Beata Isabel de la Santísima Trinidad Catez, virgen
fecha: 9 de noviembre
n.: 1880 - †: 1906 - país: Francia
canonización: B: Juan Pablo II 25 nov 1984
hagiografía: The Carmelite Web Site
n.: 1880 - †: 1906 - país: Francia
canonización: B: Juan Pablo II 25 nov 1984
hagiografía: The Carmelite Web Site
Elogio: En Dijon, en Francia, beata Isabel
de la Santísima Trinidad Catez, virgen, de la Orden de las Carmelitas
Descalzas, que desde niña anheló buscar en lo profundo de su corazón el
conocimiento y la contemplación de la Trinidad, y afligida por muchos sufrimientos,
todavía joven continuó caminando, como siempre había soñado, «hacia el amor,
hacia la luz y hacia la vida».

El celebre Cardenal Mercier, de paso por
Dijon quiso venerar el sepulcro de la entonces sierva de Dios Isabel de la
Trinidad. Al explicarle la Madre Priora que solo había sido seis años escasos
religiosa carmelita, exclamó: "¡Aquí se llega a ser santas muy
deprisa!".
Isabel de la Trinidad, que se puso ese
nombre por su gran amor a Los TRES, como ella gustaba llamar a la Santísima
Trinidad, en el siglo se llamó Isabel Catez. Nació en un campo militar, en
Arvor, cerca de Bourges, el 18 de agosto de 1880. Sus padres fueron Francisco
de Jesús Catez y María Rolland. E1 19 de abril de 1891 hizo su Primera
Comunión. He aquí un bello testimonio: "Iba a cumplir catorce años cuando
un día, mientras la acción de gracias, sentime irresistiblemente impelida a
escogerle por único Esposo, y sin dilación me uní a Él por el voto de
virginidad". Otra vez, "después de la Sagrada Comunión parecióme que
la palabra Carmen sonaba dentro de mi alma y desde entonces no pensé mas que en
esconderme entre las rejas".
Veía que en su nación la fe y el amor a
Jesucristo dejaban mucho que desear. Para reparar en algo tanto mal, se ofreció
como víctima por la salvación de Francia y del mundo cuando todavía era una
adolescente. En 1901, superadas todas las dificultades, ingresó en el Carmelo
de Dijon, ciudad a donde se había trasladado su familia. Desde el principio se
entregó de lleno a su vocación, a la que amará con toda su alma. Escribía a una
futura vocación al Carmelo: "El Carmelo es un ángulo del paraíso. Se vive
en silencio, en soledad, solo para Dios... La vida de una carmelita es una
perpetua comunión con Dios... Si él no llenara nuestras celdas y nuestros
claustros ¡Qué vacíos estarían! Mas le vemos a Él en todas las cosas, porque le
llevamos dentro de nosotras mismas, y nuestra vida es un cielo anticipado...
¡Si supieses que feliz me hallo! ... Para la carmelita no hay mas que una
ocupación: amar y orar... Vivir con Él, en esto consiste la vida del Carmelo:
Me consumo de celo por el Señor Dios de los Ejércitos... Vive el Señor Dios de
Israel, en cuya presencia me encuentro... La Regla del Carmelo... ya verá algún
día que bella es...". Así de enamorada estaba Sor Isabel de la vida que
había abrazado que añadirá a su nombre uno nuevo: Laus Gloriae, Alabanza de
Gloria, de la Santísima Trinidad.
Su vida interior en el Carmelo se divide
en dos periodos: El periodo de la búsqueda de vida de intimidad con las Tres
Divinas Personas (1901-1905) y el periodo en el que encuentra su nuevo nombre o
misión: Alabanza de Gloria (1905-1906). No son muchas las obras que escribió y
sin embargo es una de las figuras mas destacadas de la espiritualidad
contemporánea. Con el ejemplo de su vida y con sus escritos, breves pero
profundos, ejerce un influjo desde hace muchos años muy grande en cuantos
tratan de vivir mejor la vida de perfección. Sus principales escritos son:
"Epistolario" (301 cartas), "Misivas espirituales" (27),
"Diario espiritual", "Composiciones poéticas" (119),
"Oraciones". (2), "Elevaciones espirituales (4), "Elevación
a la Santísima Trinidad", Tratados espirituales: Cómo hallar el cielo en
la tierra y Últimos ejercicios espirituales de Laudem Gloriae.
En la experiencia de Sor Isabel es clave
la vivencia del misterio de la Inhabitación Trinitaria, Misterio que será el
centro de su vida y del que será mensajera: "He hallado mi cielo en la
tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esta
verdad todo se iluminó en mí. Quisiera revelar este secreto a todas las
personas a quienes amo para que ellas se unan siempre a Dios a través de todas
las cosas y se cumpla así la oración de Jesucristo: Padre, que sean
completamente uno (Jn. 17,23)" (Carta 110).
Asimismo es consciente de que este proceso
de transformación en los Tres pasa por una plena identificación con Cristo, el
Crucificado por amor: "Seamos para El como una humanidad suplementaria
donde pueda renovar todo su misterio. Le he pedido que se instale en mí como
Adorador, Reparador y salvador". (Carta 193)
Días antes de su muerte repitió la misión
que esperaba desempañar en el cielo: "Me parece que mi misión en el cielo
consistirá en atraer a las almas al recogimiento interior, ayudándolas a salir
de sí mismas para unirse con Dios a través de un sentimiento sencillo y
amoroso. Procuraré mantenerlas en ese profundo silencio interior que permite a
Dios imprimirse en ellas y transformarlas en él". En su última carta,
dirigida a la Madre Germana de Jesús, "su Sacerdote Santo" - como
gustaba llamarla -, nos lega a los hijos del Carmelo y a cuantos se sientan
llamados a seguirla en ese camino de santificación, su herencia espiritual:
"...Al partir de este mundo le dejo en herencia la vocación que tuve
dentro de la Iglesia militante, vocación que yo cumpliré ininterrumpidamente en
la Iglesia triunfante: Ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad"
E1 9 de noviembre de 1906 marchaba a gozar
de las Tres divinas Personas, con su último cántico: "Me voy a la luz, al
amor, a la vida". El Papa Juan Pablo II la coloca entre los maestros que
más han influido en su vida espiritual. El mismo Sumo Pontífice la beatificó el
25 de noviembre de 1984, solemnidad de Cristo Rey.
fuente: The Carmelite
Web Site
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4101
Beato Luis Beltrame Quattrocchi, padre de familia
fecha: 9 de noviembre
n.: 1880 - †: 1951 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 21 oct 2001
hagiografía: Vaticano
n.: 1880 - †: 1951 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 21 oct 2001
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Roma, beato Luis Beltrame
Quattrocchi, el cual, padre de familia, tanto en los asuntos públicos como en
la vida familiar, siguió los preceptos de Cristo y los proclamó con fidelidad y
entereza de vida.

Aunque quedan inscriptos en el Martirologio,
como es práctica, cada uno en su fecha de «nacimiento a la vida eterna»
correspondiente, verdaderamente la beatificación de Luis y y su viuda María fue
ocasión -al igual que con los padres de Santa Teresa de Lisieux, los beatos
Beatos Celia Guérin y
Luis Martin-, para que SS Juan Pablo II no sólo exaltara las
virtudes del matrimonio cristiano, sino que además mostrara que en el caso de
estos beatos, fue el matrimonio como tal el camino privilegiado de su
santificación. No sólo han sido beatificados juntos marido y mujer, sino que
deben evocarse juntos. Reproducimos un fragmento de la homilía de SS Juan Pablo
II en la misa de beatificación de este matrimonio, el Domingo 21 de octubre de
2001, remitiendo a la página del Vaticano para quien desee leer el texto completo.
No podía haber ocasión más feliz y más
significativa que ésta [es decir: la beatificación del matrimonio
Beltrame-Corsini] para celebrar el vigésimo aniversario de la exhortación
apostólica "Familiaris consortio". Este documento, que sigue siendo
de gran actualidad, además de ilustrar el valor del matrimonio y las tareas de
la familia, impulsa a un compromiso particular en el camino de santidad al que
los esposos están llamados en virtud de la gracia sacramental, que "no se
agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los
cónyuges a lo largo de toda su existencia" (Familiaris consortio, 56). La
belleza de este camino resplandece en el testimonio de los beatos Luis y María,
expresión ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al matrimonio y a la
familia fundada en él.
Estos esposos vivieron, a la luz del
Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la
vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la
procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y
orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno
espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus
raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan
recíprocamente.
Los beatos esposos, inspirándose en la
palabra de Dios y en el testimonio de los santos, vivieron una vida ordinaria
de modo extraordinario. En medio de las alegrías y las preocupaciones de una
familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente rica en
espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían la
devoción filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban todos
los días por la tarde, y la referencia a sabios consejeros espirituales. Así
supieron acompañar a sus hijos en el discernimiento vocacional, entrenándolos
para valorarlo todo "de tejas para arriba", como simpáticamente
solían decir.
La riqueza de fe y amor de los esposos
Luis y María Beltrame Quattrocchi es una demostración viva de lo que el
concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de todos los fieles a la
santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo "propriam
viam sequentes", "siguiendo su propio camino" (Lumen gentium,
41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la
primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al
Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y
padres.
En su vida, como en la de tantos otros
matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede
contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia. En
efecto, los esposos, "cumpliendo en virtud de este sacramento especial su
deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda
su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la caridad, se acercan cada
vez más a su propia perfección y a su santificación mutua y, por tanto, a la
glorificación de Dios en común" (Gaudium et spes, 48).
Queridas familias, hoy tenemos una
singular confirmación de que el camino de santidad recorrido juntos, como
matrimonio, es posible, hermoso y extraordinariamente fecundo, y es fundamental
para el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad.
Esto impulsa a invocar al Señor, para que
sean cada vez más numerosos los matrimonios capaces de reflejar, con la
santidad de su vida, el "misterio grande" del amor conyugal, que
tiene su origen en la creación y se realiza en la unión de Cristo con la
Iglesia (cf. Ef 5, 22-33).
fuente: Vaticano
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