SIGNIFICADO ESPIRITUAL
DE NICARAGUA
-Pedro, ¿qué crees que
significa Nicaragua en el mundo de hoy?
-Nicaragua es una
frontera histórica. Nicaragua es un lugar crucial. Lugar crucial política,
teológica, eclesialmente.
Nicaragua, un pueblo
pequeño, a partir de una tradición de levantamiento contra el imperialismo,
encarnado ese Espíritu sobre todo en la figura de Sandino, y asimilado ese
Espíritu por una juventud revolucionaria -marxista por un lado, cristiana por
el otro, marxistacristiana también-, que se levanta contra el imperialismo y
ensaya una revolución original, autóctona, latinoamericana. Sandinista en este
caso concreto. Una revolución anti-imperialista. Y, simultáneamente -para hacer
honor a lo más profundo de la palabra revolución-, popular, al servicio del
pueblo, en las transformaciones radicales que una revolución popular exige:
tierra para los campesinos, cultura, alfabetización para todos, salud,
alimento, arrumbamiento de privilegios de la burguesía y de la oligarquía -tan
característica de Centroamérica y de América Latina toda-. A lo largo de toda
la historia, imperios y oligarquías lacayas vienen consumiendo la riqueza y la
paz de América Latina, desde hace quinientos años.
-¿ Cómo interpretas
teológicamente a Nicaragua?
-Nicaragua, por esa
convergencia de lo marxista y lo cristiano en lo sandinista -una experiencia
realmente única- es un lugar teológico. El gran proceso del Reino de Dios se
manifiesta históricamente en ese proceso, parcial sin duda, contingente, pero
muy importante, humanísimo, de una revolución popular. Dios pasa por Nicaragua
Liberador de la esclavitud del Imperio y de la marginación a la que el pueblo
nicaragüense venía siendo secularmente sometido. Por esa convergencia, por esa
presencia profética del Dios de la liberación, la Iglesia en Nicaragua se
siente interpelada, y responde, o no responde. Inicialmente, la Iglesia entera,
como Nicaragua toda, porque la figura de Somoza encarnaba la miseria del
pueblo, la represión, la muerte... La Iglesia entera -más o menos
conscientemente, más o menos comprometida- se pone del lado de la revolución ya
prácticamente victoriosa.
Después vienen los
compromisos reales: asumir el proceso, acompañarlo... Y ahí se da la conocida
división de la Iglesia de Jesús en Nicaragua. Los cristianos llamados
revolucionarios, que saben vivir su fe en el proceso y contribuir al mismo como
fermento y luz y sal del evangelio. Y los cristianos que, o por inconsciencia o
por una ideología coartada o por vinculación con intereses de la propia
burguesía, no saben lanzarse a ese proceso. El conflicto histórico que en estos
últimos años viene viviendo la Iglesia como dividida en Nicaragua representa para
toda América Latina una experiencia, una amonestación, un ensayo.
Nicaragua es para
América Latina una experiencia única de revolución autóctona latinoamericana,
popular, en sus aspiraciones mayores. Una revolución contra el imperialismo
que, como dominó secularmente en Nicaragua, dominó secularmente en todo el
continente. Es una experiencia de compromiso cristiano en una fe sin dicotomías
que sabe conjugar la Biblia y la vida, el Reino con la historia. Es un desafío
para que la Iglesia de Jesús sepa poner sus estructuras al servicio del Reino
también en los procesos contingentes e históricos de cada pueblo.
Hemos dicho
repetidamente que Nicaragua -lugar crucial para América Latina y, más
concretamente, de inmediato, para Centroamérica-, si falla, cierra el camino a
otras posibles experiencias de transformación radical de la sociedad
latinoamericana con la presencia, con la contribución de los cristianos.
-¿Cómo ves,
globalmente, la Iglesia de Nicaragua?
-La Iglesia de
Nicaragua es la Iglesia de América Latina, con todas sus luces y sus sombras.
Con una religiosidad popular, tradicional, inmediatista, milagrera, un poco
pasiva y, simultáneamente, una iglesia que ha penetrado el alma, las
estructuras todas de este pueblo. Al mismo tiempo, en Nicaragua la Iglesia es
comunidad eclesial de base, centros de apoyo a estas comunidades, mucho
martirio, mucha celebración real e histórica y vivencial de la pascua de
Jesús... La fe del pueblo nicaragüense es una fe tan dramática en ciertas
ocasiones como alegre.
La Iglesia y la fe
cristiana en Nicaragua han propiciado un diálogo con el marxismo, con la
revolución, un diálogo que ninguna otra Iglesia, ninguna otra fe han propiciado
en ningún otro lugar del mundo. Por otra parte, la misma tensión interna de la
Iglesia y el proceso, el momento de superación de esta tensión mayor que
estamos viviendo, creo que es también una sufrida contribución de la fe de la
Iglesia de Nicaragua a las otras Iglesias de Centroamérica, de Latinoamérica.
En Nicaragua pasaron, o pasan aún, lo que otros ya podrán experimentar
posiblemente de un modo menos tenso. Yo creo que el mismo Vaticano ha aprendido
bastante del conflicto de la Iglesia en Nicaragua.
-En Nicaragua la
palabra-símbolo del conflicto es la "Iglesia popular". Reflexionemos
sobre ello. ¿Qué sería una Iglesia popular?
-En primer lugar yo
quiero lamentar una vez más que se haya perdido la libertad y hasta la alegría
de usar esta expresión. Varias veces se lo he "reclamado" a nuestros
teólogos, que por una docilidad explicable en medio de ciertas persecuciones
que los buenos teólogos de América Latina vienen sufriendo, se vieron obligados
a renunciar a una expresión llena de sentido y de legitimidad.
Si decimos Iglesia
jerárquica, con más razón podemos decir Iglesia popular. Por dos motivos: la
Iglesia tiene jerarquía, pero "es" pueblo, Pueblo de Dios. La
jerarquía es minoritaria en la Iglesia, es un servicio a la Iglesia y, a partir
de la Iglesia, al mundo. Mientras que el pueblo, ese Pueblo de Dios, es la
inmensa mayoría.
Por otra parte, hablar
de Iglesia popular significaría, significa una Iglesia en la base, donde están
los pobres. Una Iglesia en el lugar donde se puso Jesús. Una Iglesia en el
pueblo que se reconoce, que recobra su identidad, que asume su proceso.
Para nosotros, en esta
América Latina, hablar de pueblo prácticamente es hablar de pueblo en proceso
histórico. Más aún, pueblo en proceso histórico de liberación. En Brasil, por
ejemplo, distinguimos normalmente en los encuentros de pastoral, de teología o
de trabajo popular, entre masa y pueblo. Masa, pueblo, comunidad, liderazgo...
Bíblicamente hablando,
el pueblo de Dios, "el pueblo que no era pueblo, que es pueblo
ahora...". "Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios".
En fin, se trata de
una expresión tan hermosa que yo hago votos porque sea recobrada, sin rubores,
sin ceder a incomprensiones, que podrán partir de la mejor buena voluntad, pero
que ciertamente no parten de lucidez teológica ni de visión comprometida
pastoral, y que posiblemente, sin querer, le están haciendo el juego a los que
no quieren que el pueblo sea pueblo, a los que no quieren que la Iglesia sea
pueblo, a los que no quieren que el pueblo se haga Iglesia.
Iglesia popular...
Diría algunos sinónimos: Iglesia comunitaria, Iglesia participativa, Iglesia realmente
inculturada, Iglesia autóctona. Creo que se trata de valores indispensables en
la verdadera Iglesia de Jesús.
-¿Iglesia popular e
Iglesia de los pobres serían términos semejantes?
-Iglesia popular sería
Iglesia de los pobres conscientes, que se organizan, en proceso, en fermento de
liberación...
-Dice Leonardo Boff
que Iglesia popular no se opone a Iglesia jerárquica, sino a Iglesia
burguesa...
-Evidente. Y se opone
también a Iglesia clerical, en el sentido peyorativo de la palabra (una Iglesia
clericalizada). La Iglesia popular acaba siendo la Iglesia pueblo de Dios, que
opta realmente por los pobres, que se pone en su lugar, que toma partido por
ellos, que asume su causa y sus procesos. Una Iglesia también que tira de la
jerarquía y del clero, tira de la teología, tira de la liturgia, tira del mismo
derecho canónico y le hace bajar en una kénosis histórico-pastoral al lugar en
que realmente se puso Jesús, que es el mismo pueblo.
-¿ "Iglesia
burguesa" sería una contradicción ?
-Evidente, evidente.
-¿No puede existir una
Iglesia burguesa?
-Pregunto: ¿cuál sería
el real código canónico evangélico de la Iglesia? y respondo: el mandamiento
nuevo, las bienaventuranzas. En una Iglesia burguesa, Iglesia de privilegio,
Iglesia de explotación de las mayorías, Iglesia de expulsión de las mayorías...
¿caben las bienaventuranzas? Una Iglesia burguesa ya no sería la Iglesia de
Jesús.
-¿Es que el bautismo,
la conversión, exigiría cambiar de clase?
-Pregunto: ¿no es
acaso el bautismo un sumergirse en la Pascua, en la muerte, en la resurrección?
Ese sumergirse en la muerte de Jesús, evidentemente, ha de ser la muerte del
egoísmo, la muerte del privilegio acumulativo y excluidor. Y, en ese sentido,
la muerte a una vida burguesa. Una vida burguesa es una vida pecaminosa,
estructuralmente pecaminosa.
-Según todo esto, la
conversión exigiría ponerse de parte de los pobres. ¿Exigiría también
participar en un partido?
-Ciertamente que hay
que relativizar los partidos. Pero, evidentemente que si la dimensión política,
la caridad política, la santidad política... son derivaciones connaturales de
una vivencia cristiana consciente, encarnada, histórica, esta dimensión
política exigiría normalmente, en la realidad actual de la vida política de los
pueblos, la participación en la política partidaria.
Es evidente que hoy
día en muchos sectores de izquierda incluso se relativiza cada vez más el
partido. Ya fue con demasiada frecuencia el partido algo absoluto. Yo digo
muchas veces: no hagáis del partido la Causa. La Causa es el Pueblo. El partido
es apenas un instrumento. Pero continúa siendo mediación normal en la vida de
la mayor parte de las sociedades y naciones.
-¿Qué responderías a
la objeción de que la Iglesia es para todos, de que está por encima de las
opciones políticas?
-Respondería que
Cristo también vino para todos, y optó por los pobres. Y condenó a los ricos. Y
rechazó el privilegio. Y fue sentenciado, torturado, ejecutado y colocado en la
cruz por los poderes del latifundio, de la ley, del imperio.
No es posible pensar que
el evangelio sea para todos por igual. Lo peor que se podría decir del
evangelio es que el evangelio es neutro. Yo suelo decir: el evangelio es para
todos, a favor de los pobres y contra los ricos. Y me explico.
A favor de los pobres
en lo que tienen ellos de pobreza evangélica, y contra la marginación y quizá
la desesperación en que les toca vivir. Y contra los ricos: contra la
posibilidad, la capacidad que ellos tienen que vivir en un privilegio que
expolia a la inmensa mayoría de los hermanos, contra la capacidad de explotar a
esos hermanos, contra la insensibilidad en que ellos viven, contra la idolatría
en que ellos están sumidos.
En nuestro pequeño
catecismo de São Félix hemos hecho hincapié en la parte final en esto, cuando
en la parte final, al referirnos a la moral cristiana, a la ley fundamental,
poníamos, además de los 10 mandamientos y las bienaventuranzas, las
malaventuranzas de Jesús.
El rico, normalmente
hablando, está excluido del Reino de los cielos. Sólo puede entrar en él si
deja de ser rico.
-¿Qué podemos esperar
de Nicaragua?, ¿qué le podemos pedir?
-De Nicaragua
esperamos que se mantenga fiel a la autoctonía de su revolución. Que siga
siendo, a pesar de la agresión, del cerco económico, de la incomprensión de
sectores de la misma iglesia, de la contrainformación a que se siente sometida,
que se mantenga fiel a la autoctonía de su revolución latinoamericana,
sandinista, popular. Que sea una revolución "al servicio", sin
burocracias de partido, sin privilegios de cúpula, sin distorsión de la utopía
primera que llevó a tantos al martirio. Que siga siendo siempre una revolución
poética, juvenil, utópica, para ser una revolución verdaderamente popular y
latinoamericana.
Le pedimos a
Nicaragua, simultáneamente, que sepa vivir la revolución cristianamente -estoy
hablando de los cristianos-. Que la Iglesia de Jesús, en un proceso que se vive
al servicio del pueblo, sepa dar la contribución crítica, esperanzada y
comunitaria del mismo evangelio.
Todos esperamos que
Nicaragua "no se raje", que no se rinda, que no se pierda los nervios
delante de la contrainformación, delante de un cerco económico, delante de una
agresión militar de guerra de baja intensidad que quiere desestabilizar la
revolución por dentro del propio país y justificar delante de la opinión
pública mundial la misma intervención en caso extremo.
Le pedimos a
Nicaragua, también, no que exporte revolución (cada país hará autóctonamente la
suya), pero sí que sea ejemplo fraterno, una esperanza fundada que devuelva a
los países de Centroamérica y de América Latina la extraordinaria solidaridad
con que ella misma ha sido agraciada tan tiernamente por todos los espíritus
revolucionarios del mundo, por tantos pueblos hermanos.
Le pedimos a Nicaragua
que no traicione ni la sangre de sus mártires ni el llanto de sus madres ni el
sueño de sus niños. Que no defraude a los ojos del mundo entero, que la miran
como la nación más importante de la actual historia humana en orden a una
transformación radical de la sociedad.
-Por último: ¿qué
podemos esperar de la Iglesia de Nicaragua? ¿qué podemos pedir a la Iglesia de
Nicaragua ?
-A esas "dos
Iglesias" que quieren ser la única Iglesia de Jesús, podemos pedirles que
se confronten siempre con ese proceso mayor del Reino, que las juzgará, con la
suprema referencia del evangelio y la otra segunda suprema referencia del
propio pueblo: sus necesidades, sus aspiraciones, su ritmo.
Que la jerarquía
nicaragüense sea realmente capaz de dialogar. Que el gobierno nicaragüense en
su diálogo con la Iglesia sepa exigirle capacidad de profecía, de servicio
fraterno, de esperanza pascual.
Que la Iglesia llamada
de los pobres más comprometida con el pueblo no se exaspere por
incomprensiones, por cercos, por censuras. Que deje de lado lo que podría ser
una irritación más casera y se dedique al trabajo diario de las comunidades
eclesiales, a la producción material de formación teológica, catequética,
pastoral, a los ministerios de la frontera y de la consolación. Y que sepa
vivir, más allá de sus propias murallas coyunturales, en unión fraterna con
tantas iglesias hermanas, con tantas comunidades eclesiales de base que en
América Latina, en el Tercer Mundo, en el mundo entero tratan de vivir el
evangelio de un modo realístico, histórico, comprometido, siendo Iglesia pobre
e Iglesia de los pobres, Iglesia libre e Iglesia de la liberación.
Veo a Nicaragua, veo a
Centroamérica como un lugar crucial donde la presencia del Dios liberador, la
dominación, la dependencia de los pueblos, de unos pueblos pequeños,
secularmente dominados, y la voluntad de autonomía, de independencia, de
identidad de esos mismos pueblos, se conjugan en un desafío, en un drama, en
una esperanza únicos.
Creo yo que hoy,
Nicaragua muy concretamente, por lo avanzado de su proceso, y toda América
Central en general, es el lugar más importante del mundo para que se pueda
vivir a la luz de la fe en el Dios de Jesucristo un proceso integralmente
liberador, una revolución que sea verdaderamente autóctona, que responda a la
cultura, a las necesidades de un pueblo, de unos pueblos concretos, y que
simultáneamente camine iluminada, criticada, potenciada por la misma fe
cristiana en ese Dios Padre de Jesús, nuestro Dios y Padre.
Yo pienso que la
Iglesia en Centroamérica, en Nicaragua, sólo puede responder con gratitud a ese
mismo Dios que le proporciona un espacio de profecía, de testimonio, de
martirio también ciertamente. Y la Iglesia del mundo entero, la Iglesia
católica, las Iglesias cristianas, como todas las personas y organismos, toda
la humanidad capaz de desear la liberación, el respeto mutuo, la autonomía, la
justicia y la paz de los pueblos, no pueden sino apoyar con una solidaridad
lúcida, concreta, permanente, intensiva, este proceso de liberación que
Nicaragua vive, que está empezando a vivir y que necesita apasionadamente toda
Centroamérica.
No me puedo despedir
de Centroamérica. Centroamérica es el eje del nuevo mundo. Por ella pasa hoy el
Dios de Jesús. Por ella pasa nuestra propia historia. Y ésta debería ser la
nueva conciencia, el compromiso de urgencia que todos nosotros asumimos y
tornaremos eficaz, compartido, diario. Nicaragua es Centroamérica. No me
despido de Nicaragua. Y espero que no se despida de ella ninguno de mis amigos,
ninguno de mis compañeros de camino, ningún humano sensible a los derechos de
la Justicia y a las búsquedas de la liberación. ¡Debemos centroamericanizarnos!
Seleccionado de J.M.
VIGIL, Nicaragua y los teólogos, Edit. Siglo XXI, México 1988
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