martes, 3 de mayo de 2016

Fiesta de san Felipe y Santiago, apóstoles (3 de mayo)

Fiesta de san Felipe y Santiago, apóstoles



Santos Felipe y Santiago, apóstoles
Fiesta de san Felipe y Santiago, apóstoles. Felipe, que, al igual que Pedro y Andrés, había nacido en Betsaida, era discípulo de Juan Bautista y fue llamado por el Señor para que le siguiera. Por su parte, Santiago, de sobrenombre «Justo», hijo de Alfeo y considerado en Occidente como el pariente del Señor, fue el primero que rigió la Iglesia de Jerusalén. Al suscitarse la controversia sobre la circuncisión, se apartó del criterio de Pedro, a fin de que no se impusiese a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo. Muy pronto coronó su apostolado con el martirio.
Se celebran en este día conjuntamente las fiestas de Felipe y Santiago («el menor»). Aunque estas dos fiestas están unidas desde la antigüedad, no parece haber una razón de peso para ello, sólo la costumbre muy arraigada. El Butler señala al respecto que «Mons. Duchesne opina que la conmemoración conjunta el 1 de mayo de san Felipe y Santiago, que aparece también en los sacramentarlos gregoriano y gelasiano, data de la dedicación de la iglesia de los Apóstoles en Roma, llevada a cabo por el Papa Juan III hacia el año 563. Esa iglesia, conocida más tarde con el nombre vago de iglesia de los Apóstoles, estaba originalmente dedicada a san Felipe y Santiago, como lo demuestra la inscripción que se conserva en ella:
«Quisquis lector adest Jacobi pariterque Philippi
Cernat apostolicum lumen inesse locis"
(«Quien, oh lector, se acerque al mismo tiempo a Santiago y a Felipe, reciba la luz apostólica que habita este lugar»).
Pero hay indicios, en ciertos manuscritos del Hieronymianum y en otros documentos, de que originalmente, el l de mayo se celebraba únicamente la fiesta de san Felipe». Naturalmente, el Butler menciona el 1 de mayo porque tradicionalmente era ésa su fecha, hasta que fue modificada por SS Pío XII al instituir la celebración de San José Obrero; lo importante es señalar que los dos apóstoles deben ser tratados por separado, ya que cada uno tiene sus propios testimonios, tradiciones y problemas asociados.

San Felipe

Las listas de apóstoles de Marcos, Mateo, Lucas y Hechos pueden dividirse en tres grupos de cuatro, dentro de los cuales aparecen en distinto orden, pero que siempre estan formados por los mismos (por ejemplo, Juan y Santiago de Zebedeo siempre están en el primer grupo, pero en Marcos y en Mateo se los cita en distinto orden). San Felipe aparece en las cuatro listas encabezando el segundo grupo, junto a Bartolomé, Mateo y Tomás. Sin embargo, fuera de esta aparición en los listados, no tenemos en los Evangelios sinópticos y en Hechos ninguna otra refrencia a Felipe más que su pertenencia a los Doce, y, por supuesto, su permanencia posterior a la resurrección con los demás apóstoles, y la recepción del Espíritu (Hechos 1-2). Los dos episodios protagonizados por Felipe en Hechos 8, la evangelización en Samaría y la conversión del funcionario eunuco, hablan de Felipe el diácono (Hech 6,5) -llamado también Felipe el evangelista-, no de Felipe el apóstol. Así que nuestra fuente de información sobre el apóstol se concentra enteramente en el evangelio de Juan, donde hay que decir que, dada la escasez habitual de datos, tiene una presencia notable.
Lo primero que Juan nos cuenta es que Felipe fue de los primeros que Jesús llamó a su lado, precisamente al día siguiente que a Andrés y a Pedro, y que era del mismo pueblo que ellos:
«Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: Sígueme. Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro.» (Jn 1,43-44); podría deducirse sin problemas que también Felipe, como Andrés, estaba en el círculo de los de Juan el Bautista, pero no es un dato que se pueda afirmar con toda seguridad. Clemente de Alejandría dice que Felipe es el mismo joven al que Jesús dijo -en Lucas 9,60- «deja que los muertos entierren a los muertos...»; sin embargo, como bien observa Butler: «Es probable que Clemente de Alejandría no tuviese más argumento que el hecho de que el Señor había dicho en ambos casos: Sígueme». Señalo el caso para que se vea cuan a menudo llamamos «tradiciones» a afirmaciones cuyo fundamento es más que endeble.
Muy impresionado debió haber quedado Felipe con su primer encuentro con Jesús, ya que sin intermedios nos cuenta Juan que Felipe se encontró con Natanael (a quien la tradición armonizadora ha identificado sin demasiados motivos con el apóstol Bartolomé) y le dijo: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). Notemos que es toda una confesión de fe, donde aparecen algunos elementos centrales: la verdadera humanidad de Jesús, junto con su mesianidad. Más adelante nos volvemos a encontrar con Felipe en la multiplicación de los panes:
«Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: "¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?" Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: "Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco."» (Jn 6,5ss)
Posiblemente Juan no quiere sólo contarnos una anécdota ocasional sobre Felipe, sino enseñarnos una actitud de discípulo en el ejemplo de uno de los Doce, que podría ser quizás que Felipe, lejos de desesperar por lo imposible del asunto, constata que humanamente no cabe hacer nada, y deja el espacio abierto a la actuación de Jesús.
Lo siguiente que sabemos de él nos viene en el capítulo 12 y en el 14, y a mi entender los dos episodios están relacionados: en el 12 unos griegos le piden a Felipe que les muestre a Jesús (12,21), y en el 14, Felipe le pide a Jesús que les muestre al Padre (14,8). El primer pedido, el de los griegos, no parece tener respuesta, sin embargo se dice allí una frase que viene bien acopiar: «donde yo esté, allí estará también mi servidor», porque luego, en el planteo del capítulo 14 Jesús nos enseña que quien lo ve a él ya ha visto al Padre. Quizás debamos concluir de todo este encadenamiento de pedidos, que así como el Padre está allí donde está el Hijo, también está allí el Hijo donde están los servidores del Hijo, motivo por el cual aquellos griegos del capítulo 12 no obtuvieron una respuesta inmediata de Jesús, porque en realidad ya estaban viendo a Jesús: cuando estaban viendo a sus servidores, a su Iglesia. Tal vez sea una lectura aventurada, pero no lo creo, máxime teniendo en cuenta que es raro que Juan cuente una anécdota aparentemente ocasional, como es la presencia de Felipe en los dos pedidos, si no es para establecer una relación que el lector debe buscar.

Aquí se acaba todo lo que sabemos de primera mano sobre Felipe, y comienzan las tradiciones que tratan de completar las lagunas y la sed de datos más concretos que nos dejan los siempre escuetos evangelios. Eusebio, basándose en Clemente de Alejandría, incluye a Felipe entre los apóstoles de los que se sabe fehacientemente que eran casados, y que tuvo hijas, a las que a su vez entregó en matrimonio (Hist. Ecl. III,30), pero tengamos en cuenta que Eusebio está en el contexto de la polémica antimatrimonio que llevaban adelante desde el siglo II algunas sectas, por lo que los datos pueden ser puramente apologéticos. También cita (III,31) una carta de Polícrates de Éfeso al papa Víctor en al que dice: «Felipe; uno de los doce apóstoles, que reposa en Hierápolis, dos de sus hijas que envejecieron vírgenes y otra hija suya que, tras vivir en el Espíritu Santo, duerme en Éfeso.», y poco más adelante, trae sobre el mismo asunto el testimonio de Proclo: «Después de Felipe, hubo en Hierápolis (la de Asia) cuatro profetisas que eran hijas de éste. Su sepulcro y el de su padre se hallan en aquel lugar». Es posible que este último testimonio -aunque Eusebio está hablando del apóstol- se refiera en realidad a Felipe el diácono quien, segun Hechos 21,9, tuvo cuatro hijas vírgenes y profetisas. El mismo Eusebio (III,39) testimoniando sobre Papías de Hierápolis, cita un escrito de éste en el que dice haber conocido a las hijas del apóstol Felipe, y que por boca de ellas supo que se atribuía a Felipe la resurrección de un muerto. Hacia el año 180, Heracleón, el gnóstico, sostuvo que los Apóstoles Felipe, Mateo y Tomás, habían tenido una muerte natural; pero Clemente de Alejandría afirmó lo contrario y, la opinión que ha prevalecido es la de que Felipe fue crucificado, cabeza abajo, durante la persecución de Domiciano, es decir, cerca del final de su reinado, que llegó hasta el año 96.

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