San Moisés, santo del AT
fecha: 4 de septiembre
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: Memoria de san
Moisés, profeta, a quien Dios eligió para liberar al pueblo oprimido en Egipto
y conducirlo a la tierra de promisión. También se le reveló en el monte Sinaí,
diciéndole: «Yo soy el que soy», y le propuso la Ley para regir la vida del
pueblo elegido. Murió lleno de días en el monte Nebo, en tierra de Moab, a las
puertas de la tierra de promisión.

Moisés
está, qué duda cabe, entre los más grandes personajes bíblicos; su figura es
polifacética e inclasificable para la propia Biblia: fundador religioso,
libertador, profeta, legislador, es difícil encontrar una de estas categorías
que lo tengan con mayor presencia que las otras. Sin embargo, al menos para
cierta tradición bíblica, la frase que posiblemente mejor define a Moisés, y
que se repite como un estribillo en varios textos es «siervo de Yahvé». Y es
que Moisés es eso: alguien que ha estado a disposición completa de Dios,
incluso cuando no veía clara su misión, o cuando se le presentaban dudas y
vacilaciones. Si desde el punto de vista humano puede hablarse de un genio
religioso que ha creado una obra imperecedera, no es menos cierto que nunca se
atribuye a sí ninguna clase de mérito en esa creación, sino sólo el repetir aquello
que percibía como dicho por el propio Dios.
«No ha
vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahvé trataba cara a
cara» (Dt 34,10) Con estas bellas palabras Deuteronomio borda el epitafio de
Moisés. Pero esas mismas palabras nos tienen que advertir que lo que leemos
sobre Moisés en la Biblia está teñido de la grandilocuencia propia de la
leyenda y de la saga heroica. No hay sobre Moisés fuentes biográficas
contemporáneas, ni directas ni indirectas, ni dentro ni fuera de la Biblia. Todo
lo que leemos sobre él proviene de la Biblia, que, desde el punto de vista
histórico, es un documento muy posterior al personaje, y donde esa
posterioridad implica además, como ya he señalado, la conversión del personaje
en «héroe». La Biblia es la mejor fuente para entender el significado que
tiene Moisés para nuestra fe, pero no es la mejor fuente a la hora de
enterarnos en concreto cómo nació, cómo vivió y cómo murió aquel hombre; esos
datos elementales hay que más bien entresacarlos del texto por la fuerza, y no
sin grandes dosis de hipótesis e imaginación.
Orígenes de
Moisés
Comencemos
por la época en que vivió: es muy difícil precisar una fecha. Su vida está
ligada al éxodo, y este acontecimiento fundacional parece claramente situado en
un momento del tiempo, a tenor de Ex 1,11, en la época de Ramsés II, que
gobernó entre 1279 y 1213; sin embargo, la descripción del cambio de situación
súbita de los semitas en Egipto, de pasar de tener un primer ministro de su
raza a ser perseguidos y esclavizados parece corresponder más bien a los
inicios del Imperio Nuevo, hacia el 1550, esto conciliaría muy bien con la
afirmación de 1Reyes 6,1 de que Salomón comenzó la construcción del templo 480
años después de la salida de Egipto; la idea, en cambio, de un monoteísmo
perseguido puede sugerir el fin de la Dinastía XVIII, luego de la revolución
«monoteísta» de Akhenaton, es decir, finales del siglo XIV. La fecha comúnmente
más aceptada es la primera, la que hace coincidir el éxodo (y por tanto la vida
de Moisés) con los mediados del siglo XIII, sin dejar de señalar que es posible
que el relato del éxodo, sobre todo el rápido pantallazo sobre la «esclavitud
en Egipto» de Ex 1, incorpore recuerdos históricos muy vagos, que quizás
remitan a varios siglos, y no al término estricto de la vida de Moisés.
Una
nueva imprecisión nos encontramos en relación a la raza de Moisés, ¿es Moisés
un israelita? Una pregunta que parece fuera de lugar... sin embargo, la
caracterización de lo que debe ser llamado «israelita» en tiempos de Moisés es
extremadamente difícil. En la conocida «estela de Merenptah», se encuentra la
primera mención egipcia que tenemos de los israelitas; este faraón, hijo del ya
mencionado Ramsés II, y que gobernó entre 1213 y 1203, es decir, en sincronía
con la fecha probable del éxodo, declara algo sorprendente: «Israel está
derribado y yermo, no tiene semilla» (es decir que no existe más) ¡Y nosotros
que consideramos que con el éxodo más bien nace que desaparece Israel! Hay que
aclarar sobre esta estela, de todos modos, que la mención de Israel es
conjetural, y que los faraones eran, además, bastante fanfarrones, por lo que
si el relato del éxodo no puede ser tomado al pie de la letra, tampoco la
estela mencionada. Pero esto nos debe servir para darnos cuenta que lo que para
nosotros es tan lógico: Israel estaba esclavo en Egipto, Moisés era un
israelita con una posición privilegiada en el palacio del Faraón, y fue a sus
hermanos y los liberó, e Israel pasó a ocupar la tierra de sus antepasados,
aunque pueda ser un esquema histórico suficiente para formular los rasgos
esenciales de la fe bíblica, no satisface en absoluto ni los datos disponibles,
ni la complejidad de la historia que subyace al Éxodo y al propio Moisés.
Durante
estos capítulos del Éxodo se utilizan dos términos que para nosotros son
indistintos: se habla de los «israelitas» y de los «hebreos», y la costumbre,
unida a la escasa lectura de detalle, nos puede hacer pensar que son
exactamente sinónimos, y no es así en absoluto. Si en una concordancia bíblica del AT ponemos
la palabra "hebre" (para que abarque masculino y femenino, singular y
plural), nos encontraremos con que hay una concentración del uso en Génesis y
Éxodo, y luego prácticamente desaparece, para reaparecer sólo en textos que
pretenden precisamente ser arcaizantes, imitar el uso antiguo (como Jonás 1,9).
Pero aun en esa concentración de Génesis y Éxodo debe notarse algo muy
importante: sólo se usa el termino «hebreo», con cierto dejo peyorativo, cuando
un extranjero que desconoce a Israel habla de ellos, o cuando un israelita se
quiere dar a conocer ante un extranjero. En realidad no se sabe exactamente el
significado de esa palabra, parece que proviene de una palabra semítica que
designaba, muchos siglos antes de la «esclavitud» de Israel en Egipto, a unos
invasores cananeos en Egipto, los «habiru»; la palabra parece que pasó al
lenguaje corriente con un valor marcadamente negativo, para designar no sólo a
las tribus semitas indiferenciadas, sino a cualquier género de bandoleros,
incluyendo bandoleros que fueran egipcios. En época del éxodo, la palabra
«hebreo» es posible que sólo significara, para el egipcio corriente, una
persona de mal vivir. Por eso hay que tener cuidado cuando nos imaginamos que
en Egipto vivía una n cantidad de personas israelitas, con su pasaporte en
regla y lamentable e injustamente esclavizados... posiblemente en época del
éxodo no haya existido más Israel que una tribu díscola de los confines de
Egipto -aquellos a los que Merenptah se jacta de haber vencido-; los
componentes del futuro Israel, mientras tanto, del Israel creado por Moisés, y
que aun no existía, eran semitas de muchos orígenes distintos, incluso algunos
de ellos quizás marginados egipcios, que tenían en común ser todos ellos
«hebreos», algo así como despojos de la sociedad egipcia.
Relación con
Egipto
Y
Moisés, mientras tanto, más y más se nos escurre. Es muy difícil, sino
imposible, trazar su origen y su pertenencia hebrea a la luz de los datos de
los que disponemos. La Biblia recuerda sobre él dos cosas, bastante
contradictorias entre sí: que perteneció al palacio del faraón, y que tuvo que
huir y pasar a la marginalidad. Pero para hablarnos de estos dos hechos no se
nos dan datos demasiado sólidos. Se nos dice que tuvo que huir por haber matado
a un egipcio (Ex 2,11ss), pero parece una motivación un poco traída de los
pelos: si Moisés pertenecía al palacio de Faraón (nada menos que hijo adoptivo
de una de las princesas) es poco probable que tuviera demasiada importancia que
matara uno o un par de soldados, así fueran egipcios... ciertamente que en
Egipto no regían nuestras actuales constituciones «igualitarias», ¿quién le iba
a pedir cuentas de la vida de un soldado a un miembro de Palacio?. El libro
redobla la apuesta: es el propio Faraón quien lo busca para matarlo (Ex 2,15).
Podemos pensar que con esto se supo que era hebreo y por tanto apareció la
motivación para matarlo, pero debemos notar que en realidad nos movemos en
círculo: «hebreo», como hemos visto, designaba al marginal, así que lo más
correcto es afirmar que Moisés es hebreo porque lo persiguen, no que lo
persiguen porque es hebreo... lástima que eso nos deja sin saber por qué, en
realidad, lo persiguen. Sólo como hipótesis, aplicando una gran dosis de
imaginación, y a la vista del desarrollo posterior de la historia, me animaría
a decir que Moisés, miembro de Palacio, mostró en algún momento alguna
tendencia religiosa que podía sonar revolucionaria y herética, y eso motivó su
huída a Madián -quizás en la forma de un «retiro», que ayudó a reforzar sus ideas-
vuelto de lo cual tenía ya todo un programa para confrontar con Faraón.
Quien
piense que esto es demasiada hipótesis, debe tener presente que un monoteísmo
de tipo igualitarista, y por lo tanto herético para la religión egipcia
oficial, se había intentado en Egipto 100 años antes, y había terminado en el
baño de sangre de una guerra civil, así que suponer que Moisés, por
conocimiento de alguna tradición histórica o como fruto de su sensibilidad
personal, hubiera desarrollado alguna tendencia de esa clase , que motivara
tener que huir de palacio, no es nada fuera del contexto del momento histórico
en el que vivió, y explica bastante bien por qué, si lo perseguía Faraón, luego
aparece dialogando con él con la libertad con que lo hace al hablar en nombre de
los «hebreos»

¿Pero
qué hace Moisés en palacio? Eso sí que no lo sabemos en absoluto. La Biblia
presenta sobre su nacimiento una historia enteramente convencional, que
conocemos por el nacimiento de muchos héroes: el hijo de reyes que pasa por
hijo de campesinos, o viceversa. Relato típico (nacimiento de Sargón, de Edipo,
de Rómulo y Remo, etc etc etc...), que sólo pretende informarnos del significado
del personaje y no implica ninguna clase de conocimiento histórico sobre los
orígenes concretos de Moisés. Del momento en que caracterizamos a los «hebreos»
no como un pueblo sino como un grupo sociológico, hablar de que «pertenecía a
los hebreos y fue acogido por egipcios» cae por su base. De hecho, aunque la
Biblia recurre a una etimología popular para explicar el nombre «Moisés»
relacionándolo con el verbo mashah, «sacar», lo más probable y aceptado por la
inmensa mayoría de especialistas es que el nombre Moisés es una palabra
egipcia, la misma que podemos encontrar en nombres teofóricos, como RaMSeS o
TutMoSiS. Semejante a la partícula española «ez» en «Pérez», «González», etc,
«mss» significa «nacido de...», y supone adelante un nombre divino (como en el
ejemplo de Ramses, «nacido de Ra»). ¡Sólo que a Moisés le falta el nombre
divino adelante! Quizás -nuevamente una hipótesis, pero que encaja bien con los
datos- el propio Moisés rechazó su nombre completo egipcio en cuanto comprendió
que su misión estaba del lado de un Dios que no era como los dioses de los
egipcios, un Dios cuyo Nombre está más allá de todo nombre, como se enseña en
Éxodo 3,14.
Como se
verá, cada palabra con la que nos acercamos al personaje abre más y más el
fascinante panorama de preguntas y cuestiones que Moisés nos plantea. Como
resumen, necesario pero no conclusivo, de esta importante cuestión del origen
de Moisés podríamos decir lo siguiente:
-aunque estamos en completa ignorancia de los orígenes concretos, carnales, de Moisés, podemos entrever en las cuestiones que subyacen al texto bíblico, que la misión religiosa de Moisés fue decisiva para toda su vida, y determinó su relación con Egipto desde el principio. No llegó a ella de casualidad y por accidente, sino que esa motivación religiosa condujo desde la elección de su nombre hasta la etapa de Madián y la vuelta a la corte.
-No hay contradicción entre el dato histórico hipotético de un Moisés originario del palacio del Faraón que pierde, por sus ideas religiosas, su raíz en la corte y se «convierte» a los excluidos de Egipto, a los hebreos, y con ellos inicia esta gesta de crear un pueblo de y para Dios, misteriosamente guiado por Dios mismo; no hay contradicción, decía, entre esa imagen histórica, y la imagen teológica que da la Biblia, donde Moisés aparece como un «israelita de la tribu de Leví», categorías todas que son posteriores y sirven más bien para situar los orígenes de Moisés en el conjunto de lo que estos hebreos llegaron realmente a ser: un pueblo nuevo.
-aunque estamos en completa ignorancia de los orígenes concretos, carnales, de Moisés, podemos entrever en las cuestiones que subyacen al texto bíblico, que la misión religiosa de Moisés fue decisiva para toda su vida, y determinó su relación con Egipto desde el principio. No llegó a ella de casualidad y por accidente, sino que esa motivación religiosa condujo desde la elección de su nombre hasta la etapa de Madián y la vuelta a la corte.
-No hay contradicción entre el dato histórico hipotético de un Moisés originario del palacio del Faraón que pierde, por sus ideas religiosas, su raíz en la corte y se «convierte» a los excluidos de Egipto, a los hebreos, y con ellos inicia esta gesta de crear un pueblo de y para Dios, misteriosamente guiado por Dios mismo; no hay contradicción, decía, entre esa imagen histórica, y la imagen teológica que da la Biblia, donde Moisés aparece como un «israelita de la tribu de Leví», categorías todas que son posteriores y sirven más bien para situar los orígenes de Moisés en el conjunto de lo que estos hebreos llegaron realmente a ser: un pueblo nuevo.
El exilio en
Madián
El
siguiente aspecto que se nos muestra sobre Moisés es su estancia en Madián.
Como hemos visto, la motivación de la huida por razones policiales es poco
sólida, así que habrá que pensar que esa huida tiene razones de otra clase, lo
que en nuestra hipótesis son razones político-religiosas: huye en nombre de...
y a la vez busca a ese Dios que lo enfrenta a sus orígenes. En Madián, nos dice
la tradición bíblica, Dios se le revela como Yahvé, y le da la misión de
liberar a su pueblo esclavo en Egipto. Este relato, que ocupa el capítulo 3 del
Éxodo, es teológico en extremo, y centro y eje de la revelación bíblica. Los
detalles históricos que subyacen a él ya se han perdido, pero nos queda cierta
filigrana que nos orienta: se dice de Jetró, el suegro madianita de Moisés
(quien recibe además otros nombres), que era sacerdote; se dice que moraban
cerca de la montaña de Dios, esto es, en Horeb o Sinaí (el doble nombre
responde a una doble tradición narrativa). La localización concreta del monte
no es del todo segura, pero no cabe duda que estamos hablando de las fronteras
exteriores de Egipto, un lugar apto para el intercambio, para el refugio de los
marginales, y también para una experiencia religiosa por fuera de la «religión
oficial». la palabra «Yah», una de las partículas que forma el nombre bíblico
de Dios, Yahvé, estaba, según parece, en uso entre los clanes madianitas como
nombre divino, por lo que da la impresión de que la tradición histórica
subyacente al relato de revelación, que lo vincula al Sinaí y a los madianitas,
ha conservado aquí un recuerdo genuino.
De
todos modos, qué significa en concreto el nombre «Yahvé» para Moisés es muy
difícil decirlo, la expresión misma «Soy el que soy» de Éxodo 3,14, apenas si
consigue muy pálidamente hacer asomar, en nuestro idioma, la hondura de la
expresión hebrea. Más allá del significado de las palabras nudas, evidentemente
el nombre Yahvé representó para Moisés la concreción del Dios en nombre del
cual había huido de Egipto: por fin ponía nombre a la experiencia que le había
hecho rechazar los dioses de sus padres y buscar una realidad que lo convertía
en un marginal, en un hebreo. A este respecto, hay un detalle interesante en la
historia de Moisés entre los madianitas: cuando nace el hijo de Moisés él le pone
Gersom, que significa «Soy forastero»; el contexto lo explica con claridad:
efectivamente Moisés es extranjero entre esos madianitas... pero también es más
extranjero de lo que el contexto sugiere: Moisés, a quien la hija de Jetró
describe como «un egipcio (que) nos libró de las manos de los pastores, y
además sacó agua para nosotras y abrevó el rebaño» (2,19), es egipcio para los
madianitas, pero hebreo para los egipcios, y un perfecto desconocido, un don
nadie, para los hebreos... un extranjero de todos, sólo conocido de Yahvé.
La figura de
Aarón
A este
extranjero de todos se le une en el capítulo 4 un hermano del que nada sabíamos
hasta ahora: Aarón. Aparece en la historia desde la nada, como si fuera de lo
más natural tener un hermano locuaz que aparece cuando uno más lo necesita. ¿Es
hermano carnal de Moisés? es dudoso; más bien parece que el relator aprovecha
un giro de la historia: Moisés dice a Jetró: «Con tu permiso, me vuelvo a ver a
mis hermanos de Egipto...» (4,18), donde «hermanos» es sólo la metáfora para
referirse a su pueblo, los suyos, y pocos versículos más abajo le aparece el
hermano concreto (4,27). Dado que Moisés le habla a Aarón y Aarón lo transmite
a los ancianos del pueblo (4,29-30), es perfectamente posible pensar que Moisés
y los «israelitas», es decir, ese pueblo llano y marginal al que la misión de
Moisés se dirige, no hablan el mismo idioma, o el mismo lenguaje. Aarón habría
cumplido esa misión de enlace entre el egipcio cultivado, Moisés, portador de
un mensaje de liberación... expresado en categorías extrañas y en parte ininteligibles,
y el pueblo llano que hablaría, como siempre lo ha hecho el pueblo llano, el
lenguaje del milagro y el prodigio, del «signo», como el propio relato lo
indica (4,31). Poco a poco Moisés fue aprendiendo a hablar directamente con ese
pueblo, y si bien Aarón no desapareció, parece que su misión se transformó, de
traductor (profeta) de Moisés pasó a ser organizador del sacerdocio, y en parte
también (a juzgar por el episodio del becerro de oro) rival.

El éxodo
De la
huída de Egipto no hay nada histórico concreto que podamos sacar: el relato
está interesado en los aspectos teológicos, y arrasa con todo lo demás. De
hecho los israelitas tienen como excusa salir de Egipto a celebrar una fiesta,
presumiblemente la Pascua... pero la Pascua será la fiesta que conmemore la
salida de Egipto... nuevo círculo que nos muestra que los relatos no fueron
hechos para satisfacer nuestros criterios históricos, sino para transmitir
poética y litúrgicamente los valores esenciales del pueblo bíblico: el dominio
de Yahvé en la historia, la voluntad salvífica de los más débiles a pesar de
que parece «olvidarse» de su pueblo cada tanto, el rechazo de Dios a quienes
creen ser poderosos, etc... todas verdades hondas para meditar, pero que poco
nos dicen de cómo sucedieron en concreto las cosas. Buscarle equivalentes
naturalistas a los relatos del éxodo para hacerlos potables a la mentalidad
secularista nuestra es hacer trampa a la Biblia y perder de vista su
significado profundo: si hay o no un fenómeno natural que hace que las aguas
del Mar de las Cañas se abran cada tanto es completamente indiferente para el
relato de la Biblia, lo que allí narra del cruce del Mar Rojo es un prodigio de
Yahvé. Qué ocurrió «fenoménicamente» no lo sabremos nunca en esta vida, pero
seguirá siendo cierto que en ese cruce prodigioso un pueblo que no existía pasó
a existir, y que todo Israel estaba allí, porque llamamos Israel a eso que
Moisés creó, con el poder de Yahvé, en medio del desierto. ¿Cuántos eran? posiblemente
unos pocos, ¿cuántos se habrán animado a desafiar a los capataces egipcios y
seguir a un loco que en nombre de un Dios de nombre incierto les ofrecía una
tierra prometida? pero a la vez la metáfora bíblica lo dice: todo Israel esta
allí. Como señala el historiador Bright: si pusiéramos en fila de cuatro en
fondo todo el Israel que menciona el Éxodo, el último estaría saliendo de
Egipto cuando el primero hubiera llegado a la tierra prometida. Las cifras del
éxodo son artificiales, porque son simbólicas y teológicas, hablan de que todos
los que Yahvé salvaba, el lector de este artículo y yo también, ya estábamos
allí.
Y es
así, en el desierto, como nos enfrentamos con la misión fundamental de Moisés:
el legislador. ¿Dio Moisés un código concreto de vida a los israelitas en el
desierto? Si dio un código detallado, se perdió en el camino, porque la
legislación mosaica que transmiten los libros de la Ley -mezcla de leyes de
vida social, culto, economía, etc.- no se remontan a la época de Moisés, posiblemente
no se remontan mucho más allá del exilio babilónico. Israel elaboró gran parte
de sus leyes históricas 600 o 700 años después de Moisés, en contacto con la
civilización babilónica y como precipitado y resumen de su rica experiencia de
vida. Pero por otro lado es cierto que esas leyes que israel fue descubriendo y
formulando a lo largo de su historia provienen de alguna manera de la dirección
inequívoca que les imprimió Moisés. Y en ese sentido Moisés dio realmente la
Torah, la Ley en un sentido profundo; no las leyes particulares y concretas,
que aunque la tradición religiosa se empeña en describirlas como inmutables,
van variando de hecho todo el tiempo, adaptándose a cada época, sino la
orientación fundamental de esas leyes, su significado profundo, aquello que
ninguna ley particular puede dejar de decir si realmente será bíblica.
Podriamos decir que esa Ley que Moisés grabó a fuego en el pueblo de Israel, y
que no ha sido derogada por Jesús, sino al contrario, llevada a plenitud, se
resume en una única: la
pertenencia de esos hombres a Dios. Con razón el Deuteronomio
pone en boca del gran legislador esta bella frase:
«Cuando levantes tus ojos al cielo, cuando veas el sol, la luna, las estrellas y todo el ejército de los cielos, no vayas a dejarte seducir y te postres ante ellos para darles culto. Eso se lo ha repartido Yahveh tu Dios a todos los pueblos que hay debajo del cielo, pero a vosotros os tomó Yahveh y os sacó del horno de hierro, de Egipto, para que fueseis el pueblo de su heredad, como lo sois hoy.» (Dt 4,19-20).
«Cuando levantes tus ojos al cielo, cuando veas el sol, la luna, las estrellas y todo el ejército de los cielos, no vayas a dejarte seducir y te postres ante ellos para darles culto. Eso se lo ha repartido Yahveh tu Dios a todos los pueblos que hay debajo del cielo, pero a vosotros os tomó Yahveh y os sacó del horno de hierro, de Egipto, para que fueseis el pueblo de su heredad, como lo sois hoy.» (Dt 4,19-20).
Toda
ley en la Biblia surge de ello, incluso la más grande todas las leyes, la ley
del amor, que Jesús señala como quintaesencia de toda la ley divina, se
desprende de la pertenencia de esos hombres concretos a ese Dios concreto.
Aunque sepamos tan poco de la historia de Moisés, eso sólo lo hace tan grande
como efectivamente fue: el haber puesto al pueblo de Yahvé en la firme
dirección de su esencia, la pertenencia exclusiva e irrevocable a Dios.
Cumplida
esa misión, aunque su estela no desaparece nunca, su persona sí lo hace. Moisés
muere a lo 120 años, nos dice la Biblia. Cifra enteramente artificial y
simbólica. pensemos que si el éxodo duró 40 años y él murió el día que termina
el éxodo, eso supondría que comenzó semejante gesta a los 80 años... no sólo suena
bastante poco probable, sino que la cifra de 120 es simplemente un clásico
convencional para fijar la cantidad de vida de un héroe, y no tiene más
historicidad que otras convenciones de la cultura bíblica. Fue un heroe, eso
dice la cifra, y de eso no tenemos duda. Moisés no fue un lider militar ni un
organizador institucional de la religión (aunque la Biblia retroproyecte en él
y en Aarón toda la organización del culto), fue sobre todo el legislador de
Israel, el que sacó a luz su esencia y la puso a rodar en la historia. No pisa
la tierra prometida, y podemos encontrar algo de simbólico en ello: quien pisa
la tierra necesariamente entra en compromisos con la historia, y Moisés no es
hombre de compromisos sino de absoluto, de esencia. Su tarea es a todo o nada,
y debía morir antes de que ese todo o nada se convirtiera en lo que
necesariamente fue y es: la historia concreta de un pueblo que nunca termina de
ser del todo de Dios, pero tampoco nunca termina de alejarse, sino que se
mantiene a tientas, tras su Dios, y empujado por él.
Aunque
largo, este artículo resulta necesariamente breve y esquemático para acercarse
a un mínimo análisis de la figura de Moisés; cada relato, y en especial el de
la revelación del Nombre, debería ser desmenuzado en páginas y páginas para
poder sacarles mejor el jugo. Cualquier introducción al Antiguo Testamento y
por supuesto cualquier historia de Israel se ocupa de la figura de Moisés más o
menos extensamente. Para las tradiciones bíblicas sobre el personaje y el modo
como se lo puede situar histórico-críticamente, ver Comentario Bíblico San
Jerónimo, tomo I, introducción al Éxodo; sobre el sentido de las narracioens
del Éxodo, muy recomendable, aunque difícil de hallar, «De la servidumbre al
servicio», de Auzou; la Biblia del Peregrino, del P. Alonso Schökel ofrece sin
duda de las mejores sugerencias sobre las narraciones, en especial sobre la del
nacimiento. Un poco de novela: «Sinuhé el egipcio» (no la película, que es de
lo peor que ha logrado hacer el cine, sino la novela), del teólogo y novelista
finlandés Mika Waltari, es una buena aproximación, en clave de relectura del
personaje Moisés (con muchos agregados fantasiosos, ya que no es una historia
sino una novela), a los vínculos de un monoteísmo liberador como el bíblico con
ese período tremendo que fue el monoteísmo egipcio de Akhenaton. Con todos los
límites de lo novelado, estoy convencido de que las relaciones entre un
monoteísmo y otro son efectivamente muy estrechas. No deben descartarse por
provenir de quien provienen los tres ensayos sobre Moisés de Freud, que están
llenos de intuiciones interesantes. Sobre el Nombre de Dios puede leerse, sólo
como aproximación, un artículo mío en las Publicaciones.
Siempre valiosa, la Historia de Israel de John Bright, mencionada en el texto,
contiene una interesante aproximación a la figura de Moisés.
la iconografía es inmensa, tanto la dedicada a su persona, como a las anécdotas bíblicas concretas, como el encuentro en las aguas, la hendidura de la roca, el maná, etc. He seleccionado tres «lecturas» de su figura y sobre todo de su rostro:
-Guido Reni, Moisés con las tablas de la Ley, c. 1624, Galleria Borghese, Roma
-Miguel Ángel, Moisés, 1515, San Pietro in Vincoli, Roma
-Matthias Grünewald, Moisés, c. 1511, Staatliche Museen, Berlín.
la iconografía es inmensa, tanto la dedicada a su persona, como a las anécdotas bíblicas concretas, como el encuentro en las aguas, la hendidura de la roca, el maná, etc. He seleccionado tres «lecturas» de su figura y sobre todo de su rostro:
-Guido Reni, Moisés con las tablas de la Ley, c. 1624, Galleria Borghese, Roma
-Miguel Ángel, Moisés, 1515, San Pietro in Vincoli, Roma
-Matthias Grünewald, Moisés, c. 1511, Staatliche Museen, Berlín.
Abel Della Costa
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modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de
santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta
ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar
esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el
siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_3180
Siempre estaré en deuda con el gran Doctor Agadaga por arreglar mi matrimonio roto después de que mi esposo me dejó por su amante por 3 meses. Nunca creí en los hechizos hasta que mi amigo me lo presentó. Al principio, era escéptico sobre él porque escuché mucho sobre los lanzadores de hechizos falsos, pero puse mis dudas detrás de mí porque estaba desesperado por recuperar a mi esposo e hice de acuerdo con lo que me ordenó hacer. Ahora mi esposo regresa a las 48 horas de haberlo contactado. Vivo feliz con mi esposo nuevamente después de 6 meses de divorcio y no descansaré hasta que sea conocido en todo el mundo. También se especializa en hechizos de dinero, hechizos de lotería, hechizos de enfermedad E.T.C. Conéctese con el Doctor Takuta ahora, su correo electrónico es agadagaspiritualhome@gmail.com o WhatsApp en +1(505)900-0853
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