martes, 27 de septiembre de 2016

CURSO “EL HOMBRE NUEVO” (DIOS SE ENCARNA, JUSTO EN LA PEQUEÑEZ PECADORA DEL HOMBRE) (HN-32)

DIOS SE ENCARNA, JUSTO EN LA PEQUEÑEZ PECADORA DEL HOMBRE (HN-32)

Cuando el hombre destruye al hombre en nombre de los dioses de las religiones, está haciendo
ateísmo; y cuando el hombre destruye a los dioses de las religiones en nombre del hombre, lo que está haciendo es humanismo vacío. ¡Suena duro, verdad? ¡La destrucción de los dioses de las religiones, justo en nombre del hombre! Pero resulta que esta paradójica barbaridad es la que lleva a cabo precisamente nuestro Señor Jesucristo: si bien esto lo hace en nombre del Hombre (recordemos que Cristo es, Hombre- Dios), y lo hace para que podamos conocer mejor a Dios; superando así los dioses de las religiones.

La destrucción de los dioses de las religiones la lleva a cabo Jesucristo con las parábolas de los
banquetes. El texto de Marcos y los que vamos a ver después, anuncian la destrucción de estos dioses
distintos al Dios de Cristo. Veamos:
En Marcos 2, 15-17, leemos: “Estando sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y
pecadores estaban recostados con Jesús y con sus discípulos; pues eran muchos los que le seguían. Los escribas y fariseos, viendo que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: ¿por qué vuestro maestro come y bebe con pecadores y publicanos?” {La comida participativa es uno de los símbolos más grandes, no solamente en Oriente sino en Occidente; sobre todo cuando invitas a los
amigos y transeúntes a la mesa. En estas condiciones la comida es siempre una profecía de la eternidad; porque para Jesucristo, que es hebreo, el reino de los cielos es un banquete al cual están invitados todos.

¿Quiénes? ¿También los ricos y los oficialmente buenos? Sí, éstos también, pero recordemos que
precisamente fueron éstos los que no acudieron a la invitación. Y los que sí acuden son los recogidos en esquinas y plazas: los tullidos, los cojos... Y estos son los que se hacen amigos de Jesús: prostitutas, publicanos, leprosos, adúlteras... ¡Qué elenco!} Justo el mismo elenco que nos va a tocar cuando nos reunamos en el banquete del Reino de los cielos. O sea, lo mejor que se le ocurre a Jesús es presentar los banquetes de esta vida como profecía del gran banquete: del que Cristo tiene preparado, suculento y fraternal, para la eternidad. Por lo que Jesús, sabiendo esta profecía, acude a los banquetes aunque le llamen “comilón y bebedor” (Mt. 11, 19). Y por tanto acude a la invitación de Zaqueo –un publicano, recaudador de Hacienda–, al que convierte tras dejarse invitar a comer con él; y también convierte a Leví –que es San Mateo en persona– de quien también se deja invitar. Y a estas invitaciones acuden, con Jesús, los amigos de los anfitriones: o sea, muchos recaudadores de Hacienda que eran casi todos ladrones. Hay que destacar que todos estos publicanos eran gente marginada, que no sabían teología ni practican; o sea, enemigos de los teólogos de entonces y también de los oficialmente santos: los fariseos.

Si volvemos al gran banquete –al que dice Jesús está llamado todo el mundo– resulta que los
instalados no acuden; resulta que los instalados no aceptan la invitación: unos porque habían comprado hacienda, otros porque se habían casado... y todos estos se van excusando. El que se casó perdió de vista el banquete, pues rechazó la invitación; el que había comprado una finca tuvo que ir a medirla, pues al ser tan grande había pasado a ser su infinito-finito y por él rechaza el reino infinito de los Cielos; y como estos muchos más, con excusas variadas de instalación. En cambio Jesús come con publicanos, pecadores y..., porque no entra a hacer juicios humanos sobre estos marginados. Y no hace juicios negativos sobre ellos, porque los ve como presencia de Dios. ¿Vemos aquí la cara negra de Dios? Jesús no juzga al pecador por el hecho de ser pecador sino que, al revés, ve en él la presencia de Dios: precisamente la presencia de la cara negra de Dios. Ante lo cual, nos brotan una serie de preguntas: ¿Y por qué Dios permite el pecado? ¿Por qué Dios ha permitido que yo hiciera aquella barbaridad, de...? ¿Por qué Dios ha permitido que San Agustín se moviera en el lodo durante 20 años? Si nos parásemos aquí no veríamos nada porque, donde no entendamos es que hay un pozo y este siempre es un designio de Dios. Es decir que, aunque revolcarse en el barro lo hacen los cerdos y esto siempre es parte de su forma habitual de ser, en el caso de los hombres es solo un designio (en tiempo limitado) de la cara negra de Dios; y sobre todo, no hay que olvidar que estos pozos también forman parte de la salvación total de cada uno en Dios.

Al aplicar esto a la Religión de Jesús, resulta que: Los dioses de las religiones no permiten el
pecado, pero el Dios de Cristo sí. Más todavía, ¿qué hacen las religiones con las ovejas negras?: las
agarran con cuidado para no mancharse demasiado, y las echan fuera; las excomulgan. ¿Y por qué las
expulsan? Porque apestan, según lo que entienden como suciedad espiritual. Y esto ocurre en las
religiones, porque sus dioses no permiten suciedades en el clan; pero llega Jesús y les expone otra
aparente paradoja: “Un pastor tenía cien ovejas...”, y una se le volvió negra –o sea se le perdió–. ¿Y qué hizo el pastor? ¿quedarse con las instaladas? ¡No!, abandonó las noventa y nueve y fue a buscar a la oveja perdida –sabiendo de su vulnerabilidad, su suciedad y su necesidad en ser atendida–. Pero esto no lo pueden admitir los dioses de las religiones: que Jesús deje a las ovejas blancas –a las calificadas por la religión vigente como ejemplos instalados y a imitar, como ejemplos de la obediencia borreguil y del caminar con la vista pegada a la tierra (de forma que si fuesen hombres incluso quedarían calificados de justos)– y que Jesús se vaya en busca de la oveja negra-perdida; esto es lo que no pueden admitir. Pero Jesús se fue a buscar a la negra, sin reparar en riesgos ni sufrimientos; la encontró –llena de suciedad y arañazos del camino–, se la cargó sobre sus hombros y la devolvió al redil. “Y os digo que hay más alegría en el pastor por la oveja negra recuperada que por las otras noventa y nueve” (Mt. 18, 12). Este es el Dios de Jesus-Cristo: Este es el infinito que se acerca y entra hasta lo más hondo del pozo; y no ya a la profundidad del pozo de cada desgracia sino hasta “el pozo del pozo del pecado”, que es una desgracia aún mayor. Este Dios de Cristo, es precisamente el que se alegra más por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos; y es por esto que Cristo acepta comer con pecadores. Recordemos: Los pecadores están en “el banquete”, y los que se creen justos no. ¿Por qué? Porque el que se cree justo hace de su justicia una cabaña cerrada y segura, perdiendo de vista al infinito; sin sentir que éste sigue llamando a sus pozos. En cambio el pecador, que sabe muy bien que tiene pecado y también experiencia de ser finito, no solo puede sentir al infinito que llama a las puertas de sus pozos sino también dejarle paso. Hasta este punto es paradójico el hombre; como también lo son la verdad, la religión y la revelación
del pecado. Y en cuanto a este último, el sentido del pecado en la Escritura es pura presencia misteriosa de Dios: Cristo (Dios encarnado en el hombre) viene a salvar a los pecadores, no a los justos. Si bien los que se creen justos podrían llegar a decir: Cristo viene porque los justos nos merecemos la salvación.

¡Pues intentarlo los que así lo creáis, a ver si os podéis “colar” solo con vuestra cerrada justicia! Los que estamos realmente salvados somos los pecadores. Entendiendo por pecado: limitación y finitud, pero paradójicamente también con capacidad (libertad) para rechazar al infinito. Y es justamente ahí, en el pecado, en esa profundidad pecadora del hombre, donde viene y se instala el infinito. Y como los textos del Evangelio hay que leerlos bajo este prisma de contraste, entre lo establecido por los dioses de las religiones y la Religación con el Dios de Jesús-Cristo, es por lo que hay que dejar claro: Cristo (Dios encarnado en el hombre) no viene a condenar sino a salvar, y por esto tiene que destruir los dioses de las religiones que lo impiden; y por tanto, detrás del paso de Cristo nunca quedan religiones sino presencia del Dios de Jesús-Cristo: o si queremos llamarlo así, solo queda Religión. Leamos ahora a San Mateo 8, 1-4: “Al bajar del monte le siguió una gran muchedumbre...” [Seguir implica despedirse de uno para pasar adelante, despedirse de uno en cualquier situación –yo hoy no soy el de ayer, pues me he despedido–. El cristiano es el que sigue a Cristo; que es el camino y también el infinito. Y la gran muchedumbre que camina, se va desinstalando de lo finito hacia el infinito]. “Y en aquel momento se le acercó un leproso (es decir un marginado, pues los echaban fuera de la muchedumbre) que acercándosele se postró ante él diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Y él, extendiendo la mano, le tocó y dijo:
Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt. 8, 3). Es decir, queda limpia la
persona que, partiendo de su marginación, se junta al caminar de la muchedumbre que sigue a Cristo.
Ahora nos podemos plantear las consideraciones siguientes. Primera: Si este marginado no lo
hubiera sido, ¿habría salido al encuentro de Jesús? ¿Habría caído de rodillas con la misma oración y fe, con ese “Señor si quieres puedes limpiarme”? Segunda: Los no marginados de aquel tiempo nunca
hicieron una oración tan hermosa. Y tercera: Si no hubiese sido leproso, ¿de qué le habría curado Jesús? No habría hecho el milagro, porque el milagro de Jesús lo hace sobre la marginación (sobre la lepra que estaba marginada por la religión judaica). ¡Y hoy, todavía hay marginaciones en la religión cristiana!

Retomando la clave (somos finitos caminando hacia el infinito), vemos que los que ponen más
trampas al finito para que no llegue a infinito suelen ser los que creen; si bien estos, los que suelen
pregonar que creen –como los fariseos–, en realidad no creen en el Dios de Cristo. Y esta es la paradoja: que aquéllos que dicen saber quién es Dios, y cómo funciona, sean los que están poniendo trampas al caminar del hombre hacia Dios. ¿Y esto, por qué? Porque al creer que saben quién es Dios, se instalan en la religión. Pero, resulta que en la Religión –en la de Cristo– no sabemos quién es Dios; ni sabemos quién camina de verdad y quién no camina; ni tampoco quién es justo o pecador: no lo sabemos. No sabemos cuándo el hombre camina, porque aun pecando puede estar en camino hacia Dios; y tampoco lo podemos saber en los hombres que se tienen por no pecadores, pues al engreírse en su justicia pueden poner dificultades a su propio caminar: y de aquí viene la enemistad de los fariseos contra Jesús.

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