San Pedro de Osma, monje y obispo
En Palencia, en la región hispánica de Castilla, muerte de san Pedro, obispo de Osma, que, primero monje y después archidiácono de la Iglesia de Toledo, finalmente fue elevado a la sede de Osma, recién liberada de la dominación mahometana, la cual reorganizó con vivo celo pastoral.
Nacido Pedro en Bourges, en Francia, hacia el año 1040, Pedro recibió de sus piadosos padres una sólida educación cristiana, y habiéndose formado convenientemente en las letras, según la costumbre del tiempo, se dedicó a la carrera de las armas, en las que dio buenas pruebas de su carácter intrépido y decidido, y no menos de la elevación de su espíritu. Consciente, pues, de los gravísimos peligros a que en esta vida se exponía, e ilustrado por Dios sobre las vanidades del mundo, determinó entregarse a su servicio en la vida religiosa. Entró, pues, en el monasterio de Cluny, que constituía el centro de la reforma cluniacense de la Orden benedictina, entonces en su máximo apogeo, y allí vivió varios años, entregado a la práctica de las virtudes religiosas. Parecía que iba a continuar una vida tranquila en su monasterio; pero Dios tenía otros planes sobre él.
En efecto, el rey Alfonso VI de León y Castilla, en su afán por el adelantamiento del cristianismo en España, no sólo dio un empuje extraordinario a la Reconquista, sino que trabajó con el mayor empeño en la reforma y renovación eclesiástica de todos sus territorios. Conociendo, pues, la prosperidad en que se hallaba la reforma cluniacense en Francia, suplicó encarecidamente al abad de Cluny que enviara a España algunos monjes escogidos de su monasterio, y, en efecto, le fueron enviados algunos, al frente de los cuales se hallaba Bernardo de Sauvetat, con los cuales se reorganizó el monasterio de Sahagún, que bien pronto se convirtió en el Cluny de la España cristiana. No mucho después, el año 1085, al realizar Alfonso VI la reconquista de Toledo, que tanta resonancia alcanzó en toda la cristiandad, designó como su primer arzobispo al abad Bernardo de Sahagún, que desde entonces, con el nombre de don Bernardo, fue el alma de la renovación religiosa de España. Éste a su vez pidió más monjes a Cluny, entre los cuales se distinguía Pedro de Bourges. Llegó, pues, Pedro a Sahagún juntamente con los demás, y durante el corto tiempo que allí se detuvo contribuyó a afianzar definitivamente la reforma cluniacense, no sólo en aquel monasterio, sino en otros muchos en los que ésta se fue introduciendo.
Entretanto don Bernardo de Toledo lo llamó a Toledo y, asignándole el cargo de arcediano de la catedral, lo constituyó en una especie de secretario suyo en el inmenso trabajo de la organización de la diócesis y de las iglesias que se iban conquistando a los musulmanes. Como en todas partes, distinguióse Pedro en su nuevo cargo por su religiosidad, espíritu de trabajo y amor a los pobres.
En estas circunstancias, cuando Pedro se hallaba más centrado en su trabajo, tuvo lugar la conquista de Osma, para cuya reorganización eclesiástica, como había hecho anteriormente con Toledo, quiso Alfonso VI destinar a uno de los hombres de mayor confianza. Entonces, pues, él y el arzobispo de Toledo destinaron para la iglesia de Osma a Pedro, y, efectivamente, vencida la repugnancia que éste sentía para abrazarse con aquella dignidad, y obtenido el nombramiento de parte del Papa, se dirigió a Osma, para tomar la dirección de aquella iglesia.
Y con esto comienza la parte más característica, más grandiosa y más meritoria de San Pedro de Osma, quien puede ser presentado como monje modelo, perteneciente a la reforma cluniacense; mas por encima de todo aparece en la historia como un dechado de eminentes y santos prelados. Como obispo de una iglesia pobre, que acababa de ser reconquistada de los moros, tuvo que cargar sobre sus espaldas el ímprobo trabajo de reconstrucción moral y aun material de la diócesis. La iglesia catedral, destruida hasta los cimientos, tuvo que ser levantada de nuevo. Con el celo de la gloria de Dios que le abrasaba emprendió decididamente este trabajo, y, sea dedicando a ello sus propias rentas, sea reuniendo con gran esfuerzo abundantes limosnas, llevó tan adelante la obra que pudo iniciar el culto en la nueva catedral, si bien no quedó ésta completamente acabada.
A la par que en el templo material trabajó desde el principio con toda su alma en el espiritual de sus ovejas, procurando fomentar en ellas por todos los medios posibles la vida religiosa, eliminando toda clase de abusos, extendiendo en todas partes los principios fundamentales de la reforma cluniacense, que él representaba. De este modo se puede afirmar que, a los pocos años de su gobierno de la diócesis de Osma, ésta quedó material y espiritualmente renovada. En este trabajo de reforma y renovación espiritual se vio obligado algunas veces a desarrollar una energía extraordinaria en defensa de los derechos de la Iglesia y de los bienes que a ella pertenecían. Como en toda su actuación no tenía miras humanas, no había consideración ninguna que pudiera doblegarlo o apartarle del cumplimiento de su deber. Con su entereza y constancia logró que algunos hombres, pertenecientes a la más alta nobleza, restituyeran a la Iglesia los bienes que le habían robado.
El año 1109, cuando terminaba una visita de una buena parte de su diócesis, dirigióse a Toledo, donde se hallaba Alfonso VI gravemente enfermo. Asistióle con la mayor devoción y agradecimiento juntamente con el arzobispo don Bernardo, y después de la muerte del gran rey acompañó a sus restos al monasterio de Sahagún, donde el monarca había dispuesto que fuesen enterrados. Una vez realizada esta piadosa ceremonia, mientras el santo obispo Pedro de Osma, rendido de fatiga, volvía a su iglesia de Osma, se sintió acometido de una enfermedad, y, llegado a Palencia, el 2 de agosto entregó allí su alma a Dios. Conforme a su deseo expresamente manifestado antes de morir, sus restos fueron conducidos a Osma y depositados en su catedral, Así se cumplía su voluntad de que su cuerpo reposara junto a su iglesia, a la que él consideraba como su esposa.
Tomado, con algunos cambios, de un artículo de Bernardino Llorca, S.I.. Bibliografía citada en él: Aguirre, L., «Sepulcro de San Pedro de Osma en la iglesia catedral de El Burgo», Boletín de la Real Academia de Historia 2 (1882) 31s. Martínez, «La vida del bienaventurado san Pedro de Osma...» (1549). «Vita», Analecta Bollandiana 4 (1885) lOs.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
Beata Juana de Aza
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Beata Juana de Aza, laica
En Caleruega, población igualmente de Castilla, conmemoración de la beata Juana de Aza, madre de santo Domingo, que, llena de fe, hizo grandes obras de misericordia en favor de los pobres y necesitados.
Según se cuenta, la madre de Santo Domingo nació en el castillo de Aza, cerca de Aranda, en Castilla la Vieja. No sabemos nada acerca de sus primeros años, pero seguramente que se casó muy joven, según la costumbre del país en aquella época. Su esposo, Félix (tal vez Félix de Guzmán), era gobernador de Calaruega, villa de la provincia de Burgos. A propósito de santo Domingo, Dante escribió: «¡Feliz Calaruega! En ella se escuchaba el suave murmullo de la brisa entre las flores nuevas del jardín de Europa. A lo lejos, las olas rompían sobre la playa y, más allá, el sol naufragaba cada atardecer» (Paraíso, Canto XII). Ahí vivían Juana y su marido y ahí nacieron sus cuatro hijos: Antonio, el que fue canónigo de Santiago y vendió cuanto tenía para consagrarse al servicio de los pobres y enfermos en un hospital; Manes, quien siguió los pasos de santo Domingo; y la única hija del matrimonio, quien tuvo a su vez dos hijos que ingresaron también en la orden fundada por su tío. Cuando Antonio y Manes eran ya clérigos y hombres maduros, la beata Juana, que deseaba tener más hijos, fue a orar en la iglesia abacial de Silos. Según se cuenta, santo Domingo de Silos se le apareció en sueños y le anunció que pronto tendría un hijo y que sería una lumbrera de la Iglesia. En prueba de agradecimiento, Juana determinó imponer a su hijo el nombre de Domingo.
Antes del nacimiento de éste, la madre soñó «que llevaba un perro en el vientre y que el perro saltaba fuera con una antorcha en el hocico y ponía fuego al mundo entero». El perro se convirtió en el símbolo de la orden de santo Domingo y dio origen al juego de palabras «Domini canes» (los perros guardianes del rebaño del Señor). La madrina del bautismo de Domingo (dicen otros que fue la propia beata Juana) tuvo otro sueño en el que vio al niño con una estrella tan brillante sobre la frente, que todo el mundo estaba iluminado con la luz que proyectaba. Por eso se pinta algunas veces a Santo Domingo con una estrella. Juana se encargó del cuidado de su hijo hasta que éste cumplió los siete años; entonces, le envió a estudiar bajo la dirección de su tío, que era párroco de Gumiel d'Izán. Los biógrafos posteriores cuentan varias leyendas más acerca de la infancia de Domingo.
Pocas madres de santos han alcanzado el honor de la beatificación: Juana es una de ellas y debió tal honor a sus propias virtudes y no a las de sus hijos. Los hagiógrafos suelen alabar a los padres de sus héroes, pero la madre de santo Domingo merecía realmente esas alabanzas, ya que su belleza espiritual era tan grande como su belleza corporal, y supo comunicar ambas al más notable de sus hijos. El pueblo empezó a venerar a la beata desde el momento de su muerte. La ermita de Uclés, que Juana frecuentaba para ver a los Caballeros de Santiago, recibió su nombre, así como una de las capillas del cementerio de Calaruega. A petición del rey Fernando VII, el culto de la beata Juana fue confirmado en 1828.
Véase, Ganay, Les Bienheureuses Domínicaines, pp. 13. ss; R. Castaño, Monografía de Santa Juana (1900).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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