jueves, 6 de agosto de 2015

San Hormisda de Roma - Beata María Francisca de Jesús - San Sixto II - Santos Justo y Pastor 06082015

San Hormisda de Roma

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San Hormisda, papa
En Roma, en la basílica de San Pedro, sepultura de san Hormisda, papa, que, abanderado de la paz, consiguió acabar con el cisma de Acacio en Oriente, y en Occidente hizo respetar por las nuevas poblaciones los derechos de la Iglesia.
Hormisdas, originario de la Campania, era un diácono de Roma, viudo, cuyo hijo san Silverio había de ceñir también la tiara pontificia. Su conducta le ganó la estima de san Enodio, obispo de Pavía, quien profetizó que un día sería papa. La profecía se cumplió dos años después de la muerte de san Símaco, el año 514. Prácticamente, el nuevo papa tuvo que consagrar toda su actividad al problema delicado y complejo de la situación que había producido en el Oriente el cisma provocado por Acacio de Constantinopla, con el fin de aplacar a los monofisitas. A san Hormisdas pertenece el honor de haber acabado con el cisma mediante la confesión de fe que lleva su nombre: la «Fórmula de Hormisdas». Este documento, citado todavía por el Concilio Vaticano I, es una de las pruebas más fehacientes de la autoridad que se atribuía al papa en los seis primeros siglos.

Nada sabemos acerca de la vida privada de san Hormisdas, pero ciertamente fue un hombre inteligente y hábil, muy amante de la paz. Por ejemplo, reprendió severamente a unos monjes africanos revoltosos. En sus últimos años tuvo el consuelo de ver cesar en África la persecución de los vándalos.

Fuera del sucinto artículo del Líber Pontificalis, no hay ninguna biografía de san Hormisdas. En Acta Sanctorum, agosto, vol. II, se discute muy a fondo el aspecto de sus actividades públicas. Ver también las notas de Duchesne al Líber Pontificalis, vol. I, pp. 272-274; y H. Grisar, Geschichte Roms und der Papste, vol. I, pp. 478-481, y passim.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



Beata María Francisca de Jesús

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Beata María Francisca de Jesús (Ana María Rubatto)

Ana María tenía siete hermanos; algunos fallecieron en la infancia. Tuvieron la gracia de nacer y crecer en el hogar de una familia cristiana. Ella aprendió a amar a Dios con el testimonio de sus padres, y en particular de su madre ya que perdió a su progenitor a la edad de 4 años. Quince años más tarde fue ésta la que murió. Entonces dejó Carmagnola y se trasladó a Turín. Aunque no había recibido estudios, poseía una inteligencia natural que encubrió esa carencia formativa. Prueba de ello fue la acertada misión que desempeñó como dama de compañía de la noble piamontesa Mariana Scoffone, y la gestión de sus bienes patrimoniales desde 1864 a 1882. Habría tenido la posibilidad de contraer matrimonio si hubiera querido. De hecho, un ciudadano de Carmagnola de alta posición la había pretendido, pero aguardó una respuesta en vano durante varios años porque Ana María rechazó esta opción; sentía la llamada de Dios. En Turín simultaneaba sus tareas ordinarias con la formación de niños como catequista y auxiliaba a los enfermos, especialmente los que se hallaban en el Cottolengo abandonados a su suerte. Su relación con el Oratorio de Don Bosco acentuó más si cabe su inclinación a entregarse a Dios y al prójimo.

En el estío de 1883, hallándose en Loano, aconteció un hecho significativo que iba a marcar su vida. Fue testigo de un accidente laboral que sufrió un albañil; la funesta caída le hirió en la cabeza. Ella le auxilió, le curó, y le dio el estipendio que le hubiera correspondido por dos días de trabajo con objeto de que pudiera restablecerse en su domicilio. La providencia quiso que el edificio en cuya construcción trabajaba el obrero fuese destinado a una comunidad compuesta por mujeres, aunque faltaba la persona apropiada para regirla. Esta iniciativa apostólica la impulsaba el capuchino, P. Angélico de Sestri Ponente, quien al conocer a Ana María pensó que ella era la idónea para asumir tal responsabilidad. La beata abandonó las actividades que llevaba a cabo en Turín, y se instaló en Loano. En enero de 1885, con el apoyo del capuchino, junto a cinco jóvenes fundó la Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas de Loano con el fin de atender a los enfermos con particular dilección por los niños y los jóvenes abandonados.

Tomó el nombre de María Francisca de Jesús y emprendió una labor misionera sin retorno. El prelado de la diócesis la designó superiora. En 1888 el Instituto ya se había extendido a otros puntos de Italia. En 1897 viajó a América Latina junto a cuatro religiosas. Fundó en Montevideo, Buenos Aires y Rosario. En Montevideo conoció personas que la ayudaron generosamente. Con los recursos que le proporcionaron se estableció en el barrio Belvedere y pensando en el bienestar y formación de las mujeres, erigió una escuela y un taller de costura que les permitiría ganarse la vida de forma digna. Igualmente con lo que obtuvo de una gran benefactora construyó una casa con una capilla para la comunidad que puso bajo el amparo de la Santísima Trinidad y de San Antonio cumpliendo la petición de la bienhechora. La capilla es el actual santuario que lleva el nombre de la beata.

En 1899 viajó al Marañón, al nordeste del Brasil, pero año y medio más tarde sufrió la tragedia de conocer el martirio de seis de sus hijas, hecho doloroso que como madre y fundadora jamás olvidaría. En una de sus cartas había dicho: «Sacrifíquense por amor del Señor, sean grano fecundo en el suelo». Ellas lo hicieron derramando su sangre por Cristo. Ana María atendió a todas con sus constantes viajes; abrió 18 casas. En las cartas que les dirigía vertía su experiencia mística. Les animaba diciéndoles: «Detrás de una dura prueba, tu Dios te espera con una felicidad mucho mayor». «Mírate de frente… no te asustes en las dificultades, pide ayuda y mantente dócil a quienes te pueden guiar. Mira a la Virgen, pídele que te ilumine y ayude».«¡Queridísima mía! Sí, te lo repito: sé buena y reza mucho. Los ídolos de este mundo no merecen tu corazón». «La vida es breve y, si no damos ahora nuestro corazón a Dios, ¿cuándo se lo daremos? Ofréceselo y dile que lo transforme». «Si obras con la mente concentrada en tu Dios y en el trabajo, no te detendrás en tantas pequeñeces; tendrás serena la conciencia y el corazón alegre». «Si haces todo amando, nada te será demasiado pesado. Si con alegría tomas tu cruz, te encontrarás feliz, no sentirás su peso y no la cargarás sobre los otros». «No dejes pasar un día sin tener un encuentro fuerte con Dios en la oración; de Él recibirás el coraje de amar sincera y generosamente, de lo contrario te sofocaría el egoísmo», etc. Indudablemente, eran reflexiones pasadas por la oración, concebidas para auxiliar a cada una según su particularidad. 

En 1904 se hallaba en Montevideo en una de las visitas apostólicas que realizaba a sus fundaciones. Ya llevaba más de un año allí, aunque la previsión inicial para su estancia había sido de algunas semanas. Fue el lugar donde entregó su alma a Dios el 6 de agosto de ese año a causa de un cáncer. Con su vida cumplió lo que había expresado en una carta: «Queridas hijas procuremos hacer un poco de bien, recemos mucho, soportemos con paciencia las dificultades de la vida presente, a fin de que un día podamos alcanzar en el cielo a nuestras queridas mártires». Su cuerpo fue sepultado en el cementerio de La Teja, donde desarrollaba su misión, dando respuesta al deseo que consignó en su testamento: «Mi cuerpo sea sepultado en medio de mis queridos pobres».






 
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San Sixto II

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Santos Sixto II, papa, y compañeros, mártires
En la vía Apia de Roma, en el cementerio de Calixto, pasión de san Sixto II, papa, y de sus compañeros, cuya memoria se celebra mañana.
San Sixto sucedió a san Esteban I en el pontificado, el año 257. Como la disputa sobre la validez del bautismo conferido por los herejes había quedado pendiente, san Dionisio de Alejandría consultó a san Sixto II en tres cartas y le aconsejó que contemporizase un poco con los obispos africanos y asiáticos en la controversia bautismal. En efecto, San Sixto II se mostró conciliador en ese punto y se contentó simplemente con poner en claro la verdadera doctrina; sus sucesores prosiguieron la misma política, hasta que el Concilio, mencionado por san Agustín, condenó definitivamente el error de que el bautismo conferido por los herejes era inválido. Poncio, el biógrafo de san Cipriano, califica a san Sixto II de «sacerdote bueno y pacífico».

El emperador Valeriano publicó su primer decreto contra los cristianos el año 257. La persecución produjo una gran cantidad de mártires y se recrudeció todavía más al año siguiente. Dos meses después del edicto de Valeriano, san Ciprianoescribía a los otros obispos de África: «Valeriano ha enviado al Senado una orden que manda condenar a muerte a los obispos, sacerdotes y diáconos .. . Sabed que Sixto padeció el martirio en un cementerio, el día 6 de agosto, acompañado de cuatro diáconos. En Roma, la persecución es muy aguda. Las personas que comparecen ante los representantes del emperador no escapan del martirio ni de la confiscación de todos sus bienes. Os ruego que comuniquéis estas noticias a mis colegas, para que nuestros hermanos se preparen a la gran prueba, para que pensemos más en la inmortalidad que en la muerte y para que en nuestros corazones reine el gozo y no el temor, pues bien sabemos que los que confiesan a Cristo no mueren, sino que van a recibir la corona». El martirio de san Sixto se llevó a cabo en un cementerio, porque durante las persecuciones, los cristianos se reunían en las catacumbas para celebrar los divinos misterios, a pesar de que Valeriano había prohibido tales reuniones. Así, nada tiene de extraño que los soldados hayan sorprendido allí al Sumo Pontífice, quien se hallaba predicando a la asamblea, sentado en su cátedra. No sabemos si fue decapitado inmediatamente, o si fue primero juzgado. Recibió sepultura en el cementerio de San Calixto en la Vía Apia, frente al cementerio de Pretextato, en el que había sido capturado. Un siglo más tarde, el papa san Dámaso redactó una inscripción para su tumba. San Sixto fue uno de los papas más venerados después de san Pedro, y su nombre aparece en el canon de la misa. Cuatro diáconos fueron hechos prisioneros al mismo tiempo que san Sixto y murieron con él: san Genaro, san Vicente, san Magno y san Esteban. Probablemente san Felicísimo y san Agapito sufrieron el martirio el mismo día y fueron sepultados en el cementerio de Pretextato. Como lo había predicho san Sixto, el otro diácono de la Ciudad Eterna, san Lorenzo, fue martirizado cuatro días más tarde.

Los documentos que afirman que San Sixto fue martizado el 6 de agosto y sepultado en la catacumba de Calixto son muy antiguos y fehacientes. Delehaye, en Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum (pp. 420-421), resume dichos documentos. Una lectura equivocada de la inscripción de san Dámaso llevó a Prudencio a la conclusión de que san Sixto había sido crucificado; pero en realidad murió por la espada. Por otra parte, el Liber Pontificalis se equivoca al afirmar que san Felicísimo, san Agapito y los «cuatro diáconos» fueron sepultados en el cementerio de Pretextato; cf. las notas de Duchesne (vol. 1, pp. 155 - 156), y Pio Franchi de Cavalieri en Studi e Testi, vol. VI, pp. 147-148.
Cuadro: Fra Angelico, Sixto II entrega a Lorenzo los tesoros de la Iglesia, fresco de 1447 - 49, en la capilla Nicolina, Vaticano.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI





Dios todopoderoso, tú que has concedido al papa san Sixto y a sus compañeros, mártires, la gracia de morir por tu palabra y por el testimonio de Jesús, concédenos que el Espíritu Santo nos haga dóciles en la fe y fuertes para confesarla ante los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén




Santos Justo y Pastor

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Santos Justo y Pastor, mártires
En Compluto (hoy Alcalá de Henares), en la Hispania Cartaginense, santos mártires Justo y Pastor, los cuales, todavía niños, abandonando en la escuela sus tablillas de escritura, corrieron voluntariamente al encuentro del martirio, y detenidos y azotados de inmediato, por orden del juez fueron degollados por su amor a Cristo, mientras se confortaban mutuamente con recíprocas exhortaciones.
Estos dos hermanos, que eran todavía niños de escuela, vencieron con su heroico valor el poder de Daciano, gobernador de España, en tiempos de Diocleciano y Maximiano. Daciano, que había recorrido España en persecución de los cristianos, llegó a Alcalá de Henares, donde empezó a torturar a cuantos acusados comparecían ante él. Justo tenía entonces trece años y Pastor nueve. Ambos hacían sus primeros estudios en la escuela pública de Alcalá. Al oír hablar de los tormentos que el gobernador infligía a los cristianos, los dos niños decidieron compartir la corona de los mártires. Así pues, haciendo a un lado los libros, acudieron al sitio en el que Daciano juzgaba a los confesores de Cristo y, con su conducía, manifestaron la fe que profesaban. Pronto fueron conducidos ante el juez, el cual, en vez de sentirse conmovido, se enfureció al ver que aun los niños se atrevían a hacerle frente. Persuadido de que una buena corrección bastaría para templar el entusiasmo de Justo y Pastor, los mandó azotar cruelmente. Los verdugos ejecutaron la sentencia en la forma más bárbara; pero Aquél que pone en labios de los niños sus alabanzas, dio a Justo y a Pastor la fuerza necesaria para desafiar a los perseguidores. Los espectadores quedaron asombrados ante el valor con que los dos niños se exhortaban mutuamente a permanecer fieles a la fe. Para disimular su vergüenza por verse derrotado, Daciano mandó que los mártires fuesen decapitados inmediatamente. Sus reliquias se conservan en Alcalá. Justo y Pastor son patronos de su ciudad natal y de Madrid.


Cualquiera que sea el valor histórico de las actas (Acta Sanctorum, 6 de agosto), la antigüedad y autenticidad del culto de estos dos mártires está fuera de duda. San Paulino de Nola sepultó a su hijito en Alcalá, junto a San Justo y San Pastor. Prudencio cita sus nombres entre los de los más gloriosos mártires de España. El Hieronymianum les menciona también el 25 de agosto. Véase Acta Sanctorum, agosto, vol. II.


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI




 
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