Iusti vivent in aeternum.
«Los justos vivirán eternamente y su recompensa está con Dios» (Sabid. 5,
16). Ahora fijaos muy bien en el sentido de esta [palabra]; puede ser que suene
simple y comprensible para todos, sin embargo, es muy digna de consideración y
del todo buena.
«Los justos vivirán.» ¿Quiénes son los justos? Un escrito dice[42]:
«Es justo aquel que da a cada cual lo que es de él»: aquellos pues, que dan a
Dios lo que es de Él, y a los santos y a los ángeles lo que es de ellos, y al
semejante lo que es de él.
La honra pertenece a Dios. ¿Quiénes son los que honran a Dios? Son aquellos
que se han desasido totalmente de sí mismos y no buscan en absoluto lo suyo en
ninguna cosa, sea la que fuere, grande o pequeña; aquellos que no miran nada
por debajo ni por encima de ellos, ni [lo que se halla] a su lado o en ellos;
aquellos que no piensan ni en bienes, ni en honores, ni en comodidades, ni en
placeres, ni en provecho, ni en recogimiento, ni en santidad, ni en recompensa,
ni en el reino de los cielos, habiéndose desasido de todo ello, de todo lo
suyo… de tales hombres Dios recibe honor y ellos honran a Dios en el sentido
propiamente dicho y le dan lo que le pertenece.
A los ángeles y a los santos hay que darles alegría. ¡Oh, maravilla
superior a todas las maravillas! ¿Es posible que un ser humano en esta vida les
dé alegría a quienes se hallan en la vida eterna? ¡Sí, es cierto! Todo santo
siente mucha e inefable alegría por cualquier obra buena; por una voluntad o
una aspiración buenas sienten tamaña alegría que no hay boca capaz de
pronunciar ni corazón capaz de pensar lo grande que es la alegría que esto les
da. ¿Por qué será así? Porque aman a Dios sobremanera, y su amor es tan
verdadero que prefieren la honra [de Dios] a la bienaventuranza de ellos. Y
esto les da tanto placer no sólo a los santos y a los ángeles, sino también a
Dios mismo, tal como si fuera la bienaventuranza de Él, y su ser y su contento
y su deleite dependen de ello. ¡Pues bien, ahora prestad atención! Si
quisiéramos servir a Dios por ninguna otra causa que por la gran alegría que
sienten quienes están en la vida eterna, y Dios mismo, podríamos hacerlo con
gusto y con todo empeño posible.
También debemos prestar ayuda a quienes están en el purgatorio y [procurar]
la corrección y…[43]
de los que todavía viven.
Semejante hombre es justo en determinada manera, pero en otro sentido son
justos aquellos que aceptan de Dios todas las cosas con ecuanimidad, sea lo que
fuere, grande o chico, querido o desagradable [considerándolo] todo como igual,
sin más ni menos, una cosa como la otra. Si de algún modo valoras una cosa más
que otra, está mal. Debes desasirte por completo de tu propia voluntad.
El otro día se me ocurrió la siguiente idea: si Dios no quisiera como yo,
yo querría, sin embargo, como Él. Algunas personas quieren tener su propia
voluntad en todas las cosas; eso está mal, ahí hay un defecto. Hay otros un
poco mejores: quieren por cierto lo que quiere Dios [y] no quieren nada en
contra de su voluntad; [pero] si estuvieran enfermos, querrían más bien que
fuera la voluntad divina que estuviesen sanos. Esa gente preferiría pues, que
Dios quisiera según la voluntad de ellos antes que ellos quisieran [las cosas]
de acuerdo con su voluntad [de Dios]. Hay que aceptarlo, pero es incorrecto.
Los justos no tienen absolutamente ninguna voluntad; todo lo que quiere Dios,
les da lo mismo, por grande que sea la aflicción.
Los hombres justos toman tan en serio la justicia que, si Dios no fuera
justo, Él no les importaría un comino3a;
y se mantienen tan firmes en la justicia habiéndose desasido tan completamente
de sí mismos, que no prestan atención ni al tormento del infierno ni al regocijo
del reino de los cielos ni a cosa alguna. Es más: si toda la pena que sufren
aquellos que están en el infierno, tanto hombres como diablos, o si todas las
penas que en algún momento han sido o serán sufridas en esta tierra, estuvieran
relacionadas con la justicia, no les daría un bledo; tan firmemente toman el
partido de Dios y de la justicia. Al hombre justo nada le resulta más penoso y
pesado que lo que está en contra de la justicia: [es decir, el hecho] de que no
se muestre ecuánime en todas las cosas. ¿Cómo [es] eso? Si una cosa puede
alegrar [a los hombres] y otra afligirlos, no son justos; más aún, si son
alegres en un momento, lo son en todos; si en un momento están más alegres y en
otro menos, eso está mal. Quien ama la justicia, se halla colocado tan
firmemente sobre ella, que aquello que ama es su ser; no hay cosa capaz de
apartarlo ni se fija en nada más. Dice San Agustín[44]:
«Donde el alma ama, ahí está con más propiedad que allí donde da vida».
Nuestra palabra [de la Sagrada Escritura] suena modesta y comprensible para
todos; y, sin embargo, difícilmente hay alguien que comprenda su significado; y
no obstante, es verdad. Quien comprenda la doctrina de la justicia y del justo,
comprenderá todo cuanto digo.
«Los justos vivirán.» Por entre todas las cosas no hay nada tan querido y
tan apetecible como la vida. Y, por otra parte, no hay ninguna vida tan mala ni
onerosa que el hombre, pese a todo, no quiera vivir. Dice un escrito: Cuanto
más cerca se halla una cosa de la muerte, tanto más apenada está. No importa lo
mala que sea la vida, quiere vivir, no obstante. ¿Por qué comes? ¿Por qué
duermes? Para que vivas. ¿Por qué apeteces bienes u honores? Lo sabes muy bien.
Pero ¿por qué vives? Por la vida y, sin embargo, no sabes por qué vives. La
vida en sí es tan apetecible que uno la apetece a causa de ella misma. Quienes
están en el infierno, [sufriendo] la pena eterna, no quisieran perder su vida,
ni los diablos ni las almas, porque su vida es tan noble que fluye de Dios al
alma sin mediador alguno. Como fluye tan inmediatamente de Dios, por eso
quieren vivir. ¿Qué es la vida? El ser de Dios es mi vida. Entonces, si mi vida
es el ser de Dios, el ser de Dios ha de ser mío y la esencia primigenia[45]
de Dios mi esencia primigenia, ni más ni menos.
Ellos viven eternamente «con Dios», de modo exactamente igual con Dios, ni
por debajo ni por encima. Hacen todas sus obras con Dios y Dios [las hace] con
ellos. Dice San Juan: «El Verbo estaba con Dios» (Juan 1, 1). Era
completamente igual y estaba a su lado, ni por debajo ni por encima, sino que [era]
igual. Cuando Dios creó al hombre, creó a la mujer del costado del hombre para
que le fuera igual. No la creó ni de la cabeza ni de los pies, para que no
fuera para él ni mujer ni hombre, sino que fuese igual. Así también el alma
justa ha de ser igual, junto con Dios y al lado de Dios, exactamente igual, ni
por debajo ni por encima.
¿Quiénes son los que de tal manera son iguales? Quienes no se igualan a
nada, sólo ésos son iguales a Dios. El ser divino no se iguala a nada; en Él no
hay ni imagen ni forma. A las almas que se [le] igualan de tal modo, el Padre
les da en forma igual y no les escatima nada. Cuanto el Padre es capaz de
hacer, lo da a esta alma de modo igual, por cierto, siempre y cuando ella no se
asemeje más a sí misma que a otra persona, y no ha de hallarse más cerca de sí
misma que de otro. Su propio honor, su provecho y cualquier cosa suya, no los
debe apetecer más ni prestarles mayor atención que a los de un forastero.
Cualquier cosa —ya sea buena, ya sea mala— que pertenezca a alguien no le ha de
resultar ni ajena ni alejada. Todo el amor de este mundo está erigido sobre el
amor propio. Si hubieras renunciado a este último, habrías renunciado al mundo
entero.
El Padre engendra a su Hijo en la eternidad como igual a sí mismo. «El
Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo»: era lo mismo en la misma
naturaleza. Digo además: Lo ha engendrado en mi alma. Ella no sólo está con Él
y Él con ella como iguales, sino que se halla dentro de ella, y el Padre
engendra a su Hijo dentro del alma de la misma manera que lo engendra en la
eternidad, y no de otro modo. Tiene que hacerlo, le agrade o le disguste. El
Padre engendra a su Hijo sin cesar, y yo digo más aún: Me engendra a mí como su
hijo y como el mismo Hijo. Digo más todavía: Me engendra no sólo como su hijo;
me engendra a mí como [si yo fuera] Él, y a sí como [si fuera] yo, y a mí como
su ser y su naturaleza. En el manantial más íntimo broto yo del Espíritu Santo;
allí hay una sola vida y un solo ser y una sola obra. Todo cuanto obra Dios es
uno; por eso me engendra como hijo suyo sin ninguna diferencia. Mi padre carnal
no es mi padre propiamente dicho, sino [que lo es] solamente con un pequeño
pedacito de su naturaleza y yo estoy separado de él; él puede estar muerto y yo
[puedo] vivir. Por eso, el Padre celestial es de veras mi Padre, porque soy su
hijo y tengo de Él todo cuanto poseo, y soy el mismo hijo y no otro. Como el
Padre no hace sino una sola obra, por eso hace de mí su hijo unigénito, sin
ninguna diferencia.
«Seremos transformados y transfigurados totalmente en Dios» (Cfr. 2 Cor. 3,
18). ¡Escucha un símil! [Sucede] exactamente del mismo modo que cuando en el
Sacramento el pan se transforma en el Cuerpo de Nuestro Señor; cualquiera sea
el número de panes, se transforman en un solo cuerpo. Igualmente, si todos los
panes fueran transformados en mi dedo, no habría más que un solo dedo. Luego,
si mi dedo fuera transformado [otra vez] en pan, éste sería tanto como aquél.
La cosa que se transforma en otra, llega a ser una sola con ella. Exactamente
de la misma manera soy transformado en Él, de modo que Él me convierte en ser
suyo [y esto] como uno [y] no igual; por Dios vivo, es verdad que no existe
distinción alguna.
El Padre engendra a su Hijo sin cesar. Cuando el Hijo ha nacido, [ya] no
toma nada del Padre porque lo tiene todo; pero cuando nace, toma del Padre. Con
miras a ello, tampoco debemos desear nada de Dios como si fuera un extraño.
Nuestro Señor dijo a sus discípulos: «No os he llamado siervos sino amigos»
(Cfr. Juan 15, 14 ss.). Quien pide algo de otro es «siervo» y quien paga es
«señor». El otro día reflexioné sobre si quería tomar o pedir alguna cosa de
Dios. Lo pensaré dos veces, pues si aceptara algo de Dios, me hallaría por
debajo de Él como un «siervo» y Él, al dar, [sería] un «señor». [Pero] así no
ha de ser con nosotros en la vida eterna.
Dije una vez en este mismo lugar y sigue siendo verdad: Cuando el hombre
atrae o toma algo [que se halla] fuera de él, procede mal. Uno no debe tomar ni
mirar a Dios como [si estuviera] fuera de uno mismo, sino [que lo debe tomar y
ver] como propiedad y como algo que se halla dentro de mí; además, no se ha de
servir ni obrar a causa de ningún porqué, ni por la gloria de Dios ni por el
propio [honor], ni por cosa alguna que se halle fuera de uno, sino únicamente a
causa de lo que son el propio ser y la propia vida dentro de uno. Algunas
personas bobas opinan que deberían ver a Dios como si estuviera allá y ellas
acá. No es así, Dios y yo somos uno. Mediante el conocimiento acojo a Dios
dentro de mí; [y] mediante el amor me adentro en Dios. Hay quienes dicen que la
bienaventuranza no depende del conocimiento sino solamente de la voluntad. Se
equivocan; pues, si dependiera únicamente de la voluntad no sería una sola
cosa. [Mas] el obrar y el devenir son una sola cosa. Cuando el carpintero no
opera, tampoco se hace la casa. Donde descansa el hacha, descansa también el
devenir. Dios y yo somos uno en semejante obrar; Él obra y yo llego a ser. El
fuego transforma en sí cuanto se le agrega, y [esto] se convierte en su
naturaleza [del fuego]. No es la leña la que transforma en sí el fuego, sino
que el fuego transforma en sí la leña. Así también seremos transformados en
Dios para que lo conozcamos tal como es (Cfr. 1 Juan 3, 2). Dice San Pablo: Así
conoceremos: yo [lo conoceré] exactamente lo mismo que de Él soy conocido, ni
más ni menos, simplemente igual (Cfr. 1 Cor. 13, 12). «Los justos vivirán
eternamente y su recompensa está con Dios» exactamente igual.
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