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¡RECONOCE TU AÑADIDURA!
Toda programación
y todo condicionamiento te llevan a ser un robot. Los hábitos sirven para
cosas prácticas (capacidad de andar, de hablar un idioma, de conducir un coche...
), pero para ver las cosas con profundidad, en el amor y la comunicación, los
hábitos son como anestesiar la creatividad, lo nuevo, y no desear vivir el
riesgo del presente.
Lo malo es que
hasta la espiritualidad ha sido objeto de programación, de desfiguración, pues
la espiritualidad es como la realidad;.pero todo lo valioso es susceptible de
distintas interpretaciones y manipulaciones.
Cada persona tiene
una forma de reaccionar y de interpretar. Yo conozco a un sacerdote que está
deseando tener un cáncer para morir sufriendo... Otros, la mayoría, se
llevarían un gran disgusto al saber que tienen cáncer. Tanto una actitud como
la otra no dejan de ser producto de una programación religiosa o cultural.
Cuando una persona
programada te ofende sin motivo, tan programado estás tú como ella, por
dejarte ofender, porque las dos reacciones son igual de absurdas e irreales.
Ocurre que, cuando estás dormido, te molestan las personas que están
dormidas, porque la programación del otro afecta la tuya, te la recuerda, y eso
es lo que más te molesta, aunque no quieras reconocerlo. Si cuando un niño o
un mono te hacen una mueca, reaccionas enfadándote, señal de que eres tan niño
o tan mono como ellos. Estar despierto es no dejarte afectar por nada, ni por
nadie. Y eso es ser libre.
Tú eres el que ha
de elegir tu propia reacción frente a las cosas, situaciones y personas, no los
hábitos ni tu cultura. Si sigues programado, tienes que saber ver que esa
programación es el control del que se vale la sociedad para imponerte sus
criterios. Estamos siendo controlados en la medida en que seguimos dormidos:
por el consumismo, por la política, por el poder, por el trabajo y por el
ocio. Las competiciones han pasado de ser un juego entretenido y saludable, a
ser actos de odio. Antes se jugaba por el puro placer de jugar; ahora, en las
competiciones, se contaminó el deporte con el veneno de vencer y elevarse por
encima del vencido.
Lo mejor del hombre
es el amor, y no lograr una marca, humillando a los vencidos. Yo soy mejor que
tú y por ello consigo la admiración y la fama; pero ¿en qué eres mejor que yo?,
¿en correr?, ¿en saltar?, ¿en meter una bola entre dos palos y dentro de un
cesto? Y eso, ¿para qué sirve?, ¿amas con ello?, ¿te haces más persona? Lo peor
de todo esto son las comparaciones que miden al hombre ajustándolo a una medida
ideal, rígida, y ponen en acercarse a ese modelo del ídolo, toda energía y todo
condicionamiento; ¿para qué?, para que resplandezcan los valores auténticos,
genuinos.
Vivimos en una era
adoctrinada. Hasta al Santo Padre, al asistir a la consagración de un grupo de
cardenales, se le escapó decir: "Estos 150 cardenales que han tenido el
honor de ser elegidos..." ¿Es un honor ser cardenal? ¿No es más bien un
servicio?
Estamos adoctrinados
y nos dejamos arrastrar por las programaciones. Vivir libremente, siendo dueño
de uno mismo, es no dejarse llevar ni por persona ni situación alguna. Saber
que nada ni nadie tiene poder sobre uno ni sobre sus decisiones. Eso es vivir
mejor que un rey, y saber oír esa hermosa sinfonía de la vida y disfrutarla.
A veces puede haber
emociones o depresiones, por trastornos físicos o psíquicos, pero eso ya no te
trastorna, porque ya no te quita la capacidad de ser feliz y alegrarte con lo
mucho hermoso que se produce a cada momento ante tus ojos. La depresión está
ahí, tú la observas, pero ya no te identificas con ella. Es algo que está
sucediendo por un motivo que conoces y, por lo tanto, está controlada. Nada
puede contra ti. Ocurre fuera de tu ser.
Lo contrario al miedo es el amor. Donde existe el amor no
hay miedo alguno. Y el que no tienen miedo alguno no teme la violencia, porque
él no tiene violencia alguna. Toda violencia viene del miedo y crea más
violencia.
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