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UN DIOS
Y UN PUEBLO
REVOLUCIONARIOS
DIOS Y LOS
REVOLUCIONARIOS.
CON CUBA AL FONDO
Entrevista radiofónica
concedida para una emisora cubana.
- Monseñor,
preséntese.
-Soy Pedro
Casaldáliga, español, o catalán, como quieran. Soy obispo de la Iglesia Católica
en Brasil, América Latina, en este continente inmenso. Hace ya diecinueve años
que estoy aquí.
Yo nací en una familia
pobre. Hijo de vaquero; con seis vacas "holandesas" nos crió mi
padre. Nací hace ya muchos años... Tengo ya cincuenta y nueve. Nací en
Balsareny concretamente, cerca del río Llobregat, un río "tejedor".
Y ya de niño, a los
once años, entré en el seminario. Ahora nos parece incluso absurdo imaginar una
vocación a esas pequeñas alturas de los once años. Es interesante saber -porque
estoy hablando a un pueblo de revolucionarios- que la famosa revolución
española, aquella guerra "nuestra", produjo un mártir en mi casa: mi
tío Luis, hermano de mi madre. Y no hay duda de que su muerte que yo creo
martirial -en aquella España hubo tantos mártires de todos los lados- me movió
a la generosidad, al heroísmo. Posiblemente, a aquellas pequeñas alturas, digo,
a un heroísmo confuso, pero en todo caso... las misiones, seguir a Jesús, ir
lejos, dejarlo todo...
Y me fui al seminario.
El seminario claretiano. Por cierto que el fundador de los claretianos, san
Antonio María Claret, vecino de mi pueblo, tejedor, fue un día arzobispo de
Santiago de Cuba, y en Cuba dejó incluso él su sangre, acuchillado en Holguín
por defender a los negros contra el interés de los negreros.
Me vine, después, de
misionero. Había trabajado en España en la educación, en los colegios, en la
prensa, en los medios de comunicación en general -radio, revistas,
periódicos-... Dirigí incluso un tiempo una revista llamada "Iris",
que yo y un grupo de compañeros modernizamos como revista "de testimonio y
de esperanza". Eran los buenos tiempos inmediatamente después del concilio
Vaticano II que según el papa Juan XXIII abrió una ventana, una gran ventana
sobre la Iglesia, para que la Iglesia de Jesús se aireara -que buena falta le
hacía- con aires de Evangelio.
Me vine pues a Brasil.
Y más concretamente al Mato Grosso. Mato Grosso es prácticamente el corazón
geográfico de Brasil. Mi diócesis o prelatura, São Felix do Araguaia (del río
Araguaia) está situada entre ese río, el Araguaia, y el río Xingú, en una
región de penetración reciente del capitalismo en el campo con grandes
haciendas y enormes latifundios. Por ejemplo, cuando llegué me encontré con un
latifundio de un millón de hectáreas de tierra. La población -escasa por ser
precisamente eso, área de frontera o de penetración- se subdivide en indígenas
-los parques indígenas del Araguaia y del Xingú-, poseiro -o labradores,
campesinos sin derecho reconocido a la tierra apenas con la "posse" o
posesión-, los peones o trabajadores, braceros al servicio del latifundio -un
servicio o un trabajo rotativo, fluctuante, y con mucha frecuencia esclavo o
semiesclavo- y últimamente los colonos que vienen del sur ya para un trabajo
hasta mecanizado y financiado por los bancos, que con frecuencia
"ahorcan" a base de intereses impagables. La gran deuda externa se
hace con frecuencia "pequeña deuda externa" que ahoga a muchos
"pequeños" también.
Y allí, en esta región
del Mato Grosso, Yo, primer obispo -primer sacerdote incluso que vino a morar
permanentemente- y mis compañeros -vinieron después- otros sacerdotes,
religiosas, laicos... nos vimos con el desafío de cuidar de un pueblo que vivía
sin ningún tipo de infraestructura de ninguna especie. Y allí emprendimos
nuestro trabajo pastoral, en cuatro áreas o sectores: lo que sería la pastoral
más directa (la celebración de los sacramentos, la misa, la catequesis...), el
trabajo de educación formal o informal, la atención a la salud -curativa o
preventiva- y el gran desafío de los derechos humanos, de la lucha por la
justicia, de la conquista de la tierra para los indígenas, para los labradores.
Y ahí estamos. Hace ya diecinueve años.
Y, evidentemente todo
esto ha supuesto un enfrentamiento, claro, abierto, con los propios poderes del
latifundio protegidos por la legislación, por un régimen, por un sistema que no
se cuida de los pequeños, que cuida a los grandes. Ha supuesto esto calumnias,
persecuciones, prisiones, intentos de expulsión -cinco veces el gobierno
brasileño de la dictadura militar intentó expulsarme- y expulsión efectiva de
agentes de pastoral que trabajaron conmigo en la región. Ha significado incluso
muerte, martirial.
-Para quienes pudiesen
extrañarse de esto que acaba usted de expresar, díganos, ¿qué tiene que ver la
evangelización, su labor como sacerdote y como obispo, la labor del equipo
pastoral, con estos problemas? ¿No serían como dos planos distintos, el plano
de la vida de la Iglesia, de la predicación, de los sacramentos... Y el plano
de esos otros problemas que usted ha expresado de injusticia, de latifundio...
?
-En la época más dura
de la represión el ejército brasileño cercó toda la región de la diócesis o
prelatura. Un coronel me preguntaba más o menos -pero de otro modo, con más agresividad-
lo que usted me pregunta, diciendo él "que la Iglesia cuidase de las
almas". Yo le pregunté al coronel si había visto algún alma andando por
allí, por aquellos campos y caminos...
Nosotros, los
cristianos -por lo menos mientras no perdamos la cabeza y la fe auténtica en el
evangelio de Jesús- creemos que los hombres son alma y cuerpo, personas
humanas, y creemos que la vida es un todo. La Iglesia ha de ver al ser humano
como imagen de Dios con derecho a vivir aquí con dignidad, en libertad, en plenitud,
comiendo, durmiendo, teniendo casa, igual a los demás, sin privilegios, sin
explotación del hombre por el hombre... Sería absurdo creer en el hombre como
imagen de Dios y permitir que el hombre sea profanado, utilizado, prohibido...
No hay evangelización
sin concientización. No hay evangelización sin promoción humana. No hay
evangelización sin intento de liberación total de esa persona humana a la cual
se lleva el evangelio
Afortunadamente, en la Iglesia, en
cierta medida, siempre algún sector ha sido fiel al evangelio de Jesús, que es
un anuncio de Buena Nueva total, para las personas humanas y para la entera
sociedad humana. Afortunadamente, digo, la Iglesia de Jesús, después del
Vaticano II, en muchos sectores, se ha vuelto hacia una evangelización sin
dicotomías, sin separaciones, plena, integral. En América Latina, muy
concretamente, la teología de la liberación ha sabido expresar de un modo
orgánico y sistemático esta fe, este compromiso pastoral, esta visión del
hombre y de la sociedad, esta misión integral de la Iglesia. La teología de la
liberación, sencillamente, aplica el evangelio a la realidad histórica concreta
que los hombres y mujeres, los pueblos de América Latina viven. Ante una
realidad de secular dependencia -de imperialismo, de colonialismo, de miseria,
de hambre, de marginación...- ¿qué dice el evangelio?, y ¿cómo han de
reaccionar los seguidores de Jesús?
-¿De dónde brota esa
"teología de la liberación", de unos teólogos nuevos, una nueva
teoría, la aplicación de una nueva filosofía?
-"Teología",
siempre, en cualquier lugar, en cualquier tiempo es pensar en Dios, referirse a
Dios y -estamos hablando de teología cristiana- referirse al Dios de Jesús.
¿Qué Dios anuncia Jesús con su vida, con su palabra, con sus acciones, con sus
preferencias, con su sufrimiento y con su cruz, resucitando después -resucitado
y vivo lo creemos los cristianos, y lo sentimos-...?
Es interesante
recordar una primera página del evangelio que es como su promoción pública, el
principio de la vida pública de Jesús. El, recogiendo una palabra antigua del
profeta Isaías, en la Biblia, dice que se siente ungido por el Espíritu de Dios
para anunciar la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos, la
vista a los ciegos, y un año de gracia, de libertad, de salvación, una nueva
era para todos. Y a partir de esa conciencia de su misión Jesús realmente opta
por los pobres, prefiere a los prohibidos, a los marginados de su época, a los
sin voz, y sin vez, y afronta los poderes del imperio romano en aquella época
-del imperio americano de aquel tiempo- y afronta los poderes legalistas, los
poderes económicos, los poderes religiosos de su tiempo. Y, perseguido por
ellos, va hasta la muerte, muerte de cruz.
La teología de la
liberación, a partir de la práctica de Jesús sobre todo y de este compromiso
suyo hasta La muerte con los pobres, con los oprimidos, a partir de esa
liberación integral que Jesús anuncia con su palabra, con su vida y con su
muerte, entiende que en América Latina sólo se puede ser cristiano asumiendo
también la aspiración de libertad integral de las personas y de los pueblos
latinoamericanos
Jesús, cuando quiso
resumir toda su doctrina, todos los mandamientos de Dios, nos dijo, en
síntesis: Dios es Padre y todos ustedes son hermanos. Dios es Padre: el Dios de
Jesús de ningún modo puede ser opio. El Dios de Jesús no es un señor dominador.
Dios es Padre. Y todos ustedes son hermanos: nadie es señor de nadie. Nadie es
maestro de nadie. Nadie puede explotar a nadie.
A partir de esa
palabra, de esa vivencia de Jesús, la teología de la liberación, valiéndose
evidentemente del análisis de la realidad histórica que los pueblos
latinoamericanos están viviendo, valiéndose incluso del análisis marxista que
nos ayuda a sentir a la sociedad en una tensión dialéctica, a reconocer las
causas de la dependencia y de la explotación que el pueblo concretamente
latinoamericano vive, un marxismo incluso actualizado por ojos
latinoamericanos... porque la explotación del hombre por el hombre en América
Latina es también la explotación de pueblos por un pueblo; es la explotación de
la miseria y de la dependencia, la situación del colonialismo secular. A partir
del evangelio, y analizando la realidad con las luces también, con los aportes
del propio marxismo, la teología de la liberación entiende que la misión de los
cristianos es propiciar la liberación integral de las personas y de los
pueblos.
-Esta imagen de Jesús
que usted nos presenta puede parecer extraña a muchas personas al compararla
con la imagen que ellos recibieron, la imagen de un Jesús preocupado sólo por
las almas, por "lo espiritual" por un plano de realidades que no
tenga que ver mucho con la vida... Le preguntamos: ¿de dónde procede esta
imagen de Jesús que usted nos presenta?
-Esta imagen
procede... de Jesús. Precisamente, cuando él creyó que no íbamos a entenderlo,
o que podríamos fácilmente manipularle, cuando quiso apelar en última instancia
a lo que los cristianos secularmente hemos llamado "juicio final",
nos dice -según el capítulo 25 del evangelio de san Mateo-: en aquel día, en
ese último día que ustedes dirán, yo les voy a juzgar del modo siguiente; tuve
hambre y me dieron ustedes o no me dieron de comer; estaba desnudo -desnudo de
ropa o de derechos- y me vistieron o no; estaba preso y me visitaron o no, me
libraron o no; estaba oprimido, prohibido... Y se interesaron ustedes por mi
libertad o me dejaron en la marginación... Y dice Jesús que los enjuiciados
preguntarán: pero, Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, marginado, dependiente,
preso, desnudo...?, y responderá: cuando hicieron o no hicieron eso con alguno
de los pequeños, a mí me lo hicieron o no me lo hicieron.
El mandamiento del
amor que Jesús repetidas veces nos dice que es "su" mandamiento, el
mandamiento de Dios que Jesús anuncia sólo se puede vivir amando prácticamente
a la persona entera, queriendo su bien, su felicidad, ya ahora, aquí, en la
tierra. Después, los cristianos creemos que, vencida la muerte, por la
resurrección, a partir de la propia resurrección de Jesús, esa felicidad seguirá
plena, eterna.
Yo suelo recordar
siempre aquello que para mí fue una lección vital ya desde muchacho: "la
tierra es el único camino que nos puede llevar al cielo"...
-Ese fragmento del
evangelio que usted ha citado (Mt 25, 31ss) me hace pensar que hay muchas
personas -como dice Jesús mismo- que están luchando por la liberación del
hombre y que no saben -según Jesús mismo-que están haciendo nada "por
Dios"; ni ellos lo piensan ni en principio lo desean. Hay muchos hombres y
mujeres en ésta América Latina comprometidos desde hace mucho tiempo y hasta el
final por la liberación, sin creer en Dios, sin saber que Jesús anunciaba lo
mismo, porque el Jesús que a ellos les anunciaron era de otra manera. ¿Qué
pueden sentir estos hombres y mujeres ante este mensaje de Jesús?
-Jesús respondió
también a una pregunta semejante en su tiempo. Y respondió con una parábola,
con una comparación. Decía Jesús que alguien venía por un camino peligroso, de
Jerusalén a Jericó. Fue asaltado por los bandidos. Lo dejaron medio muerto, y
ahí quedó tumbado, a la orilla del camino. Pasó un sacerdote. Iba con prisa,
para su culto. Pasó un levita, un auxiliar del sacerdote, con prisa también.
Vieron al herido.. Quizá internamente se conmovieron, a lo mejor hicieron
incluso una oración... Pero siguieron. Y pasó un "samaritano". Los
samaritanos eran para los judíos como los excomulgados, que no practicaban la
plena ley, que se habían desviado del primitivo judaísmo. Y el samaritano -que
también tendría sus negocios y su prisa, que probablemente sería más pobre, que
en todo caso no tenía nada que ver, diríamos, según la mentalidad de la época,
con aquel herido judío a la orilla del camino- el samaritano se paró,
interrumpió sus prisas, sus negocios, recogió al herido y lo atendió. Este -dice
Jesús- éste fue prójimo. Este amó. Este, diría Jesús, cumplió mi mandamiento.
América Latina está
llena de buenos samaritanos. Que quizá no se refieren a Dios. Que pueden tener
incluso simpatía por Jesucristo y no se consideran cristianos. Un teólogo famoso,
alemán, Karl Rahner, en una ocasión -después corrigió la expresión- hablaba de
"cristianos anónimos". Lo importante, en última instancia no será ser
o no ser cristiano. Lo importante en última instancia será vivir como
Jesucristo, optar por lo que Jesucristo optó, trabajar "por el Reino"
diríamos los cristianos...
Jesús, en su vida, nos
presentó el llamado "Reino de Dios" como la Causa de Dios, la
voluntad de Dios, que coincide prácticamente con la Causa del Hombre: la
justicia, la dignidad compartida, la igualdad, la paz... Evidentemente, los
cristianos creemos que ese Reino, que se va construyendo gradualmente en un
proceso realmente revolucionario ahora y aquí, se plenifica después en la vida
eterna, en la gloria del propio Dios. Pero este Reino empieza aquí.
Es interesante. Cuando
los compañeros primeros de Jesús, los apóstoles, le preguntaban a él: ¿cómo nos
dirigimos a Dios?, ¿cómo se reza?, habituados al modo de rezar de la mentalidad
religiosa judía, Jesús les enseñó el "Padre nuestro". Y es bueno
recordar que con mucha frecuencia los cristianos hemos rezado el padrenuestro
por la mitad. Véase: no habla de padre mío, ni de pan mío. Y dice él,
dirigiéndose a ese Dios que es nuestro Dios, a ese Padre suyo que es nuestro
Padre: hágase tu voluntad, venga tu Reino. "Venga". ¿A dónde? Aquí, a
la tierra, ya. Venga a la historia, a nuestra historia.
-Según lo que usted
dice, esta Causa por la que luchó Jesús es una Causa por la que están luchando
muchos hombres en América Latina, muchos revolucionarios, muchos hombres y
mujeres que han hecho de la liberación la causa de su vida. Y según usted serán
reconocidos, según dice el evangelio, por Dios mismo. Pero,¿y aquellos hombres
que luchan por la liberación y en nombre de esa liberación se han tenido que oponer
a Dios o han rechazado a Dios -al menos según ellos han sentido-?
-Dios les va a
agradecer que hayan rechazado los "falsos dioses" por servir a la
causa del verdadero Dios. Hay mucha idolatría secularmente en el mundo. Y es
evidente que la idolatría es religiosa. Sólo sirve, sólo adora a los falsos
dioses aquel que cree ser religioso. Quien no se cree religioso no piensa en
Dios, ni en el verdadero ni en el falso Dios.
Ya hablé antes del
"opio", refiriéndome a la famosa, célebre expresión de Marx. Evidentemente,
yo tampoco puedo creer en ese Dios en quien Marx dice no creer. Porque no es el
verdadero Dios. No es el Dios de Jesús, un Dios que propicie la explotación del
hombre por el hombre, la dominación de un pueblo sobre otro pueblo, que haga
olvidar las necesidades básicas de la comida, de la salud, de la vivienda, de
la justicia, de la libertad... por unas supuestas almas, por una futura vida...
un dios que permitiese matar la vida presente por la esperanza de una vida
futura, ¿qué tipo de dios sería? Sería la negación de Dios...
-Pero, monseñor, ese
Dios que permite esas cosas es el Dios que muchos revolucionarios han negado
como Dios de la Iglesia, y por eso han abandonado también la Iglesia...
-Y ese es el Dios que,
desgraciadamente, a lo largo de los siglos, muchos cristianos han servido.
-Un Dios que no es el
verdadero Dios...
-Que no lo es. No es
el Dios de Jesús. No siempre el Dios de la Iglesia coincide con el Dios de
Jesús. Es evidente, secularmente, sobre todo en siglos tristes. Cualquiera recordará
la famosa Inquisición... Nosotros, en América Latina, podemos recordar a una
Iglesia que vino del brazo del Imperio, a una cruz que se amarró a la espada;
podemos recordar la denigración de los indígenas y de los negros en nombre del
evangelio; aquellos cristianos, aquellos obispos, aquellos papas se preguntaban
incluso si los indígenas tenían alma, si serían personas humanas... Los negros,
traídos de Africa, en Brasil, por millones, fueron marcados a hierro candente
para marcar en sus cuerpos simultáneamente la señal de la esclavitud y del
bautismo... Es evidente que esa práctica del bautismo y esa teología no son de
Jesús...
Cada vez que un
revolucionario ateo ha negado a este Dios, ha hecho un hermoso servicio al
evangelio. Esos ateos están reconociendo de hecho al verdadero Dios, negando el
Dios falso.
-Entonces, esos
"ateos" no son tan "ateos" si están reconociendo al
verdadero Dios...
-Efectivamente, no son
tan ateos. Para mí, no lo son. No lo son para Jesús, que es lo importante...
-¿Aunque no estén en
la Iglesia?
-Aunque no estén en la
Iglesia. La Iglesia no es "el" Reino de Dios. La Iglesia es -en
verdadera, en buena teología- un instrumento, una señal, un servicio a ese
Reino.
Fidel -estoy hablando
para hermanos, para compañeros cubanos- me decía a mí y a un famoso teólogo de
la liberación brasileño, Leonardo Boff, y a Fray Betto -tan conocido en Cuba- y
a Clodovis Boff, gran teólogo también, hermano de Leonardo: lo importante,
decía Fidel, no será ser comunista o ser cristiano; lo importante en última
instancia será ser revolucionario...
Yo, en lenguaje
cristiano, respondería asintiendo a Fidel: lo importante no será llamarse
cristiano o llamarse comunista; lo importante será construir realmente ese
Reino de Dios y de los hombres a que me referí.
-Entonces, ¿diríamos
que más allá del recinto oficial o reconocido de la Iglesia, más allá hay
también Iglesia, hay una "Iglesia más allá de la Iglesia oficial o
reconocida", es decir, hay un grupo de seguidores de Jesús y de luchadores
por su Causa, que están "más allá" de los límites estrictos de la
Iglesia convencional...
-"Iglesia"
es una palabra griega que significa "asamblea",
"comunidad". Es evidente que la comunidad de los seguidores del
evangelio de Jesús, el "Pueblo de Dios" -como decimos también en
teología cristiana- es mucho mayor que "la" Iglesia. Y es bien
posible -seguro, ¿no?- que muchos que se creen Iglesia no sean Pueblo de Dios,
que muchos que se llaman cristianos de hecho no sean seguidores de Jesús, y que
sí lo sean, sin embargo, muchos de los que no se llaman cristianos.
-¿Se puede decir,
pues, monseñor, que en la Iglesia "ni están todos los que son, ni son
todos los que están "?
-Evidentísimamente.
-Quizá como en la
revolución, en algunos casos...
-También, claro. Hay
muchos revolucionarios que quizá sólo se aprovechan de la revolución, o que se
sientan en una revolución que piensan ya "adquirida", se instalan en
ella. Yo, ya que usted me habla de Iglesia y de revolución, pensaría que la
verdadera revolución -hablo en cristiano- es esa revolución del Reino: no acaba
nunca. Hay que revolucionarse siempre, personalmente. Hay que revolucionar
constantemente la propia sociedad. Y hay que preocuparse de que también los
demás y los demás pueblos se revolucionen
-Siento que ante estas
palabras suyas, y ante esta presentación del Dios de Jesús, el Dios que busca
ese Reino, esa "revolución constante y mayor" como usted suele decir,
hay muchos compañeros que se sienten atraídos. Se sienten atraídos por ese
Dios. Y quizá puedan decir que en ese Dios, en el fondo, ellos nunca dejaron de
creer. El Dios al que ellos rechazaron era otro. ¿Qué diría usted a estos
compañeros?
-Acabamos de lanzar
aquí en Brasil en un preestreno una película que en portugués se titula
"pé na caminhada". En español se titulará posiblemente "un
pueblo en marcha". Después del preestreno en una sala incluso más o menos
de lujo, el Museo de la Imagen y del Sonido aquí en São Paulo, una muchacha
-pienso que de la alta sociedad, por su elegancia- se me echó encima llorando,
a gritos, y me decía: "en ese Dios sí, en ese Dios yo creo".
Yo les diría a esos
compañeros: lo que ustedes piensan, sobre todo lo que ustedes viven, lo que
ustedes hacen, para mí, es un acto de fe práctica en el verdadero Dios de
Jesús, que es el Dios de la vida, de la libertad, de la plenitud de los
hombres.
-¿Qué añadiría
entonces el ser cristiano como usted es, al ser revolucionario?
-En una ocasión yo
visité a un grupo de prisioneros políticos marxistas, en la época de la
dictadura militar, en una prisión de São Paulo. Y estuve con ellos horas. Ellos
me recibieron con muchísimo cariño, sobre todo por venir yo del Araguaia, donde
hubo una guerrilla rural conocida en el mundo entero. Y hablamos de todo. Y
hablamos de religión y de Iglesia, ¿cómo no? yo obispo, ellos marxistas, y en
un país tan tradicionalmente religioso, y habiendo sido muchos de ellos
cristianos, católicos, en su infancia, en su juventud primera. Y prácticamente
nos hicimos también esta pregunta: "entonces, si coincidimos tanto, ¿en qué
nos distinguimos?".
Y yo les decía: pues
miren, yo coincido con ustedes prácticamente en todo. Sólo que, a partir de mi
fe cristiana yo explicito lo que los cristianos llamamos la trascendencia y
explicito lo que los cristianos llamamos la escatología.
¿Qué es la
trascendencia? La trascendencia es afirmar que realmente Dios existe. "Ese
Dios". Y es afirmar que después de la muerte no sólo continúa la historia
humana colectiva, sino que continúa también la vida personal de cada uno de
nosotros. Con palabras claras, limpias: afirmar a ese Dios vivo y de los
vivientes, y afirmar la resurrección y una vida perpetua, eterna.
-Resurrección y vida
eterna que, imagino, en cualquier caso no desvía la atención del hombre...
-Ya he dicho que la
tierra es el único camino que nos lleva al cielo... Y que, como decía el gran
poeta español Juan de la Cruz, "en la tarde de la vida seremos juzgados
por el amor". Aquí en Brasil hay un adagio que dice que la esperanza es la
última que muere. Yo digo: la esperanza no muere, la esperanza resucita.
Aplicando el adagio yo diría que es la propia vida en el tiempo, la propia vida
comprometida con la historia la que resucita... No es "otra" vida.
Yo, por lo que sea, por lo que haga, por lo que viva en el tiempo, en la
historia, seré, definitivamente vencida la muerte...
-Esa esperanza de la
vida eterna no será opio del pueblo...
-Esta esperanza de que
estoy yo hablando no. Esta esperanza que será juzgada por el amor práctico, por
las realizaciones concretas que yo haga, esa esperanza que sólo traduce la
continuidad de la propia vida, de la propia historia.
Un teólogo italiano,
napolitano, del sur, del tercer mundo de Italia, como dice él con mucho
sentido, escribió un libro que se titula: "el Dios de la Historia, y la
Historia de Dios". Pienso que sólo el titulo, pensado, desentrañado,
respondería prácticamente a todas esas preguntas que usted me viene haciendo y
que yo intento responder, y que quisiera responder sobre todo con mi vida, y si
es necesario con mi muerte también.
-Según todo esto, está
claro que según usted se puede ser cristiano y revolucionario...
-Y se puede ser
incluso marxista.
-¿También?
-Claro
-¿Existe una
convergencia acaso, más allá de una simple compatibilidad ?
-Prestes, el famoso ya
anciano comunista brasileño, tan perseguido, me encontró un día en el
aeropuerto de Panamá. Yo iba a Nicaragua, a dar mi solidaridad al pueblo
nicaragüense, tan revolucionario y tan cristiano, simultáneamente. No nos
habíamos visto personalmente nunca. Prestes me abrazó y me dijo: Dom Pedro -la
expresión con la que se llama a los obispos aquí en Brasil-, Dom Pedro, su
catolicismo y mi comunismo son la misma cosa.
Yo después contaba el
simpático y cariñoso incidente a unos amigos, incluso a unos teólogos, y decía:
es evidente que yo le podía decir a Prestes "si y no", "no y
si". Evidentemente. En la causa de la justicia y de la liberación, en la
denuncia de la injusticia y de la explotación, en la pasión por la igualdad de
las personas y de los pueblos, el comunismo de Prestes y mi cristianismo son la
misma cosa. Sólo que yo, a partir de mi fe cristiana insistiría en la
gratuidad, insistiría en esa esperanza más allá de la muerte, una esperanza
incluso personal... no sólo una esperanza de la que la historia continúe
colectivamente. Hay evidentemente una convergencia.
Yo hablo con más
libertad, con más cariño, con muchos marxistas no cristianos que con ciertos
cristianos que no se comprometen con el pueblo, que no ven la miseria de
América Latina, del tercer mundo entero. Podemos no ser hermanos de profesión
de fe, pero creo que somos hermanos de proclamación del evangelio.
-Se ha dicho más de
una vez, y ha sido dicho por grandes figuras, como usted sabe, que el día en
que los cristianos entraran en la revolución esta sería incontenible. En este
continente creyente y revolucionario, ¿cómo ve usted el futuro de las
relaciones, entre cristianismo y revolución en América Latina?
-Yo pienso
sencillamente que o América Latina deja de ser cristiana, o América Latina ha
de ser revolucionaria. Si los cristianos en América Latina llevan su fe
cristiana a las últimas consecuencias empeñarán su vida y su muerte -muchos ya
lo vienen haciendo- en la transformación radical de las estructuras de
opresión, de dependencia y de marginación de América Latina, y serán pues
cristianos revolucionarios. Pienso también que los cristianos en América Latina
aportarán -y en parte están aportando ya- a la revolución esa esperanza contra
toda esperanza, esa presencia de un Dios vivo y liberador, y ayudarán al pueblo
latinoamericano muchas veces dominado "en nombre de Dios",
esclavizado en la pasividad a causa de una fe que se refería sólo al más allá
de la muerte, le aportarán el testimonio y la presencia de un Dios realmente
vivo, histórico, que plenifica todas las aspiraciones de las personas y de los
pueblos: el Dios de Jesús.
-Volvamos a un tema
espinoso que usted ha mencionado antes y no hemos tratado expresamente: la
compatibilidad entre cristianismo y marxismo. Se puede ser cristiano y
revolucionario, pero, ¿se puede ser cristiano y marxista? y se lo pregunto
teniendo en cuenta esa publicitada animadversión de determinados sectores de la
Iglesia oficial contra el marxismo como ideología, como filosofía...
-Muy sencillamente:
siempre que no se haga del marxismo una religión, se puede ser cristiano y
marxista. Siempre que el marxismo no pretenda impedir una fe viva y práctica en
ese Dios de la Vida y de la Liberación. Siempre que el marxismo reconozca que
la vida no es sólo lucha de clases -que de hecho lo es también, y muy fundamentalmente-;
la vida es también la persona humana entera. Y siempre que el marxismo deje
espacio a esa fe cristiana a la que me refería antes, que va más allá de la
muerte. Siempre que en el marxismo, en ese marxismo no religioso, no dogmático,
quepa lo que yo he llamado trascendencia, que es sencillamente ese Dios vivo de
Jesús, y quepa lo que he llamado escatología, que es esa futura vida plena
incluso personal después de la muerte. Ahí sí.
-¿Todo esto que
estamos hablando es una teoría? ¿Qué hay detrás de esta teología y detrás de
esta espiritualidad ?
-En Colombia están
celebrando este año el "reencuentro con Camilo Torres". Yo he
conocido a muchos cristianos marxistas. América Latina está llena de testigos
de la revolución -recordando que para los cristianos, el verdadero testigo, el
testigo que lleva su fe hasta las últimas consecuencias es el mártir-, América
Latina está llena de mártires, explícita o implícitamente cristianos, como
decíamos antes. Si han sido capaces de dar su vida por esta causa, con su
propia sangre, con su propia muerte, han hecho posible y real esa convergencia
de la revolución y la fe. Algunos de ellos, del marxismo y el cristianismo.
-Apliquemos su
pensamiento a la realidad de Cuba. ¿Cómo ve usted desde Brasil, pero también
con esa visita que usted ha hecho a la Isla, como ve usted la situación de
Cuba?
-Con ocasión del
Encuentro sobre la Deuda Externa Juvenil y Estudiantil, donde hablé invitado
por el propio Fidel en el acto de apertura, yo decía que como buen español, y
como buen español de los tiempos de Franco, yo sentí también en unos primeros
días una alergia escandalizada hacia la revolución cubana, que considerábamos
sencillamente comunista, atea, perseguidora de la Iglesia y qué se yo qué más
cosas... Después, claro, uno ha ido conociendo América Latina, ha conocido
Cuba, ha entendido de otro modo la fe y ha visto de otro modo la revolución.
Con el propio Leonardo
Boff, estando en Cuba -ahora hace aproximadamente año y medio o dos años- nos
decíamos: para nosotros, los cristianos, si aquí en Cuba fuéramos los propios
cristianos capaces de explicitar con nuestro testimonio, con nuestra vida,
también con nuestra palabra, con nuestra propia teología, lo que nosotros
llamamos "Reino de Dios", pues, realmente, el Reino de Dios se haría
presente en Cuba... La salud, la educación, la atención a las necesidades
básicas, la independencia nacional, la preocupación de los mejores
revolucionarios cubanos porque la revolución no se estanque... son
evidentemente señales históricas del Reino de Dios. Yo no creo que Cuba sea ya
el Reino en plenitud. Es evidente. El propio Fidel nos decía: nos quedan aún
veinte años para que haya una vivienda digna para todos los cubanos...
Yo creo que en Cuba
puede, debe haber más libertad en ciertos sectores, una mayor confianza hacia
"la verdadera" religión. Yo desearía que Cuba no se sintiera
constantemente como cercada por próximas o lejanas amenazas del Imperio, lo que
le permitiría vivir la religión sin tensiones. Yo quisiera que lo que Cuba ya
ha adquirido lo fueran adquiriendo los otros países de América Latina para que
se pudiera compartir de un modo más fraterno, más libre, más crítico, más
autocrítico también. Pero, sin duda alguna, Cuba es un ejemplo. Y es una
esperanza para las naciones oprimidas, prohibidas de América Latina. Si todos
nuestros pueblos pudieran superar como Cuba el hambre, la mortalidad infantil,
el analfabetismo, la dependencia del Imperio... Yo ya le daría muchas gracias a
Dios. Y reconocería que en América Latina estaría mucho más presente este Reino
de Dios del que Jesús nos hablaba.
-Usted sabe que desde
los primeros días de la revolución cubana hubo tensión entre la Iglesia y la
Revolución, una tensión que quizá en estos años últimos haya tendido a
suavizarse al menos. ¿Cómo interpreta usted aquel alejamiento, aquel
enfrentamiento, cuando debería haber habido aquella convergencia de que
hablábamos?
-La Iglesia no era lo
que debería ser, ¿no?... Como no lo es en el mundo entero, claro. Si pensamos
en el ideal de Jesús, es evidente que la Iglesia en todo el continente, y en
Cuba también, anduvo del brazo muy normalmente sea de los imperios sucesivos,
sea de las sucesivas oligarquías. Batista se consideraba cristiano y católico.
Y entiendo perfectamente que los revolucionarios cubanos no pudieron aceptar
"ese" tipo de Iglesia. No tenían muchos motivos para confiar en
cierto tipo de Iglesia a la hora de querer revolucionar la Isla de Cuba.
Afortunadamente, como
usted mismo dice, las cosas se han ido suavizando. Toda la lucha por la liberación
en América Latina, la propia teología de la liberación, la experiencia de
revolución que muchos cristianos han vivido en América Latina hasta dar su
sangre ha ayudado también a los propios revolucionarios cubanos a ver
"otra" Iglesia, y viene ayudando a la Iglesia de Cuba a entender la
convergencia de las aspiraciones mayores de la revolución y del evangelio, de
la construcción del Reino.
Hay todavía, claro,
una cierta desconfianza que yo diría mutua, explicable... A mí me gustaría ver
una confianza mayor, una mayor libertad de Espíritu en el diálogo, sobre todo
en la construcción conjunta de ese Reino. Yo a veces pienso que los cristianos,
cuando le tenemos miedo a la revolución, o cuando le tenemos miedo a cualquier
construcción verdaderamente humana, en última instancia le tenemos miedo a
Dios, a "ese Dios" que es el Dios de la Vida, el Dios de la libertad,
el Dios de la plenificación humana...
Espero que cada día
más la Iglesia de Jesús en Cuba estimule la realización cada día más plena de
la propia revolución. Y espero que cada día más los revolucionarios que no se
consideren cristianos en Cuba puedan reconocer en la Iglesia cubana esa
"Iglesia de Jesús" que yo apuntaba antes, y que ciertamente es la
única que Jesús soñó: la Iglesia de los hermanos iguales, la Iglesia del Reino
de Dios, que es también el reino de los hombres.
-¿Podríamos decir que
la condición del diálogo y de la "reconciliación" en Cuba entre la
revolución y la Iglesia sería que la Iglesia muestre que su cristianismo no es
aquel cristianismo que profesaba Batista?
-Evidente. Y que,
simultáneamente, la revolución, dejándole a "esa Iglesia" todo el
espacio que "esa Iglesia" merece, pudiera ir comprobando que -como
dicen los nicaragüenses- entre cristianismo y revolución no hay contradicción.
-Una palabra última
sobre un tema muy latinoamericano sobre el que Cuba ha tenido un gran
liderazgo. ¿Que pensaría la Iglesia de Jesús sobre la Deuda Externa?
-La Iglesia puede
pensar muchas cosas... La "Iglesia de Jesús" yo pienso que sólo puede
pensar aquello que ya dije en ese Encuentro Juvenil y Estudiantil sobre la
Deuda Externa: que esa deuda no es de nuestros pueblos latinoamericanos. La
hicieron unos gobiernos dictatoriales opresores que no estaban al servicio de
nuestros pueblos, sino al servicio de esos propios gobiernos, de las
respectivas oligarquías, de las transnacionales que vienen invadiendo nuestros
pueblos hace muchos años. Entonces, quien hizo esta deuda, que la pague.
En segundo lugar, aún
sin haberla hecho nuestros pueblos, nuestros pueblos la vienen pagando. Con la
mortalidad infantil, con el hambre, con la dependencia... Los acreedores -que
se lo creen- nos vienen cobrando trágicamente con nuestra mano de obra barata y
llevándose nuestras riquezas de suelo y subsuelo. Yo he dicho, y lo digo como
cristiano y como obispo, que para mí es crimen, es pecado cobrar la deuda
externa. Pero también, que es pecado y es crimen pagarla. Para mí, la deuda
externa no existe. Deberíamos ignorarla. Para que puedan nuestros pueblos
levantar cabeza, sobrevivir.
-Fue Jesús, en esas
palabras que usted citó antes, quien hizo suya esa misión de proclamar un
"año de gracia" que tenía mucho que ver con el pago de las deudas...
-Precisamente en esta
América Latina toda nos estamos aproximando a los famosos quinientos años del
llamado "descubrimiento", entre muchas comillas, y de la
"evangelización", entre muchos reparos, claro, también. Pues no hay
duda, como ya se ha dicho, a partir de Nicaragua sobre todo, que la proximidad
de esos quinientos años, vistas las cosas diríamos en cristiano, sería una
ocasión espléndida para que se reconociera un "año de gracia" a toda
América Latina, a todo el tercer mundo. Siempre que se entienda que no es tan
"de gracia", ¿no? En última instancia, perdonar la deuda externa no
sería hacer ningún favor; sería sencillamente hacer justicia.
-Para concluir,
¿alguna palabra de saludo a Cuba?
-Pues sí. Yo le diría
a Cuba, esta querida isla verde, hermosa, fuerte, capaz de hacer una
revolución, capaz de decirle al Imperio "que no le tenemos ningún
miedo", que siga siendo revolucionaria. Yo les pediría a todos los
revolucionarios cubanos que se revolucionen personalmente todos los días. Que
sigan creyendo que la revolución no acaba nunca. Y que ayuden a los demás
pueblos de América Latina y del Tercer Mundo a esa plena revolución que para
mí, en buena parte, ya es Reino de Dios aquí.
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