San Dionisio de Alejandría, obispo y confesor
fecha: 8 de abril
fecha en el calendario anterior: 17 de noviembre
n.: c. 180 - †: c. 265 - país: Egipto
otras formas del nombre: Dionisio el Grande
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 17 de noviembre
n.: c. 180 - †: c. 265 - país: Egipto
otras formas del nombre: Dionisio el Grande
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Alejandría de Egipto, san Dionisio,
obispo, varón de gran erudición, que, insigne por haber confesado su fe muchas
veces y admirable por la diversidad de sufrimientos y tormentos padecidos,
descansó ya anciano, manteniendo siempre la fe, en tiempo de los emperadores
Valeriano y Galieno.
refieren a este santo: Santos Amón,
Zenón, Ptolomeo, Ingenuo y Teófilo, San Cipriano de
Cartago, San Isquirión, Santos Queremón
de Nilópolis y muchos compañeros

San Basilio y otros escritores griegos
honran a este prelado con el epíteto de «el Grande», y san Atanasio le llama el
«Maestro de la Iglesia Católica». Alejandría, donde Dionisio hizo sus estudios,
era entonces el centro del saber. El joven, que era aún pagano, se entregó
ardientemente a los estudios. El mismo cuenta que se convirtió a la fe tanto
por una visión que tuvo y una voz que escuchó, cuanto por el examen imparcial
de los documentos:
«Yo también he leído los escritos y las tradiciones de los herejes, manchando mi alma durante algún tiempo con sus abominables pensamientos; pero de su lectura he sacado este provecho: el de refutarlos dentro de mí y odiarlos más que antes. Por cierto que un hermano, uno de los presbíteros, trató de disuadirme, temiendo que me revolcara en el fango de su malicia y mi alma quedara manchada; como sentía que decía la verdad, el Señor me mandó una visión, que me fortaleció, y me llegó una voz, que dijo expresamente: "Lee todo lo que te venga a las manos, porque tú eres capaz de enderezar y probar todas las cosas; éste ha sido para ti desde el principio el motivo de tu fe"» (Eusebio, Hist. eccl. 7,7,1-3).
«Yo también he leído los escritos y las tradiciones de los herejes, manchando mi alma durante algún tiempo con sus abominables pensamientos; pero de su lectura he sacado este provecho: el de refutarlos dentro de mí y odiarlos más que antes. Por cierto que un hermano, uno de los presbíteros, trató de disuadirme, temiendo que me revolcara en el fango de su malicia y mi alma quedara manchada; como sentía que decía la verdad, el Señor me mandó una visión, que me fortaleció, y me llegó una voz, que dijo expresamente: "Lee todo lo que te venga a las manos, porque tú eres capaz de enderezar y probar todas las cosas; éste ha sido para ti desde el principio el motivo de tu fe"» (Eusebio, Hist. eccl. 7,7,1-3).
Con el tiempo, llegó a ser profesor en la
escuela catequética de Orígenes y supo desempeñar su cargo con tal tino que,
cuando Heraclas -que era el director de la escuela en ese momento- fue elegido
obispo, le confió durante quince años la dirección de la escuela. El año 247,
Dionisio fue elevado al episcopado. Poco después, el populacho, azuzado por un
profeta pagano de Alejandría, se dedicó a perseguir violentamente a los
cristianos. Dionisio describió esa persecución en una carta a Fabio, obispo de
Antioquía. Poco después, el edicto de Decio dio alas a los perseguidores, de
suerte que el gobernador de Alejandría mandó a un pelotón de soldados a
arrestar al obispo en cuanto se promulgó el edicto. Los soldados buscaron a
Dionisio en todas partes, excepto en su casa, de la que no había salido para
nada. Cuatro días después, el santo trató de escapar con sus criados y
familiares, pero el grupo fue descubierto y todos fueron arrestados, excepto
uno de los criados, quien contó lo sucedido a un campesino que se dirigía a una
boda. Aunque el campesino no era cristiano, consideró que aquello constituía
una ocasión excelente para reñir con la policía y corrió a dar aviso a los
otros invitados a la boda. Inmediatamente, todos acudieron a rescatar a los
prisioneros, como «movidos por un solo impulso» y dispersaron a los guardias.
San Dionisio, creyendo que se trataba de un grupo de bandoleros, se ofreció a
entregarles sus prendas de vestir, pero una vez aclaradas las cosas, cuando los
invitados a la boda le dijeron que estaba en libertad, el santo se afligió
mucho por haber perdido la corona del martirio y se negó a partir. Pero
aquellos egipcios, que no entendían de mística martirial, le montaron por la
fuerza en un borrico y le condujeron a refugiarse en el desierto de Libia. Allí
permaneció Dionisio con dos compañeros, gobernando la sede de Alejandría desde
su retiro, hasta que cesó la persecución.
Más tarde, el cisma de Novaciano contra el
papa san Cornelio desgarró
la unidad de la Iglesia. El antipapa envió a Dionisio una embajada para ganarle
a su causa, pero el santo respondió: «Deberías haber sufrido cualquier
cosa antes de desgarrar la unidad de la Iglesia con un cisma. Morir en defensa
de la unidad hubiera sido tan glorioso como morir en defensa de la fe y aun más
glorioso, según mi opinión, porque de la unidad depende la seguridad de toda la
Iglesia. Si vuelves con tus hermanos a la unidad, tu pecado será perdonado y si
no puedes lograr que tus hermanos vuelvan, salva por lo menos tu propia alma».
Para oponerse a la herejía de Novaciano, que negaba que la Iglesia tuviese el
poder de perdonar ciertos pecados, san Dionisio ordenó que no se rehusase la
comunión a la hora de la muerte a ninguno que la pidiere en las debidas
disposiciones. Como Fabio de Antioquía se inclinaba a favorecer el rigorismo de
Novaciano para con los pecadores, Dionisio le escribió varias cartas en las que
combatía ese principio. En una de ellas refiere que un hombre llamado Serapión,
quien llevaba hasta entonces una vida irreprochable, había tomado parte en un
sacrificio pagano, por lo cual se le negó la comunión. Durante su última
enfermedad, nadie quería darle la absolución y el enfermo desesperado, comenzó
a gritar: «¿Por qué me retenéis aquí? ¡Dadme la libertad que necesito!» En
seguida, envió a su nietecito en busca de un sacerdote y como éste no podía
acudir, le envió la Sagrada Eucaristía por medio del niño, como se acostumbraba
hacer en los períodos de persecución. En esa forma, Serapión murió en paz. San
Dionisio afirma que Dios le prolongó milagrosamente la vida para que pudiese
recibir la comunión.
Por aquella época, empezó a hacer estragos
una epidemia de peste que duró varios años. San Dionisio escribió un relato de
la catástrofe, donde compara la caridad de los cristianos, muchos de los cuales
murieron mártires, con el egoísmo de los paganos, quienes a pesar de ello,
murieron en mayor número. Combatiendo el error que sostenía que Cristo había de
reinar en la tierra con sus elegidos mil años antes del día del juicio,
Dionisio dio muestras de ser un exégeta agudo; en efecto, el entusiasmo con que
combatió ese error dogmático, le permitió descubrir en el Apocalipsis ciertos
argumentos que algunos «críticos avanzados» habían de emplear siete siglos más
tarde. El santo tomó también parte en la controversia sobre el bautismo
conferido por los herejes; según parece, él personalmente se inclinaba a
considerarlo como inválido, pero se atuvo a las normas del papa San Esteban I.
También tuvo que combatir el sabelianismo, que se había difundido entre los
cristianos de Pentápolis. Escribiendo contra ellos, san Dionisio expresó
ciertas opiniones por las que fue denunciado ante el papa que llevaba su mismo
nombre, y el pontífice san Dionisio escribió contra los errores del obispo, de
suerte que éste publicó después una explicación de su doctrina.
El año 257, Valeriano renovó la
persecución. El prefecto de Egipto, Emiliano, convocó a juicio a san Dionisio
con algunos miembros de su clero y los exhortó a ofrecer sacrificios a los dioses
protectores del imperio. San Dionisio replicó: «No todos los hombres adoran las
mismas divinidades. Nosotros honramos a un solo Dios, creador de todas las
cosas, quien ha conferido el poder imperial a Valeriano y a Galieno. A Él
elevamos nuestras oraciones por la paz y prosperidad de su reinado». El
prefecto trató de convencerlos para que adorasen a las divinidades romanas
junto con su Dios y, como no consiguió ningún resultado, los desterró a Kefro,
en Libia. El destierro duró dos años. Cuando san Dionisio regresó a su diócesis
en 260, la ciudad de Alejandría estaba en pleno desorden. En efecto, una
cuestión política había provocado la guerra civil, y la violencia reinaba en
toda la ciudad. Los incidentes más insignificantes eran ocasión de cruentas reyertas.
Todos los hombres portaban armas, por las calles se encontraban tirados los
cadáveres y la sangre corría por todas partes. La actitud pacífica de los
cristianos no los salvaba de la violencia, y san Dionisio se quejaba de que no
se podía permanecer en casa ni salir a la calle sin peligro de la vida. El
santo se vio obligado a comunicarse por carta con sus fieles, pues decía que
era menos aventurado hacer un viaje del Oriente al Occidente que ir de un sitio
a otro en Alejandría. A estas desgracias vino a añadirse la peste. En tanto que
los cristianos se dedicaban a asistir caritativamente a los enfermos, los
paganos arrojaban a las calles los cadáveres putrefactos y aun echaban fuera de
sus casas a los agonizantes.
San Dionisio murió en Alejandría a fines
del año 265, después de haber gobernado su diócesis con gran prudencia y
santidad durante diecisiete años. San Epifanio cuenta que su recuerdo se
conservó en la ciudad gracias a una iglesia que se le dedicó, pero sobre todo,
gracias a sus virtudes y sus escritos, de los que sólo se conservan algunos
fragmentos. El nombre de san Dionisio figura en el canon de las misas maronita
y siria.
Casi todo lo que sabemos sobre San
Dionisio procede de Eusebio y de las cartas del santo conservadas por Eusebio.
En los escritos de san Atanasio y otros Padres antiguos hay algunas alusiones
de poca importancia. La mejor edición de lo que queda de los escritos de san
Dionisio, es la de C. L. Feltoe (1904), quien publicó además, en 1918, ciertas
traducciones y comentarios. Chapman dedicó al santo un artículo muy completo en
la Catholic
Encyclopedia. Véase también Bardenhewer, Geschichte der
altkirchlichen Literatur, vol. II, pp. 206-237; también las monografías de F.
Dittrich (1867) y J. Burel (1910); y Delehaye, Les passions des martyrs ...
(1921), pp. 429-435. Ver la Patrología de Quasten, tomo I, BAC.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1154
San Amancio de Como, obispo
fecha: 8 de abril
†: c. 448 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Santi e Beati
†: c. 448 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Santi e Beati
En Como, de la Liguria, san Amancio,
obispo, que fue el tercero en la cátedra de esta Iglesia y fundó la basílica de
los Apóstoles.

Nacido en Canterbury, en Inglaterra,
pariente por parte de madre de Teodosio III o de alguno de los emperadores del
siglo IV-V. fue el tercer obispo de Como. Sucesor de san Provino (muerto
en 420). habiendo traído de un viaje a Roma unas reliquias de los apóstoles
Pedro y Pablo, construyó en honor de ellos una iglesia; pero en el siglo IX fue
rehecha en estilo románico, y dedicada a san Abundio,
el valioso ayudante de Amancio, y sucesor suyo en torno al 450.
Murió el 8 de abril, día de su fiesta, de
un año no precisable, probablemente del 448. Sus reliquias, conservadas en Como
en la iglesia por él construida, fueron trasladadas el 2 de julio de 1590 a la
iglesia de los Jesuitas, de la cual es patrono, junto con san Félix.
Traducido para ETF del artículo de Pietro
Gini en Enciclopedia dei santi.
fuente: Santi e Beati
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