DAYAN
Imagino
que recuerdan a Moshe Dayan, aquel
político y militar israelí con el parche negro sobre su ojo
perdido en la guerra. Su nombre en hebreo significa “ser bastante, ser
suficiente”, todo lo contrario de José que expresa algo muy
distinto: “que (Dios) añada…”. Se diría que el primer nombre está marcado por
la saciedad y la plenitud, y el segundo por la ansiedad y el deseo de más. En
un himno que recitan los judíos en el seder de Pascua y que va enumerando
y encadenando los regalos recibidos de Dios, se repite este estribillo Dayenú:
“nos habría bastado”. “Si hubiera dividido para nosotros las olas del mar, sin
hacérnoslo pasar a pie enjuto, dayenú. Si hubiera atendido a nuestras
necesidades durante cuarenta años, sin alimentamos con el maná...,
dayenú. Si nos hubiera alimentado con el maná, sin damos el
sábado..., dayenú etc.”.
Para hacer más evidente que las experiencias humanas hondas son universales, guardo una imagen que me impactó en un viaje a Japón que hice años atrás: en el jardín de un templo budista de Kyoto hay un recipiente de piedra para contener el agua de la lluvia con esta leyenda: Yo solo sé satisfecho (Lo único que sé es cuándo estoy satisfecho). Y es eso también lo que sentía el orante del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta”, y lo decía también Santa Teresa con su castellano rotundo: “Quien a Dios tiene, nada le falta”.
Y aprovechando que estamos en Pascua, podríamos componer nuestro propio Dayenú haciendo memoria de diferentes momentos de gracia vividos a lo largo de nuestra existencia y, ante cada uno de ellos, repetir con agradecimiento: Dayenú, me habría bastado...
Para hacer más evidente que las experiencias humanas hondas son universales, guardo una imagen que me impactó en un viaje a Japón que hice años atrás: en el jardín de un templo budista de Kyoto hay un recipiente de piedra para contener el agua de la lluvia con esta leyenda: Yo solo sé satisfecho (Lo único que sé es cuándo estoy satisfecho). Y es eso también lo que sentía el orante del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta”, y lo decía también Santa Teresa con su castellano rotundo: “Quien a Dios tiene, nada le falta”.
Y aprovechando que estamos en Pascua, podríamos componer nuestro propio Dayenú haciendo memoria de diferentes momentos de gracia vividos a lo largo de nuestra existencia y, ante cada uno de ellos, repetir con agradecimiento: Dayenú, me habría bastado...
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