Beata María de la Encarnación Avrillot, viuda y fundadora
fecha: 18 de abril
n.: 1566 - †: 1618 - país: Francia
otras formas del nombre: Bárbara Avrillot
canonización: B: Pío VI 5 jun 1791
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1566 - †: 1618 - país: Francia
otras formas del nombre: Bárbara Avrillot
canonización: B: Pío VI 5 jun 1791
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Pontoise, cerca de París, en
Francia, beata María de la Encarnación (Bárbara) Avrillot, madre ejemplar de
familia y mujer sumamente devota, que introdujo el Carmelo en Francia, fundó
cinco monasterios y, muerto su esposo, abrazó la vida religiosa.

Bárbara Acarie -«la bella Acarie»-,
conocida más tarde con el nombre de María de la Encarnación, introdujo en
Francia la reforma carmelitana que había iniciado Santa Teresa en España.
También contribuyó a establecer en París a las Ursulinas y a las Oratorianas.
Bárbara era hija de Nicolás Avrillot, alto funcionario del gobierno. Su
extraordinaria piedad llamó la atención de las monjas del convento de
Longchamps, dirigido por una tía suya, donde se educó. Para prepararse a la
primera comunión, a los doce años, se mortificó severamente. Bárbara hubiese
querido abrazar la vida religiosa en el convento de las franciscanas de
Longchamps o como enfermera del hospital de París; pero sus padres tenían otros
planes sobre la única hija que se les había dado. Bárbara no tuvo mas remedio
que resignarse, diciendo humildemente: «Puesto que mis pecados me hacen indigna
de ser esposa de Cristo, trataré por lo menos de ser su esclava.» A los
diecisiete años, contrajo matrimonio con Pedro Acarie, un joven abogado de la
aristocracia que ocupaba un alto puesto en la tesorería real. Pedro era piadoso
y caritativo, como lo demostró ayudando a los católicos ingleses a quienes las
leyes isabelinas habían desterrado y privado de todo su haber; pero tenía un
temperamento un poco extravagante e hizo sufrir bastante a su esposa. Sin
embargo, el matrimonio fue en lo esencial feliz, y Bárbara fue una excelente
esposa y madre. Se preocupó tanto por la formación espiritual de sus seis
hijos, que alguien le preguntó si los estaba preparando para la vida religiosa.
Bárbara respondió: «Los estoy preparando simplemente para que cumplan la
voluntad de Dios, pues Él es el único que puede dar la vocación religiosa». Sus
tres hijas entraron más tarde en la Orden del Carmelo, uno de sus hijos fue
sacerdote y los otros dos practicaron en el mundo los principios cristianos en
que habían sido educados. Parece que Bárbara comunicó su piedad a toda su
servidumbre, cuyo bienestar procuraba constantemente. Cuando caían enfermos,
atendía a sus criados con verdadera ternura. Andrea Levoix, su doncella, la
acompañaba en todas sus devociones y obras de caridad.
Grandes pruebas materiales aguardaban a la
familia Acarie. Pedro había prestado su apoyo a la Liga Católica y, para
ayudarla, había contraído grandes deudas. Al subir al trono, Enrique IV le
desterró de París, y los acreedores se apoderaron de todas sus propiedades. La
familia llegó a tal grado de pobreza, que en ciertas ocasiones la beata no
tenia nada que dar de comer a sus hijos. Ella misma se encargo de llevar a la
corte el proceso de su marido, demostró que era inocente de la acusación de
conspiración contra el rey y consiguió que los acreedores concediesen nuevos
plazos. Así obtuvo que su marido volviese a París. Aunque naturalmente su
fortuna había disminuido, el buen nombre de la familia quedó a salvo. La
generosa e inteligente caridad de la Sra. Acarie empezó a ser tan conocida, que
muchas gentes le confiaban la distribución de sus limosnas. María de Medicis y
Enrique IV la tenían en alta estima, de suerte que la beata pudo obtener de
ellos el permiso y la ayuda necesarios para introducir a las carmelitas en
París. La bondad de su corazón alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos,
tendía la mano a los caídos, ayudaba a los que habían venido a menos, asistía a
los agonizantes, instruía a los herejes y favorecía a todas las ordenes
religiosas.
Dos apariciones de santa Teresa le
movieron a interesarse por la introducción de las Carmelitas Teresianas en
Francia. Tres años después de la segunda visión, en noviembre de 1604, dichas
religiosas inauguraban su primer convento en París. En los cinco años
siguientes, se fundaron cuatro conventos más. La Sra. Acarie no sólo era el
alma de todo el movimiento, sino que se ocupaba también de preparar a las
jóvenes para la vida religiosa. Era, por decirlo así, una especie de maestra de
novicias casada. Sus principales consejeros de aquella época eran san Francisco de
Sales y Pedro de Berulle, el fundador de los oratorianos
franceses.
Nada tiene, pues, de sorprendente que,
poco después de la muerte de su esposo, ocurrida en 1613, haya solicitado la
admisión en la Orden del Carmelo como hermana lega. Pero solo fue religiosa durante
cuatro años. Esencialmente fue una mujer que se santificó en el estado
matrimonial, pues era ya santa mucho antes de tomar el hábito. Con el nombre de
María de la Encarnación, ingresó en el convento de Amiens, del que su hija
mayor fue poco después nombrada subpriora. La beata fue la primera en
prometerle obediencia. Aunque caminaba con mucha dificultad, pues había sido
operada tres veces de la pierna, veinte años antes, practicaba gozosamente los
mas humildes oficios, como el de limpiar las ollas de la cocina. Más tarde fue
trasladada a Pontoise, a raíz de ciertas dificultades con el P. de Berulle.
La vida exterior de la beata María de la
Encarnación estaba sostenida por una profunda vida mística. Durante la
contemplación, que en su caso rayaba en éxtasis, Dios le reveló grandes
verdades espirituales. Los efectos de estas gracias se habían manifestado ya
desde los primeros años de su vida matrimonial y le habían producido ciertas
dificultades en la familia y otras graves pruebas. Uno de los directores espirituales
que más la ayudaron fue el P. Benito Fitch, capuchino de Canfield, en Essex. En
1618 la beata tuvo un ataque de apoplejía que la dejó paralítica e hizo prever
el desenlace próximo. La priora mandó que todas las religiosas se reuniesen
alrededor del lecho de la beata para recibir su bendición. La hermana María de
la Encarnación empezó por decir: «Señor, perdóname el mal ejemplo que he dado»;
después bendijo a las religiosas y añadió: «Si Dios se digna admitirme en la
felicidad eterna, le pediré que la voluntad de su Hijo se cumpla en cada una de
vosotras.» A las tres de la mañana del día de Pascua, recibió el viático y
murió durante la extremaunción. Tenia entonces cincuenta y dos años. Fue
beatificada en 1791.
Hay muchas biografías de la beata. La
primera de ellas fue la de Andre du Val (1621) . Mencionaremos entre las
principales las de Boucher, Cadoudal, Griselle, y el resumen de E. de Broglie
en la coleccion Les Saints. Pero la mejor biografía es sin duda la del P.
Bruno, La belle Acarie (1942) y contiene una extensa bibliografía. La
influencia que la beata ejerció en su época fue suficiente como para que la
mencionasen Pastor (Geschichte der Papste, vols. XI y XII) y H. Bremond
(Histoire litteraire du sentiment religieux en France, vol. II, pp. 193-262).
Es muy buena la biografía inglesa de L. C. Sheppard, Barbe Acarie (1953).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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