
San Alberico Crescitelli, presbítero y mártir
En Yanzibian, cerca de Yangpingguan, en China, san Alberico Crescitelli, presbítero del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, que, en la persecución desencadenada por la secta de los Yihetuan, golpeado primero brutalmente hasta quedar casi muerto, fue arrastrado al día siguiente, atados sus pies, por un camino empedrado hasta cerca de un río, donde obtuvo la palma del martirio al ser despedazado y decapitado su cuerpo.
Alberico, el cuarto de los once hijos de Benjamín Crescitelli y de Digna Bruno, nació el 30 de junio de 1863, en Altavilla Irpina, provincia de Avellino. Su párroco advirtió su piedad e hizo que iniciara sus estudios. A los quince años, Alberico entró al seminario pontificio de San Pedro y San Pablo para las Misiones Extranjeras en Roma. Durante sus estudios, tuvo el dolor de perder a su padre y a una hermana, muertos por un terremoto en Casamicciola. Fue ordenado sacerdote el 4 de junio de 1887. Cuando pasaba unos días con su familia, se declaró una epidemia de cólera. Con el permiso de sus superiores, se quedó allí para ayudar a los enfermos. Su constancia y su dedicación le valieron el reconocimiento de Iodos, y el gobierno italiano le otorgó una medalla. Se alejó furtivamente de Altavilla Irpina la mañana del 31 de octubre. Su madre, al notar su ausencia, lo encomendó a la Virgen María con amargo llanto.
Después de haber tenido el honor de ser recibido por el Papa León XIII, dejó Roma el 2 de abril de 1888 y se embarcó para Marsella. Llegó a China el 18 de agosto. Fue designado para el vicariato apostólico de Shen-Si, que debía recorrer constantemente. Jamás retrocedió ante las fatigas ni las incomodidades de los alojamientos improvisados, atento sólo a penetrar lo más completamente posible en la mentalidad de las poblaciones medio salvajes que le habían sido confiadas.
La miseria era extrema y no vacilaba en reclamar para los cristianos las mismas cantidades de arroz que se distribuían entre los paganos. Nunca se sintió extranjero y empleó su tenacidad para estudiar los problemas del cultivo del arroz, pues creía que, al interesarse en los problemas vitales de la China, atraería a los chinos al Evangelio. El cálculo era justo. Construyó una iglesia en Han-Yang-Pin para los nuevos cristianos. En 1900, el vicario apostólico le pidió que se fuera a la región de Ning Kiang, que todavía no había sido evangelizada. Fue allí donde le sorprendió la revuelta de los boxers. Para no comprometer a sus amigos, se fue a Yan-Pin-Kouan en donde le reconocieron. Golpeado, torturado y arrastrado por los pies sobre las piedras del camino, fue finalmente decapitado, cerca de Yen-Tsé-Pien, el 21 de julio de 1900. Fue beatificado por Pío XII el 18 de febrero de 1951, y canonizado junto con los demás mártires chinos el 1 de octubre de 2000.
Carta Apostólica de SS Pío XII en ocasión de la beatificación, Acta Apostolicae Sedis, vol, XLIII, 1951, pp. 159-163, con un resumen en latínd e los hechos. Traducción del discurso de Pío XII en la Documemtation catholique, Vol. XLVIII, 1951, cols. 321-324.
«Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santos Simeón «Salos» y Juan
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Santos Simeón «Salos» y Juan, eremitas
En Emesa, población de Siria, san Simeón, llamado «Salos», que, impulsado por el Espíritu Santo, por amor a Cristo anheló ser tenido por los hombres como un tonto y un plebeyo. En este mismo día, conmemoración también de san Juan, ermitaño, que convivió durante casi treinta años con san Simeón en santa peregrinación y en el eremo cercano al lago de Mareotide, en Egipto.
Simeón se retiró con su amigo san Juan a un desierto de los alrededores del Mar Muerto, donde vivió veintinueve años, practicando las más severas penitencias. Jamás olvidó que para ser verdaderamente humilde hay que amar la humillación; que, por lo menos, hay que recibir con resignación las humillaciones que Dios nos envía y reconocer que son menores de lo que merecemos; que, algunas veces, es bueno buscar directamente las humillaciones, y que en esto, la prudencia humana no es siempre la mejor guía. Tan lógicamente aplicó el santo estos principios cuando se trasladó a Emesa (actual Homs), en la región siria de Orontes, que las gentes del lugar le aplicaron el apodo de «salos», que en griego significa «loco». Así, por ser verdaderamente cuerdo, san Simeón fue considerado como loco, pero Dios premió su amor por la humildad con gracias extraordinarias y con el don de milagros.
No sabemos exactamente en qué año murió san Simeón; pero ciertamente su muerte ocurrió poco después del terremoto del año 588. Hay que confesar que la humildad de este santo rayaba en la excentricidad. Alban Butler comenta que no estamos obligados a imitar en todo a Simeón y que sería un pecado de presunción el hacerlo así sin un llamamiento especial de Dios, pero que su ejemplo debería llenarnos de confusión por la mala gana con que soportamos las menores ofensas a nuestro amor propio. En realidad debemos admitir que en ocasiones San Simeón no parecía del todo cuerdo. El historiador Evagrio, contemporáneo del santo, nos dejó un relato bastante completo de su vida.
También existe una larga biografía griega, escrita por Leoncio, obispo de Neápolis de Chipre, un siglo más tarde; el texto de dicha biografía puede verse en Acta Sanctorum, julio, vol. I. Baudet y Chaussin, Vies des saints... , vol. VI (1949), pp. 18-19, dan una interesante bibliografía sobre san Simeón y los "locos por Cristo" en general. N.ETF: en el Martirologio actual se ubica a san Simeón y su compañero Juan en el siglo IV, no en el VI, y por consiguiente antes de santa Práxedes; esto no parece muy acertado, porque el dato de ubicación en el tiempo es uno de los pocos bien establecidos sobre el santo, y todos los santorales lo colocan en el siglo VI. Puesto que el Martirologio no da ningún fundamento para esa decisión, y más bien parece un mero error tipográfico, hemos vuelto a colocar a san Simeón donde tradicionalmente le corresponde, el siglo VI, y por tanto tras santa Práxedes, en el ordenamiento actual.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Beato Cristóbal de Santa Catalina
Beato Cristóbal de Santa Catalina Fernández de Valladolid, presbítero y fundador
En Córdoba, España, beato Cristóbal de Santa Catalina Fernández de Valladolid, presbítero de los Hermanos de la Tercera Orden Regular de San Francisco, fundador de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno.
El padre Cristóbal de Santa Catalina nació en Mérida con el nombre de Cristobal López de Valladolid en el número 8 de la calle Baños, el 25 de julio de 1638. Era hijo de labradores muy pobres.
Según el Redentorista Dionisio de Felipe en su libro «Vida del Venerable Padre Cristobal de Santa Catalina, fundador de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno» (basada en la biografía del historiador Beato Fray Francisco de Posadas), son pocas las noticias que se tiene a cerca de su niñez y de su juventud.
Los biógrafos hablan de una escapada que tuvo a los siete u ocho años a un convento de las afueras de Mérida. Un fraile lo llevó a su casa cuando todos estaban con la lógica preocupación. Cristóbal tuvo otros tres hermanos, pero nada se sabe de ellos, a excepción de uno que ingresó en la Congregación Hospitalaria. Trabajó en el campo con su padre y luchó contra el hambre. Sólo se conoce de su juventud su afición a la penitencia.
El 20 de marzo de 1663 Cristóbal López de Valladolid era ya sacerdote. Se le nombró capellán de un Tercio de Castilla que luchaba en la guerra contra Portugal. Muy enfermo tuvo que regresar a Mérida a la casa de su padres, y al restablecerse se retiró para hacer vida eremítica al desierto de Bañuelos de Córdoba, donde permaneció seis años.
Allí encontró a otro ermitaño, semidesnudo, muerto de hambre, esquelético y le pidió quedarse con él y seguir sus consejos; fue allí donde adoptó el nombre de padre Cristóbal de Santa Catalina. Este nombre es posible que lo llevara por la ermita que tenía esta santa en el mismo centro de Mérida, a pocos pasos del templo de Diana, y a escasos metros de donde nació Cristóbal.
Atraído por la regla de san Francisco de Asís profesó como terciario en 1671 en el convento de la Madre de Dios, en las afueras de Córdoba, ciudad que lo acogió como hijo.
Después de Mérida, Córdoba es su auténtica patria, donde desarrollaría su vocación sacerdotal y donde fundó el 11 de febrero de 1673 el Hospital de Nuestro Padre Jesús Nazareno para atender a los más necesitados. Coloca en la puerta del centro sanitario su lema: «Mi providencia y tu fe tendrán esta Casa en pie».
Las ancianas pobres, enfermas y desvalidas era el principal objetivo de sus atenciones y esto le movió a la Fundación de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno, cuyo libro de Reglas y Constituciones escribió. Fueron impresas en 1740 en Córdoba, redactadas por el Padre José Capilla, Administrador del Hospital después de muerto el fundador, fueron aprobadas por Benedicto XIV en 1746, y sólo existe un ejemplar que se conserva en los archivos de la Casa de Córdoba.
Tuvo seguidores en distintas ciudades españolas y se le atribuyen varios milagros. En 1773 fue incoado el proceso de beatificación, causa que prosiguió en nuestros días. El 13 de junio de 2008 se dio por válido el proceso diocesano, y gracias a un milagro acaecido recientemente a una trabajadora del mismo Hospital de Jesús Nazareno de Córdoba ha sido posible completar el proceso y llegar a la beatificación.
fuente: Congregación
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