CARTA ABIERTA A
CENTROAMERICA
EN ESTA HORA DE
ESQUIPULAS
Todos los que amamos
Centroamérica y la reconocemos como un lugar crucial para el futuro de los
demás Pueblos de nuestra América en proceso de Liberación, acompañamos con
ansiedad los acuerdos de Esquipulas.
Los cristianos
sentimos –o deberíamos sentir- una especial responsabilidad ante esos acuerdos,
verdadera ocasión del Dios de la Paz.
Como hermano
apasionado por esa "Centroamérica nuestra" y como cristiano obispo en
América Latina, les escribo esta carta abierta. A la luz del nacimiento de
Aquel que es nuestra Paz y en la perspectiva de un año decisivo.
Porque la voluntad de
justicia y de paz, de autodeterminación y de dignidad, de participación popular
y de transformación estructural que los Pueblos centroamericanos vienen
expresando, con sus luchas y sus martirios, ha llegado a una hora cumbre.
Los Pobres, la Sangre
y el Evangelio gritan en Centroamérica.
"El sueño que
pienso para El Salvador -decía un campesino salvadoreño- es que haiga paz, con
justicia y libertad; que haigan posibilidades de volver a nuestras tierras; que
algún día no muy lejano reventaremos las cadenas que nos oprimen; que se le
respete la dignidad a cada persona".
"Al suscribirse
el acuerdo final (del Acta de Procedimientos de Paz), escriben las Comisiones
de Derechos Humanos de los cinco países de la región, se expresó la voluntad de
los 25 millones de centroamericanos, hombres, mujeres y niños de todas las
edades que quieren la vida y no la muerte y, por lo tanto, un futuro de paz y
no de guerra".
"Esquipulas II,
escribe a su vez la Carta abierta de once entidades salvadoreñas, habría
demostrado que es posible una solución centroamericana para los problemas
centroamericanos".
Para todos ustedes,
hermanos -trabajadores, militantes, comunidades cristianas y sus pastores,
políticos e intelectuales- y para todos nosotros que queremos ser solidarios
con esta causa de Centroamérica que es suya y es nuestra, se abre ahora el gran
desafío: exigir el cumplimiento sincero de los acuerdos de Esquipulas; que sean
firmados con hechos; que vayan a la raíz de los problemas y de las
aspiraciones; que se nieguen a toda intromisión, a toda traición, a todo
oportunismo.
Las citadas Comisiones
de Derechos Humanos lo explicitan así: "Tenemos la esperanza de que este
acuerdo abra el camino para que se pongan en práctica prontas soluciones a las
verdaderas causas de la guerra en Centroamérica: la pobreza y la injusticia
social".
Y la Carta de los once
organismos salvadoreños advierte oportunamente: "Las guerras civiles...
implican profundas razones de división que no se resuelven acallándolas con las
armas, la represión o el totalitarismo".
La Carta a las
Iglesias y a los Pueblos de Centroamérica que un grupo de obispos católicos y
evangélicos firmamos en Brasil formulaba sus votos en este mismo sentido:
"Para que la Paz en Centroamérica sea una paz verdadera, fecundada por la
gracia del Evangelio de la Paz y fundada en las legítimas aspiraciones de sus
Pueblos. Una paz con dignidad. Basada en la justicia social. Al servicio de las
mayorías secularmente desposeídas. Sin privilegios minoritarios. Con la plena
autonomía de los Pueblos centroamericanos y en una efectiva centroamericanidad
de diálogo y de intercambios".
Esas guerras que hoy
sufre la región son estallidos de la secular guerra social que dilacera el
cuerpo crucificado de Centroamérica: la oligarquía vendida y sus privilegios;
la intervención del imperio y su dominación, con la consiguiente dependencia;
la marginación y la miseria de la inmensa mayoría; la negación de la identidad
indígena; la represión oficial y la actuación de las fuerzas paramilitares; la
violación impune de los Derechos Humanos.
Desgraciadamente la
administración Reagan -queriendo perpetuar la prepotencia Yanqui que por más de
180 veces ha enviado tropas para invadir nuestros países latinoamericanos- así
como ciertos poderes políticos, económicos y militares de Centroamérica no
parecen dispuestos a reconocer la trágica verdad histórica ni definen
sinceramente contra esa guerra social mayor.
La Contra continúa
siendo "una planilla de asalariados" para la política de Reagan, a
pesar de que una creciente oposición del Pueblo norteamericano, con el
episcopado católico del país en su última reunión anual, califique esa ayuda de
"moralmente condenable". En Guatemala y en El Salvador la población
sigue viviendo el drama de los desplazamientos forzosos, de los secuestros, de
los asesinatos impunes. Honduras -semi-invadida y utilizada- muy a remolque
aceptaba crear una comisión de reconciliación nacional alegando que no tenía
nada que reconciliar.
Nicaragua, la más
injustamente agredida porque ya popularmente autodeterminada, y finalmente
"aceptada con naturalidad" en el diálogo, "saliéndose así del
absurdo proyecto de hacer una Centroamérica sin Nicaragua o en contra de
ella", es la que viene dando mayores pruebas de fidelidad a Esquipulas.
En esta coyuntura, los
Pueblos y las Iglesias de los cinco países de Centroamérica -y con la fraterna
colaboración de Panamá que es centroamericano también- pueden y deben imponer a
sus respectivos gobiernos y a los grupos minoritarios egoístas la decisión de
la Paz, la reconciliación en la Verdad, la práctica colectiva de la Justicia,
el proceso de la Liberación.
Nosotros, hermanos,
desde toda la Patria Grande -desde muchos rincones del mundo solidario-, los
acompañamos con apasionada solicitud. Con nuestra oración, con nuestra
actuación, con nuestra denuncia tal vez.
Ustedes no pierdan esa
oportunidad providencial. No nos defrauden. No le fallen al Dios de la Vida ni
a los Pobres de la Tierra.
Yo, personalmente,
centroamericano de corazón, quiero asegurarles mi desvelado cariño diario. A
todos ustedes. A tantos amigos ya entrañables que voy contando en esa
"Centroamérica nuestra". Y muy en particular:
-a las madres de los
mártires y de los desaparecidos;
-a las viudas y
huérfanos;
-a los mutilados;
-a los refugiados y
desplazados;
-a todos los que
militan por la liberación de sus Pueblos;
-a los indígenas, a
los campesinos, a los obreros;
-a los delegados de la
Palabra y a todos los agentes de Pastoral, católicos y evangélicos;
-a los hermanos
obispos...
¡Gloria al Dios de la
Vida en los humanos vivientes y liberados. Paz en la tierra mártir de
Centroamérica!
Con esta voluntad y
esta esperanza, inquebrantables, los abraza su compañero de camino.
Pedro Casaldáliga
Navidad 1987- año nuevo 1988
A LOS CONGRESISTAS DE
EEUU
São Félix do Araguaia,
MT, Brasil
25 de enero de 1988
A los señores Congresistas y a todos los
Cristianos de los Estados Unidos de América:
La Paz del Dios de la
Paz esté siempre con ustedes.
Su Espíritu les ayude
a sentir como humanos hermanos iguales a todos los hombres y mujeres de todos
los Pueblos.
Su libertad los libere
de la prepotencia del dólar, de las armas, de la dominación.
Permítanme que les
escriba desde un rincón de la Amazonia brasileña y que les suplique e
interpele, simultáneamente. Como suplican los hermanos, como interpelan los
testigos.
Como europeo
occidental, yo soy también del Primer Mundo y me siento corresponsable de
seculares dominaciones. Soy, además, cristiano y obispo y me siento
corresponsable de muchos antitestimonios y de imperdonables omisiones de las
Iglesias.
Hace veinte años que
vine a este Continente "de la muerte y de la esperanza" y lo encontré
dividido en dos, más por razones de dominación que por exigencias culturales.
Amo apasionadamente la Patria Grande de América Latina -que he hecho mía, que
me ha hecho suyo- y soy testigo de su dependencia, de su humillación, de su
hambre, de sus muertes; pero también de su dignidad, inconquistable por nadie,
y de su inaplazable voluntad de Liberación.
¿Puedo recordarles,
hermanos, que la política oficial de su País es, en gran medida, hoy como ayer,
la causa de ese estado de cautiverio en que vive América Latina?
Ustedes tienen en su
conciencia, en su voto, en su solidaridad, una clave eficacísima para la
injusticia y la paz en América Latina. Ustedes poseen, en una actitud de no
intervención, responsable y conjunta, recursos insustituibles para el soñado
porvenir de América Central. La vida y la paz de la querida Nicaragua dependen,
en buena parte, de ustedes.
Delante de ese nuevo
día histórico -de respeto o de agresión- yo les suplico, en nombre de Dios vivo
y de toda la América Latina indignada, que voten no a la ayuda genocida que el
presidente Reagan pretende entregar una vez más a los Contra anti-sandinistas.
Voten no a la guerra de baja intensidad. Voten no a los dólares de muerte.
Voten no a la intervención. Voten no al bloqueo económico. Voten no a la
desinformación o a la contrainformación. Voten no al imperialismo.
Muchos compatriotas
suyos -de ello también soy yo testigo- ya han dado y continúan dando a la
patria y al mundo un bello ejemplo de contestación y de acción solidaria en
favor de la pequeña Nicaragua agredida. Las dos piernas sacrificadas del
veterano Brian Wilson -con quien yo había celebrado la Eucaristía, en Managua,
con ocasión del aniversario del martirio de Monseñor Romero- se levantan ahora
y caminan como banderas de solidaridad y de paz.
Voten no a la guerra y
a la muerte, hermanos. No permitan que por omisión suya o por su complicidad,
sea blasfemado entre los Pobres de la Tierra el Dios en quien ustedes dicen que
creen. Procuren recobrar para su propia Patria la credibilidad de Pueblo
fraterno.
Todos estamos
obligados a hacer lo imposible para que el tratado de Esquipulas sea una
realidad decisiva para el bien de los Pueblos Centroamericanos. Esta podrá ser
una oportunidad última, y la no paz en Centroamérica significará necesariamente
una peligrosa desestabilización de todo el Continente, de Estados Unidos
también.
Antes de llegar a los
500 años del mal llamado descubrimiento y de la tan ambigua evangelización,
debemos reconciliar las dos Américas en la autonomía y en la amistad.
Con esta esperanza y
bajo este desafío, les saludo a todos ustedes, con un fraterno abrazo.
Pedro Casaldáliga
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