
Nació en Capadocia, Bizancio ( Imperio Romano de Oriente) (hoy Turquía) en el año 423, y desde pequeño, por inculcación paterna, leía con mucho fervor las Sagradas Escrituras. Siguiendo el ejemplo de Abraham, el santo decidió dejar sus riquezas y su familia, para peregrinar a Jerusalén, Belén y Nazaret, y luego convertirse en religioso.
San Teodosio se fue a vivir no muy lejos de Belén, y tuvo como guía espiritual al abad Longinos. Tras ser ordenado como sacerdote, recibió la orden de encargarse del culto de un templo ubicado entre Jerusalén y Belén. El santo desplegó su labor con mucha sabiduría y humildad, y fue testimonio de una vida santa y llena de oración, lo cual motivó que otros jóvenes también desearan convertirse en religiosos, y más adelante, la fundación de tres conventos en las cercanías de Belén.
El santo también construyó, cerca de Belén, tres hospitales para la atención de ancianos, enfermos necesitados y discapacitados. Los monasterios dirigidos por San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto, pues todo se hacía a su tiempo, con exactitud, oración, trabajo y descanso.
San Teodosio enfermó penosamente, y falleció a los 105 años en el año 529. El Arzobispo de Jerusalén y muchos ciudadanos de Tierra Santa asistieron a su entierro y durante sus funerales se obraron varios milagros.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que nos has revelado que el amor a Dios y al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz que, imitando la caridad de San Teodosio seamos contados un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Calendario de fiestas marianas: Nuestra Señora de Bessiere, Limousin, Francia.
Santo Tomás de Cori
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Fue un ejemplo de humildad y de caridad. Creció y vivió con la convicción de que tenía que ser santo. Nacido el 4 de junio de 1655 en Cori, Italia, su infancia estuvo marcada por la pérdida de sus padres y la responsabilidad de cuidar de sus hermanas. Aprendió el oficio de pastor y gustó de la presencia de Dios, de la que también le hablaba el espléndido entorno de la campiña en la que pasaba largas horas al día saboreando una fecunda soledad, cual manto en el que envolvía el divino coloquio que sostenía con el Altísimo. Cuando sus hermanas se desposaron, pudo abrazar la regla franciscana ya que estaba familiarizado con la comunidad de frailes que se hallaba en su ciudad natal. Después de realizar el noviciado en Orvieto, y de cursar los estudios reglamentarios, en 1683 fue ordenado sacerdote. Su primera misión fue la de maestro de novicios en el convento de la Trinidad de esa localidad. Pero Tomás amaba la vida eremítica. Por eso cuando supo que esa vía comenzaba a despuntar en la Orden, y que las previsiones de gobierno de sus superiores incluían la posibilidad de poner en marcha un Retiro en el convento que existía en Civitella (actual Bellegra), se ofreció para esta misión. Aquéllos, que conocían sus dotes singulares, lo destinaron allí. Llamó a la puerta del convento en 1684 con una carta personal de presentación, clara y escueta; rezumaba humildad: «Soy fray Tomás de Cori y vengo para hacerme santo».
Con excepción de un pequeño paréntesis de seis años en los que fue guardián del convento de Palombara, donde llegó con el objetivo de instaurar otro Retiro, el resto de su vida lo pasó en Bellegra. Entre sus muchas virtudes se destaca su vivencia de la oración continua, y su amor sin reservas a la Eucaristía; la clave de su vida radicaba en las interminables horas de postración ante el Santísimo. «Si el corazón no está en oración, la lengua trabaja en vano», solía decir, aconsejando a los frailes que leyesen con devoción el oficio divino. Durante más de 40 años experimentó la aridez y ausencia de consuelos. Exquisito en su caridad, se ofrecía a todos de manera servicial y respondía con paciencia a los hermanos que no veían con buenos ojos la radicalidad de la vivencia de la Regla franciscana. Incluso llegaron a dejarle solo para atender el convento. Con tan celeste bagaje recorría los caminos, administraba los sacramentos y veía florecer los milagros a su paso. Fue un apóstol incansable que transmitía el Evangelio con la transparencia de quien lo ha hecho vida en sí mismo. Con claridad y sencillez, conmoviendo con sus palabras a quienes iban a escucharle, su voz resonaba fundamentalmente entre las gentes que poblaban el Lacio.
Como buen franciscano, no ocultaba su predilección por los pobres. Para éstos reservaba también esos actos de caridad con los que ha jalonado su biografía, dejando plasmados rasgos de fe que atraían del cielo bendiciones divinas extraordinarias. Así se cuenta, que habiendo dejado vacías las despensas del convento de pan por haber repartido todo entre los necesitados, al llegar sus hermanos hallaron cubiertas todas las necesidades que tenían. En el «Epistolario» de su autoría se detecta su exquisitez y atención a cada una de las personas que se acercaron a él, junto a las que dispensaba a los hermanos de su comunidad. Fue agraciado con muchos favores celestiales, entre otros, los éxtasis que en ocasiones se producían públicamente. Uno de ellos sucedió mientras se hallaba repartiendo la Sagrada Comunión y fue elevado hasta el techo portando el copón en sus manos para volver a descender poco más tarde ante los atónitos ojos de los fieles, a los que pudo continuar dando la comunión con toda naturalidad. Falleció el 11 de enero de 1729, mientras dormía, con el sublime gozo de haberse entregado enteramente a Cristo y a los demás. Fue beatificado por Pío VI el 3 de septiembre de 1786, y canonizado por Juan Pablo II el 21 de noviembre de 1999.
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