Merecía
una película / Annual, 1921: el último galope de los Cazadores de Alcántara
Fue uno de los
pocos hechos heroicos de uno de los más vergonzosos fiascos de nuestra
Historia: el desastre de Annual. El sacrificio de los escuadrones de caballería
salvó a muchos hombres y sobre todo salvó el honor del Ejército español.

Si el teniente
coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja hubiera nacido en Estados Unidos,
en lugar de venir al mundo en 1879 en Jerez de la Frontera…
Incluso si hubiese
visto la luz por primera vez en ese Reino Unido ideal, según la mitificación de
la que ha sido objeto por parte de Hollywood desde sus primeras cintas, no hay
duda de hubiese merecido una de esas películas dirigidas por Michel Curtiz, con Errol Flynn incorporando al
héroe y Olivia de Havilland a la chica.
Sorprenden las
similitudes que se registran entre la carga del regimiento español mandado
circunstancialmente por Primo de Rivera, una unidad de caballería conocida como
los Cazadores de Alcántara nº14 que se lanzó a una serie de ataques casi
suicidas el 23 de julio de 1921, y la carga de la Brigada Ligera al frente de
lord Cardigan en el curso de la batalla de Balaclava el 25 de octubre de 1854,
durante la Guerra de Crimea.
Hay, eso sí, una
diferencia fundamental. Según todos los expertos internacionales, la de la
tropa británica fue una desastrosa operación militar, que sólo demostró el
heroísmo de cuantos murieron en ella.

Carente por lo demás del más mínimo valor
estratégico, se ha llegado a afirmar que los mandos estaban ebrios cuando
llevaron a sus jinetes a la muerte. Elevada
al florilegio de la épica victoriana por un apresurado poema escrito por Lord
Alfred Tennyson tras leer el relato de la batalla en The Times. Y también por ese filme
que en 1936 Curtiz dedicó a tan vana gesta.
Pero fue el poeta
por excelencia del imperio británico, Rudyard Kipling, quien en otros versos
publicados en 1881 enmendó ciertas apreciaciones de Tennyson. Con el tiempo,
hasta la cinta de Curtiz fue rebatida por Tony Richardson, uno de los grandes
del free cinema inglés, en la revisionista La última carga (1968).
“En
Annual, no fue todo desastre; lo dicen los restos laureados de D. Fernando
Primo de Rivera, el héroe de una derrota”, decía la prensa
Por el contrario,
el propio The Times, en su edición del 22 de agosto
de 1921, calificó las cargas de los Cazadores de Alcántara como épicas.
“En Annual, no fue
todo desastre; lo dicen los restos laureados de D. Fernando Primo de Rivera, el
héroe de una derrota”, pudo leerse en la prensa española el 12 de noviembre de
1923, cuando Alfonso XIII impuso al teniente coronel la Cruz Laureada de San
Fernando, la máxima condecoración del ejército español, a título póstumo.
Sólo considerando
que el Desastre de Annual supuso una auténtica vergüenza nacional, cabe
entender que aquellos jinetes no hayan merecido aún una película.
Ha sido en épocas
recientes, cuando su gesta ha merecido cierta revisión a raíz de la concesión al regimiento
de la Laureada de San Fernando a título colectivo en 2012, con 91 años de retraso, cuando el
sacrificio de Alcántara ha vuelto a ser honrado con el recuerdo de los nuevos
comentaristas.
Y es curioso que ni
los menos dados a loar las glorias de las armas españolas, por no hablar de los
innumerables enemigos de la familia del teniente coronel -era hermano del
dictador Miguel Primo de Rivera y
tío de José Antonio, el fundador de Falange Española- hayan puesto en duda su entrega en
unos tiempos como los nuestros, cuando vale más decir “por aquí pasa un cobarde
que aquí murió un valiente”.
Con todo, los
Cazadores de Alcántara sólo han merecido hasta la fecha varios lienzos de
Augusto Ferrer-Dalmau.
Tan
cinematográficos como la hazaña de aquellos jinetes, los óleos de este artista,
acaso el único especializado en escenas militares de estos días tan poco dados
a la milicia como los que corren, son la única imagen de aquellos héroes
iniciando su último galope que tenemos.
Esa posible
película sobre ellos bien podría empezar con las frases con las que Primo de
Rivera mandó a sus hombres a la muerte a modo de cita superpuesta a un fondo
negro.
Primo
de Rivera a sus jinetes: “Que cada cual cumpla con su deber. Si no lo hacéis,
vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos
unos cobardes”
Dicha arenga
rezaba: “La situación, como ustedes verán, es crítica. ¡Soldados! Ha llegado el
momento de sacrificarse por la patria cumpliendo la sacrosanta misión de
nuestras armas. Que cada cual ocupe su puesto y cumpla con su deber. Si no lo
hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que
somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos”.
Ya con las primeras
secuencias, las que introducirían al espectador en el marco de la Guerra de
África (1911-1927), la banda sonora no podría ser otra que aquellas coplas
populares cuyo estribillo rezaba: “Melilla
ya no es Melilla./ Melilla es un matadero,/ donde van los españoles a morir
como corderos”.

Sólo en las cuatro primeras horas del
Desastre de Annual, iniciado el 22 de junio de 1921 tras la sublevación de Abd
El Krim y las tribus del Rif, se calcula que murieron 2.500. Mientras se
retiraban atropelladamente en dirección a Melilla, muchos oficiales corrían
tanto o más que los soldados.
Al parecer, el
mismo responsable de todo aquello, el general Silvestre, que había prometido a
Alfonso XIII que para esas fechas habría acabado con Abd-el-Krim, desbordado
ante la situación y faltando a su promesa, se
había pegado un tiro.
Aquella fue una de
las contadas ocasiones en que las tropas españolas se retiraban tan
vergonzosamente. Al llegar a las orillas del río Igan, que discurre al fondo
del desfiladero de Izumar, en las inmediaciones de Annual, pudieron ver cómo
los heridos, abandonados allí por sus compañeros, habían sido degollados por
los rifeños.
Ante tan dantesco
panorama, se trataba de frenar ese sálvese quien pueda en el que se había
convertido la huida, cuando los Cazadores de Alcántara, desplegados en las
inmediaciones del desfiladero, recibieron la orden de cubrir la retirada hacia
el fuerte de Dar Drius de las tropas que guarnecían la posición de Chaif, 3.000
soldados mandados por el general Navarro.
Como se ve, la
posible cinta basada en aquellos hechos, sería una de esas películas
ambientadas en las guerras coloniales que primaron en la pantalla de los años
30.
Una de sus
secuencias habría de contarnos que el coronel Manella, el primer jefe del
regimiento de Alcántara, se encontraba en Annual cuando se desataron los acontecimientos.
Primo de Rivera, segundo jefe de la unidad, supo estar a la altura de las
circunstancias cuando el 23 de julio recibió unas órdenes que le llevaban a una muerte más que
probable.

Dicen los expertos que una de las misiones
específicas de la caballería es cubrir con sus cargas la retirada de otras
fuerzas. Don Fernando, como le llaman los cronistas de la época, estuvo al
frente de todas las que comandó aquel día, a galope tendido y descubierto,
contra un enemigo muy superior en número.
La
última fue a pie, porque todos los caballos españoles habían sido abatidos. Unidas todas ellas
mediante sobreimpresiones, constituirían el clímax de la película.
Cuando los jinetes
consiguieron atravesar las filas rifeñas, el noventa por ciento de los
Cazadores de Alcántara había caído. La unidad, prácticamente, estaba destruida.
De
los 691 hombres que la integraban cuando comenzaron las hostilidades sólo
quedaban 67.
Hasta los veterinarios habían muerto. Eso sí, la misión estaba cumplida: las
tropas del general Navarro habían podido retirarse ordenadamente.
Entre los caídos
había 13 adolescentes, prácticamente unos niños. Se trataba de los educandos de
banda, jovencísimos trompetas adscritos al Regimiento, encargados de transmitir
las órdenes de los superiores.
Según se ha sabidos
posteriormente, antes de la primera carga Primo
de Rivera ordenó a uno de ellos, de 14 años, que se retirara con los demás a
retaguardia, ya que las órdenes las daría él mismo a viva voz.
Estaba claro que el teniente coronel quería salvar de la más que probable
masacre a aquellos chavales.
Allí
perecieron trece chavales, educandos de banda, tendidos con el rojo de la
sangre y el amarillo de las trompetas. Trece trompetas para la Historia
Pero el adolescente
corneta hizo caso omiso, pensando posiblemente en la fórmula que había jurado
al ingresar en el Regimiento: “Obedecer
y respetar siempre a vuestros jefes, no abandonarles nunca…”.
Allí pereció. Él y
los otros doce chavales quedaron tendidos en la pedregosa planicie, con el rojo
de la sangre, el verde de las guerreras y el amarillo de las trompetas. Trece
trompetas para la Historia.
Entre los
supervivientes se encontraba el propio Primo de Rivera. Ahora bien, no habría
de volver a España con vida.
El 6 de agosto
siguiente, cercado en Monte Arruit con las tropas del general Navarro, fue herido en un brazo por el fuego
enemigo mientras observaba el cañoneo de los rifeños desde el parapeto.
Los rigores del
asedio dejaron a los españoles sin material quirúrgico y se le sometió a la
amputación sin anestesia. La herida no tardó en gangrenarse y, días después, le
quitaba la vida.
Han pasado casi
cien años. Y aún no ha llegado un Lord Tennyson que inmortalice literariamente
la gesta…. Todavía.
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