Beato Manuel Domingo y Sol – 25 de enero
«Este santo apóstol de las vocaciones, como lo
denominó Pablo VI, amó profundamente su vocación sacerdotal y tuteló la de los
seminaristas. Es el fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios
Diocesanos»
24 ENERO 2016ISABEL
ORELLANA VILCHESESPIRITUALIDAD Y ORACIÓN

Beato Manuel Domingo Y Sol - Templo De
La Reparación (Tortosa, Tarragona) (Wikicommons -Zarateman)
Hoy la Iglesia celebra la conversión de
san Pablo apóstol, y entre otros, la vida de este beato.
Es impagable la labor de tantos
sacerdotes diocesanos que han nutrido con su oración ante el sagrario (y
continúan haciéndolo) la vocación que recibieron encaminada a llevar la fe al
corazón de las gentes sencillas, a veces en lugares apartados e inhóspitos,
multiplicando el tiempo para atender a varias parroquias y estar presente en
los momentos de gozo y de duelo de los fieles. Son albaceas de hermosos sueños y
han sido capaces de transitar por las frías veredas de la desidia ajena sin
dejarse atrapar por el sentimiento de fracaso. Con su admirable tesón y
sacrificio han cosechado numerosos frutos apostólicos a lo largo de los siglos.
Manuel, considerado por Pablo VI «santo apóstol de las vocaciones», fue uno de
ellos.
Vino al mundo el 1 de abril de 1836 en
Tortosa, Tarragona, España. Y creció amando profundamente el sacerdocio en el
que veía un campo fecundo de grandes proporciones evangelizadoras. En plena adolescencia
ingresó en el seminario, y en 1862 comenzaba a dar rienda a sus anhelos en una
modesta población, La Aldea, perteneciente a la demarcación de Tortosa, un
destino en el que permaneció un año hasta que tomó posesión de la parroquia de
Santiago de esta ciudad en la que había nacido. Combinó su misión pastoral con
la atención espiritual a religiosas y la docencia en el Instituto. Entre las
obras que emprendió a lo largo de 13 años se hallan tres conventos de clausura
para religiosas, un centro juvenil y la fundación de la revista católica
dirigida a este colectivo El Congregante,pionera en España. Pero la
honda impresión de que podía hacer mucho más le acompañaba y portando este
sentimiento en lo más recóndito de su ser, afán que ponía a los pies de Cristo
en su oración, un día halló la respuesta.
¡Cuántos seminaristas han malvivido y
sufrido carencias de distinto calado para materializar su vocación! En febrero
de 1873 Manuel se encontró con un grupo de generosos jóvenes que actuaron en
conformidad con el Evangelio despojándose de todo con auténtica fruición para
obtener la perla preciosa, fieles al llamamiento de Cristo. El eslabón de este
importantísimo hallazgo, de suma trascendencia en su vida, fue el seminarista
Ramón Valero, quien informó al beato de la existencia de otros compañeros que
se hallaban en su misma situación. Impresiona la grandeza de corazón de este
colectivo aspirante al sacerdocio que sobrevivía casi clandestinamente en
Tortosa, sin lugar donde guarecerse de forma digna, por haber sido destruido el
seminario durante la guerra de 1868, y no tenían más comida que la que obtenían
de la caridad ajena o de la que se procuraban en el basurero, ni más luz que
una simple vela. Entre tantas necesidades incluían la falta de formadores.
Manuel se puso manos a la obra y en
septiembre de ese mismo año ya contaba con un grupo de 24 seminaristas que
habían vivido en precarias condiciones y tres años más tarde se había engrosado
el número llegando casi al centenar. A este primer centro que denominó «Casa de
san José» siguió en 1878 el «Colegio de san José para vocaciones sacerdotales»,
cuya apertura tuvo lugar en 1879 y en el que se alojaron 300 seminaristas que
habían conocido en carne propia la indigencia. A ellos había que sumar otro
centenar que tenía acogidos en el palacio de San Rufo.
Pero el horizonte de un apóstol es
inmenso, su fe no tiene fronteras, y su oración insistente ante Dios para
conocer su voluntad, termina por recibir respuestas. El 29 de enero de 1883,
después de oficiar la Santa Misa, tuvo una honda impresión que pocos días más
tarde emergió con claridad y dio lugar a la Hermandad de Sacerdotes Operarios
Diocesanos que se centrarían en la formación de los seminaristas. Desde el
primer momento, el espíritu que animó a los sacerdotes que inicialmente se
unieron a esta labor era la Reparación al Corazón de Jesús, toda vez que Manuel
tenía gran devoción por la Eucaristía que había convertido en el centro de su
vida y quehacer apostólico. «Si descendiéramos al fondo, al
manantial de los sentimientos de nuestra espiritualidad, tal vez encontraríamos
lo que no habíamos reparado ni discurrido: que el origen de nuestro deseo por
el bien y promoción de las vocaciones sacerdotales, de que Dios tenga muchos y
buenos sacerdotes, ha sido nuestro instintivo amor a Jesús eucarístico»,
solía decir.
La profunda sensibilidad del beato
revertió en los seminaristas que comenzaron a recibir una formación integral
extraordinaria. Abarcaba todas las facetas: humanas, espirituales,
intelectuales, pastorales, etc., una manera de proceder que signó la tarea de
los Sacerdotes Operarios. Manuel vio con inmensa alegría cómo brotaban las
vocaciones y llovían las demandas de prelados de distintas diócesis para contar
con la inestimable ayuda de la Hermandad.
Siempre con el sello del amor a Jesús
Eucaristía recordaba: «Una de las cosas que nos avergonzarían en
el cielo, si pudiese haber confusión, sería el pensar que le hemos tenido en la
tierra, y no nos absorbió toda la vida, todo nuestro corazón».
Y con este espíritu siguió trabajando por el reino de Dios sin desfallecer, con
la convicción de que entre sus manos tenían la delicadísima tarea de formar
sacerdotes revestidos por la auténtica y genuina entrega evangélica: «la
formación de los sacerdotes es lo que podríamos decir ‘la llave de
la cosecha’ en todos los campos de la gloria de Dios. Nosotros, más que
apóstoles parciales, hemos de ser moldeadores y formadores de
apóstoles». Entre sus grandes sueños alimentó la idea de erigir templos de
Reparación en todas las diócesis. Uno de los dos construídos, a instancias
suyas, fue el de Tortosa, y en él se custodian sus restos. Murió el 25 de enero
de 1909. Juan Pablo II lo beatificó el 29 de marzo de 1987.
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