sábado, 3 de octubre de 2015

Beato Crescencio García Pobo y 233 Mártires - San Hesiquio e Mayuma - Szilard Ignác Bogdánffy, Beato 03102015

Beato Crescencio García Pobo

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Beato Crescencio García Pobo, presbítero y mártir

233 Mártires de la persecución religiosa en Valencia (1936)
El 11 de marzo de 2001 SS Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la Guerra Civil Española, que tienen en común, además, que fueron ejecutados en la región de Valencia, España, o por proceder de esa región su causa de beatificación fue cursada en este grupo.
En Madrid, en España, beato Crescencio García Pobo, presbítero de los Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores y mártir, que derramó su sangre durante la persecución contra la fe.
Nace en Celadas (Teruel) el 15 de abril de 1903, y al quedar huérfano de padre con cuatro años, es internado en el asilo de San Nicolás de Bari, de Teruel, regentado por los religiosos terciarios capuchinos. Ingresó a su vez en esa congregación el 15 de septiembre de 1919, en el noviciado de Godella, Valencia. Dos años más tarde hace su profesión temporal y pasa a Madrid para hacer los estudios pertinentes, tras los cuales es ordenado sacerdote en Valencia el 16 de septiembre de 1928 de manos del fundador de la congregación mons. Luis Amigó y Ferrer. Es enviado, sucesivamente, a los reformatorios de Santa Rita y Príncipe de Asturias, ambos en Carabanchel Bajo (Madrid) y, en 1935, pasa a la casa de Sograndio en Asturias.

A comienzos de julio de 1936 regresa al reformatorio Príncipe de Asturias, de Madrid, donde le sorprende el estallido de la guerra. Asaltada el día 20 la casa religiosa, debe dejarla y se queda en Madrid en una pensión. El día 23 es arrestado en la calle e ingresado en la cárcel de Ventas. Se le interroga e invita a renunciar a su fe, a lo que se niega, y recibe malos tratos. Destinado al departamento carcelario, conocido como «de los intelectuales», comparte prisión con Ramiro de Maeztu. Por fin, el 3 de octubre es sacado con otros presos y llevado a Paracuellos de Jarama, donde es fusilado. Fue beatificado el 11 de marzo de 2001 por el papa Juan Pablo II.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
 
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El nombre del beato José Aparicio Sanz encabeza la lista de 233 mártires pertenecientes a distintos subgrupos que dieron testimonio cruento de su fe en Valencia, España, en el contexto histórico de la Guerra Civil española. Cada uno de ellos está inscripto en la fecha de su martirio, pero puesto que fueron beatificados todos juntos por SS Juan Pablo II el mismo día, 11 de marzo de 2001, reseñamos aquí con la información del sitio del Vaticano, al par que en cada fecha correspondiente se podrá encontrar -en la medida en que la consigamos- la información individual.
Durante el primer semestre de 1936, después del triunfo del Frente Popular, formado por socialistas, comunistas y otros grupos radicales, se produjeron atentados a la religión más graves que los que se venían produciendo desde el inicio de la Segunda República, con nuevos incendios de templos, derribos de cruces, expulsiones de párrocos, prohibición de entierros y procesiones, etc., y amenazas de mayores violencias.

Éstas se desataron, con verdadero furor, después del 18 de julio de 1936 (formal inicio de la guerra civil). España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la de la Revolución Francesa. Fue un trienio trágico y glorioso a la vez, el de 1936 a 1939. Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil: 13 Obispos; 4.184 Sacerdotes diocesanos y seminaristas, 2.365 Religiosos, 283 Religiosas y varios miles de seglares, de ambos sexos, militantes de Acción Católica y de otras asociaciones apostólicas, cuyo número definitivo todavía no es posible precisar.

El testimonio más elocuente de esta persecución lo dio Manuel de Irujo, ministro del Gobierno republicano, que en una reunión del mismo celebrada en Valencia -entonces capital de la República-, a principios de 1937, presentó el siguiente Memorándum:

«La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. e) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aún han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y Objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerde.»


Y el cardenal arzobispo de Tarragona, Francisco Vidal y Barraquer (1868-1943), que se hallaba refugiado en Italia y fue invitado por el Gobierno republicano en 1938 para que regresara a su diócesis, dijo:

«¿Cómo puedo yo dignamente aceptar tal invitación, cuando en las cárceles continúan sacerdotes y religiosos muy celosos y también seglares detenidos y condenados, como me informan, por haber practicado actos de su ministerio, o de caridad y beneficencia, sin haberse entrometido en lo más mínimo en partidos políticos, de conformidad a las normas que les habían dado?». Y añadía: «Los fieles todos, y en particular los sacerdotes y religiosos, saben perfectamente los asesinatos de que fueron víctimas muchos de sus hermanos, los incendios y profanaciones de templos y cosas sagradas, la incautación por el Estado de todos los bienes eclesiásticos y no les consta que hasta el presente la Iglesia haya recibido de parte del Gobierno reparación alguna, ni siquiera una excusa o protesta.»

A los sacerdotes, religiosos y seglares que entregaron sus vidas por Dios el pueblo comenzó a llamarles mártires porque no tuvieron ninguna implicación política ni hicieron la guerra contra nadie. Por ello, no se les puede considerar caídos en acciones bélicas, ni víctimas de la represión ideológica, que se dio en las dos zonas, sino mártires de la fe. Los mártires que hoy beatifica el Santo Padre demuestran la unidad y diversidad eclesial y esta celebración resulta pastoralmente significativa, porque ve unidos en un único rito a muchos mártires de una misma archidiócesis y tiene las siguientes características:

-la representatividad eclesial del grupo de mártires,pues hay sacerdotes, religiosos y seglares, que son expresión de los numerosos carismas y familias de vida consagrada;

-la representatividad de la Iglesia en España, porque este grupo representa 37 diócesis. Todos ellos se encontraban en Valencia desarrollando sus respectivos ministerios y actividades apostólicas y algunos de ellos han sido unidos en el proceso por competencia, en base a la normativa canónica vigente;

-el elevado número de sacerdotes seculares y de seglares, pues es la primera vez que son beatificados 40 miembros de los presbíteros diocesanos de Valencia (37) y Zaragoza (3), así como 22 mujeres y 20 hombres y jóvenes, miembros de la entonces floreciente Acción Católica Española y de otras asociaciones de apostolado seglar, de todas las edades, profesiones y estado social;

-el actual contexto pastoral favorable, que ha despertado interés en las diócesis españolas hacia esta página gloriosa de la reciente historia. Ésta había quedado un tanto olvidada, pero testimonia la fe y la fidelidad de la Iglesia en España y, más en concreto, en Valencia que tuvo sus orígenes a principios del siglo IV en el martirio del diácono Vicente. El desarrollo de los procesos, las correspondientes catequesis y la "fama martyrii" han llevado a las comunidades cristianas a un mayor interés y devoción hacia los mártires.

Por ello, la beatificación de todos ellos juntos es sumamente oportuna y es de desear que susciten una vida cristiana más intensa, un mayor fervor espiritual y un renovado interés por mantener viva la memoria de estos gloriosos testigos de la Fe.


La página del sitio del Vaticano  contiene más información, así como la lista de los 233 beatificados, y bibliografía pertinente sobre el tema. También puede leerse la homilía de SS Juan Pablo II en la misa de beatificación, en la Plaza de San Pedro.
fuente: Vaticano
 
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San Hesiquio e Mayuma

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San Hesiquio, monje
En Mayuma, en Palestina, conmemoración de san Hesiquio, monje, discípulo de san Hilarión y compañero suyo de peregrinación.
San Hesiquio fue un fiel discípulo de san Hilarión y se le menciona en la biografía de su maestro. Cuando san Hilarión pasó de Palestina a Egipto, Hesiquio le acompañó y, cuando san Hilarión, no queriendo volver a Gaza, donde era muy conocido, huyó secretamente a Sicilia, san Hesiquio le buscó durante tres años. Como no encontró huella alguna de su maestro ni en el desierto ni en los puertos de Egipto, san Hesiquio se dirigió a Grecia, donde finalmente le llegaron noticias sobre un taumaturgo que se había refugiado en Sicilia. Inmediatamente emprendió el viaje a dicha isla, descubrió el escondite de san Hilarión, «cayó de rodillas a sus plantas y bañó con sus lágrimas los pies de su maestro». Ambos ermitaños partieron juntos a Dalmacia y a Chipre, en busca de la soledad total. Dos años más tarde, san Hilarión envió a san Hesiquio a Palestina con saludos para los hermanos y con el propósito de darles cuenta de sus progresos en la vida espiritual, así como el de visitar el antiguo monasterio de Gaza. Cuando san Hesiquio retornó en la primavera del año siguiente, san Hilarión, desalentado por la afluencia de visitantes, le manifestó que quería huir a otra parte; pero para entonces era ya muy anciano, y san Hesiquio le convenció finalmente de que se contentase con retirarse a un sitio más apartado de la isla. Allí murió san Hilarión.

San Hesiquio se hallaba entonces en Palestina. En cuanto le llegó la noticia de la muerte de su maestro, partió apresuradamente a Chipre para evitar que los habitantes de Pafos se apoderasen del cadáver. Al llegar a Chipre, encontró una carta de san Hilarión en la que éste le dejaba en herencia todos sus bienes, que consistían en un libro de los Evangelios y algunos vestidos. Para no despertar sospechas entre los que vigilaban la ermita, san Hesiquio fingió que iba a pasar ahí el resto de su vida. Diez meses más tarde, enfrentándose a mil riesgos y dificultades, consiguió transportar el cuerpo de san Hilarión a Palestina. Allí le recibió una gran multitud de monjes y laicos, quienes le acompañaron a enterrar el cadáver de su maestro en el monasterio que había fundado en Majuma. En él murió san Hesiquio algunos años después.

En Acta Sanctorum, oct., vol. II, hay un relato bastante completo sobre san Hesiquio, basado en las obras de san Jerónimo.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 
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A Hilarión se le sitúa en Palestina en el siglo IV (pudo haber nacido en torno al año 261). Allí conoció Hesiquio (del que desconocemos todo dato biográfico anterior) a ese apóstol y taumaturgo que iba camino de Egipto. Seducido por el amor de Cristo y de las bendiciones del yermo, a través de las palabras y el testimonio de Hilarión, que se había forjado en la fe junto a san Antonio Abad, ya no se separó de su lado. Los hermanos que habitaban cerca de ellos conocían el afecto que Hilarión le profesaba. Uno de ellos, aferrado a su huerta y al dinero, sabiendo que éste realizaba una visita apostólica, quiso congraciarse con él y entregó unas habas a Hesiquio, obsequio que supuso compartiría con él. Pero Hilarión tenía la gracia de percibir a través de los olores las virtudes y vicios ajenos. Y la percepción que tuvo de estas verduras fue nauseabunda; la identificó con la avaricia. Rogó a Hesiquio que las arrojase al comedero de los animales, seguro de que las rechazarían, como así fue. Ante el infecto alimento, los bueyes rompieron las ataduras y se escaparon.
Hilarión se sentía encadenado a un entorno que no le permitía vivir aislado, dedicado por entero a Dios. Así que huyó a Egipto; Hesiquio le acompañó. Es de suponer que ignorarían que con ello se ponían a salvo, ya que tras su partida, Juliano asumió el gobierno de Palestina y los habitantes de Gaza pidieron al emperador que diese muerte a los dos. En Egipto los nuevos prodigios obrados por Hilarión seguían ensombreciendo sus aspiraciones de soledad. Por eso decidió buscar otro lugar más apartado en el que anónimamente pudiera seguir alabando a Dios. Y un día, sin decir nada, se dirigió a Sicilia. Hesiquio, consternado, lo buscó con denuedo durante tres años por el desierto y enclaves de salida del país, como los puertos egipcios. De Egipto partió a Grecia convencido de que la búsqueda, que hasta ese instante era infructuosa, daría los resultados apetecidos por él. Pronto constató que la fama, indeseada para Hilarión, le perseguía, ya que en Metone le dieron noticias de un monje venerable que estaba en Sicilia, al que enseguida identificó con su maestro. No se equivocó. Se trasladó a Pachino y cuando encontró su morada, «cayó de rodillas a sus plantas y bañó con sus lágrimas los pies de su maestro».
Como tampoco allí había logrado pasar desapercibido, Hilarión manifestó su deseo de irse a otro sitio. Hesiquio le sugirió refugiarse en Epidauro (Dalmacia, Ragusa), pero como le seguían las gentes, ambos viajaron a Chipre. Aún habría querido Hilarión trasladarse a otras tierras, pero Hesiquio veía que dada su avanzada edad no era lo más conveniente, y logró convencerle de que viviera en un apartado lugar de la isla. Dos años más tarde Hilarión continuaba alimentando su afán de escapar, preferentemente a un país tan alejado y habitado por bárbaros que le permitiera hallar el sosiego perseguido. Pero Hesiquio debía regresar a Palestina en viaje apostólico, instado por él, portando el mensaje que enviaba a los hermanos que quedaron allí. Además, tenía que visitar el monasterio de Gaza. De modo que Hilarión dejó aparcado su proyecto de viajar a tierras más remotas para la vuelta de su fiel discípulo; así lo hizo notar. A la espera de ello, éste le condujo a otra zona más aislada dentro de la isla donde moró cinco años. En el transcurso de los mismos Hesiquio no le dejó. Sin violentar su soledad, le visitaba asiduamente, mantenían entrañables coloquios y seguía siendo testigo de sus milagros.
Pero en el transcurso de un nuevo viaje a Palestina, su maestro murió dejándole como legado los Evangelios y algunas modestas prendas. Fue enterrado cerca de Pafos. Cuando supo la noticia, Hesiquio, temeroso de que los ciudadanos pudieran hacerse con sus restos, viajó a la isla. Tuvo que esperar diez meses haciendo creer a los habitantes que pensaba establecerse allí como monje, hasta que pudo recoger el cuerpo de Hilarión que transportó a Palestina en medio de numerosas dificultades y peligros. Lo sepultó en el monasterio fundado por él en Maiuma, su ciudad natal, acompañado de una gran muchedumbre de monjes y laicos. Años más tarde, Hequisio murió en este mismo lugar.   

Hesiquio de Maiuma, Santo
Hesiquio de Maiuma, Santo

Monje, 3 de octubre


Por: Isabel Orellana Vilches | Fuente: Zenit.org 



Monje

Martirologio Romano: En Maiuma, en Palestina, conmemoración de san Hesiquio, monje, discípulo de san Hilarión y compañero suyo de peregrinación. ( c.380)
En la hagiografía hay bellísimas historias de fidelidad y ternura de hermanos en la fe cuyas vidas se entrecruzaron y unieron indisolublemente hasta el fin de sus días. Ejemplos de lealtad y gratitud entre discípulo y maestro nutridos en la memoria cotidiana de su oración, que ni siquiera la muerte logra separar. Es el caso de san Hesiquio, al que la tradición recuerda vinculado a san Hilarión. Tan relevante fue para él, que aparece reflejado en su biografía, la Vita Hilarionis, obra de san Jerónimo. Ella permite reconstruir la grandeza de este monje que, habiendo recibido la invitación de Cristo para seguirle a través de san Hilarión, durante un tiempo se convirtió en una especie de heraldo suyo. Cuando murió lo buscó afanosamente. Para él no existieron distancias geográficas; salvó todo escollo hasta dar con sus restos con objeto de seguir venerándolos. Hay que decir que una mayoría de autores coinciden en sostener la historicidad de Hilarión lo que significa aceptar también la de Hesiquio, punto de partida esencial para lo que podemos exponer acerca de él.

A Hilarión se le sitúa en Palestina en el siglo IV (pudo haber nacido en torno al año 261). Allí conoció Hesiquio (del que desconocemos todo dato biográfico anterior) a ese apóstol y taumaturgo que iba camino de Egipto. Seducido por el amor de Cristo y de las bendiciones del yermo, a través de las palabras y el testimonio de Hilarión, que se había forjado en la fe junto a san Antonio Abad, ya no se separó de su lado. Los hermanos que habitaban cerca de ellos conocían el afecto que Hilarión le profesaba. Uno de ellos, aferrado a su huerta y al dinero, sabiendo que éste realizaba una visita apostólica, quiso congraciarse con él y entregó unas habas a Hesiquio, obsequio que supuso compartiría con él. Pero Hilarión tenía la gracia de percibir a través de los olores las virtudes y vicios ajenos. Y la percepción que tuvo de estas verduras fue nauseabunda; la identificó con la avaricia. Rogó a Hesiquio que las arrojase al comedero de los animales, seguro de que las rechazarían, como así fue. Ante el infecto alimento, los bueyes rompieron las ataduras y se escaparon.

Hilarión se sentía encadenado a un entorno que no le permitía vivir aislado, dedicado por entero a Dios. Así que huyó a Egipto; Hesiquio le acompañó. Es de suponer que ignorarían que con ello se ponían a salvo, ya que tras su partida, Juliano asumió el gobierno de Palestina y los habitantes de Gaza pidieron al emperador que diese muerte a los dos. En Egipto los nuevos prodigios obrados por Hilarión seguían ensombreciendo sus aspiraciones de soledad. Por eso decidió buscar otro lugar más apartado en el que anónimamente pudiera seguir alabando a Dios. Y un día, sin decir nada, se dirigió a Sicilia. Hesiquio, consternado, lo buscó con denuedo durante tres años por el desierto y enclaves de salida del país, como los puertos egipcios. De Egipto partió a Grecia convencido de que la búsqueda, que hasta ese instante era infructuosa, daría los resultados apetecidos por él. Pronto constató que la fama, indeseada para Hilarión, le perseguía, ya que en Metone le dieron noticias de un monje venerable que estaba en Sicilia, al que enseguida identificó con su maestro. No se equivocó. Se trasladó a Pachino y cuando encontró su morada, «cayó de rodillas a sus plantas y bañó con sus lágrimas los pies de su maestro».

Como tampoco allí había logrado pasar desapercibido, Hilarión manifestó su deseo de irse a otro sitio. Hesiquio le sugirió refugiarse en Epidauro (Dalmacia, Ragusa), pero como le seguían las gentes, ambos viajaron a Chipre. Aún habría querido Hilarión trasladarse a otras tierras, pero Hesiquio veía que dada su avanzada edad no era lo más conveniente, y logró convencerle de que viviera en un apartado lugar de la isla. Dos años más tarde Hilarión continuaba alimentando su afán de escapar, preferentemente a un país tan alejado y habitado por bárbaros que le permitiera hallar el sosiego perseguido. Pero Hesiquio debía regresar a Palestina en viaje apostólico, instado por él, portando el mensaje que enviaba a los hermanos que quedaron allí. Además, tenía que visitar el monasterio de Gaza. De modo que Hilarión dejó aparcado su proyecto de viajar a tierras más remotas para la vuelta de su fiel discípulo; así lo hizo notar. A la espera de ello, éste le condujo a otra zona más aislada dentro de la isla donde moró cinco años. En el transcurso de los mismos Hesiquio no le dejó. Sin violentar su soledad, le visitaba asiduamente, mantenían entrañables coloquios y seguía siendo testigo de sus milagros.

Pero en el transcurso de un nuevo viaje a Palestina, su maestro murió dejándole como legado los Evangelios y algunas modestas prendas. Fue enterrado cerca de Pafos. Cuando supo la noticia, Hesiquio, temeroso de que los ciudadanos pudieran hacerse con sus restos, viajó a la isla. Tuvo que esperar diez meses haciendo creer a los habitantes que pensaba establecerse allí como monje, hasta que pudo recoger el cuerpo de Hilarión que transportó a Palestina en medio de numerosas dificultades y peligros. Lo sepultó en el monasterio fundado por él en Maiuma, su ciudad natal, acompañado de una gran muchedumbre de monjes y laicos. Años más tarde, Hequisio murió en este mismo lugar.




Szilard Ignác Bogdánffy, Beato
Szilard Ignác Bogdánffy, Beato

Obispo y Mártir, 3 de octubre






Obispo y Mártir

Martirologio Romano: En la prisión de Aiud, Transilvania (Rumania), venerable Szilard Ignác Bogdánffy, Obispo Auxiliar de Satu Mare y Oradea, mártir durante la ocupación comunista en Rumania ( 1953)

Fecha de beatificación: 30 de octubre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Szilard Ignác Bogdánffy nació el 21 de febrero 1911 en la localidad de Feketetó de Banat del Norte (después condado Torontál de Hungría, hoy en Serbia), donde su padre ejerció la función docente. En 1920 la familia se trasladó a Cruceni, donde su padre Szilard Bogdánffy recibió un nuevo puesto de profesor. En 1925 se trasladaron a Timisoara. 

En 1925 ingresó a estudiar en el instituto escolapio en Timisoara, y en 1929 ingresó en el Seminario Teológico de Oradea. Fue ordenado diácono el 5 de febrero 1934. Luego fue ordenado sacerdote católico romano en la catedral de Oradea, el 29 de junio de 1934 por el Obispo Itsván Fiedler.

Durante 1935-1939, fue profesor en el colegio católico en Oradea y confesor en el Monasterio de las Ursulinas en la misma ciudad.

En 1939 Szilard Bogdánffy fue señalado por el servicio secreto rumano como importante miembro en las tareas de organizar las actividades del movimiento de Auto-Defensa de Érmihályfalva , organización de resistencia de la comunidad húngara que luchaba contra los intentos de romanización . En octubre de 1939 fue detenido y el 21 de diciembre 1939 fue deportado junto a otros 35 detenidos, entre ellos 15 sacerdotes católicos.

Entre septiembre de 1940 y junio de 1943, realizó estudios de filosofía y dogmática en la Universidad Pázmány Péter de Budapest, obteniendo el título de doctor en teología el 26 de junio de 1943. Su tesis doctoral versó sobre el "Apocalipsis Sinóptico”. Volvió a Rumania en 1944, fue nombrado profesor en el colegio católico "Szent József" en Oradea. En abril de 1947 fue elevado al canon de la Catedral Episcopal de Oradea y nombró Vicario Episcopal.

El 14 de febrero de 1949, a la edad de 38 años, en una ceremonia realizada en la clandestinidad, fue consagrado como Obispo Auxiliar de Satu Mare y Oradea, en la Capilla de la Nunciatura Apostólica de Bucarest por el obispo Gerald Patrick Aloysius O´Hara de Savannah, Georgia , ( EE.UU.), Regente de la Nunciatura Apostólica de Rumania.

El Obispo Bogdánffy fue detenido el 5 de abril de 1949 en Oradea, iniciando así su vía crucis por las siguientes prisiones: Jilava, Capul Midia, Sighet y Aiud. John Ploscaru, Obispo greco-católico clandestino, relata en sus memorias "Cadenas y terror" (Ed. Signata, Timisoara, 1993) algo de lo vivido por el Obispo Bogdánffy en la cárcel de Sighet.

"Fue el 02 de febrero 1951 (fiesta de la Presentación del Señor). Vinieron a la celda varios militares con el comandante de la prisión. El Obispo Suciu estaba acostado en la cama, débil como una momia.
- ¡Levántate, todos de cara a la pared y quítense la ropa!
Nuestra celda era un antiguo almacén, era de las más espaciosas de la prisión, pero hacía mucho frío, no teníamos leña para calentarnos. Nos quitamos la ropa y la pusimos en la pila de lavandería. Temblábamos de frío... Fue un duro invierno.
- ¿Alguna idea de fuga?, preguntó el comandante, mientras revisaba nuestra ropa como buscando pulgas. Revisó los colchones, observando la habitación con una minuciosidad y paciencia exasperante. Nosotros, de cara a la pared, temblando de frío, el obispo Suciu apenas podía mantenerse de pie. No entiendo por qué el comandante miraba, tocaba, cada costura de toda la ropa. De repente un policía preguntó
- ¿De quién es este abrigo?
- Es mío, dijo Bogdánffy (sacerdote católico romano en Satu Mare, y su obispo). El policía tenía en la mano una punta de lápiz.
- ¿Dónde está el resto del lápiz?
Para nuestra sorpresa Bogdánffy fue a su colchón, miró por debajo y sacó un lápiz de unos diez centímetros.
- ¿Cómo lo obtuvo usted?
- Lo tomé en la corte.
Búsqueda terminada. Duró aproximadamente una hora, estábamos atrapados en el frío. Obispo Suciu pudo ir a la cama. El comandante pidió a cada uno su nombre. Después de tener todos los nombres, ordenó, señalando Bogdánffy y Bele:
- Usted y usted van al "negro".
"Negro" era una celda sin ventanas ni luz. Eran como de 2 metros cuadrados y se convirtió en la celda de castigo. El detenido era puesto allí sólo con ropa interior y descalzo. A veces tiraban agua en el suelo para que no pudiera sentarse. Las raciones de alimentos se reducían a la mitad. Por lo tanto el prisionero estaba en la oscuridad, con frío, desnudo, hambriento, a veces con grilletes, debía permanecer de pie todo el día, saltando de un pie al otro. Cuando oímos su condena vimos el miedo en Bogdánffy y Bele, pensando en las consecuencias de este castigo, porque ya estábamos en medio del invierno... Bogdánffy morirá después en la cárcel de Aiud.

El Obispo Szilard Bogdánffy murió en la prisión en Aiud el 3 de octubre de 1953 a la edad de 42 años.

El sábado 27 de marzo de 2010, S.S. Benedicto XVI firmó el decreto referente al martirio del Venerable Szilard Bogdánffy.




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