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Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Al comenzar el mes de
octubre dedicado por tradición a las misiones, y en el que este año se
celebra el Sínodo de los Obispos dedicado al discernimiento vocacional de
los jóvenes, la Agencia Fides presenta los perfiles de algunos jóvenes que,
en el milenio que acaba de iniciar, no han dudado en “salir” y poner sus
vidas en las manos del Señor para anunciar el Evangelio y testimoniarlo
incluso a través de una sencilla presencia en contextos especialmente
difíciles: en los pasillos de un hospital, con los niños abandonados,
viajando hasta una pequeña comunidad perdida en algún rincón del mundo,
trabajando como animadores de un oratorio en plena guerra…
Jóvenes de nuestro tiempo, similares a muchos de sus coetáneos, obviamente
para nada ingenuos o inexpertos, con estudios universitarios, amantes de la
música o del baile, frecuentadores asiduos de los medios de comunicación
social, preparados espiritualmente y culturalmente para afrontar contextos
muy diferentes a los suyos, que habían sabido analizar objetivamente los
riesgos de los lugares donde algunos pensaban pasar solo un periodo de
tiempo, otros la vida entera.
“Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo” repite
continuamente el Papa Francisco. “Si algo debe inquietarnos santamente y
preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la
fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una
comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”
(Evangelii gaudium 49).
Esta es la “santa inquietud” que sintieron los muchos jóvenes que
“salieron” para ir al encuentro de los demás, especialmente de los más
despreciados, abandonados, olvidados, sin pensar en que estaban
sacrificando una vida cómoda y en algunos casos rica, felices de dar la
vida “para ofrecer a todos la vida de Jesucristo”. No permitieron que les
robaran ese “entusiasmo misionero” que les había empujado a salir en el
nombre del Señor y que los jóvenes de hoy están llamados a recoger, como herencia
preciosa de la sangre derramada por sus coetáneos, que continúa dando vida
a la Iglesia de Cristo en el tercer milenio. (SL) (Agencia Fides 6/10/2018)
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