viernes, 13 de marzo de 2015

Beato Stepinac - Santos Rodrigo, presbítero y Salomón,13032015

viernes 13 Marzo 2015

Beato Stepinac

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   Beato Luis (Alojzije Viktor) Stepinac,

En la aldea de Krasic, cerca de Zagreb, en  Croacia,   beato Luis Stepinac, obispo de Zagreb, que rechazó con  firmeza las doctrinas   que se oponían a la fe y a la dignidad humana y,  por su fidelidad a la   Iglesia, después de prolongada prisión, víctima  de la enfermedad y la   miseria, terminó egregiamente su episcopado  (1960).


Alois Stepinac  nació en Krasic, en el noroeste de   Croacia, el 8 de mayo de 1898. Era  el quinto de los hijos de una familia de   agricultores acomodados, y  creció en un ambiente profundamente cristiano,   donde reinaban el amor y  el respeto mutuo, así como la caridad hacia los más   desfavorecidos.  Su madre, una mujer sencilla y piadosa, era especialmente   devota de la  Santísima Virgen María, un rasgo que distinguirá también a su   hijo.
Durante su  etapa de estudios en un colegio de Zagreb,   Alois demuestra una férrea  voluntad, a pesar de poseer un temperamento   discreto y reservado. En  1917, es movilizado en el ejército austro-húngaro.   De regreso a su  país en junio de 1919, tras un breve cautiverio en Italia,   aquel joven  padece una crisis interna. Hastiado por la inmoralidad que había    frecuentado en su etapa militar, emprende estudios de agricultura, pero  los   abandona enseguida. Tampoco tiene éxito un proyecto de matrimonio.  En marzo   de 1924, un sacerdote que le conoce bien publica en una  revista un artículo   sobre San Clemente María Hofbauer, enviándoselo  junto a una extensa carta.   Afectado por el ejemplo de aquel santo, el  joven decide consagrar su vida a   Dios, ingresando en el seminario  «Germanicum» de Roma. Uno de sus   condiscípulos dirá de él lo  siguiente: «Ardía en amor por la Iglesia y estaba   imbuido de fidelidad  hacia el Santo Padre».

Alois  Stepinac se doctora en filosofía, y luego en   teología, en la  Universidad Gregoriana de Roma, y recibe la ordenación   sacerdotal el  26 de octubre de 1930. De regreso a Croacia, su país se le presenta    destruido y explotado por Serbia. Aunque su deseo es convertirse en  párroco   rural, el arzobispo de Zagreb prefiere conservarlo como  encargado de la   liturgia, y luego como notario de la curia del  arzobispado. Él acepta el   cargo diciendo: «No sé si permaneceré aquí o  no. No importa, pues todos los   caminos que están al servicio de Dios  llevan al Cielo». Le son confiadas   importantes misiones, como  apaciguar algunos conflictos acontecidos en   algunas parroquias.  También impulsa obras de caridad en los barrios pobres de   Zagreb y  organiza comidas para el pueblo.

En  1934, el arzobispo, Monseñor Bauer, cae gravemente   enfermo y solicita  de la Santa Sede un coadjutor, proponiendo a Alois   Stepinac, quien  intenta en vano eludir el cargo, tanto por su edad (36 años)   como por  su corta experiencia sacerdotal. Pero el 29 de mayo es nombrado    coadjutor, desplazándose a continuación a pie al santuario mariano de  Marija   Bistrica, a 36 km de Zagreb, para confiar a María ese difícil  ministerio. De   hecho, los obispos croatas se ven en la necesidad de  defender continuamente   que se reconozcan los derechos de la Iglesia  Católica (libertad de enseñanza,   libertad de asociación, autoridad de  la Iglesia sobre los matrimonios   católicos, etc.).

El 7 de diciembre de 1937 fallece Monseñor Bauer,    sucediéndole Mons. Stepinac como arzobispo de Zagreb. El nuevo prelado    recomienda a sus sacerdotes que consagren lo mejor de sí mismos a su  vida   interior. Entre sus decisiones de gobierno de antes de la guerra,  publica una   carta abierta a todos los médicos para denunciar la  «peste blanca»: el   desarrollo de la anticoncepción y del aborto. Por  otra parte, llega a fundar   un periódico católico con el fin de luchar  contra la prensa antirreligiosa.

El  arzobispo estima profundamente la vida religiosa y   considera que su  desarrollo resulta indispensable. Los monasterios deben   convertirse en  «fortalezas de Cristo», y deben proteger a la diócesis con las   armas  espirituales de la oración, de la renuncia y del sacrificio.

Monseñor Stepinac había anunciado la Segunda  guerra   mundial en estos términos: «Las parejas casadas ya no respetan  los valores   del matrimonio; se practica el adulterio y se abandona a  los hijos; en una   palabra: se hace todo lo posible para borrar el  nombre de Dios de la faz de   la tierra. Se están destruyendo todos los  valores morales, por lo que no es   extraño que Dios se dirija ahora a  las multitudes a través del único lenguaje   que son capaces de  entender... y es el caos sobre la tierra, el horror de la   guerra, la  destrucción de todas las cosas. Es el fruto de un inmenso   egoísmo...  Si queremos vislumbrar días mejores, la primera regla consiste en    devolverle a Dios el respeto debido, con humildad; es la única vía para  la paz».   ¡Es una enseñanza que sigue estando de actualidad!

El 10 de abril de 1941, después de la  invasión de   Yugoslavia por parte del ejército alemán, los  nacionalistas croatas (también   llamados ustachis) proclaman un Estado  independiente en Zagreb. Junto a   hechos positivos (plena libertad para  la Iglesia Católica, protección de las   buenas costumbres, etc.), el  nuevo régimen queda deshonrado a causa de   discriminaciones contra los  ciudadanos de religión ortodoxa, los judíos y los   gitanos. Sin  condenar por completo al Estado croata, reconocido «de facto»   por la  Santa Sede, Monseñor Stepinac mantiene sus reservas. Se convierte en    el portavoz de todos los oprimidos y perseguidos, denuncia los abusos de  los   ustachis y condena los postulados racistas, así como las  persecuciones contra   las minorías judía y serbia.

Además, el gobierno croata incita a los ortodoxos a    pasarse a la religión católica. Monseñor Stepinac dirige una nota    confidencial a sus clérigos: «Cuando acudan a vosotros personas de  confesión   judía u ortodoxa que se hallen en peligro de muerte, y por  esa causa quieran   convertirse al catolicismo, recibidlos (Esa  «recepción» no era más que una   simple acogida por parte de la Iglesia,  sin ningún compromiso religioso) para   que salven la vida. No les  pidáis ningún conocimiento religioso especial,   pues los ortodoxos son  cristianos como nosotros, y la fe judía es la raíz del   cristianismo.  El papel y el deber de los cristianos debe consistir ante todo   en  salvar a la gente. Y cuando esta época de demencia y de salvajismo  llegue   a su término, los que se hayan convertido por convicción podrán  permanecer en   nuestra Iglesia, y los demás, una vez pasado el  peligro, podrán regresar a la   suya». La Iglesia enseña, en efecto, la  libertad del acto de fe: «Es uno de   los puntos principales de la  doctrina católica que el hombre al creer tiene   que dar una respuesta  voluntaria a Dios, y que por tanto a nadie se puede   forzar a abrazar  la fe contra su voluntad» (Vaticano II, Dignitatis humanæ,   10).

A lo largo de toda la guerra, el arzobispo  de Zagreb   prodiga los favores de su caridad a los desdichados,  cualesquiera que sean,   distribuyendo vagones enteros de alimentos a  los refugiados, cuidando   personalmente de los huérfanos cuyos padres  están encarcelados o han huido a   las montañas, y salva del hambre y de  la muerte a 6.700 niños, la mayor parte   de padres ortodoxos.

El presidente de la comunidad judía de los  Estados   Unidos, Louis Breier, dirá de él lo siguiente el 13 de  octubre de 1946: «Esa   gran autoridad de la Iglesia ha sido acusada de  colaborar con los nazis.   Nosotros los judíos lo negamos. Sabemos, por  la conducta que siguió desde   1934, que ha sido siempre un verdadero  amigo de los judíos, que, en aquellos   años, sufrían las persecuciones  de Hitler y de sus adeptos. Alois Stepinac es   uno de esos pocos  hombres en Europa que se levantaron contra la tiranía nazi,   justamente  en los momentos en que resultaba más peligroso hacerlo... La ley    sobre el «brazalete amarillo» se anuló gracias a él... Después de Su  Santidad   el Papa Pío XII, el arzobispo Stepinac fue el mayor de los  defensores de los   judíos perseguidos en Europa».

Con ocasión de la retirada de las tropas alemanas    durante el fin de la guerra, el arzobispo consigue evitar la  destrucción   total de Zagreb, pero ve con dolor cómo los partisanos de  Josip Tito toman el   poder, emprenden una sangrienta depuración e  instauran leyes antirreligiosas.   Nada impresionado por los rumores que  le tachan de criminal de guerra,   Monseñor Stepinac está firmemente  decidido a permanecer en medio de su   pueblo.

El 17 de mayo de 1945, el arzobispo es encarcelado  por   sorpresa. El 3 de junio, los obispos croatas exigen su liberación  como medida   previa a toda negociación. Todas las campanas de Zagreb se  callan y la   procesión del Corpus Christi queda anulada. Ante aquel  inesperado movimiento   de resistencia, Tito da su brazo a torcer y  manda liberar a Monseñor   Stepinac. El 24 de junio, en una circular  dirigida a todos los sacerdotes, el   prelado recuerda a los padres su  deber sagrado de reclamar la educación   religiosa en las escuelas. Sus  exhortaciones a todos los fieles van dirigidas   a que hagan uso de la  oración, en especial en esos tiempos difíciles, y muy   concretamente a  que recen el Rosario.

Sin  embargo, la dictadura se instaura sin tomar en   consideración la  solemne declaración del gobierno federal de Yugoslavia según   la cual  se respetarían la libertad de conciencia y de confesión religiosa,   así  como la propiedad privada. En una carta pastoral fechada el 20 de    septiembre de 1945, los obispos católicos de Yugoslavia advierten que  243   sacerdotes han sido asesinados desde el final de la guerra y que  258 han sido   encarcelados o han desaparecido. A continuación,  constatando la parálisis de   los seminarios, los estragos ejercidos en  la juventud por parte de la   propaganda atea y la inmoralidad amparada  por el Estado, condenan   solemnemente «el espíritu materialista e impío  que se extiende por nuestro   país».

En octubre de 1945, con motivo de una visita  pastoral,   el automóvil de Monseñor Stepinac es asaltado por los  comunistas y los   cristales son rotos a pedradas. La víspera del  atentado, la milicia había   amenazado al prelado con represalias si  llevaba a cabo aquella visita. «De   todas formas, señala el arzobispo,  solamente se muere una vez; pueden hacer   lo que quieran, pero nunca  dejaré de predicar la verdad; no temo a nadie más   que a Dios, y mi  deber sigue siendo el mismo: salvar almas».

Desde noviembre de 1945, Monseñor Stepinac deja    instrucciones para administrar la Iglesia en el caso de que sea  encarcelado.   El 17 de diciembre, en un mensaje al clero, se defiende  de todas las   acusaciones que se le atribuyen mediante las siguientes  frases, que son un   resumen de su vida y que explican la fortaleza de  su alma: «Tengo la   conciencia limpia y en paz ante Dios, que es el más  fidedigno de los testigos   y el único juez de nuestros actos, ante la  Santa Sede, ante los católicos de   este Estado y ante el pueblo  croata». Más tarde añadirá: «Estoy dispuesto a   morir en cualquier  momento».

El 18 de septiembre de  1946, a las 5 de la madrugada,   la milicia irrumpe en el arzobispado y  se precipita hacia la capilla donde   está rezando el prelado.  Conminado a seguir a los policías, responde: «Si   estáis sedientos de  mi sangre, aquí me tenéis». El 30 de septiembre, comienza   un proceso  que el Papa Pío XII calificará de «tristissimo» (lamentable).   Gracias a  la fortaleza propia de una conciencia recta y pura, Monseñor   Stepinac  no desfallece ante los jueces. En medio de una gran tranquilidad, y    seguro de la protección de «la abogada de Croacia, la más fiel de las    madres», la Santísima Virgen María, el 11 de octubre escucha la  injusta   sentencia que se pronuncia contra él, que le condena a prisión  y a trabajos   forzados durante dieciséis años «por crímenes contra el  pueblo y el Estado».   «Las razones de la persecución que padeció y del  simulacro de juicio que se   organizó contra él, dirá el Papa Juan Pablo  II el 7 de octubre de 1998,   fueron su rechazo a las insistencias del  régimen para que se separara del   Papa y de la Sede Apostólica, y para  que encabezara una «Iglesia nacional   croata». Él prefirió seguir  siendo fiel al sucesor de Pedro, y por eso fue   calumniado y luego  condenado».

Durante su  encarcelamiento en Lepoglava, Monseñor   Stepinac comparte la miserable  suerte de cientos de miles de prisioneros   políticos. Son numerosos los  guardianes que lo humillan, entrando en   cualquier momento en su celda  e insultándole continuamente. Los paquetes de   alimentos que recibe  son expuestos durante varios días al calor o estropeados   para que  resulten incomestibles. El arzobispo guarda silencio, transformando   la  celda de la prisión en una celda monacal de oración, de trabajo y de  santa   penitencia. Se lo han quitado todo, «excepto una cosa: la  posibilidad de alzar   las manos al cielo, como Moisés» (cf. Ex 17, 11).  Pero tiene la suerte de   poder celebrar la Misa en un altar  improvisado. En la última página de su   agenda de 1946 escribe lo que  sigue: «Todo sea para la mayor gloria de Dios;   también la cárcel».

El 5 de diciembre de 1951, cediendo a las  presiones   internacionales, el gobierno yugoslavo consiente en  trasladar al arzobispo a   Krasic, su ciudad natal, bajo libertad  vigilada. Allí ejerce funciones de   vicario, pasando buena parte del  tiempo en la iglesia parroquial, donde   confiesa durante horas enteras  y, cuando le instan a que economice sus ya   débiles fuerzas, responde  que confesar es uno de sus mayores descansos. En el   transcurso de sus  primeros días en Krasic, un periodista extranjero le hace   la siguiente  pregunta: «¿Cómo se encuentra? – Tanto aquí como en Lepoglava,   no  hago más que cumplir con mi deber. – ¿Y cuál es su deber? – Sufrir y    trabajar por la Iglesia».

A unos  visitantes desanimados por los perjuicios del   comunismo, Monseñor  Stepinac les responde: «No hay que desesperar, pues   aunque el  comunismo deje huellas en nuestro pueblo, y aunque nos encontremos   con  las manos atadas por esa pérfida ideología y aunque algunos flaqueen,    estamos mejor que los pueblos del oeste, saturados de bienes materiales  pero   asfixiados en la inmoralidad y en el ateísmo práctico. Gracias a  Dios mi   pueblo ha permanecido fiel al Señor y al respeto hacia la  Virgen».

Mientras tanto, el  gobierno yugoslavo intenta a   cualquier precio provocar una ruptura de  los católicos croatas con Roma y   fundar una iglesia nacional  cismática, con objeto de incorporar a los croatas   a la Iglesia  ortodoxa serbia. A tal efecto, se llega a crear una «asociación   de los  santos Cirilo y Metodio» que agrupa a «sacerdotes patriotas» y  devotos   del régimen. El año 1953 destaca por las agresiones  procedentes del gobierno.   El recluido arzobispo da ánimos a los  sacerdotes y a los fieles mediante una   copiosa correspondencia,  exhortando a los indecisos y recuperando a las ovejas   descarriadas.  Más de un sacerdote llega a confesar que «Si no hubiera estado   allí,  quién sabe lo que nos habría pasado». Uno de los principales peleles  de   Tito, Milovan Djilas, confesará más tarde: «Si Stepinac hubiera  querido ceder   y proclamar una Iglesia croata independiente de Roma,  como nosotros   queríamos, lo habríamos colmado de honores».

El 12 de enero de 1953, el Papa Pío XII eleva  a   Monseñor Stepinac a la dignidad cardenalicia. Pero el arzobispo no  ha podido   desplazarse a Roma, por miedo a que el gobierno de Tito le  impida regresar a   su país. En una entrevista con un periodista  extranjero, el nuevo cardenal   anuncia proféticamente: «En la lucha que  se desarrolla (en Yugoslavia) entre   la Iglesia y el Estado, vencerá  el espíritu, y no la materia. Durante la   historia de la humanidad  nunca ha podido mantenerse definitivamente el   materialismo».

La generosidad del cardenal con respecto a  los que son   más pobres que él no tiene límites: «No posee más que lo  estrictamente   necesario para vestirse, explica el párroco de Krasic;  todo lo da. Incluso   acaba de dar a los pobres dos pares de zapatos».  En su humildad, Monseñor   Stepinac lamenta la publicidad que se ha  montado alrededor de su persona. Al   enterarse un día que una revista  extranjera acaba de publicar una declaración   del Papa en la que dice  que «El cardenal de Croacia es el mayor prelado de la   Iglesia  Católica», él baja la vista murmurando: «¡Solamente Dios es grande!».

A finales de 1952 debe ser operado de una  pierna y, al   año siguiente, se le declara una grave enfermedad de la  sangre, cuya causa se   debe, según los médicos, a los malos tratos  padecidos. Se le dispensan muchos   cuidados médicos, pero él se niega a  ser tratado en el extranjero, como   habría sido necesario; como buen  pastor, decide quedarse junto a su rebaño.   Pero los métodos del  régimen comunista no se flexibilizan. En noviembre de   1952, Tito  decide romper las relaciones diplomáticas con el Vaticano, dando    simultáneamente la orden a su policía de impedir cualquier visita a  Krasic.   Los guardianes del prelado (que eran más de treinta en 1954)  le insultan y se   burlan de él de todas las maneras posibles. El largo  proceso seguido para su   beatificación llegará a la conclusión, en  1994, de que su muerte fue la   consecuencia de los catorce años de  aislamiento injusto, de presiones físicas   y morales constantes y de  sufrimientos de todo tipo. Por eso «queda confiado   en adelante a la  memoria de sus compatriotas con las notorias divisas del   martirio»  (Juan Pablo II, 3 de octubre de 1998).

Durante todos aquellos años de reclusión forzosa, el    cardenal Stepinac adopta la actitud espiritual que ordenó Nuestro  Señor   Jesucristo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os  persigan (Mt 5,   44). Persevera hasta el final en su resolución de  perdonar, y se le oye rezar   por sus perseguidores y repetir en voz  baja: «No debemos odiar; también ellos   son criaturas de Dios». En su  «testamento espiritual» escribe lo siguiente:   «Pido sinceramente a  cualquier persona a la que hubiera podido hacer daño que   me perdone, y  perdono de todo corazón a todos los que me han hecho daño...    Queridísimos hijos, amad también a vuestros enemigos, pues así nos lo  ha   mandado Dios. Seréis entonces hijos de vuestro Padre que está en  los cielos,   que hace que el sol salga para los buenos y para los  malos, y que hace que   llueva tanto para los que hacen el bien como  para los que hacen el mal. Que   la conducta de vuestros enemigos no os  aleje del amor hacia ellos, pues el   hombre es una cosa pero la maldad  es otra bien distinta».


«Perdonar y reconciliarse, dirá el Papa Juan Pablo  II   con motivo de la beatificación del cardenal Stepinac, significa  purificar la   memoria del odio, de los rencores, del deseo de venganza;  significa reconocer   que quien nos ha hecho daño es también hermano  nuestro; significa no dejarse   vencer por el mal, antes bien vencer al  mal con el bien (cf. Rm 12, 21)».

En 1958, los sufrimientos del cardenal se hacen casi    intolerables, pero lo más penoso para él es carecer de fuerzas para  poder   celebrar la Misa. El 10 de febrero de 1960, expira en Krasic,  pronunciando   estas palabras: «Fiat voluntas tua» (¡Hágase tu  voluntad!).

In te Domine speravi  (En ti he esperado, Señor). Tal   era su divisa. En uno de sus sermones  nos confiaba el secreto de su   esperanza: «Alguien podría preguntarse:  «Y nuestra esperanza, ¿en qué se   basa?». Y yo le respondo que en la  fidelidad a Dios, pues Dios no miente; en   la omnisciencia divina, para  quien nada pasa desapercibido; en la   omnipotencia de Dios, que es  siempre dueño de todo». 

El 3 de  octubre de 1998, el Papa Juan Pablo II dejaba   constancia del triunfo  de esa invencible esperanza: «En la beatificación del   cardenal  Stepinac reconocemos la victoria del Evangelio de Jesucristo sobre   las  ideologías totalitarias; la victoria de los derechos de Dios y de la    conciencia sobre la violencia y las vejaciones; la victoria del perdón y  de   la reconciliación sobre el odio y la venganza». A la vez que nos  sentimos   colmados de un profundo agradecimiento hacia el Santo Padre  por esa   beatificación, le damos gracias sobre todo al Señor por haber  hecho brillar   ante nuestros ojos semejante luz y por habernos dado  como ejemplo al beato   Alois Stepinac.



San Rodrigo

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Santos Rodrigo, presbítero y Salomón, mártires
En general, se puede decir que llevaron una vida muy difícil, y los que aquí enumeramos pagaron su fidelidad a Cristo con el martirio.
También hoy son un modelo para el que quiera vivir al Evangelio fielmente.
El elenco de los santos mozárabes, que recoge el "Martyrologium Romanum" (Roma 2001), está compuesto en su mayoría por mártires, y por unos pocos confesores. Tenemos relatos de los martirios de la mayoría de ellos, escritos por contemporáneos, que los conocieron personalmente, y, que incluso compartieron la cárcel con ellos, y, posteriormente, padecieron el martirio.

Estos hombres y mujeres son mártires en el verdadero sentido de la palabra, es decir, que padecieron la muerte violenta por no renegar de su fe, y por practicar libremente el cristianismo, dando así un "testimonio" inapelable de la  Resurrección de Jesucristo. Llevaron una vida santa, de oración, amor a Dios y al prójimo, sin usar la violencia, detestable para un cristiano, y recibieron la muerte que ni deseaban, ni buscaban, con una inexplicable entereza y paz del alma, haciendo el bien, y no causando el mal. Fueron, en definitiva, buenos imitadores de Jesucristo, el Dios único, que se hizo Hombre y bajó a la tierra para salvarnos.







Oremos

Señor y Dios nuestro, que nos das constancia en la fe y fortaleza en la debilidad, concédenos, por el ejemplo y los méritos de los Santos Mozárabes, participar en la muerte y resurrección de tu Hijo para que también gocemos contigo, en compañía de tus mártires, de la plena alegría de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

Fiestas de Fiestas Marianas: Nuestra Señora de la Emperadora, Roma (593)

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