¿Qué se esconde detrás del odio al PT? (II)
2015-03-17
Ya lo dijimos en este espacio y lo repetimos: el odio diseminado en la sociedad
y en los medios de comunicación social no es tanto odio al PT, sino a aquello
que el PT propició para las grandes mayorías marginadas y empobrecidas de
nuestro país: su inclusión social y la recuperación de su dignidad.
No
son pocos los beneficiados con los proyectos sociales que declaran: «me siento
orgulloso, no porque ahora puedo comer mejor y viajar en avión, cosa que antes
no podía hacer, sino porque ahora he recuperado mi dignidad». Ese es el más
alto valor político y moral que un gobierno puede presentar: no solo garantizar
la vida del pueblo, sino hacerle sentirse digno, participante de la sociedad.
Ningún
gobierno anterior en nuestra historia consiguió esta hazaña memorable. No había
condiciones para realizarla porque nunca hubo interés en hacer de las masas
explotadas de indígenas, esclavos y colonos pobres, un pueblo consciente y
actuante en la construcción de un proyecto-Brasil. Lo importante era mantener
la masa como masa, sin posibilidad de salir de la condición de masa, pues así
no podría amenazar el poder de las clases dominantes, conservadoras y altamente
insensibles a los padecimientos del prójimo. Esas élites no aman a la masa
empobrecida, pero tienen pavor de un pueblo que piensa.
Para
conocer esta anti-historia aconsejo a los políticos, a los investigadores y a
los lectores que lean el estudio más minucioso que conozco: La
política de conciliación: historia cruenta e incruenta, un largo capítulo de 88 páginas del clásico Conciliação
e reforma no Brasilde José Honório Rodrigues (1965 pp.
23-111). En él se narra cómo la dominación de clase en Brasil, desde Mende de
Sá hasta los tiempos modernos, fue extremadamente violenta y sanguinaria, con
muchos fusilamientos y ahorcamientos y hasta guerras oficiales de exterminio
dirigidas contra tribus indígenas, como contra los botocudos en 1808.
También
sería falso pensar que las víctimas tuvieron un comportamiento conformista. Al
contrario, reaccionaron también con violencia. Fue la masa indígena y negra,
mestiza y cabocla la que más luchó y fue cruelmente reprimida, sin ninguna
piedad cristiana. Nuestro suelo quedó empapado de sangre.
Las
minorías ricas y dominantes elaboraron una estrategia de conciliación entre sí,
por encima de la cabeza del pueblo y contra el pueblo, para mantener la
dominación. La estratagema fue siempre la misma. Como escribió Marcel Burstztyn
(O pais da alianças: as elites e o continuismo no Brasil, 1990): «el
juego nunca cambió; apenas se barajaron de otra manera las cartas de la misma y
única baraja».
Fue
a partir de la política colonial, continuada hasta fecha reciente, cuando se
lanzaron las bases estructurales de la exclusión en Brasil, como lo han
reflejado grandes historiadores, especialmente Simon Schwartzman con su Bases
do autoritarismo brasileiro (1982) y Darcy Ribeiro con su grandioso O
povo brasileiro(1995).
Existe,
pues, con raíces profundas, un desprecio hacia el pueblo, nos guste o no. Ese
desprecio alcanza al nordestino, tenido por ignorante (cuando a mi modo de ver
es extremadamente inteligente, vean sus escritores y artistas), a los
afrodescendientes, a los pobres económicos en general, a los moradores de
favelas (comunidades), y a aquellos que tienen otra opción sexual.
Pero
gracias a las políticas sociales del PT irrumpió un cambio profundo: los que no
eran comenzaron a ser. Pudieron comprar sus casas, su cochecito, entraron en
los centros comerciales, viajaron en avión en gran número, tuvieron acceso a
bienes antes exclusivos de las élites económicas.
Según
el investigador Márcio Pochmann en su Atlas
da Desigualdade social no Brasil:
el 45% de todo el ingreso y la riqueza nacionales se lo apropian solamente 5
mil familias extensas. Estas son nuestras élites. Viven de rentas y de la
especulación financiera, por lo tanto, ganan dinero sin trabajo. Poco o nada
invierten en la producción para fomentar un desarrollo necesario y sostenible.
Ven,
temerosas, la ascensión de las clases populares y de su poder. Estas invaden
sus lugares exclusivos. En el fondo, comienza a haber una pequeña
democratización de los espacios.
Esas
élites han formado actualmente un bloque histórico cuya base está formada por
los grandes medios de comunicación empresariales, periódicos, canales de radio
y de televisión, altamente censuradores del pueblo, pues le ocultan hechos
importantes, banqueros, empresarios centrados en los beneficios, poco importa
la destrucción de la naturaleza, e ideólogos (no son intelectuales)
especializados en criticar todo lo que ven del gobierno del PT y en
proporcionar superficialidades intelectuales en defensa del statu
quo.
Esta
constelación anti-popular y hasta anti-Brasil suscita, nutre y difunde odio al
PT como expresión del odio contra aquellos que Jesús llamó “mis hermanos y
hermanas menores”.
Como
teólogo me pregunto angustiado: en su gran mayoría esas élites son de
cristianos y de católicos. ¿Cómo combinan esta práctica perversa con el mensaje
de Jesús? ¿Qué es lo que enseñan las muchas universidades católicas y los
cientos de escuelas cristianas para permitir que surja ese movimiento blasfemo,
pues alcanza al propio Dios que es amor y compasión y que tomó partido por los
que gritan por vida y por justicia?
Pero
entiendo, pues para ellas vale el dicho español: entre Dios y el dinero, lo
segundo es lo primero. Infelizmente.
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