Santa Juana Francisca Chantal | |
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Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, viuda y fundadora
fecha: 12 de agosto
fecha en el calendario anterior: 21 de agosto n.: 1572 - †: 1641 - país: Francia canonización: B: Benedicto XIV 1751 - C: Clemente XIII 1767 hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, religiosa, que, primero madre de familia, educó piadosamente a los seis hijos que tuvo como fruto de su cristiano matrimonio y, muerto su esposo, bajo la dirección de san Francisco de Sales abrazó con decisión el camino de la perfección, dedicándose a las obras de caridad, en especial para con los pobres y enfermos, y dio inicio a la Orden de la Visitación, que dirigió también prudentemente. Su muerte tuvo lugar en Moulins, junto al río Aller, cercano a Nevers, en Francia, el día trece de diciembre.
El padre de santa Juana de Chantal era Benigno Frémiot, presidente del parlamento de Borgoña. El señor Frémiot había quedado viudo cuando sus hijos eran todavía pequeños, pero no ahorró ningún esfuerzo para educarlos en la práctica de la virtud y prepararlos para la vida. Juana, que recibió en la confirmación el nombre de Francisca, fue sin duda la que mejor supo aprovechar esa magnífica educación. Cuando la joven tenía veinte años, su padre, que la amaba tiernamente, la concedió en matrimonio al barón de Chantal, Cristóbal de Rabutin. El barón tenía veintisiete años, era oficial del ejército francés y contaba con un largo historial de victoriosos duelos; su madre descendía de la beata Humbelina. El matrimonio tuvo lugar en Dijon y Juana Francisca partió con su marido a Bourbilly. Desde la muerte de su madre, el barón no había llevado una vida muy ordenada, de suerte que la servidumbre de su casa se había acostumbrado a cierta falta de disciplina; en consecuencia, el primer cuidado de la flamante baronesa fue establecer el orden en su casa. Los tres primeros hijos del matrimonio murieron poco después de nacer; pero los jóvenes esposos tuvieron después un niño y tres niñas que vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede constituir la felicidad a los ojos del mundo y procuraban corresponder a tantas bendiciones del cielo. Cuando su marido se hallaba ausente, la baronesa se vestía en forma muy modesta y, si alguien le preguntase por qué, ella respondía: «Los ojos de aquél a quien quiero agradar están a cien leguas de aquí». Las palabras que san Francisco de Sales dijo más tarde sobre santa Juana Francisca podían aplicársele ya desde entonces: «La señora de Chantal es la mujer fuerte que Salomón no podía encontrar en Jerusalén».
Pero la felicidad de la familia sólo duró nueve años. En 1601, el barón de Chantal salió de cacería con su amigo, el señor D'Aulézy, quien accidentalmente le hirió en la parte superior del muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante los cuales sufrió un verdadero martirio a manos de un cirujano muy torpe y recibió los últimos sacramentos con ejemplar resignación. La baronesa había vivido exclusivamente para su esposo, de modo que el lector puede suponer fácilmente su dolor al verse viuda a los veintiocho años. Durante cuatro meses estuvo sumida en el más profundo dolor, hasta que una carta de su padre le recordó sus obligaciones para con sus hijos. Para demostrar que había perdonado de corazón al señor D'Aulézy, la baronesa le prestó cuantos servicios pudo y fue madrina de uno de sus hijos. Por otra parte, redobló sus limosnas a los pobres y consagró su tiempo a la educación e instrucción de sus hijos. Juana pedía constantemente a Dios que le diese un guía verdaderamente santo, capaz de ayudarla a cumplir perfectamente su voluntad. Una vez, mientras repetía esta oración, vio súbitamente a un hombre cuyas facciones y modo de vestir reconocería más tarde, al encontrar en Dijon a san Francisco de Sales. En otra ocasión, se vio a sí misma en un bosquecillo, tratando en vano de encontrar una iglesia. Por aquel medio, Dios le dio a entender que el amor divino tenía que consumir la imperfección del amor propio que había en su corazón y que se vería obligada a enfrentarse con numerosas dificultades.
La futura santa fue a pasar el año del luto en Dijon, en casa de su padre. Más tarde, se transladó con sus hijos a Monthelon, cerca de Autun, donde habitaba su suegro, que tenía ya setenta y cinco años. Desde entonces, cambió su hermosa y querida casa de Bourbilly por un viejo castillo. A pesar de que su suegro era un anciano vanidoso, orgulloso y extravagante, dominado por una ama de llaves insolente y de mala reputación, la noble dama no pronunció jamás una sola palabra de queja y se esforzó por mostrarse alegre y amable. En 1604, san Francisco de Sales fue a predicar la cuaresma a Dijon y Juana se transladó ahí con su suegro para oír al famoso predicador. Al punto reconoció en él al hombre que había vislumbrado en su visión y comprendió que era el director espiritual que tanto había pedido a Dios. San Francisco cenaba frecuentemente en casa del padre de Juana Francisca y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella deseaba abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había hecho por consejo de un director espiritual indiscreto, de no abrir su conciencia a ningún otro sacerdote. Pero no por ello dejó de sacar gran provecho de la presencia del santo obispo, quien a su vez se sintió profundamente impresionado por la piedad de Juana Francisca. En cierta ocasión en que se había vestido más elegantemente que de ordinario, san Francisco de Sales le dijo: «¿Pensáis casaros de nuevo?» «De ninguna manera, Excelencia», replicó ella. «Entonces os aconsejo que no tentéis al diablo», le dijo el santo. Juana Francisca siguió el consejo.
Después de vencer sus escrúpulos sobre su voto indiscreto, la santa consiguió que Francisco de Sales aceptara dirigirla. Por consejo suyo, moderó un tanto sus devociones y ejercicios de piedad para poder cumplir con sus obligaciones mundanas én tanto que vivía con su padre o con su suegro. Lo hizo con tanto éxito, que alguien dijo de ella: «Esta dama es capaz de orar todo el día sin molestar a nadie». De acuerdo con una estricta regla de vida, consagrada la mayor parte de su tiempo a sus hijos, visitaba a los enfermos pobres de los alrededores y pasaba en vela noches enteras junto a los agonizantes. La bondad y mansedumbre de su carácter mostraban hasta qué punto había secundado las exigencias de la gracia, porque en su naturaleza firme y fuerte había cierta dureza y rigidez que sólo consiguió vencer del todo al cabo de largos años de oración, sufrimiento y paciente sumisión a la dirección espiritual. Tal fue la obra de san Francisco de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando en cuando, a Annecy, en Saboya, y con quien sostenía una nutrida correspondencia. El santo la moderó mucho en materia de mortificaciones corporales, recordándole que san Carlos Borromeo, «cuya libertad de espíritu tenía por base la verdadera caridad», no vacilaba en brindar con sus vecinos, y que san Ignacio de Loyola había comido tranquilamente carne los viernes por consejo de un médico, «en tanto que un hombre de espíritu estrecho hubiese discutido esa orden cuando menos durante tres días». San Francisco de Sales no permitía que su dirigida olvidase que estaba todavía en el mundo, que tenía un padre anciano y, sobre todo, que era madre; con frecuencia le hablaba de la educación de sus hijos y moderaba su tendencia a ser demasiado estricta con ellos. En esta forma, los hijos de Juana Francisca se beneficiaron de la dirección de san Francisco de Sales tanto como su madre.
Durante algún tiempo, la señora de Chantal se sintió inclinada a la vida conventual por varios motivos, entre los que se contaba la presencia de las carmelitas en Dijon. San Francisco de Sales, después de algún tiempo de consultar el asunto con Dios, le habló en 1607 de su proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación. Santa Juana acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus propias obligaciones de familia y la situación de los asuntos de su casa constituían, por el momento, obstáculos que la hacían sufrir. Juana Francisca respondió a su director que la educación de sus hijos exigía su presencia en el mundo, pero el santo le respondió que sus hijos ya no eran niños y que desde el claustro podría velar por ellos tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta que los dos mayores estaban ya en edad de «entrar en el mundo». En esa forma, lógica y serena, resolvió san Francisco de Sales todas las dificultades de la señora de Chantal. Antes de abandonar el mundo, Juana Francisca casó a su hija mayor con el barón de Thorens, hermano de san Francisco de Sales, y se llevó consigo al convento a sus dos hijas menores; la primera murió al poco tiempo, y la segunda se caso más tarde con el señor de Toulonjon. Celso Benigno, el hijo mayor, quedó al cuidado de su abuelo y de varios tutores. Después de despedirse de sus amistades, Juana fue a decir adiós a Celso Benigno. El joven, que había tratado en vano de apartarla de su resolución, se tendió por tierra ante el dintel de la puerta de la habitación para cerrarle la salida, pero la santa no se dejó vencer por la tentación de escoger la solución más fácil y pasó sobre el cuerpo de su hijo. Frente a la casa la esperaba su anciano padre. Juana Francisca se postró de rodillas y, llorando, le pidió su bendición. El anciano le impuso las manos y le dijo: «No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi bendición. Te ofrezco a Dios como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba tanto como yo a ti. Ve a donde Dios te llama y sé feliz en Su casa. Ruega por mí». La santa inauguró el nuevo convento el domingo de la Santísima Trinidad de 1610, en una casa que san Francisco de Sales le había proporcionado, a orillas del lago de Annecy. Las primeras compañeras de Juana Francisca fueron María Favre, Carlota de Bréchard y una sirvienta llamada Ana Coste. Pronto ingresaron en el convento otras diez religiosas. Hasta ese momento, la congregación no tenía todavía nombre y la única idea clara que san Francisco de Sales poseía sobre su finalidad, era que debía servir de puerto de refugio a quienes no podían ingresar en otras congregaciones y que las religiosas no debían vivir en clausura para poder consagrarse con mayor facilidad a las obras de apostolado y caridad.
Naturalmente, la idea provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió unas constituciones admirables por su sabiduría y moderación, «no demasiado duras para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes». Lo único que se negó a cambiar fue el nombre de "Congregación de la Visitación de Nuestra Señora", y santa Juana Francisca le exhortó a no hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la observancia. «Pero en la práctica -decía a sus religiosas- la humildad es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de ella el principio de todas vuestras acciones». Para bien de santa Juana y de las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el «Tratado del amor de Dios». Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de san Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su director.
La madre de Chantal tuvo que salir frecuentemente de Annecy, tanto para fundar nuevos conventos como para cumplir con sus obligaciones de familia. Un año después de la toma de hábito, se vio obligada a pasar tres meses en Dijon, con motivo de la muerte de su padre, para poner en orden sus asuntos. Sus parientes aprovecharon la ocasión para intentar hacerla volver al mundo. Una mujer imaginativa exclamó al verla: «¿Cómo podéis sepultaron en dos metros de tela basta? Deberíais hacer pedazos ese velo». San Francisco de Sales le escribió entonces las palabras decisivas: «Si os hubiéseis casado de nuevo con algún señor de Gascuña o de Bretaña, habríais tenido que abandonar a vuestra familia y nadie habría opuesto en ese caso la menor objeción ...» Después de la fundación de los conventos de Lyon, Moulins, Grénoble y Bourges, san Francisco de Sales, que estaba entonces en París, mandó llamar a la madre de Chantal para que fundase un convento en dicha ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición, santa Juana Francisca consiguió fundarlo en 1619. Dios la sostuvo, le dio valor y la santa se ganó la admiración de sus más acerbos opositores con su paciencia y mansedumbre. Ella misma gobernó durante tres años el convento de París, bajo la dirección de san Vicente de Paul y ahí conoció a Angélica Arnauld, la abadesa de Port-Royal, quien no consiguió permiso de renunciar a su cargo e ingresar en la Congregación de la Visitación. En 1622, murió san Francisco de Sales y su muerte constituyó un rudo golpe para la madre de Chantal; pero su conformidad con la voluntad divina le ayudó a soportarlo con invencible paciencia. El santo fue sepultado en el convento de la Visitación de Annecy. En 1627, murió Celso Benigno en la isla de Ré, durante las batallas contra los ingleses y los hugonotes; el hijo de la santa, que no tenía sino treinta y un años, dejaba a su esposa viuda y con una hijita de un año, la que con el tiempo sería la célebre Madame de Sévigné. Santa Juana Francisca recibió la noticia con heroica fortaleza y ofreció su corazón a Dios, diciendo: «Destruye, corta y quema cuanto se oponga a tu santa voluntad».
El año siguiente, se desató una terrible peste, que asoló Francia, Saboya y el Piamonte, y diezmó varios conventos de la Visitación. Cuando la peste llegó a Annecy, la santa se negó a abandonar la ciudad, puso a la disposición del pueblo todos los recursos de su convento y espoleó a las autoridades a tomar medidas más eficaces para asistir a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno, Antonio de Toulonjon (el yerno de la santa, a quien ésta quería mucho) y el P. Miguel Favre, quien había sido el confesor de san Francisco y era muy amigo de las visitandinas. A estas pruebas se añadieron la angustia, la oscuridad y la sequedad espiritual, que en ciertos momentos eran casi insoportables, como lo prueban algunas cartas de Santa Juana Francisca. Dios permite con frecuencia que las almas que le son más queridas atraviesen por largos períodos de bruma, oscuridad y angustia; pero a través de ellos las lleva con mano segura a las fuentes de la felicidad y al centro de la luz. En los años de 1635 y 1636, la santa visitó todos los conventos de la Visitación, que eran ya sesenta y cinco, pues muchos de ellos no habían tenido aún el consuelo de conocerla. En 1641, fue a Francia para ver a Madame de Montmorency en una misión de caridad. Ese fue su último viaje. La reina Ana de Austria la convidó a París, donde la colmó de honores y distinciones, con gran confusión por parte de la homenajeada. Al regreso, cayó enferma en el convento de Moulins, donde murió el 13 de diciembre de 1641, a los sesenta y nueve años de edad. Su cuerpo fue transladado a Annecy y sepultado cerca del de san Francisco de Sales. La canonización de santa Juana Francisca tuvo lugar en 1767. San Vicente de Paul dijo de ella: «Era una mujer de gran fe y, sin embargo, tuvo tentaciones contra la fe toda su vida. Aunque aparentemente había alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu de las almas virtuosas, sufría terribles pruebas interiores, de las que me habló varias veces. Se veía tan asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar los ojos de sí misma para no contemplar ese espectáculo insoportable. La vista de su propia alma la horrorizaba como si se tratase de una imagen del infierno. Pero en medio de tan grandes sufrimientos jamás perdió la serenidad ni cejó en la plena fidelidad que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de las almas más santas que me haya sido dado encontrar sobre la tierra».
Aparte de los escritos y la correspondencia de la santa y de las cartas de san Francisco de Sales, las fuentes biográficas más importantes son las Mémoires de la Madre de Chaugy. Dicha obra constituye el primer volumen de la colección Sainte Chantal, sa vie et ses oeuvres (1874-1879, 8 vols.). Las cartas de san Francisco se hallan en la imponente edición de sus obras (20 vols.), publicada por las religiosas de la Visitación de Annecy; naturalmente, las cartas de san Francisco son muy importantes por la luz que arrojan sobre los orígenes de la Congregación de la Visitación. Además, la fundadora tuvo la suerte de encontrar en los tiempos modernos, un biógrafo ideal: la Histoire de Sainte Chantal et des origines de la Visitation de Mons. Bougaud resulta ser una de las obras maestras de la hagiografía.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Oremos
Concédenos Señor, un conocimiento profundo y un amor intenso a tu santo nombre, semejantes a los que diste a Santa Juana Chantal, para que así, sirviéndote con sinceridad y lealtad, a ejemplo suyo también nosotros te agrademos con nuestra fe y con nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo. Padre, que iluminaste a Santa Juana Francisca para que peregrinara en este mundo por caminos de luz y santidad:; concédenos, por su intercesión, que viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos constantemente a las obras de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios. Por los siglos de los siglos.
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San Inocencio XI


Beato Inocencio XI, papa
fecha: 12 de agosto
n.: 1611 - †: 1689 - país: Italia
canonización: B: Pío XII 7 oct 1956
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1611 - †: 1689 - país: Italia
canonización: B: Pío XII 7 oct 1956
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Roma, beato Inocencio XI, papa, que rigió sabiamente la Iglesia, pese a estar afectado por fuertes dolores y tribulaciones.
Nació en Como el 16 de Mayo de 1611; murió en Roma el 11 de Agosto de 1689. Fue educado por los Jesuitas en Como y estudió jurisprudencia en Roma y Nápoles. Urbano VIII lo nombró sucesivamente protonotario, presidente de la Cámara Apostólica, comisario en Ancona, administrador de Macerata y Gobernador de Picena. Inocenio X lo hizo Cardenal-Diácono de Santi Cosma e Damiano el 6 de Marzo de 1645, y un poco más tarde, Cardenal-sacerdote de Cardinal-Priest Sant' Onofrio. Como cardenal fue amado por todos a causa de su profunda piedad, caridad y generosa devoción al deber. Cuando fue enviado como delegado a Ferrara para auxiliar a la gente afectada por una severa hambruna, el Papa lo presentó a la gente de Ferrara como el "padre de los pobres". En 1650 se convirtió en Obispo de Novara, posición en la que gastó todos los ingresos de su sede para aliviar a los pobres y enfermos de su diócesis. Con permiso del Papa en 1656 renunció como obispo de Novara en favor de su hermano Giulio y fue a Roma, donde participó prominentemente en las consultas de las varias congregaciones de la que era miembro. Fue un fuerte candidato para el papado después de la muerte de Clemente IX acaecida el 9 de Diciembre de 1669, pero el Gobierno Francés lo rechazó. Después de la muerte de Clemente X, el Rey Luis XIV de Francia intentó nuevamente usar su influencia contra la elección de Odescalchi, pero viendo que los cardenales así como la gente de Roma estaban de acuerdo en su deseo de tener a Odescalchi como su Papa, reticentemente instruyó a los cardenales del grupo francés a aceptar su candidatura. Después de un interinato de dos meses, Odescalchi fue unánimemente elegido Papa el 21 de Septiembre de 1676 y tomó el nombre de Inocencio XI. Inmediatamente después de su asenso dedicó todos sus esfuerzos a reducir los gastos de la Curia. Aprobó estrictos reglamentos contra el nepotismo entre los cardenales. Todo el pontificado de Inocencio XI está marcado por una constante lucha contra el absolutismo del Rey Luis XIV de Francia. Ya en el año 1673, por su propio poder extendió el derecho del régale sobre las provincias de Languedoc, Guyenne, Provence, y Dauphiné, donde no había sido ejercido anteriormente, aunque el Concilio de Lyons en 1274 había prohibido, bajo pena de excomunión, extender el régale más allá de los distritos en que entonces se ejercía. Los obispos Pavillon de Alet y Caulet de Pamiers protestaron contra esta invasión real y en consecuencia fueron perseguidos por el rey. Fueron inútiles todos los esfuerzos de Inocencio XI para inducir al rey Luis a respetar los derechos de la Iglesia. En 1682, Luis XIV convocó a una Asamblea del Clero Francés en la que el 19 de Marzo adoptó los cuatro famosos artículos conocidos como "Déclaration du clergé français". Inocencio XI anuló los cuatro artículos en su respuesta del 11 de Abril de 1682 y rehusó su aprobación a todos los futuros candidatos episcopales que habían participado en la asamblea. Para apaciguar al Papa, Luis XIV empezó a hacerse pasar por un fanático del Catolicismo. En 1685 revocó el Edicto de Nantes e inauguró una cruel persecución de los Protestantes. Inocencio XI expresó su disgusto por estas drásticas medidas y continuó reteniendo su aprobación para los candidatos episcopales como lo había hecho hasta entonces. Irritó al rey aún más al abolir el muy abusado "derecho de asilo" en un decreto fechado 7 de Mayo de 1685. Ejerciendo este derecho los embajadores extranjeros ante Roma habían podido alojar en sus palacios e inmediata vecindad a cualquier criminal que era buscado por la corte papal de justicia. Inocencio XI notificó al nuevo embajador francés, Marquis de Lavardin, que no sería reconocido como embajador ante Roma a menos que renunciara a este derecho. Pero Luis XIV no se rindió. Encabezando una fuerza armada de aproximadamente 800 hombres Lavardin entró en Roma en Noviembre de 1687, y tomó posesión de su palacio por la fuerza. Inocencio XI lo trató como excomulgado y puso en entredicho la iglesia de San Luis en Roma donde había asistido a los servicios el 24 de Diciembre de 1687. La tensión entre el Papa y el rey fue aumentada aún más por el procedimiento seguido por el Papa para llenar la sede arzobispal vacante de Colonia. Los dos candidatos para la sede eran el Cardenal Guillermo Fürstenberg, entonces obispo de Estrasburgo y José Clement, un hermano de Max Emanuel, Elector de Bavaria. El primero estaba a disposición de Luis XIV, y su nombramiento como Arzobispo y Elector de Colonia habría implicado preponderancia francesa en el noroeste de Alemania. José Clement no solo era el candidato del emperador Leopoldo I de Austria sino de todos los soberanos europeos, excepto el rey de Francia y su servil seguidor el rey Jacobo II de Inglaterra. En la elección que tuvo lugar en Julio 19 de 1688, ninguno de los candidatos recibió el número de votos requerido. Por tanto, la decisión recaía en el Papa, quien designó a José Clement como Arzobispo y Elector de Colonia. Luis XIV tomó revancha posesionándose del territorio papal de Avignon, apresando al nuncio papal y apelando a un concilio general. Tampoco ocultó su intención de separar enteramente la Iglesia Francesa de Roma. Pero el Papa permaneció firme. La subsiguiente caída de Jacobo II de Inglaterra destruyó la preponderancia Francesa en Europa y poco después de la muerte de Inocencio la lucha entre Luis XIV y el papado fue decidida a favor de la Iglesia. Inocencio XI no aprobó la imprudente manera en que Jacobo II intentó restaurar el catolicismo en Inglaterra. Repetidas veces, también, expresó su desacuerdo por el apoyo que Jacobo II dio al autocrático rey Luis XIV en sus hostiles medidas hacia la Iglesia. No sorprende entonces que Inocencio XI halla tenido poca simpatía por el Rey Católico de Inglaterra, y que no lo haya auxiliado en sus horas difíciles. Sin embargo no hay bases para la acusación de que Inocencio XI estaba informado de lo que urdía Guillermo de Orange para Inglaterra, mucho menos que lo apoyaba en la destitución de Jacobo II. Fue debido a los exhortos serios e incesantes de Inocencio que en 1683 los Estados Alemanes y el rey Juan Sobieski de Polonia se apresuraron a ayudar a Viena que estaba siendo sitiada por los turcos. Después que se levantó el sitio, nuevamente Inocencio no escatimó esfuerzos para inducir a los príncipes Cristianos a auxiliar en la expulsión de los turcos de Hungría. Contribuyó millones de scudi al fondo de guerra turco en Austria y Hungría y tuvo la satisfacción de sobrevivir la captura de Belgrado el 6 de Septiembre de 1688. Inocencio XI no estaba menos resuelto en preservar la fe y moral entre los clérigos y los fieles. Insistió en una completa educación y una vida ejemplar para los clérigos y los monasterios reformados de Roma, aprobó estrictas reglas concernientes a la modestia en el vestido entre las damas Romanas, puso fin a la siempre creciente pasión por el juego suprimiendo las casas de juego en Roma y por un decreto del 12 de Febrero de 1679, promovió la Comunión frecuente y hasta diaria. En su Bula "Sanctissimnus Dominus", emitida el 2 de Marzo de 1679, condenó sesenta y cinco propuestas que favorecían el laxismo en moral teológica, y en un decreto fechado el 26 de Junio de 1680, defendió la Probabiliorism de Tirso González, S.J. Este decreto (ver el texto auténtico en "Etudes religieuses", XCI, Paris, 1902, 847 sq.) dió lugar a la controversia de si Inocencio XI tuvo la intención de que fuera una condenación del Probabilismo. El Redentorista Francis Ter Haar, en su obra: "Ben. Innocentii PP. XI de probabilismo decreti historia" (Tournai, 1904), sostiene que el decreto es opuesto al Probabilismo, mientras que August Lehmkuhl, S.J., en su tratado: "Probabilismus vindicatus" (Freiburg, 1906), 78-111, defiende la opinión opuesta. En un decreto del 28 deAgosto de 1687, y en la Constitución "Coelestis Pastor" del 19 deNoviembre de 1687, Inocencio XI condenó sesenta y ocho propuestas Quietísticas de Miguel de Molinos. Inocencio XI fue tolerante hacia los Jansenistas, aunque de ninguna manera compartió sus doctrinas. El proceso de su beatificación fue introducido por Benedicto XIV y continuado por Clemente XI y Clemente XII, pero influencias francesas y la acusación de Jansenismo hicieron que se abandonara. Su "Epistolæ ad Principes" fue publicada por Berthier (2 vols., Rome, 1891-5), y sus "Epistolæ ad Pontifices", por Bonamico (Roma, 1891).
Oremos
Señor, tú que diste al Papa Inocencio XI la abundancia del espíritu de verdad y de amor para que fuera un buen pastor de tu pueblo, concede a cuantos celebramos hoy su fiesta adelantar en la virtud, imitando sus ejemplos, y sentirnos protegidos con su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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