Beata María Crucificada Curcio, virgen
y fundadora
fecha: 4 de julio
n.: 1877 - †: 1957 - país: Italia
canonización: B: Benedicto XVI 13 nov 2005
hagiografía: Vaticano
n.: 1877 - †: 1957 - país: Italia
canonización: B: Benedicto XVI 13 nov 2005
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Santa Marinella, Italia, beata María
Crucificada Curcio, virgen y fundadora de la congregación de las Carmelitas
Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús.

Nació en Ispica
(Sicilia, Italia) el 30 de enero de 1877. Era la séptima de diez hijos. Vivió
su infancia en un ambiente familiar cultural y socialmente elevado. Dotada de
gran inteligencia y un carácter alegre y decidido, manifestó durante su
adolescencia una marcada tendencia a la piedad y a la solidaridad con los más
necesitados y marginados.
En su casa recibió una
severa educación, con principios muy rígidos, en razón de los cuales su padre,
siguiendo las costumbres de la época, no le permitió seguir estudiando después
de la escuela primaria. Eso le costó mucho, pues sentía una gran sed de conocimientos,
que saciaba con los libros de la biblioteca familiar. Así pudo leer el «Libro
de la vida» de santa Teresa de Jesús, que ejerció un gran impacto en ella,
impulsándola a conocer y amar el Carmelo, y abriéndola al «estudio de las cosas
celestiales». En 1890, a la edad de trece años, obtuvo, aunque con dificultad,
el permiso de inscribirse en la Tercera Orden Carmelitana, recién constituida
en Ispica. Visitaba con frecuencia el santuario de la Virgen del Carmen, y
cultivaba una intensa devoción a María, «que le había robado el corazón desde
su infancia», y le había encomendado la misión de «hacer que volviera a
florecer el Carmelo». Profundizando en la espiritualidad carmelitana comprendió
el plan de Dios para ella.
Queriendo compartir el
ideal de un Carmelo misionero que uniera la dimensión contemplativa con la
apostólica, inició una experiencia de vida común con algunas compañeras
terciarias en un apartamento de su casa paterna. Luego se trasladó a Modica,
para dirigir la casa «Carmela Polara» para la acogida y asistencia de muchachas
huérfanas o necesitadas. Después de años de pruebas y tribulaciones con el vano
intento de que su obra fuera reconocida oficialmente por la autoridad
eclesiástica local, por fin encontró apoyo en el padre Lorenzo van den
Eerenbeemt, de la Orden Carmelita de la antigua observancia.
El 17 de mayo de 1925
viajó a Roma para la canonización de santa Teresa del Niño Jesús. Al día
siguiente, visitando la localidad de Santa Marinella, cercana a la ciudad de
Roma, quedó impresionada por la extrema pobreza de la mayor parte de sus
habitantes y comprendió que allí la quería Dios. Con permiso del obispo, se
estableció definitivamente en Santa Marinella, y el 16 de julio sucesivo
recibió el decreto de afiliación de su pequeña comunidad a la Orden
Carmelitana.
En 1930, después de
muchos sufrimientos y cruces, su pequeña comunidad fue erigida como
congregación de derecho diocesano con el nombre de «Carmelitas Misioneras de
Santa Teresa del Niño Jesús». «Llevar almas a Dios» era el objetivo que la
impulsó a crear obras educativas y asistenciales en Italia y en el extranjero.
Pudo realizar su anhelo misionero en 1947 enviando a las primeras cuatro
religiosas a Brasil, con un solo mandato: «No olvidéis a los pobres».
Su oración era un diálogo
íntimo y continuo con Jesús, con el Padre y con todos los santos, inspirado por
una confianza filial y sentimientos de gratitud, de alabanza, de adoración y de
reparación, que trataba de transmitir, ante todo con el ejemplo de su vida, a
sus hijas espirituales y a cuantos se acercaban a ella. Cultivó una intensa
unión de amor con Cristo en la Eucaristía, esforzándose por vivir un profundo
espíritu de reparación, que la llevaba a compartir los sufrimientos y las
angustias de los hombres, especialmente «del inmenso número de almas que no
conocen y no aman a Dios», tratando de ayudarles en sus necesidades con
caridad, pues descubría en ellos el rostro de Cristo crucificado. Exhortaba a
sus religiosas a entregarse sin medida al servicio de la juventud más humillada
y abandonada, para «separar en ella el oro del fango», a fin de restaurar en
toda criatura la dignidad y la imagen de hijo de Dios.
Marcada toda su vida por
una salud precaria y por la diabetes, que afrontaba con fortaleza y sincera
adhesión a la voluntad de Dios, pasó sus últimos años enferma, orando y
entregándose a sus religiosas. El 4 de julio de 1957 murió serenamente en Santa
Marinella, y fue beatificada el 13 de noviembre de 2005.
fuente: Vaticano
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