primera esposa,
Inés Grainger. Tomás estudió de niño en la escuela de San Antonio. A los trece
años le recibió en su casa el arzobispo de Canterbury, el cual adivinó su
inteligencia y le envió a proseguir sus estudios en el Colegio de Canterbury de
la Universidad de Oxford. El padre de Tomás era muy estricto y sólo le enviaba
dinero para lo indispensable. Si el joven Tomás se quejó de ello, como sin duda
lo hizo, debió comprender más tarde la prudencia de la conducta paterna, ya que
la falta de dinero le impidió distraerse de los estudios que tanto le gustaban.
El padre de Tomás le sacó de Oxford a los dos años. En febrero de 1496, cuando
tenía dieciocho años, Tomás entró a estudiar en la escuela de leyes de
Lincoln's Inn; en 1501, empezó a practicar la abogacía y, en 1504, pasó a
formar parte del Parlamento. Ya entonces era gran amigo de Erasmo y tenía por
confesor a Colet; con Guillermo Lilly tradujo al latín los epigramas de la
Antología Griega y dictó cursos sobre el "De Civitate Dei", de San
Agustín, en St. Lawrence Jewry. En una palabra, era un joven muy brillante y a
sus éxitos se añadía la simpatía personal.
Durante algún tiempo, Tomás tuvo serias
dudas sobre su vocación. Pasó cuatro años en la Cartuja de Londres, puesto que
tenía, sin duda, cierta inclinación por la vida de los cartujos, aunque también
se sentía atraído por la Orden de San Francisco. Pero, como no estaba seguro de
que Dios le llamase a la vida monástica y no quería ser un sacerdote mediocre,
acabó por contraer matrimonio, a principios de 1505. Pero, aunque era un hombre
de mucho mundo, en el buen sentido de la expresión, jamás compartió el
desprecio del ascetismo que caracterizaba a tantos personajes del Renacimiento.
Muy al contrario: desde los dieciocho años empezó a vestir una camisa de pelo
(cosa que divertía enormemente a su nuera, Ana Cresacre); se disciplinaba los
viernes y la víspera de las fiestas, iba a misa todos los días y rezaba el
oficio parvo de Nuestra Señora. Erasmo dijo de él: «Nunca en mi vida he visto a
nadie a quien interese menos la comida... Pero no es un hombre que desprecia
las buenas cosas de la vida».
La primera esposa de Moro se llamaba Juana
y era hija de Juan Colt, vecino de Netherhall de Essex. El yerno de Moro,
Guillermo Roper, cuenta a este propósito que Moro «se inclinaba más bien a
casarse con la segunda hija de Colt, que era más hermosa y mejor dotada que la
primogénita, Juana; pero, al caer en la cuenta que ésta sufriría mucho y se
avergonzaría de ver que su hermana menor se casaba antes que ella, Moro, movido
a compasión, empezó a hacerle la corte y contrajo matrimonio con ella». Este
hecho nos revela, a la vez, la alta calidad moral de Tomás Moro y lo que se
consideraba en su época como la quintaesencia de la caballerosidad. Tomás y
Juana fueron felices y tuvieron cuatro hijos: Margarita, Isabel, Cecilia y
Juan. En la casa de Tomás Moro se practicaba fielmente el deber y se cultivaba
amorosamente el saber; como el diletantismo no tenía cabida en ella, en nuestra
época se habría dicho probablemente que los Moro eran un poco «tiesos». Tomás
se inclinaba por la educación de las mujeres, no por feminismo doctrinal, sino
simplemente porque lo encontraba razonable y porque lo recomendaban varios
santos de la antigüedad, como san Jerónimo y san Agustín, «por no hablar de
otros». La familia y los criados se reunían para las oraciones de la noche y,
en las comidas, se leía una perícopa de la Escritura y un breve comentario. Uno
de los hijos del santo se encargaba de la lectura, a la que seguía
habitualmente una discusión; las cartas y los dados estaban prohibidos. Tomás
hizo una donación para una capilla en la parroquia de Chelsea y aun cuando era
canciller del reino, no tenía reparo en ir a cantar ahí con el coro, revestido
de sobrepelliz. «Cuando Moro se enteraba de que alguna mujer de los alrededores
iba a dar a luz, acostumbraba ponerse en oración hasta que le avisaban que el niño
había nacido felizmente... También tenía por costumbre ir personalmente a
informarse acerca de las necesidades de las familias pobres... Con frecuencia
invitaba a su mesa a sus vecinos pobres, a quienes recibía con gran sencillez y
bondad; en cambio, rara vez invitaba a los ricos y casi nunca a los miembros de
la nobleza» (Stapleton, "Tres Thomae"). Pero, si bien los ricos iban
rara vez a casa de Moro, éste recibía con frecuencia la visita de humanistas
como Grocyn, Linacre, Colet, Yilly, Fisher y en general, de todos los
personajes distinguidos por su cultura y religiosidad, tanto de Inglaterra como
del continente. Tal vez el personaje más asiduo en sus visitas y a quien Moro
recibía con mayor gusto, era Erasmo de Rotterdam. Algunos autores han intentado
desfigurar esa amistad; los protestantes exageran la pretendida falta de
ortodoxia de Erasmo, y los católicos minimizan los lazos que le unían con Moro.
Pero el mejor testimonio es el del propio Tomás: «Si hubiese yo visto en mi
querido Erasmo los bajos propósitos que encuentro en Tyndale, no sería ya mi
querido Erasmo. Pero mi querido Erasmo detesta y aborrece los errores y
herejías que Tyndale enseña y practica abiertamente; por consiguiente, Erasmo
seguirá siendo mi querido Erasmo».
En sus primeros años de vida matrimonial,
Tomás Moro vivió en Bucklesbury, en la parroquia de San Pedro Walbrook. En
1509, murió Enrique VII. Moro se había opuesto en el Parlamento a la política
económica de dicho monarca con tanto éxito, que su propio padre había sido
encarcelado en la Torre de Londres y había tenido que pagar cien libras de
multa. La entronización de Enrique VIII inauguró un período de prosperidad para
el joven abogado, quien al año siguiente fue nombrado profesor en Lincoln's Inn
y asistente del alcalde de Londres. Pero, por la misma época, la «pequeña
Utopía de Moro» se desmoronó con la muerte de su querida esposa, Juana Colt. El
santo contrajo matrimonio unas cuantas semanas más tarde con Alicia Middleton.
Se han escrito muchas tonterías acerca de ese matrimonio tan rápido, pero la
cosa no tiene nada de extraño: Moro era un hombre de gran sentido común y no
carecía de sensibilidad; como tenía cuatro hijos, se casó con una viuda siete
años mayor que él, que sabía gobernar una casa y era locuaz, bondadosa y de
mucho sentido común. Algunos autores han hablado del matrimonio de Moro como si
se tratase de un segundo martirio. Pero no se puede censurar a Alicia Middleton
por no haber estado a la altura de su marido; Alicia no era una Xantipas y,
probablemente, su único defecto, si así puede llamarse realmente, era que no
sabía apreciar las bromas de su esposo. Por lo demás, debemos reconocer que las
bromas de Moro hubiesen colmado la paciencia a cualquiera. Moro se trasladó
entonces de Bucklesbury a Crosby Place; la casa de Chelsea no la ocupó sino
hasta unos doce años más tarde.
En 1516, Moro acabó de escribir la
«Utopía». No vamos a discutir aquí el sentido profundo de esa obra. Baste con
citar la opinión de Sir Sidney Lee, según el cual «hay que buscar en los otros
escritos de Moro sus ideas prácticas sobre la religión y la política». El Rey y
Wolsey habían decidido llamar a la corte a Moro. El santo no lo deseaba
particularmente, pues conocía lo suficiente a los reyes y sus cortes para saber
que la felicidad no se encontraba ahí. A pesar de ello, no rehusó sus servicios
al soberano y ascendió rápidamente en categoría hasta ser nombrado, en octubre
de 1529, canciller del reino, en lugar de Wolsey, quien había caído en
desgracia. Los testimonios de la época nos permiten considerar a Moro desde un
doble punto de vista. Erasmo escribía: «En las cosas serias, no hay mejor
consejo que el de Moro y, si el rey quiere divertirse un poco, no encontrará
una conversación más amena que la de su canciller. Con frecuencia se presentan
asuntos complicados y difíciles; en tales casos Moro da muestras de tal
prudencia, que ambas partes quedan satisfechas. Sin embargo, Moro no se ha
dejado ganar jamás por los regalos. ¡Dichoso país aquel cuyos monarcas pueden
escoger a hombres con las cualidades de Moro!... El nombramiento no ha afectado
en nada su sencillez... Se diría que el rey le ha nombrado defensor de los
pobres». El cartujo Juan Bouge, que conocía a Moro todavía más íntimamente,
escribía en 1535: «Por lo que toca a Sir Thomas More, perteneció en una época a
mi parroquia de Londres... Fue, además, mi hijo espiritual. Sus confesiones
eran tan nítidas, tan claras y tan a fondo, que rara vez me ha sido dado oír
otras como las suyas. Es un caballero muy versado en leyes, artes y teología...»
Tomás Moro era tan buen cortesano como puede serlo un cristiano y un santo, es
decir, muy bueno. Por otra parte, su amistad con Enrique VIII no le cegaba
acerca de los defectos del monarca. Moro supo ganarse el cariño del soberano y
jamás le fue desleal; pero no se hacía ilusiones sobre él, como lo prueba lo
que decía a su yerno: «Te aseguro que no puedo enorgullecerme de la amistad del
rey, porque si pudiese comprar un castillo de Francia al precio de mi cabeza,
no vacilaría en hacerlo».
Cuando fue nombrado canciller del reino,
Moro estaba escribiendo contra el protestantismo y particularmente contra las
doctrinas de Tyndale. Algunos de sus contemporáneos se quejaban de que el
estilo de Moro en sus controversias no era bastante solemne, y la posteridad le
acusa de no haber escrito con suficiente aliño; como quiera que fuese, lo
cierto es que su tono era más moderado del que se acostumbraba en el siglo XVI.
La integridad y la rectitud caracterizaban las polémicas del santo, el cual
prefería ridiculizar a sus adversarios en vez de clamar contra ellos, cuando
comprendía que la argumentación seria no serviría de nada. Pero, en la
controversia con Tyndale, por mucha razón que tuviese Moro, era incapaz de
igualar la perfección, la claridad y la tersura del estilo de su adversario.
Moro empleaba seis páginas para decir lo que Tyndale era capaz de explicar en
una. Pero, aunque algunos autores no piensan así, la actitud de Moro respecto
de los herejes era muy leal y moderada. El santo se oponía a la herejía, no a
los que la sostenían. Según su propia confesión, «en el ejercicio de mi cargo,
jamás he mandado torturar ni azotar a un solo hereje, ni he permitido que se
les toque un pelo de la ropa. Dios es testigo de que no he hecho más que
encarcelarlos para evitar que difundan la herejía». Vale la pena estudiar un
poco la actitud de Moro respecto de la cuestión, entonces candente, de la
publicación de la Biblia en las lenguas vulgares. Moro sostenía que había que
traducir algunos libros de la Sagrada Escritura; la traducción de los otros
debía dejarse a la discreción de cada ordinario, ya que, según el santo, un
ordinario «no tendría tal vez dificultad en permitir que una persona leyese los
Hechos de los Apóstoles, sin permitir por ello que leyese el Apocalipsis». Exactamente
como «un buen padre determina quiénes de sus hijos poseen suficiente discreción
para servirse de un cuchillo para cortar la carne y quiénes correrían peligro
de cortarse los dedos. Así pues, en la cuestión de la lectura de la Sagrada
Escritura, yo opino (con el debido respeto a la opinión ajena), que algunos
pueden leerla sin gran peligro y no sin gran provecho en inglés; pero ello no
significa que debamos divulgarla en inglés en todo el mundo... Y puedo decir
que algunos de los clérigos más distinguidos que he conocido compartían esta
opinión».
Cuando Enrique VIII impuso al clero la
obligación de reconocerle como «Protector y Jefe Supremo de la Iglesia de
Inglaterra» (cosa que el Acta de Convocación corrigió un tanto con la frase «en
cuanto la ley de Cristo lo permite»), Moro, según cuenta Chapuys, el embajador
del emperador francés, trató de renunciar a su cargo; pero el monarca le
convenció para que siguiese a su servicio y le encargó de estudiar «el gran
asunto», que no era otro que el proceso de anulación del matrimonio de Enrique
con Catalina de Aragón. El asunto era, en realidad, muy complicado, tanto desde
el punto de vista de los hechos como desde el punto de vista legal, de suerte
que no tiene nada de extraño que los hombres de buena voluntad se hayan
dividido en sus opiniones. Moro, que sostenía la validez del matrimonio, obtuvo
permiso del rey para no participar en la controversia. En marzo de 1531, tuvo
que anunciar el estado en que se hallaba el proceso a las dos Cámaras del
Parlamento; algunos aprovecharon la ocasión para preguntarle su opinión sobre
el asunto, pero el santo se rehusó a manifestarla. La situación empeoró. En
1532, el rey propuso que se prohibiese al clero perseguir a los herejes y
organizar reuniones sin su permiso. En mayo del mismo año, se introdujo en el
Parlamento una moción para suprimir el pago de las anatas o primicias de los
obispados a la Santa Sede. Tomás Moro se opuso abiertamente a todas esas
medidas, lo cual enfureció al rey. El 16 de mayo, el monarca aceptó la renuncia
de su canciller, quien había ejercido el cargo menos de tres años.


La pérdida de sus emolumentos dejó a Moro
casi en la pobreza. Al verse obligado a reducir su tren de vida, reunió a toda
su familia y le expuso con buen humor la situación, como lo demuestran las
palabras con que puso fin a la reunión: «Por consiguiente, tal vez nos veremos
obligados a reunir todas las bolsas que hay en la casa para ir juntos a pedir
limosna, con la esperanza de que algunas buenas gentes se compadezcan de
nosotros. O si no, para mantenernos unidos y contentos, podremos cantar de
puerta en puerta la Salve Regina». Moro vivió en la oscuridad dieciocho meses,
entregado a la composición de sus obras, y se negó a asitir a la coronación de
Ana Bolena. Pero sus enemigos no perdían ninguna ocasión de molestarle y
lograron complicarle en el caso de Isabel Barton, "la santa doncella de
Kent", de suerte que el nombre de Moro figuró en el acta de acusación. Los
lores decidieron entonces oír la defensa de Moro; pero Enrique VIII, a quien no
convenía esa perspectiva, mandó suprimir las acusaciones contra el santo. Sin
embargo, no estaba lejano el día de la prueba definitiva. El 30 de marzo de
1534, se publicó el Acta de Sucesión, que obligaba a todos los subditos del rey
a reconocer los derechos al trono de los hijos que tuviese con Ana Bolena. Poco
después, se añadió en la misma Acta que el matrimonio de Enrique VIII con
Catalina de Aragón había sido invalidado, que el matrimonio con Ana Bolena era el
único válido y que «ninguna autoridad extranjera, así príncipe como potentado»
tenía derecho a inmiscuirse en el asunto. Quien se opusiera a dicha Acta, era
reo de alta traición. Por otra parte, apenas una semana antes, el Papa Clemente
VII había declarado la validez del matrimonio de Enrique VIII y Catalina de
Aragón. Muchos católicos prestaron el juramento apoyados en la cláusula
restrictiva: "en cuanto la ley de Cristo lo permite". El 13 de abril,
en Lambeth, una comisión presentó el juramento a Tomás Moro y al obispo Juan
Fisher para que lo firmasen; pero ambos se rehusaron a hacerlo. Sir Thomas fue
confiado a la custodia del abad de Westminster. Cranmer trató de persuadir al
rey de que negociase un compromiso, pero el monarca se negó a ello. Como Tomás
Moro se negase por segunda vez a firmar el juramento, fue encarcelado en la
Torre de Londres, a pesar de la ilegalidad de dicho procedimiento.
Tomás Moro pasó quince meses en la Torre
de Londres. Dos cosas le distinguieron en ese período: la serenidad con que
sobrellevó la injusticia del soberano y el tierno amor que mostró por
Margarita, la mayor de sus hijas. Ambos rasgos aparecen en cada línea de las
cartas que escribió a su hija y en las que recibió de ella. Citemos un hermoso
pasaje que nos transmite Roper: «En realidad, Margarita, estoy aquí tan bien
como en mi casa, porque Dios, que me hizo un niño travieso, me guarda contra su
corazón y me acaricia como a un pequeñuelo». La familia de Moro trató de
obtener el perdón del rey, pero todo fue inútil. Como se le prohibiese recibir
visitas, Moro empezó a escribir el «Diálogo del consuelo en la tribulación»,
que es la mejor de sus obras espirituales. Un escritor francés, el P. Brémond,
le considera como un predecesor de san Francisco de Sales, y W. H. Hutton ve en
él un antecesor de Jeremías Taylor. En noviembre, se aprobó la acusación de
traición que se le había hecho y la Corona confiscó todas las tierras que le
había concedido. Moro quedó, pues, reducido casi a la miseria, pues su única
renta era una pensión muy modesta de la Orden de San Juan de Jerusalén. La
esposa del santo tuvo que vender sus vestidos para procurarle lo necesario y en
vano pidió dos veces clemencia al rey, alegando la pobreza y mala salud de su
marido. El l de febrero de 1535, entró en vigor el Acta de Supremacía, la cual
declaraba al rey «único jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra» y reos de
traición a los que negasen esa supremacía. En abril, Cromwell fue a visitar en
la prisión a Tomás Moro para preguntarle su opinión sobre el Acta, pero el
santo se negó a responder. El 4 de mayo, Margarita fue a visitar por última vez
a su padre y juntos vieron partir al cadalso a los tres
primeros cartujos y a sus compañeros. Moro dijo a su hija:
«¡Mira qué contentos van al martirio esos santos, Margarita! Al verlos tan
felices se creería que son novios que van a casarse... En cambio a tu padre,
como Dios sabe la vida de pecado que ha llevado, no le llama todavía a la eterna
felicidad, sino que le deja un poco más en el sufrimiento de las miserias de
esta vida». Unos cuantos días después, Cromwell volvió a la Torre de Londres,
acompañado de otros funcionarios para interrogar de nuevo a Moro acerca del
Acta. Como el santo se negase a responder, Cromwell le echó en cara su falta de
valor. Moro respondió: «Como no he llevado la vida de santidad que debería
haber llevado, no me atrevo a ofrecerme espontáneamente a la muerte, no sea que
Dios castigue mi presunción dejándome caer».
El 19 de junio, sufrieron el martirio otros tres
cartujos. El 22, fiesta de san Albano, protomártir de
Inglaterra, san Juan Fisher fue
decapitado en Tower Hill. Tomás Moro fue convocado a juicio en Westminster Hall
nueve días más tarde. Como estaba muy débil, se le permitió sentarse. Se le
acusó de haberse opuesto al Acta de Supremacía en sus conversaciones con los
miembros del consejo real que habían ido a visitarle en la prisión y en una
charla imaginaria con el procurador general Rich. Tomás respondió que jamás
había hablado con nadie de su opinión sobre el Acta y que Rich juraba en falso.
Termino su defensa con estas palabras: «Vuestras Señorías deben comprender que,
en las cosas de conciencia, todo subdito leal y bueno del rey tiene que pensar
en su conciencia y en su alma por encima de todas las cosas del mundo...» El
tribunal le declaró culpable y le condenó a muerte. Entonces Moro se decidió a
hablar con claridad: empezó por negar categóricamente que «un señor temporal
pudiese o debiese ser el jefe espiritual» y terminó por decir que, así como san
Pablo había perseguido a san Esteban «y sin embargo los dos son santos del
cielo y serán eternamente amigos, así yo pido y espero que, aunque Vuestras
Señorías hayan sido mis jueces en la tierra y me hayan condenado, nos reunamos
un día en el cielo para toda la eternidad». De vuelta a la Torre de Londres, se
despidió de su hijo y de su hija. Roper nos dejó una conmovedora descripción de
la escena. Cuatro días más tarde, envió a Margarita su camisa de pelo y una
carta que decía entre otras cosas: «Me da gusto que tu amor filial y tu caridad
no hayan hecho caso de la vana cortesía mundana» (La mayor parte de la reliquia
que acabamos de mencionar se halla en el convento de las Canonesas de San
Agustín de Newton Abbot, que fundó en Lovaina Margarita Clement, nieta de
Moro).
En la madrugada del martes 6 de julio, Sir
Thomas Pope fue a comunicar al santo que su ejecución tendría lugar a las nueve
de aquella mañana (el rey había conmutado la setencia de la horca y el
descuartizamiento por la decapitación). Tomás dio las gracias a su antiguo
amigo, le consoló como pudo y le dijo que pediría por el rey. Vestido con su
mejor traje, Moro caminó a pie hasta Tower Hill. En el camino habló con varias
personas y, al subir al cadalso, dijo unas palabras graciosas al jefe de la
guardia. En seguida rogó al pueblo que orase por él y declaró que moría por la
Iglesia católica y que era «un buen súbdito del rey pero, ante todo, de Dios».
Después recitó el «Miserere», besó y alentó al verdugo, se vendó los ojos y
acomodó su barba. La cabeza del santo rodó al primer golpe. Tomás Moro tenía
entonces cincuenta y siete años. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de San
Pedro ad Vincula, en el interior de la Torre de Londres. Su cabeza estuvo
expuesta en el Puente de Londres. Después la reclamó Margarita Roper, quien la
depositó en el sepulcro de la familia en la iglesia de San Dunstano.
Moro fue beatificado con otros mártires
ingleses en 1886. Su canonización tuvo lugar en 1935. Como lo ha hecho notar
más de un autor, si Moro no hubiese sido mártir, habría merecido la
canonización como confesor. Algunos santos han llegado al honor de los altares
por haber lavado con su sangre una vida de indiferencia y aun de pecado. No así
Tomás Moro, quien fue durante toda su vida un hombre de Dios y vivió su propia
oración: «Concédeme, Señor, el deseo de estar contigo, no para evitar las penas
de este valle de lágrimas, ni para librarme de las penas del pugatorio y del
infierno, ni para gozar egoístamente del cielo prometido, sino simplemente por
amor a Ti». Así vivió Moro, no en la quietud del claustro, sino en pleno mundo,
en su casa, con su familia, entre humanistas y abogados, en los tribunales, en
las cortes de justicia y en la corte real.
E. V. Hitchcock y R. W. Chambers editaron,
en 1932 la más antigua de las biografías de Moro, escrita por Nicolás Harpsfield.
En 1935, Hitchcock editó, además, la biografía escrita por el yerno de Moro,
Guillermo Roper. La primera biografía impresa fue la de Tomás Stapleton en Tres
Thomae (1588; trad. ingl. 1928). Hablando en términos generales, la mejor
biografía es la de R. W. Chambers, Thomas More (1935); cf. la reseña de
Analecta Bollandiana, vol. LIV (1936), p. 245. La obra de E. E. Reynolds (1953)
es excelente. No podemos mencionar aquí toda la bibliografía sobre Tomás Moro,
que es muy extensa.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2264
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