San Juan el Limosnero, obispo
fecha: 11 de noviembre
fecha en el calendario anterior: 23 de enero
n.: c. 550 - †: 620 - país: Chipre
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 23 de enero
n.: c. 550 - †: 620 - país: Chipre
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Amatunte, de la isla de Chipre,
tránsito de san Juan el Limosnero, obispo de Alejandría, famoso por su
compasión hacia los pobres, y tan rebosante de caridad para con todos que hizo
construir muchas iglesias, hospitales y orfanatos, para aliviar todas las
necesidades de la ciudad, aportando para ello los bienes de la Iglesia y
exhortando continuamente a los ricos al ejercicio de la beneficencia.

San Juan había nacido de una rica familia.
Habiendo enviudado y enterrado a todos sus hijos en Amato de Chipre, empleó sus
rentas en socorrer a los pobres y se ganó el respeto de todos por su santidad.
Su fama hizo que le eligiesen patriarca de Alejandría hacia el año 608, cuando
tenía ya más de cincuenta años. Cuando San Juan fue electo patriarca, hacía ya
varias generaciones que todo Egipto se hallaba envuelto en acres disputas
eclesiásticas, y la ola del monofisismo iba creciendo. Como escribe el
historiador Baynes, «El lector de la vida de san Juan tiene que tener presente
este cuadro. San Juan tuvo el tino de escoger, como patriarca, el camino de una
bondad y una caridad sin límites para hacer amable la ortodoxia en Egipto». Al
llegar a Alejandría, san Juan ordenó que le hiciesen una lista exacta de sus
«amos». Cuando le preguntaron quiénes eran éstos el santo respondió que eran
los pobres, porque son los que gozaban en el cielo de un poder ilimitado para
ayudar a quienes les habían socorrido en la tierra. El número de los pobres de
Alejandría era de 7500. El santo los tomó a todos bajo su protección. Los
decretos del patriarca eran severos, pero estaban redactados en los términos
más humildes. Entre otras cosas, impuso el uso de pesos y medidas justos para
proteger a los pobres de una de las más crueles formas de opresión. El santo
prohibió rigurosamente a todos los miembros de su casa que aceptaran regalos,
pues sabía muy bien que esto era capaz de corromper aun al mayor de los justos.
El patriarca se sentaba todos los miércoles y viernes delante de su casa, para
que todos pudiesen presentarle sus quejas y darle a conocer sus necesidades.
Una de sus primeras acciones en Alejandría
fue la de distribuir entre los hospitales y monasterios las ochenta mil monedas
de oro que había en su tesorería. Igualmente consagró a los pobres las ricas
rentas de su sede, que era entonces la más importante del Oriente, tanto por la
dignidad como por las riquezas. Además, por las manos del santo pasaba una
continua corriente de limosnas que provenían de otros, a quienes su ejemplo
había arrastrado. Cuando los ayudantes del patriarca se quejaron de que estaba
empobreciendo a la Iglesia, él les contestó que Dios se encargaría de proveer a
sus necesidades. Para convencerles de ello, les contó una visión que había
tenido en su juventud: una hermosa mujer, coronada por una guirnalda de oliva,
se le había aparecido. Representaba la caridad y compasión por los pobres, y le
había dicho: «Yo soy la mayor de las hijas del rey. Si eres mi amigo, yo te
conduciré a Él. Nadie como yo goza ante Él de mayor influencia, porque yo le
moví a bajar del cielo y a hacerse hombre para salvar a la humanidad».
Cuando los persas asolaron la Siria y
saquearon Jerusalén, san Juan recibió a todos los que huían a Egipto. Asimismo,
envió a los pobres de Jerusalén, además de una gran suma de dinero, semillas,
pescado, vino, acero y un contingente de trabajadores egipcios para que les
ayudasen a reconstruir las iglesias. En la carta que escribió al obispo Modesto
con tal ocasión, añadía que hubiese deseado ir a Jerusalén en persona para
ayudar con sus propias manos en ese trabajo. Ni la pobreza, ni las pérdidas, ni
las dificultades que tuvo que sufrir hicieron vacilar nunca su confianza en la
Divina Providencia, y la ayuda de Dios no le faltó jamás. El santo cortó
bruscamente la palabra a un hombre a quien había sacado de deudas y que le
expresaba su gratitud en términos encomiásticos, diciéndole: «Hermano, todavía
no he vertido por ti mi sangre, como me manda hacerlo mi Dios y Maestro,
Jesucristo». Cierto mercader que había perdido dos veces su fortuna en sendos
naufragios, fue socorrido otras tantas veces por el santo patriarca, quien la
tercera vez le regaló una nave cargada de grano. La tormenta arrastró la nave
hasta las costas de Inglaterra, donde el hambre hacía estragos, de suerte que
el mercader pudo vender el grano a muy buen precio y volvió con una buena
cantidad de dinero y un cargamento de estaño. El estaño, según se vio después,
tenía una amalgama de plata, y todo ello fue atribuido a las virtudes del
santo.
Sin embargo, el Patriarca, en lo personal,
vivía en la mayor austeridad y pobreza. Un distinguido personaje, al enterarse
de que el santo sólo tenía en su lecho una cobertura muy desgarrada, le envió
una valiosa piel, rogándole que la usara en consideración de quien se la
mandaba. San Juan la aceptó y la usó una sola noche, pero apenas pudo pegar los
ojos, reprochándose el lujo que se permitía mientras tantos de sus «amos»
yacían en la miseria. A la mañana siguiente, vendió la piel y repartió el
dinero entre los pobres. El amigo que se la había regalado recuperó la piel dos
o tres veces y la devolvió al santo, quien le decía sonriendo: «Vamos a ver
quién se cansa primero».
Por lo demás, san Juan el limosnero no se
complicaba la vida con teorías muy perfectas sobre la ayuda a los pobres.
Nicetas, gobernador de Alejandría, había planeado un nuevo impuesto que iba a
pesar particularmente sobre los pobres. El patriarca defendió humildemente a
sus «amos», pero el gobernador, enfurecido, partió, dejándole con la palabra en
la boca. Hacia el atardecer, san Juan le envió un mensaje con las palabras del
apóstol: «El sol está cayendo. No dejes que el sol se ponga sobre tu ira». El
mensaje produjo el efecto deseado. El gobernador fue en busca del patriarca, le
pidió perdón, y le prometió como penitencia no prestar jamás oídos en adelante
a las hablillas. San Juan le confirmó en su resolución, y le explicó que él no
creía jamás a quien hablaba mal de otro, sin haber antes oído al acusado, y que
castigaba severamente a los calumniadores para que los otros se guardasen de
caer en tal vicio. Habiendo exhortado en vano a cierto noble a perdonar a uno
de sus enemigos, el patriarca le invitó a que asistiese a la misa en su
oratorio particular, y ahí le rogó que recitase el Padre Nuestro. Antes de las
palabras «perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que
nos ofenden", el santo se calló, de suerte que el otro las dijo solo.
Entonces el patriarca le suplicó que reflexionase sobre lo que acababa de decir
a Dios en medio de la misa, ya que sólo obtendría el perdón de Dios en la
medida en que perdonase a sus enemigos. El noble cayó a los pies de san Juan,
muy conmovido, y se reconcilió con su adversario. El santo predicaba
frecuentemente el deber de no hacer juicios temerarios, diciendo: «Las
circunstancias nos engañan fácilmente. Ya hay magistrados para juzgar a los
criminales. Nosotros, los particulares, no tenemos por qué meternos con los
delitos ajenos, sino para excusarlos». Habiendo caído en la cuenta de que
muchos pasaban el tiempo de los divinos oficios riendo a las puertas de la
iglesia, san Juan fue a sentarse en medio de ellos y les dijo: «Hijos míos, el
pastor tiene que estar con sus ovejas». Los culpables se sintieron tan
avergonzados de esta bondadosa reprensión, que jamás volvieron a cometer esa
falta. En cierta ocasión en que el patriarca se dirigía a la iglesia, una mujer
le pidió justicia contra su yerno. Las gentes de la comitiva del santo le
impusieron silencio, diciéndole que esperase a que el patriarca volviera de la
iglesia. Pero el patriarca intervino con estas palabras: «¿Cómo podría esperar
yo que Dios oyese mis oraciones, si yo no oigo las quejas de esta mujer?» Y no
se movió de ese sitio, sino después de haber hecho justicia.
Nicetas persuadió al santo para que le
acompañase a Constantinopla a visitar al emperador Heraclio, el año 619, cuando
los persas se preparaban a atacar. Durante el viaje, en Rodas, el patriarca
recibió un aviso del cielo de que su muerte estaba próxima, y dijo a Nicetas:
«Tú me habías invitado a visitar al emperador de la tierra; pero el Rey del
cielo me llama a Sí». De manera que san Juan se dirigió a Chipre, donde había
nacido, y murió apaciblemente poco después, en Amato (Limassol), el año 619 ó
620. Su cuerpo fue después trasladado a Constantinopla, donde estuvo largo tiempo.
El sultán turco regaló las reliquias del santo patriarca a Matías de Hungría,
quien construyó en su oratorio de Budapest un relicario especial para
guardarlas. En 1530, las reliquias fueron trasladadas a Tall, cerca de
Bratislava, y en 1632, a Bratislava, donde se hallan en la actualidad..
Juan Moschus y Sofronio, dos
contemporáneos del santo, escribieron una biografía que se perdió. En cambio,
nos ha quedado la biografía escrita por otro contemporáneo, el obispo Leoncio
de Nápoles, de Chipre. Un antiguo editor redujo estas dos fuentes a una sola en
un texto publicado por el P. Delehaye en 1927 (Analecta Bollandiana, vol. XLV,
pp. 5-74). Esa es la versión que empleó Simeón Metafrasto para su biografía, en
el siglo X. N. H. Baynes y Elizabeth Dawes, en Three Byzantine Saints (1948),
ofrecen una traducción de la parte de ese texto escrita por Moschus y Sofronio,
y del texto original de Leoncio. H. Gelzer (1893) publicó el texto griego de
Leoncio; en Acta Sanctorum, 23 de enero, se halla una traducción latina hecha
por Anastasio el Bibliotecario; el P. P. Bedjan publicó una versión siria, en
Acta Martyrum et Sanctorum, vol. IV.
El cuadro que ilustra el artículo es "Juan el Limosnero" de Tiziano (1550), en la Iglesia de san Juan Limosnero, en Venecia.
El cuadro que ilustra el artículo es "Juan el Limosnero" de Tiziano (1550), en la Iglesia de san Juan Limosnero, en Venecia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4117
Beato Vicente Eugenio Bossilkov, obispo y mártir
fecha: 11 de noviembre
n.: 1900 - †: 1952 - país: Bulgaria
otras formas del nombre: Vikentij Bosilkov
canonización: B: Juan Pablo II 15 mar 1998
hagiografía: Vaticano
n.: 1900 - †: 1952 - país: Bulgaria
otras formas del nombre: Vikentij Bosilkov
canonización: B: Juan Pablo II 15 mar 1998
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Sofía, en Bulgaria, pasión del
beato Vicente Eugenio Bossilkov, obispo de Nicópolis y mártir, de la
Congregación de la Pasión de Jesucristo, que bajo el régimen comunista, por
negarse a romper la comunión con Roma, fue encarcelado, cruelmente vejado como
reo de lesa majestad, condenado a la pena capital y finalmente fusilado.
Lo siguiente es parte de la homilía de SS
Juan Pablo II en la beatificación de Mons. Bossilkov, en
Roma, el 15 de marzo de 1998:

«Bebían de la roca espiritual que les
seguía; y la roca era Cristo» (1 Co 10, 4). El obispo mártir Vicente Eugenio Bossilkov
bebió de la roca espiritual que es Cristo. Siguiendo fielmente el carisma del
fundador de su congregación, san Pablo de la Cruz, cultivó intensamente la
espiritualidad de la Pasión. Además, se dedicó sin reservas al servicio
pastoral de la comunidad cristiana que se le había confiado, afrontando con
valentía la prueba suprema del martirio.
Monseñor Bossilkov se ha convertido así en
una gloria resplandeciente de la Iglesia en su patria. Testigo intrépido de la
cruz de Cristo, fue una de las numerosas víctimas que el comunismo ateo
sacrificó, tanto en Bulgaria como en otros países, según su programa de
aniquilación de la Iglesia. En esos tiempos de dura persecución, muchos
dirigieron su mirada hacia él, y el ejemplo de su valentía les dio fuerza para
permanecer fieles al Evangelio hasta el fin. En este día de fiesta para la
nación búlgara, me alegra rendir homenaje a cuantos, como monseñor Bossilkov,
pagaron con la vida su adhesión sin reservas a la fe recibida en el bautismo.
Monseñor Bossilkov supo unir de modo
admirable a su misión de sacerdote y obispo una intensa vida espiritual y una
constante atención a las exigencias de sus hermanos. Hoy se nos presenta como
figura eminente de la Iglesia católica que está en Bulgaria, no sólo por su
vasta cultura, sino también por su constante espíritu ecuménico y su heroica
fidelidad a la Sede de Pedro.
Cuando la hostilidad del régimen comunista
contra la Iglesia se hizo más fuerte y amenazadora, el beato Bossilkov quiso
permanecer junto a su gente, aunque sabía que eso significaba arriesgar su
vida. No tuvo miedo de afrontar la tormenta de la persecución. Cuando intuyó
que se acercaba el momento de la prueba suprema, escribió al superior de su
provincia religiosa: «Tengo la valentía de vivir; espero tenerla también para
soportar lo peor, permaneciendo fiel a Cristo, al Papa y a la Iglesia» (Carta
XIV).
Y así este obispo y mártir, que durante
toda su existencia se esforzó por ser imagen fiel del buen Pastor, llegó a
serlo de un modo del todo especial en el momento de su muerte, cuando unió su
sangre a la del Cordero inmolado por la salvación del mundo. ¡Qué ejemplo tan
luminoso para todos nosotros, llamados a testimoniar fidelidad a Cristo y a su
Evangelio! ¡Qué gran motivo de aliento para cuantos padecen aún hoy injusticias
y oprobios a causa de su fe! Ojalá que el ejemplo de este mártir, al que hoy
contemplamos en la gloria de los beatos, infunda confianza y celo en todos los
cristianos, especialmente en los de la querida nación búlgara, que ahora puede
invocarlo como su protector celestial.
fuente: Vaticano
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
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referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4123
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