lunes, 15 de septiembre de 2014

El saludo del pastor y El vagabundo (La oración de la rana de Anthony de Mello)

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El pastor de una elegante feligresía había delegado en sus subalternos la tarea de saludar a la gente tras el servicio dominical. Pero su mujer le persuadió de que se encargara él mismo de hacerlo. “¿No sería espantoso”, le dijo, “que al cabo de los años no conocieras a tus propios feligreses?”

De modo que, al domingo siguiente, concluido el servicio, el pastor ocupó su puesto a la puerta de la iglesia. La primera en salir fue una mujer perfectamente “endomingada”. El pastor pensó que debía de tratarse de una nueva feligresa.

“¿Cómo está usted? Me siento feliz de tenerla con nosotros”, le dijo el pastor mientras le tendía la mano.

“Muchas gracias”, replicó la mujer, un tanto desconcertada.

“Espero verla a menudo por aquí. Nos encanta ver caras nuevas...“.

“Si, señor “.

“¿Vive usted en esta parroquia?”.

La mujer no sabía qué decir.
 
“Si me da usted su dirección, una tarde de éstas iremos a visitarla mi mujer y yo”.

“No tendrá usted que ir muy lejos, señor. Soy su cocinera”.

***

Un vagabundo se presentó en el despacho de un acaudalado hombre de negocios a pedir una limosna.

El hombre llamó a su secretaria y le dijo: “¿Ve usted a este pobre desgraciado? Fíjese como le asoman los dedos a través de sus horribles zapatos; observe sus raídos pantalones y su andrajosa chaqueta. Estoy seguro de que no se ha afeitado ni se ha duchado ni ha comido caliente en muchos días.

Me parte el corazón ver a una persona en estas condiciones, de manera que... ¡Haga que desaparezca inmediatamente de mi vista!”.

Había un hombre sin brazos y sin piernas mendigando la acera. La primera vez que lo vi me conmovió de tal modo que le di una limosna. La segunda vez le di algo menos. La tercera vez no tuve contemplaciones y lo denuncié a la policía por mendigar en la vía pública y dar la lata.

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