REFLEXIÓN ESPIRITUAL
Juan Pablo II, HOMILÍA, 14 de septiembre de 2003
Queridos hermanos y hermanas, la cruz, el "lugar
privilegiado" en el que se nos revela y manifiesta el amor de Dios. En la
cruz se encuentran la miseria del hombre y la misericordia de Dios. Adorar esta
misericordia ilimitada es para el hombre el único modo de abrirse al misterio
que la cruz revela.
La cruz está plantada en la tierra y parece hundir sus
raíces en la malicia humana, pero se proyecta hacia lo alto, como un índice que
apunta al cielo, un índice que señala la bondad de Dios. Por la cruz de Cristo
ha sido vencido el maligno, ha quedado derrotada la muerte, se nos ha
transmitido la vida, se nos ha devuelto la esperanza y nos ha sido comunicada
la luz. O crux, ave spes unica!
En el jardín del Edén, al pie del árbol estaba una
mujer, Eva (cf. Gn 3). Seducida por el maligno, se apropia de lo que cree que
es la vida divina. En cambio, es un germen de muerte que se introduce en ella
(cf. St 1, 15; Rm 6, 23).
En el Calvario, al pie del árbol de la cruz, estaba
otra mujer, María (cf. Jn 19, 25-27). Dócil al proyecto de Dios, participa
íntimamente en la ofrenda que el Hijo hace de sí al Padre para la vida del
mundo, y, cuando Jesús le encomienda al apóstol san Juan, se convierte en madre
de todos los hombres.
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