Beata María Poussepin, virgen y
fundadora
fecha: 24 de enero
fecha en el calendario anterior: 14 de octubre
n.: 1653 - †: 1744 - país: Francia
canonización: B: Juan Pablo II 20 nov 1994
hagiografía: Web de la Orden de Predicadores
fecha en el calendario anterior: 14 de octubre
n.: 1653 - †: 1744 - país: Francia
canonización: B: Juan Pablo II 20 nov 1994
hagiografía: Web de la Orden de Predicadores
En
el lugar de Sainville, en la región de Chartres, en Francia, beata María
Poussepin, virgen, fundadora del Instituto de Hermanas de la Caridad Dominicas
de la Presentación de la Santísima Virgen, para ayudar a los pastores de almas
en la formación de las jóvenes y para la asistencia de pobres y enfermos.

Nace en Dourdan, cerca de París (Francia), en 1653. En
esa época la miseria era grande: malas cosechas, enfermedades y guerras
numerosas dejan al pueblo en un estado dramático. Marie Poussepin pertenece a
una familia relativamente acomodada, pero su padre se declara en quiebra.
Maria, que aun es joven, deberá encargarse de la empresa de su padre, una
fabrica de calcetines, para subvenir a las necesidades de su familia, y también
de la economía del pueblo.
Como directora de empresa, introduce nuevas máquinas
(está abierta al progreso técnico de la época) pero sobre todo contrata a
jóvenes, suprimiendo, para éstos la necesidad de pagar al maestro de aprendices
los derechos de formación al aprendizaje. Esta práctica muy nueva entonces le
permite ofrecer la posibilidad de adquirir un oficio ( y por lo tanto unas
ganancias) a unos pobres jóvenes, a huérfanos...
Marie Poussepin combina, al mismo tiempo, su responsabilidad
de jefe de empresa con su compromiso en una Fraternidad de Caridad en su
pueblo, y luego en una Fraternidad de la Tercera Orden Dominicana ( en 1693 )
En esos grupos Maria llega a ser rápidamente responsable, por el cuidado que
pone en visitar a los enfermos, las viudas, los mendigos... Está presente,
pues, en las dos facetas de la caridad: la economía y la compasión.
Conmovida por la miseria del campo y en particular por
el estatuto de las huérfanas, de las viudas, de las mujeres enfermas y mas
generalmente por la condición de la mujer pobre de su época, Maria Poussepin
funda, en 1695, una fraternidad dominicana a la que entrega todos sus bienes
personales. Esta Fraternidad instalada en un pueblo pequeño (Sainville) es una
innovación: se trata de vivir juntas, según las costumbres dominicanas, pero
sin clausura para poder irradiar la caridad; entiende así enfrentarse a un
desafío: luchar contra la miseria y vivir plenamente la vida religiosa.
En Sainville organiza una pequeña escuela para las niñas,
visita a los enfermos... La comunidad crece y rápidamente otras comunidades son
creadas siempre al servicio de los mas pobres, de los enfermos, de las
huérfanas. En vida de Marie Poussepin serán unas veinte en la región parisina,
en Chartres... Sin embargo el Obispo de Chartres pone objeciones: para
reconocer la congregación fundada por Maria exige que las hermanas renuncien a
todo vinculo con los dominicos. María debe someterse; esos vínculos no serán
restablecidos sino al final del siglo XIX e institucionalmente a mitad del
siglo XX.
Marie Poussepin instituye una congregación original
(las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación de Tours) en la que
las hermanas trabajan gratuitamente al servicio de los pobres y deben además
ganarse la vida (trabajo de tejido en la época de su fundación). Ella pone el
ejercicio de la caridad (hoy se diría de la solidaridad) en el centro de la
vida religiosa; el trabajo llega a ser el medio de vivir la pobreza religiosa.
María dará una gran importancia al trabajo como verdadera ascesis y compromiso
fraterno para alcanzar los objetivos de la congregación.
Maria falleció el 24 de enero de 1774 y fue
beatificada por SS Juan Pablo II en la basílica vaticana el 20 de noviembre de
1994.
Nota: Debe observarse que -como ocurrió en muchos
casos- el culto como beata se le tributaba desde hacía tiempo, los días 14 de
octubre. Es relativamente reciente la costumbre en la Iglesia de esperar a que
Roma eleve a los altares a un beato o santo para comenzar a tributarle culto
público.
fuente: Web de la Orden de Predicadores
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o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=305
Beatos Vicente Lewoniuk y doce
compañeros, mártires
fecha: 24 de enero
†: 1874 - país: Polonia
canonización: B: Juan Pablo II 6 oct 1996
hagiografía: Vaticano
†: 1874 - país: Polonia
canonización: B: Juan Pablo II 6 oct 1996
hagiografía: Vaticano
En
Pratulin, en la región de Siedlce, en Polonia, beatos Vicente Lewoniuk y doce
compañeros, mártires, que, firmes ante las amenazas y halagos de los que
querían apartarlos de la Iglesia católica, fueron asesinados o heridos
mortalmente por haberse negado a entregar las llaves de la parroquia. Son sus
nombres: beatos Daniel Karmasz, Lucas Bojko, Bartolomé Osypiuk, Honofrio
Wasiluk, Felipe Kiryluk, Constantino Bojko, Miguel Nicéforo Hryciuk, Ignacio
Franczuk, Juan Andrzejuk, Constantino Lubaszuk, Máximo Hawryluk y Miguel
Wawrzyszuk.
En el sitio del Vaticano no se encuentra publicada -ni
siquiera en otros idiomas que el castellano- la homilía de la misa de
beatificación, realizada en Roma el 6 de octubre de 1996; sin embargo tres años
después, en su viaje a Polonia de junio de 1999, el Santo Padre dio una homilía
en la que hizo alusión a la beatificación de este grupo, extrayendo de ellos
una preciosa enseñanza sobre la unidad de la Iglesia. Reproducimos el fragmento
central de esa predicación, que puede leerse entera en el sitio del Vaticano:
«Padre
santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como
nosotros» (Jn 17, 11)

Cristo pronunció estas palabras la víspera de su
pasión y muerte. En cierto sentido, son su testamento. Desde hace dos mil años,
la Iglesia avanza en la historia con este testamento, con esta oración por la
unidad. Sin embargo, hay algunos períodos de la historia en los que esa oración
resulta particularmente actual. Nosotros estamos viviendo precisamente uno de
esos períodos. Si el primer milenio de la historia de la Iglesia estuvo marcado
esencialmente por la unidad, ya desde el inicio del segundo milenio se produjeron
las divisiones, primero en Oriente y más tarde en Occidente. Desde hace casi
diez siglos el cristianismo vive desunido.
Esa desunión se ha expresado y se expresa en la
Iglesia que desde hace mil años realiza su misión en Polonia. En el período de
la primera República, los extensos territorios polaco-lituano-rutenos
constituían una región donde coexistían las tradiciones occidental y oriental.
Sin embargo, se fueron manifestando gradualmente los efectos de la división
que, como es sabido, se produjo entre Roma y Bizancio a mitad del siglo XI.
Poco a poco se fue despertando también la conciencia de la necesidad de
restablecer la unidad, especialmente a raíz del concilio de Florencia, en el
siglo XV. El año 1596 tuvo lugar un acontecimiento histórico: la así llamada
«Unión de Brest». Desde entonces, en los territorios de la primera República, y
especialmente en los orientales, aumentó el número de las diócesis y de las
parroquias de la Iglesia greco-católica. Aun conservando la tradición oriental
en el ámbito de la liturgia, de la disciplina y de la lengua, esos cristianos
permanecieron en unión con la Sede apostólica.
En la diócesis de Siedlce, donde nos encontramos hoy,
y en particular en la localidad de Pratulina, se brindó un testimonio especial
de ese proceso histórico. En efecto, aquí fueron martirizados los confesores de
Cristo pertenecientes a la Iglesia greco-católica, el beato Vicente Lewoniuk, y
sus doce compañeros.
Hace tres años, durante su beatificación en la plaza
de San Pedro, en Roma, dije que «dieron testimonio de fidelidad inquebrantable
al Señor de la viña. No lo defraudaron, sino que, habiendo permanecido unidos a
Cristo como los sarmientos a la vid, dieron los frutos esperados de conversión
y santidad. Perseveraron, incluso a costa del sacrificio supremo. (...) Como
siervos fieles del Señor, confiando en su gracia, testimoniaron su pertenencia
a la Iglesia católica en la fidelidad a su tradición oriental. (...) Con ese
gesto generoso los mártires de Pratulina defendieron no sólo el templo frente
al cual fueron asesinados, sino también a la Iglesia que Cristo confió al
apóstol Pedro, porque se sentían sus piedras vivas».
Los mártires de Pratulina defendieron la Iglesia, que
es la viña del Señor. Permanecieron fieles a ella hasta la muerte, y no
cedieron a las presiones del mundo de entonces, que precisamente por eso los
odiaba. En su vida y en su muerte se cumplió la petición de Cristo en la
oración sacerdotal: «Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado (...).
No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. (...)
Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al
mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo,
para que ellos también sean santificados en la verdad» (Jn 17, 14-15. 17-19).
Dieron testimonio de su fidelidad a Cristo en su santa Iglesia. En el mundo en
el que vivían, con valentía trataron de derrotar, mediante la verdad y el bien,
al mal que se extendía, y con amor quisieron vencer al odio que reinaba. Como
Cristo, que por ellos se entregó a sí mismo en sacrificio, para santificarlos
en la verdad, también ellos entregaron su vida por la fidelidad a la verdad de
Cristo y en defensa de la unidad de la Iglesia. Esta gente sencilla -padres de familia-
en el momento crítico prefirió la muerte antes que ceder a presiones que
atentaban contra su conciencia. «¡Qué dulce es morir por la fe!», fueron sus
últimas palabras.
Les agradecemos ese extraordinario testimonio, que se
ha convertido en patrimonio de toda la Iglesia que está en Polonia para el
tercer milenio, que ya se aproxima. Dieron una gran contribución a la
construcción de la unidad. Cumplieron hasta el fin, mediante el generoso
sacrificio de su vida, la oración de Cristo al Padre: «Padre santo, cuida en tu
nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17, 11). Con
su muerte confirmaron la fidelidad a Cristo en la Iglesia católica de tradición
oriental.
Ese mismo espíritu animó a las multitudes de fieles de
rito bizantino-ucranio, obispos, sacerdotes y laicos, que durante los cuarenta
y cinco años de persecución han mantenido la fidelidad a Cristo, conservando su
identidad eclesial. En este testimonio, la fidelidad a Cristo se mezcla con la
fidelidad a la Iglesia y se transforma en servicio a la unidad.
fuente: Vaticano
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=306
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