Santa Ángela de la Cruz Guerrero González, virgen y fundadora
fecha: 2 de marzo
n.: 1846 - †: 1932 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 12 jul 1982 - C: Juan Pablo II 4 may 2003
hagiografía: «L`Osservatore Romano»
n.: 1846 - †: 1932 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 12 jul 1982 - C: Juan Pablo II 4 may 2003
hagiografía: «L`Osservatore Romano»
Elogio: En Sevilla, en España, santa Ángela
de la Cruz Guerrero González, virgen, fundadora del Instituto de Hermanas de la
Compañía de la Cruz, que no se reservó derecho ninguno para sí, sino que lo
dejó todo para los pobres, a quienes acostumbraba a llamar sus «señores»,
sirviéndoles de verdad.

Nació en las afueras de Sevilla el día 30
de enero de 1846. Fue bautizada el 2 de febrero siguiente en la parroquia de
Santa Lucía. Su padre, Francisco, era cocinero del convento de los Trinitarios,
y su madre, Josefa, costurera allí mismo. Tuvieron catorce hijos, de los que
solamente seis llegaron con vida a la mayoría de edad. Como tantas niñas pobres
sevillanas de su tiempo, fue poco al colegio, aprendiendo a escribir, sin
dominar la ortografía, algunas nociones de aritmética y catecismo. Su pobreza
no le impedía, desde niña y adolescente, compartir con los más pobres los
bienes que tenían en la familia, pues les llevaba mantas de su casa cuando no tenían
ellos para todos.
En el hogar aprendió a rezar el rosario y
las oraciones del mes de mayo dedicado a la Virgen María. Con su padre acudía
al rosario de la aurora y su madre se prestaba a ser madrina de los niños del
barrio que lo necesitaban. Hizo la primera comunión en 1854 y recibió la
confirmación en 1855. A los doce años tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a
su familia como aprendiz en la zapatería Maldonado, donde también se rezaba
diariamente el rosario, y tuvo sus primeras experiencias místicas. Ella misma
se puso a enseñar el oficio a otras niñas, como oficiala de primera, en una
institución llamada «Las Arrepentidas», en aquella Sevilla que entonces tenía
rango de Corte por la presencia en el palacio de San Telmo de los duques de
Montpensier.
El canónigo que confesaba a Angelita, el
padre Torres, le ayudó a encontrar lo que Dios le pedía: ser monja. En 1865,
acompañada de su hermana Joaquina, llamó a las puertas del Carmelo que había
fundado en Sevilla santa Teresa de Jesús, pero, a pesar de su gran capacidad
para la vida contemplativa, no fue admitida porque no tenía suficiente salud
para la vida tan austera del Carmelo. En 1868 entró como postulante en las
Hijas de la Caridad del hospital central de Sevilla, pero por su salud
quebrantada fue trasladada a Cuenca, por si le sentaba mejor aquel clima. En
1870 tuvo que dejar definitivamente a las Hijas de la Caridad, a pesar de su
entrega y fidelidad generosa.
Resignada a vivir como «monja sin
convento», volvió a su trabajo y se sometió en obediencia a su director
espiritual, escribiendo todos los pensamientos y deseos de su alma, hasta que
en 1875 vio durante la oración el monte Calvario con una cruz frente a la de
Cristo crucificado: «Al ver a mi Señor crucificado deseaba con todas las veras de
mi corazón imitarle; conocía con bastante claridad que en aquella otra cruz que
estaba frente a la de mi Señor debía crucificarme, con toda la igualdad que es
posible a una criatura...». En una ocasión, después de escuchar las quejas de
los pobres que sufren, escribe al padre: «Si, para aconsejar a los pobres que
sufran sin quejarse los trabajos de la pobreza, es preciso llevarla, vivirla,
sentirse pobre... ¡qué hermoso sería un instituto que por amor a Dios abrazara
la mayor pobreza!», recibiendo así la inspiración de fundar una «Compañía».
En sus Papeles íntimos, páginas asombrosas
para una mujer iletrada, con faltas ortográficas pero con una identidad
cristiana y eclesial admirable, redactó su proyecto de Compañía, con una
dimensión caritativa y social a favor de los pobres y con un impacto enorme en
la Iglesia y en la sociedad de Sevilla, por su identificación con los
menesterosos: «Hacerse pobre con los pobres». No quería hacer la caridad «desde
arriba» sino ayudar a los pobres «desde dentro». Escribía y lo vivía: «La
primera pobre, yo...».
El día 2 de agosto de 1875 el padre Torres
celebraba la Eucaristía en la iglesia del convento jerónimo de Santa Paula, a
la que asistían, con Ángela, que era terciaria franciscana, otras tres mujeres,
Juana, Josefa y otra Juana, dispuestas a desentrañar el misterio de la cruz en
la oración y en el servicio a los pobres. Acabada la misa, se trasladaron a
vivir a un cuarto alquilado en la calle de San Luis, n. 13, en el que había una
mesa, unas sillas y unas esteras de junco que servían de colchón y de almohada,
un crucifijo y un cuadro de la Virgen de los Dolores. Estaban naciendo las
Hermanas de la Cruz.
La fundadora imprimió a su Compañía un
ambiente de limpieza, de saludable alegría y de contenida belleza, de tal forma
que sus conventos tendrían esplendor a base de cal, estropajo, dos esterillas y
cinco macetas. Su estilo sería el de mujeres sencillas, verdaderamente
populares, apartadas de la grandiosidad, impregnando de tal forma el aire de
dulzura, que la gente agradecía aquel nuevo modo de querer a Dios y a los
pobres. Luego pasaron a la calle Hombre de Piedra, junto a la parroquia de San
Lorenzo, donde ejercía el ministerio Marcelo Spínola, quien llegaría a ser el
arzobispo llamado «mendigo», recientemente beatificado. Empezaron a recoger
niñas huérfanas de los enfermos a quienes atendían, por eso pasaron a otra casa
más grande en la calle Lerena, donde ya pudieron contar con la presencia de la
Eucaristía. Atendían a las personas que estaban solas y enfermas en sus casas.
Con una mano pedían limosna y con la otra la repartían.
En 1879 el arzobispo fray Joaquín Lluch
aprobó las primeras Constituciones de la Compañía de las Hermanas de la Cruz,
en una síntesis de oración y austeridad, contemplación y alegría en el servicio
a los pobres. Las Hermanas de la Cruz fueron extendiéndose por Andalucía y
Extremadura, La Mancha, Castilla, Galicia, Valladolid, Valencia y Madrid, las
Islas Canarias, Italia y América. En Sevilla se trasladarían a lo que después
sería la casa madre en la calle de Los Alcázares. En 1894 sor Ángela, «madre
Angelita» o simplemente «madre» como se le llamaba ya en Sevilla, viajó a Roma
para asistir a la beatificación del maestro Juan de Ávila y fray Diego de
Cádiz, pudiendo entrevistarse con el Papa León XIII, quien más tarde concedió
el decreto inicial para la aprobación de la Compañía, que firmaría en 1904 san
Pío X.
En 1907 sor Ángela asumió el gobierno y la
responsabilidad de su instituto religioso como primera madre general, reelegida
cuatro veces. Aunque tenía fama de «milagrera», destacaba por su naturalidad y
sencillez. En 1928, a pesar de la exposición iberoamericana, en Sevilla
continuaba habiendo pobres y necesidades; por eso las Hermanas de la Cruz
rondaban por los barrios más pobres, santificándose especialmente con la virtud
de la mortificación, al servicio de Dios en los pobres, haciéndose pobres como
ellos. Sor Ángela aceptó la decisión del arzobispo y, al no continuar siendo
madre general, se puso a disposición de la nueva, aconsejando a sus hermanas y
a cuantas personas acudían a pedirle ayuda, atraídas por sus virtudes. Las
Hermanas de la Cruz, de entonces y de ahora, siguen a rajatabla las normas de
mortificación establecidas por sor Ángela: comen de «vigilia», duermen sobre
una tarima de madera las noches que no les toca velar, duermen poquísimo, pues
quieren estar «instaladas en la cruz», «enfrente y muy cerca de la cruz de
Jesús», renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin tardanza donde
los pobres las necesiten.
El 7 de julio de 1931 la madre Ángela tuvo
una trombosis cerebral que, nueve meses después, la llevaría a la muerte.
Estuvo paralizada de medio cuerpo, pero continuó resplandeciendo en su virtud
de la humildad, tratando de agradar y nunca molestar. Después de una larga
agonía y de haber recibido los últimos sacramentos, murió en Sevilla, en su
tarima de dormir, el 2 de marzo de 1932. Sevilla entera pasó durante tres días
enteros por la capilla ardiente hasta que, por privilegio especial, fue
sepultada en la cripta de la casa madre. Fue beatificada en Sevilla por el Papa
Juan Pablo II el 5 de noviembre de 1982, y canonizada por el mismo en Madrid el
4 de mayo de 2003. Su cuerpo incorrupto reposa en su capilla de la casa madre y
su memoria litúrgica se viene celebrando el día 5 de noviembre.
De L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, del 2 de mayo de 2003, que tomamos de Franciscanos.org
fuente: «L`Osservatore Romano»
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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