San Agileo, mártir
fecha: 25 de enero
fecha en el calendario anterior: 15 de octubre
†: s. III/IV - país: África Septentrional
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
fecha en el calendario anterior: 15 de octubre
†: s. III/IV - país: África Septentrional
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
En
Cartago, ciudad de África, san Agileo, mártir, en cuyo aniversario de muerte
san Agustín ofreció, en su honor, un sermón al pueblo en su basílica.
Todo lo que sabemos sobre este mártir procede de
testimonios indirectos. Podemos afirmar su existencia, martirio y culto antiguo
con total certeza, pero la memoria de su vida y hechos se nos ha perdido por
completo, como ocurre con muchos de los mártires norafricanos. El elogio del
Martirologio Romano menciona un sermón de san Agustín predicado en Cartago el
día de la conmemoración del santo. Lamentablemente ese sermón no ha llegado a
nosotros, sino sólo su referencia entre las obras de san Agustín, catalogadas
por su secretario Posidio; en efecto, el Catálogo posidiano, en el capítulo IX,
inscribe un sermón «Per natalem sancti Agilei», es decir, por la conmemoración
del martirio del santo. Además, en la «Vida de san Fulgencio de Ruspe» se menciona
una basílica de San Agileo. Y en tercer lugar, está el claro testimonio de
culto, siglo y medio del sermón perdido de san Agustín, a través de una carta
del papa de san Gregorio Magno a Dominico, obispo de Cartago, a quien le
agradece el envío de unas reliquias de san Agileo (Epistolario de S. Gregorio
Magno, libro XII, ep. I).
Como se puede evaluar con facilidad, a pesar de
desconocer todo sobre el santo, no hay ningún motivo para dudar de su
existencia y culto antiguo. Su memoria se inscribe en el Martirologium
Hieronymianum con fecha 25 de enero, que es la que el nuevo Martirologio Romano
le ha reasignado. Por alguna razón que desconocemos, cuando el Card. Baronio
elaboró el primer Martirologio Romano, lo inscribió con fecha 15 de octubre
(quizás una traslación de reliquias), y en esa fecha fue celebrado hasta su
reciente traslado a la fecha actual. Su año de martirio es desconocido, pero no
es posible que sea en las persecuciones vandálicas en África, por lo que tiene
que pertenecer al período de las persecuciones romanas, es decir que es
anterior al 313.
Ver Acta Sanctorum, octubre, VII, pág 7ss.
Abel Della Costa
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o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=311
San Gregorio de Nacianzo, obispo
fecha: 25 de enero
fecha en el calendario anterior: 9 de mayo
n.: c. 330 - †: 390 - país: Turquía
otras formas del nombre: Gregorio el Teólogo, Gregorio el Joven, Gregorio Nacianceno
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 9 de mayo
n.: c. 330 - †: 390 - país: Turquía
otras formas del nombre: Gregorio el Teólogo, Gregorio el Joven, Gregorio Nacianceno
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En
la ciudad de Nacianzo, de la región de Capadocia, muerte de san Gregorio,
obispo, cuya memoria se celebra el día dos de enero.
patronazgo: patrono de los
poetas, y protector para obtener una buena cosecha.
refieren a este santo: San Anfiloquio
de Iconio, San Basilio
Magno, Santos Basilio
Magno y Gregorio Nacianceno, San Cesáreo, Santa Gorgonia, San Gregorio de
Nisa, San Jerónimo, Santa Nona,Santa Olimpíada, San Pedro de
Sebaste

San Gregorio de Nacianzo fue declarado Doctor de la
Iglesia y apodado «el teólogo» (título que comparte con el apóstol san Juan),
por la habilidad con que defendió la doctrina del Concilio de Nicea. Nació
hacia el año 329, en Arianzo de Capadocia. Era hijo de santa Nona y
san Gregorio el Mayor. Su padre era un antiguo propietario y magistrado que,
después de convertirse al cristianismo junto con su esposa, recibió el
sacerdocio y gobernó durante cuarenta y cinco años la diócesis de Nacianzo. Sus
hijos, Gregorio y Cesario, recibieron una educación excelente. Después de haber
hecho sus primeros estudios en Cesarea de Capadocia, donde conoció a san Basilio,
San Gregorio de Nacianzo, que quería ser abogado, pasó a Cesarea, en Palestina,
donde había una famosa escuela de retórica. Más tarde volvió a reunirse con su
hermano en Alejandría. En aquella época, los estudiantes pasaban con facilidad
de una escuela a otra; san Gregorio, después de una corta estancia en Egipto,
decidió ir a terminar sus estudios en Atenas. Una furiosa tempestad que sacudió
durante varios días la nave en que iba Gregorio, le hizo caer en la cuenta del
riesgo en que se hallaba de perder su alma, ya que aún no había recibido el
bautismo. Sin embargo, no se bautizó sino hasta varios años después,
probablemente porque compartía la creencia de su época de que era muy difícil
obtener el perdón de los pecados cometidos después del bautismo. Gregorio pasó
diez años en Atenas; casi todo ese tiempo estuvo con san Basilio, de quien
llegó a ser íntimo amigo. Otro de sus compañeros, aunque no de sus amigos, fue
el futuro emperador Juliano, cuya afectación y extravagancia eran muy poco del
gusto de los jóvenes capadocios. Gregorio partió de Atenas a los treinta años
de edad, después de aprender cuanto sus maestros podían enseñarle. No sabemos
exactamente qué pensaba hacer en Nacianzo; en todo caso, si tenía intenciones
de practicar su carrera de leyes o enseñar retórica, modificó sus planes.
Gregorio había sido siempre muy devoto; pero por entonces abrazó una forma de
vida mucho más austera, transformado, según parece, por una profunda
experiencia religiosa, que tal vez fue el bautismo. Basilio, que vivía como
solitario en el Ponto, en las riberas del Iris, le invitó a reunirse con él, y
Gregorio aceptó al punto. En medio de aquel hermoso paisaje solitario, del que
san Basilio nos dejó una bellísima descripción, los dos amigos pasaron un par
de años, consagrados a la oración y al estudio; durante ellos, hicieron una
colección de extractos de las obras de Orígenes y echaron los fundamentos de la
vida monástica de Oriente, cuya influencia había de dejarse sentir también en
el Occidente a través de san Benito.
Gregorio tuvo que arrancarse de aquel remanso de paz
para ir a ayudar a su padre, que tenía ya ochenta años, en la administración de
su diócesis y de sus bienes. Pero el anciano, al que no satisfacía plenamente
la ayuda que su hijo le prestaba como laico, le ordenó sacerdote más o menos
por la fuerza, con la ayuda de algunos fieles. Aterrorizado al verse elevado a
la dignidad sacerdotal, de la que la conciencia de su indignidad le había
mantenido alejado hasta entonces, san Gregorio se dejó llevar de su primer
impulso y huyó en busca de su amigo Basilio. Sin embargo, diez semanas más
tarde, volvió a la casa de su padre, decidido a aceptar las responsabilidades
de su vocación. La apología que escribió sobre su fuga es, en realidad, un
tratado sobre el sacerdocio, en el que se fundaron cuantos han escrito
posteriormente sobre el tema, empezando por san Juan Crisóstomo. Un incidente
se encargó pronto de demostrar cuán necesaria era la presencia de Gregorio en
Nacianzo: su padre y muchos otros prelados habían aceptado las decisiones del
Concilio de Rímini, con la esperanza de ganarse así a los semiarrianos. Esto
produjo una violenta reacción entre los mejores católicos, especialmente entre
los monjes, y sólo la habilidad de san Gregorio consiguió evitar el cisma.
Todavía se conserva el discurso que pronunció el día de la reconciliación, así
como dos oraciones fúnebres de la misma época: la de su hermano san Cesario,
que había sido médico del emperador en Constantinopla, en el año 369 y la de su
hermana santa Gorgonia.
El año 370, san Basilio fue elegido metropolitano de
Cesarea. En aquella época, el emperador Valente y el procurador Modesto hacían
lo imposible por introducir el arrianismo en Capadocia y san Basilio se
convirtió en el principal obstáculo para la realización de sus planes. Con el
objeto de disminuir la influencia de este último, Valente dividió la Capadocia
en dos provincias e hizo de la ciudad de Tiana la capital de la nueva. El
obispo de Tiana, Antimo, reclamó inmediatamente la jurisdicción archiepiscopal
sobre la nueva provincia; pero San Basilio arguyó que la nueva división
política no afectaba en nada su autoridad de metropolitano. A fin de consolidar
su posición, contando con un amigo en el territorio en disputa, san Basilio
nombró a san Gregorio obispo de la nueva diócesis de Sásima, ciudad malsana y
miserable, que se hallaba situada en la frontera de las dos provincias.
Gregorio aceptó contra su voluntad la consagración, pero nunca se trasladó a
Sásima, cuyo gobernador era su enemigo declarado. San Basilio acusó de cobardía
a san Gregorio, el cual declaró que no estaba dispuesto a batirse por una
diócesis. Aunque más tarde volvieron a reconciliarse los dos amigos, san
Gregorio quedó herido y su amistad no volvió a ser nunca tan íntima como antes.
San Gregorio permaneció, pues, en Nacianzo, actuando como coadjutor de su
padre, quien murió al año siguiente. A pesar de su deseo de retirarse a la
soledad, san Gregorio tuvo que aceptar el gobierno de la diócesis, hasta que
fuese nombrado el nuevo obispo. Pero la enfermedad le obligó a retirarse a
Seleucia, el año 375, y allí permaneció cinco años. A la muerte del emperador
Valente, cesó la persecución contra la Iglesia. Naturalmente, los obispos
decidieron enviar a los más celosos y cultos de sus hombres a las ciudades y
provincias que más habían sufrido con la persecución.
La Iglesia de Constantinopla era, sin duda, la que se
hallaba en peor estado, ya que estuvo sometida a la influencia de los arrianos,
durante treinta o cuarenta años, y no tenía una sola iglesia para reunir a los
que habían permanecido fieles al catolicismo. Un consejo episcopal invitó a san
Gregorio a encargarse de la restauración de la fe en Constantinopla. Este, cuyo
temperamento sensible y pacífico le hacía temer aquel remolino de intrigas,
corrupción y violencia, se negó al principio a salir de su retiro, pero
finalmente aceptó. Sus pruebas empezaron desde que llegó a Constantinopla, pues
el populacho, acostumbrado a la pompa y al esplendor, recibió con recelo a
aquel hombrecillo mal vestido, calvo y prematuramente encorvado. San Gregorio
se alojó al principio en casa de unos amigos, que pronto se transformó en
iglesia, y le dio el nombre de «Anastasia», es decir, el sitio en que la fe iba
a resucitar. En aquel reducido santuario se dedicó a predicar e instruir al
pueblo. Allí fue donde predicó sus célebres sermones sobre la Santísima
Trinidad que le merecieron el título de «el teólogo», por la profundidad con
que captó la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Poco a poco creció su fama
y la capacidad de su iglesia resultó insuficiente. Por su parte, los arrianos y
los apolinaristas no dejaban de esparcir insultos y calumnias contra él. En una
ocasión llegaron incluso a irrumpir en la iglesia para arrastrar a san Gregorio
a los tribunales. Pero el santo se consolaba al saber que, si la fuerza estaba
del lado de sus enemigos, la verdad, en cambio, estaba de su parte; si ellos
poseían las iglesias, él tenía a Dios; si el pueblo apoyaba a sus adversarios,
los ángeles le sostenían a él. San Gregorio se ganó la estima de los más
grandes hombres de su tiempo: san Evagrio del
Ponto se trasladó a Constantinopla para ayudarle como
archidiácono, y san Jerónimo fue
del desierto de Siria a Constantinopla, para oír las enseñanzas de San
Gregorio.
Pero siguió la lluvia de pruebas sobre el campeón de
Cristo, tanto por parte de los herejes como de sus propios fieles. Un tal
Máximo, un aventurero al que el santo había prestado oídos y alabado
públicamente, se hizo consagrar obispo por unos prelados que se hallaban de
paso en la ciudad y aprovechó una enfermedad de san Gregorio para apoderarse de
la sede. Este consiguió imponerse sobre el usurpador, pero el incidente le
dolió mucho, sobre todo cuando supo que varios de aquellos a quienes él
consideraba amigos habían apoyado a Máximo. En los primeros meses del año 380,
el obispo de Tesalónica confirió el bautismo al emperador Teodosio. Poco
después, éste promulgó un edicto por el que obligaba a sus súbditos bizantinos
a practicar la fe católica, tal como la profesaban el papa y el arzobispo de
Alejandría. En Constantinopla, Teodosio puso al obispo arriano ante la
disyuntiva de aceptar la fe de Nicea o abandonar la ciudad. El prelado escogió
el destierro y Teodosio determinó instalar a san Gregorio en su lugar, ya que
hasta entonces había sido prácticamente obispo en Constantinopla, pero no
obispo de Constantinopla. Un sínodo confirmó el nombramiento de san Gregorio,
quien fue entronizado en la catedral de Santa Sofía, en medio de las
aclamaciones del pueblo. Pero su gobierno duró apenas unas cuantos meses. Sus
antiguos enemigos se levantaron contra él y la hostilidad no hizo sino
aumentar, ante la decisión de san Gregorio sobre el asunto de la sede vacante
de Antioquía. El pueblo empezó a dudar sobre la validez de la elección del
santo, quien fue objeto de algunos atentados. Tan amante de la paz como
siempre, y temeroso de que la inquietud del pueblo llevase al derramamiento de
sangre, san Gregorio determinó renunciar a su cargo: «Si mi gobierno de la
diócesis produce disturbios -manifestó ante la asamblea-, estoy dispuesto, como
Jonás, a dejarme arrojar al mar para calmar la tempestad, aunque no la he
provocado yo. Si todos siguiesen mi ejemplo, la Iglesia gozaría pronto de la
paz. Yo jamás aspiré a la dignidad que ocupo y la acepté contra mi voluntad.
Por consiguiente, si lo juzgáis conveniente, estoy dispuesto a partir». El
emperador acabó por dar su consentimiento y san Gregorio pronunció un noble y
conmovedor discurso de despedida. Su tarea allí estaba terminada; quedaba
encendida de nuevo la llama de la fe, que se había apagado en Constantinopla y
la mantuvo encendida en las horas más sombrías por las que había atravesado la
Iglesia. Un rasgo característico del santo fue el que mantuvo siempre
relaciones cordiales con su sucesor, Nectario, quien le era inferior en todo,
excepto en la nobleza del linaje.
San Gregorio pasó algunas temporadas en las posesiones
que había heredado y en Nacianzo, donde aún no se había instalado el sucesor de
su padre. Pero el año 383, después de lograr que su primo Euladio fuese elegido
para ocupar la sede vacante, se retiró por completo a la vida privada, en la
paz de su hermoso parque, donde había un bosquecillo y una fuente. Pero aun
allí practicaba la mortificación, ya que jamás se calzaba ni encendía fuego.
Hacia el fin de su vida, escribió una serie de poemas religiosos, tan bellos
como edificantes. Dichos poemas son muy interesantes desde el punto de vista
biográfico y literario, ya que el santo cuenta en ellos su vida y sus
sufrimientos; su forma exquisita llega, a veces, a lo sublime. La fama de
escritor de que ha gozado san Gregorio hasta nuestros días se debe a esos
poemas, a sus sermones y a sus deliciosas cartas. San Gregorio murió en su
retiro, el año 390. Sus restos, que fueron primero trasladados de Nacianzo a
Constantinopla, reposan actualmente en San Pedro de Roma.
San Gregorio gustaba de hablar de la condescendencia
que Dios había mostrado a los hombres. En una de sus cartas, escribía: «Admirad
la extraordinaria bondad de Dios, que se digna tomar en cuenta nuestros deseos
como si tuviesen gran valor. Desea ardientemente que le busquemos y le amemos y
recibe nuestras peticiones como si se tratase de un favor o un beneficio que
los hombres le hiciésemos. Dios tiene más gozo en dar que nosotros en recibir.
Lo único que no soporta es que le pidamos tibiamente y que pongamos límites a
nuestras peticiones. Pedirle cosas frívolas sería hacer una ofensa a la
liberalidad con que Dios está dispuesto a oírnos».
Las cartas y escritos de san Gregorio, especialmente
el largo poema De Vita Sua (que tiene casi dos mil versos) son nuestra
principal fuente de información sobre su vida. Desgraciadamente, la aparición
de la gran edición benedictina de sus obras sufrió muchas dilaciones. Varios de
los editores murieron sucesivamente y el primer volumen de los sermones no vio
la luz sino hasta 1778. Cuando se preparaba el segundo volumen, estalló la
Revolución Francesa, de suerte que no fue publicado sino hasta 1840. La
Academia de Cracovia ha emprendido una nueva edición crítica. Muchos de los
antiguos manuscritos de las obras de san Gregorio, algunos de los cuales datan
del siglo IX, están adornados con hermosas miniaturas. Ver sobre ellos el
artículo de Dom Leclercq (Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie,
vol. VI, cc. 1667-1710), con numerosas reproducciones de las miniaturas. En
inglés, el ensayo del cardenal Newman en Historical Sketches, vol. III , pp.
50-94 conserva todo su valor. En español, el tomo II de la edición BAC de la
Patrología de Quasten incluye un extenso artículo. En la serie de catequesis
dedicadas a los grandes teólogos y santos, SS Benedicto XVI dedicó dos a san
Gregorio Nacianceno, la primera de
contenido más biográfico, y la segunda más
teológico.
fuente: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso
o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=312
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