La muerte no es el final…., tan solo es el principio de la eternidad.
Nunca deja de sorprendernos cualquier noticia que nos llega sobre la muerte de alguien: ya sea de un ser conocido o no, que está cerca o lejos de nosotros, en esta u otra determinada circunstancia. Los sentimientos que en ese momento nos surgen también pueden variar, desde la indiferencia de la noticia hasta el más profunda pesar por la pérdida de un ser querido al que la vida ha concluido ya.
Sabemos que la muerte es una verdad: tal y como que nacemos, hemos de morir algún día, pues vivimos con esa certeza que experimentamos a nuestro alrededor y algún día seremos nosotros esa “noticia” para otros que, indiferentes o no, les sorprenderemos en nuestro día de partida.
Esta realidad a la que todos seremos llamados nos tiene que hacer pensar en cómo queremos enfrentarnos a ese momento y de alguna manera también reflejará cómo hemos vivido la vida que nos ha tocado vivir…
Podemos caer en la tentación de no querer pensar en ello, de no querer hablar de ello, de renunciar a la búsqueda de la verdad sobre nuestra vida, llenándonos de todo lo que nos ofrece el mundo (aunque nunca termine por saciarnos) y apoyándonos en los ejemplos que vemos de gente “triunfadora y despreocupada”, cuyas imágenes y vida son sobradamente conocidas y aireadas por los medios de comunicación. Y cuando irremediablemente nos llegue nuestro turno, intentar por todos los medios de que sea sin dolor, rápida para evitar entristecer y molestar a los allegados, pues bastante es la carga que les dejamos en ese momento…
Si…, en nuestra libertad dada, podemos “esconder la cabeza como el avestruz”, pero la muerte llega, forma parte del tiempo que se nos ha dado, como un “final de obra” donde el telón se cierra y ya no cabe repetir una escena o prolongar la representación.
Ante esta realidad inexorable de la llegada de la muerte, cabe otra alternativa, que Dios nos ofrece a todos: fiarse de Jesús y fijarse en Jesús crucificado.
El Hijo de Dios, hecho hombre, tal y como somos todos nosotros menos en el pecado, nos enseña su camino, su verdad, su vida para que aprendiendo de Él, siguiéndole, cultivando su amistad, podamos vencer al dolor, a la muerte, a ese miedo que está en todos nosotros y compartir con Él su promesa eterna.
Aceptando esta realidad, esta verdad desde la Fe, el miedo por el sufrimiento y la muerte no debe de asustarnos, sino más bien nos permite poder llegar a aceptarla en la confianza puesta en Jesús, quien la venció por todos nosotros y nos espera.
Como todo en esta vida, ese momento no se puede improvisar: hay que saber estar preparado en todo momento y cuando nos llegue, aceptarla, poner nuestro sufrimiento a los pies de la cruz, ofreciéndonos confiadamente a la voluntad de Dios Padre, tal y como nos enseñó Jesucristo antes de su partida.
Pedir siempre a Dios Padre poder estar en gracia para afrontar con éxito ese último combate y ayudar a otros en su mismo trance, pues hasta los más santos sufrían tentaciones, pero su perseverancia les llevó al triunfo, a ser recibidos en la casa de Dios Padre.
Por eso es tan importante no despreciar los sacramentos de la Iglesia, en especial, para los familiares que están en esta circunstancia, el sacramento de la Unción de enfermos, donde se nos dan las últimas gracias para esa recta final de la carrera. No somos conscientes del bien tan grande que hacemos al alma de nuestro ser querido, el poder proporcionar este auxilio antes de partir y que nos hará sentirnos confortados y confiados ante su despedida.
Eduardo JB
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