Santa Inés, virgen y mártir
fecha: 21 de enero
†: s. III/IV - país: Italia
otras formas del nombre: Agnes
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. III/IV - país: Italia
otras formas del nombre: Agnes
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Memoria de santa Inés, virgen y mártir, que, siendo
aún adolescente, ofreció en Roma el supremo testimonio de la fe y consagró con
el martirio el título de la castidad. Victoriosa sobre su edad y sobre el
tirano, suscitó una gran admiración ante el pueblo y adquirió una mayor gloria
ante el Señor. Hoy se celebra el día de su sepultura.
patronazgo: patrona de la castidad, y de vírgenes, novias,
niños y jardineros.
tradiciones, refranes, devociones: Día de santa Inés, lluvia una sola vez.
oración:
Dios todopoderoso y eterno, que eliges a
los débiles para confundir a los fuertes de este mundo, concédenos a cuantos
celebramos el triunfo de tu mártir santa Inés imitar la firmeza de su fe. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración
litúrgica).


Santa Inés ha sido siempre considerada en
la Iglesia como patrona de la pureza. Es una de las más populares santas
cristianas, y su nombre está incluido en el canon I de la misa. Roma fue el
escenario de su triunfo, y Prudencio nos dice que su tumba podía verse desde la
ciudad. Probablemente, fue martirizada al principio de la persecución de
Diocleciano, quien publicó sus crueles edictos en marzo del año 303. San
Ambrosio y san Agustín nos informan que santa Inés sólo tenía trece años cuando
fue martirizada. Sus riquezas y hermosura hacían que los jóvenes de las
principales familias romanas rivalizaran por su mano; pero Inés respondía a
todos que había consagrado su virginidad a un esposo celestial, invisible a los
ojos del cuerpo. No pudiendo hacerla vacilar en su resolución, sus
pretendientes la denunciaron como cristiana al gobernador, seguros de que las
amenazas y torturas serían más eficaces con una jovencita que no se dejaba
vencer por los halagos. El juez empleó al principio palabras bondadosas y le hizo
grandes promesas; pero Inés permaneció inconmovible, declarando que su único
esposo era Jesucristo. Entonces el juez recurrió a las amenazas, que no
lograron más que poner de manifiesto el valor de la joven y su decisión de
aceptar los tormentos y la muerte. El juez mandó entonces encender grandes
hogueras y desplegar ante los ojos de Inés los garfios de hierro y otros
instrumentos de tortura, amenazándola con pasar a la ejecución; pero ella
estaba tan lejos de temer la tortura que, con el rostro resplandeciente de
alegría, se ofreció a tenderse en el potro. El juez ordenó que la llevasen
arrastrando ante los ídolos y que la obligasen a ofrecerles incienso; pero,
según nos dice san Ambrosio, los verdugos no consiguieron mover sus manos,
excepto para trazar la señal de la cruz.
Al ver esto, el gobernador la amenazó con
enviarla a una casa de prostitución, donde su virginidad, que tanto apreciaba,
quedaría expuesta a los insultos de la brutal y licenciosa juventud romana.
[Tertuliano hace el siguiente comentario sobre esta forma de tortura: «Al
condenar a una doncella cristiana a los abusos de una juventud licenciosa, más
bien que a los leones, no hacéis sino reconocer que nosotros tememos más una
mancha de la pureza que cualquier tormento y aun que la misma muerte. Vuestro
cruel proceder no os sirve de nada, porque más bien gana adeptos a nuestra
santa religión».] Inés respondió que Jesucristo era demasiado celoso de su
pureza para permitir que ésta fuera así violada, pues Él era su defensor y
protector. «Puedes -le dijo- manchar tu espada con mi sangre, pero jamás podrás
profanar mi cuerpo consagrado a Cristo». El gobernador se enfureció tanto que
mandó que la llevaran inmediatamente al lupanar y que se diera a todos libertad
para abusar de ella a su gusto. Muchos jóvenes licenciosos, llenos de malos
deseos, acudieron al punto; pero la vista de la santa les produjo tal terror,
que no se atrevieron a acercársele, excepto uno, que fue cegado por una luz
bajada del cielo y cayó temblando por tierra. Sus compañeros, atemorizados, le
transportaron a los pies de la santa que, al verlo, comenzó a cantar himnos de
alabanza a Cristo, su protector. La virgen obtuvo con sus oraciones que la
vista y la salud le fuesen devueltas.

El principal acusador de la santa, que al
principio sólo había pretendido satisfacer su avaricia y sus bajas pasiones,
incitaba ahora furiosamente contra ella al gobernador, poseído del espíritu de
venganza. Pero el gobernador no necesitaba que le azuzaran, pues estaba en el
colmo de la ira al verse ridiculizado por una simple jovencita. Así pues, la
condenó a ser decapitada. Trasportada de gozo al oír la sentencia, «Inés fue al
sitio de la ejecución con más alegría que una joven va al matrimonio», según la
expresión de san Ambrosio. El verdugo tenía instrucciones de emplear todos los
medios para doblegarla, pero Inés permaneció inconmovible y, tras una corta
oración, tendió el cuello a la espada. Los espectadores lloraban al ver a la
hermosa muchacha cargada de cadenas y ofreciendo su cuello al verdugo.
Finalmente éste descargó el golpe con mano temblorosa. El cuerpo de la santa
fue sepultado a corta distancia de Roma, junto a la Vía Nomentana.
Hay que añadir a esta narración de Alban
Butler, quien se fundó principalmente en Prudencio, que los historiadores
modernos se inclinan a pensar que los detalles del relato no son fidedignos.
Como lo hacen notar, las «actas» de santa Inés -atribuidas sin razón suficiente
a san Ambrosio- no pueden ser anteriores al año 415 y constituyen simplemente
un intento de síntesis y armonización de los datos de las diversas tradiciones.
San Ambrosio, en su sermón «De Virginibus» (377 d.C.), dice que santa Inés, en
su martirio «cervicem inflexit» («dobló el cuello»), y de allí se ha deducido
que fue decapitada. Esta suposición encuentra un apoyo en la afirmación
explícita de Prudencio de que la cabeza de santa Inés cayó al primer golpe. Por
otra parte, el epitafio escrito por el Papa san Dámaso habla de «llamas», pero
sin añadir más detalles sobre la muerte; y el hermoso himno «Agnes beatae
virginis» (que Walpole, Dreves y otros autores consideran como obra genuina de
san Ambrosio), deja ver claramente que la santa no fue decapitada, pues en tal
caso no habría podido cubrirse modestamente después de recibir el golpe
(«percussa»), ni llevarse las manos al rostro. Parece evidente que el autor del
himno supone que santa Inés recibió una herida en el cuello o en el pecho. De estas
aparentes contradicciones, muchos autores deducen que ya en la segunda mitad
del siglo cuarto, se había perdido la memoria de las circunstancias exactas del
martirio, y que sólo quedaba una vaga tradición.

En todo caso, no hay duda posible de que
santa Inés fue realmente martirizada y enterrada junto a la Vía Nomentana, en
el cementerio que tomaría su nombre. Constantina, hija de Constantino y esposa
de Galo, erigió allí una basílica en honor de la santa, antes del año 354. Se
conserva todavía la inscripción del ábside, en versos acrósticos, pero lo único
que dice sobre santa Inés es que fue «virgen» y «victoriosa». El nombre de
santa Inés se halla en la «Depositio martyrum» del año 354, el 21 de enero, y
allí mismo se señala el sitio de su sepultura. Existen también muchas pruebas
del antiquísimo culto que se rendía a la santa, tanto en los objetos de arte,
como en las importantes y frecuentes menciones de su nombre en la literatura
cristiana. «Inés, Tecla y María estaban conmigo», dijo san Martín a Sulpicio
Severo.
El P. Jubaru cree haber descubierto el
relicario que contenía una gran parte del cráneo de la santa, en la tesorería
del «Sancta Sanctorum» de Letrán. Dicha tesorería fue abierta en 1903 por orden
del Papa León XIII, después de haber estado cerrada durante varios siglos. El
P. Grisar, S. J., y muchos otros arqueólogos consideran la reliquia como
probablemente auténtica, ya que en el siglo IX se hizo costumbre separar el
cráneo de los demás huesos para conservar los restos de los santos en las
iglesias. También parece cierto que el cuerpo de santa Inés se conservaba hasta
dicha época bajo el altar de su basílica, y que, en 1605, se comprobó que el
cráneo no estaba con los demás huesos. A raíz de un examen médico de los
fragmentos de cráneo descubiertos en el «Sancta Sanctorum», el Dr. Lapponi
dictaminó que los dientes demostraban con absoluta evidencia que el cráneo era
de una niña de unos trece años de edad. Todos los autores actuales afirman que
los extravagantes milagros narrados en las llamadas «actas» son una invención
del biógrafo. Así pues, el caso de santa Inés constituye la mejor prueba de que
las absurdas leyendas inventadas por biógrafos deseosos de glorificar a sus
biografiados, no demuestran por sí mismas que los santos no hayan existido.
Las representaciones artísticas pintan a
santa Inés con un cordero y una palma. El origen del cordero es sin duda la
semejanza entre las palabras latinas «agnus» (cordero) y «Agnes» (Inés). En la
iglesia de Santa Inés, en Roma, se ofrecen cada año dos corderitos el día de la
fiesta de la santa, en el momento en que el coro entona la antífona «Stans a dextris
ejus agnus, nive candidior, Christus sive sponsam et martyrem consecravit»
(Permaneciendo "agnus" [cordero, puro, víctima] a su derecha, creador
de la nieve [la pureza-blancura], Cristo como esposa y mártir la consagró).
Dichos animales son alimentados hasta que llega el momento de usar su lana para
tejer los palios que se colocan en el altar de la Confesión, sobre el cuerpo
del Apóstol san Pedro, en la vigilia de la fiesta de san Pedro y san Pablo.
Esos palios son después enviados a los obispos de Occidente, en señal de que su
jurisdicción proviene en último término de la Santa Sede.
Las «actas» de santa Inés se encuentran en
Acta Sanctorum, 21 de enero. Las «actas» griegas fueron editadas por primera
vez por P. Franchi de Cavalieri, S. Agnese nella tradizione e nella legenda
(1899), junto con una seria discusión de todo el tema. Ver también la
monografía del P. Jubaru, Sainte Agnes d´aprés de nouvelles recherches (1907),
y Sainte Agnés, vierge et martyre (1909); DAC, vol. I, cc. 905-965; Analecta Bollandiana,
vol. XIX (1900), pp. 227-228; P. Franchi, en Studi e Testi, vol. XIX, pp. 141-164;
Bessarione, vol. VIII (1911), pp. 218-245; Líber Pontificalis (ed. Duchesne),
vol. I, p. 196; CMH., pp. 52-53, 66; S. Báumer
Geschichte des Breviers (1895), p. 325; sobre las reliquias, cf. Grisar, Die
romische Kapelle Sancta Sanctorum und ihr Schatz (1908), p. 103. Cf. igualmente
S. Ambrosio, De Virginibus, en Migne, PL., vol. XVI, cc. 200-202; y Prudencio,
Peristephanon, 14.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=264
San Publio de Atenas, obispo y
mártir
fecha: 21 de enero
†: s. II - país: Grecia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
†: s. II - país: Grecia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
Conmemoración de san Publio, obispo de Atenas, en
Grecia, que dio testimonio de Cristo con su martirio.

Sobre Publio de Atenas tenemos dos
referencias tangenciales en la Historia Eclesiástica de Eusebio. En ella nos
cuenta el historiador que Dionisio de Alejandría era dado a escribir cartas
«católicas» a las comunidades, lo que hoy llamaríamos «cartas abiertas», es
decir, concebidas para ser leídas no sólo por sus destinatarios inmediatos,
sino para, en este caso, crecimiento en la fe de las comunidades, aunque no
fueran las que estaban bajo su báculo. En una de esas cartas, dirigida a los
fieles de Atenas, dice Eusebio que Dionisio los llama «a la fe y a una
conducta conforme al Evangelio; a los que descuidan ésta los reprende por haber
estado a punto de apostatar de la doctrina, precisamente desde que aconteció
que su presidente Publio, sufrió martirio en las persecuciones de por entonces.
Menciona -sigue contando Eusebio- que Cuadrato fue nombrado
obispo suyo después del martirio de Publio [...] A continuación muestra que
Dionisio el Areopagita, después de convertido a la fe por Pablo, según lo
expuesto en los Hechos, fue el primero al que se confió el episcopado de la
Iglesia de Atenas.» Aunque esto es todo lo más directo que tenemos
sobre san Publio, el párrafo ha dado lugar a un conjunto de afirmaciones sobre
el santo, algunas más pertinentes que otras, que trataremos de ordenar y
presentar.
Estas dos pequeñas alusiones de Dionisio
de Alejandría, una al martirio y la otra a la sucesión, nos asegura la
existencia del santo, la sede que ocupó, y nos pone en la pista de la época
aproximada de su episcopado. Lamentablemente, sólo puede ser aproximada, porque
en realidad no sabemos a cuánta distancia del martirio de Publio escribe
Dionisio de Alejandría, del siglo III, ni sabemos cuántos obispos hubo entre el
primero de Atenas, Dionisio el
Areopagita, y Publio, así como no sabemos quién es el obispo
Cuadrato que menciona como sucesor de Publio. Podría tratarse de la persecución
de Marco Aurelio, o de su antecesor Antonino Pío, lo que nos da un rango de
entre el 138 y el 180. Podría ser antes, pero difícilmente Dionisio de
Alejandría esté aludiendo a hechos remotos para él, más bien les recuerda a los
atenienses hechos recientes, quizás un período de sede vancante especialmente
problemático.
Es poco probable, entonces, que Publio sea
el segundo obispo de Atenas, inmediatamente después de Dionisio el Areopagita,
como lo afirman la mayoría de los martirologios antiguos, la confusión se debe
exclusivamente al orden en que los mencionó Dionisio de Alejandría en este
fragmento, pero como el lector puede comprobar, en ningún momento la carta
sugiere que Publio sea el sucesor directo de Dionisio Areopagita, lo que es muy
difícil, teniendo en cuenta que el episcopado de éste no pudo haber pasado del fin
del último cuarto del siglo I. A su vez, aunque sabemos que el sucesor de
Publio -con un período de sede vacante o inmediatamente- se llamó Cuadrato, no
hay ninguna razón para identificarlo con Cuadrato el
apologista, que murió en la persecución de Adriano (antes del
138), por lo que obligaría a mover la cronología, a suponer que Dionisio de
Alejandría está hablando de hechos que de ninguna manre pudieron ser
contemporáneos de él, sólo para poder encajar a Publio en una fecha que no
surge de ningún otro dato. Lamentablemente, el hecho de que Eusebio nombra a
Cuadrato, y que el nombre de Cuadrato nos es familiar sobre todo por el
apologista de inicios del siglo II, hizo que san Jerónimo se lanzara a la
aventura de identificarlos; efectivamente, en su De Viris Ilustribus dice que
el sucesor de Publio es Cuadrato el apologista, lo que lo hace, por supuesto,
obispo de Atenas además de apologista. El prestigio de san Jerónimo llevó a que
esta identificación completamente gratuita e improbable fuera asumida sin más
por los martirologios históricos.
Una última confusión debe desbrozarse para
que la figura de Publio quede restablecida en su lugar y tiempo, pero esta vez
parece que la responsabilidad se la debemos atrubuir a unos exacerbados
sentimientos nacionales: en Hechos de los Apóstoles 28,7 se menciona a un tal
Publio, «principal de la isla de Malta», a donde había ido a parar Pablo en su
nafragio, cuando era conducido prisionero a Roma; este Publio tenía a su padre
enfermo, y Pablo lo curó; la noticia corrió y se sucedieron otras curaciones,
terminado lo cual continuó el viaje. En ningún lugar dice, y ni siquiera
sugiere, que a esas curaciones le hubiera seguido la conversión y bautismo de
Publio y los suyos, y mucho menos que eso lo pusiera en carrera del episcopado.
Pero ya sabemos que no hay nada más fructífero para la tradición oral que una
laguna en los datos, así que como este Publio podría haber sido convertido por
Pablo, y el Dionisio de Atenas, mencionado cerca del tal Publio de Atenas
también había sido convertido por Pablo, y puesto que dos más dos son cuatro,
entonces Publio, principal de Malta, se convirtió, no sólo a la fe, sino en
obispo ¡de Malta y Atenas! No sé al lector, pero desde luego que a mí no dejan
de sorprenderme los procesos mentales de la tradición oral, dotada de una clase
de lógica que en épocas de la cultura más ligadas a la abundancia del dato
escrito y verificable ya no tenemos.
Pues bien, como debe quedar claro: san
Publio obispo de Malta es un invento nacional, no apoyado en ningún testimonio
fiable, y desde luego que carece por completo de relación con el auténtico san
Publio de Atenas que hoy conmemoramos. Debe decirse, eso sí, que los malteses
han cuidado mucho más de su Publio que los atenienses del suyo, así que la
iconografía de san Publio habla invariablemente de Malta. Paradojas de la
devoción popular.
La fuente primera es, como queda dicho,
Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, IV,23,1-3; en De Viris Il., 19
podemos leer la deducción de san Jerónimo; Acta Sanctorum, enero, II, pág 338,
aunque breve, trae las referencias imprescindibles de los martirologios
históricos, y despeja la confusión entre el ateniense y el maltés. La imagen
reproduce un antiguo sello postal de Malta con la imagen del santo.
Abel
Della Costa
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=265
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