Ahora que escribo ya es
agosto. Los comentarios que recibes también corresponden a los mensaje del
Evangelio del domingo, día 11 de agosto. Agosto en el norte y agosto en el sur.
En el este y en el oeste. En todo la tierra es agosto. Pero no en toda la tierra
es el mismo agosto.
Ya lo sabemos.
Sólo deseaba recordarlo.
Somos muy inteligentes.
Todos.
Pero no acertamos a
decírnoslo los unos a los otros.
Por estas tierras desde las
que escribo, agosto es tiempo de descansos y de vacaciones. Es el tiempo
apropiado para muchas cosas que no serían posibles en tiempos de tareas y
responsabilidades.
En estas fechas pueden
escribirse -también leerse- mensajes, decisiones, promesas... Y muy seguramente serán pocas las personas que lleguen a
caer en la cuenta de tales asuntos, informaciones, compromisos... Lo saben
mejor que nadie los que mandan, deciden, organizan y programan.
Este agosto de mi tierra
puede ser el tiempo apropiado para 'los engaños'.
La palabra engaño me da mucho
respeto escribirla. Pero escrita queda. La dejo escrita en agosto para que se
quede sin ser demasiado notada.
Hay un 'engaño' que se lleva
manteniendo unos veinte siglos, día arriba o abajo. Y se lleva manteniendo en
nuestras instituciones eclesiásticas. De este engaño se habla desde las
informaciones bautismales, hasta las plegarias de las despedidas. Y este engaño
tiene un nombre propio: La segunda venida.
Escrito lo dejo en agosto. En
veinte siglos no ha habido una segunda venida. Tampoco la habrá en los veinte
siglos siguientes. Y que nadie nos venga a 'iluminar o adoctrinar' apoyándose
en este engaño.
Él ya vino. Todos hemos
venido. Aquella fue su venida. Todos tenemos nuestra venida.y
Y no hay dos.
Lo repito. Es agosto y por
estos tiempos nuestros ocasión de descansos y de vacaciones. Tal vez, entre
descanso y descanso puedas tener ocasión de leer y hasta de pensar, para eso
están los mensajes, del Evangelio y de los comentarios. Los tienes a
continuación. Y también en el archivo adjunto.
Domingo
19º del T.O. Ciclo C (11.08.2019): Lucas 12,32-48.
¿Jesús no vendrá? ¡Está en ti! Lo medito y escribo CONTIGO:
Escucharemos en la
liturgia que el Evangelio de este nuevo domingo de agosto comienza así: En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No temas, pequeño rebaño, porque
vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad
limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo,
adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc 12,32-34). Me gusta
leer esto, pero ¿adónde me han dejado el texto de Lucas 12,22-31? ¿Por qué no
se nos lee?
Este breve relato de Lucas
12,22-31 es una preciosidad de mensaje y creo que pertenece al corazón
mismo de la identidad del Jesús de Nazaret del que nos está hablando este
Evangelista. Me releo ahora sólo el verso 31 de esta narración: “Buscad
el reino de Dios y todo esto se os dará en sobreabundancia”. Este
reino o reinado, lo volveré a repetir, está, y no me lo invento, dentro de ti,
de mí, de la otra persona. ¡Dentro de cada uno! (17,21). ¿Acaso todo esto no es
importante que lo conozca el pueblo? Pues a mí sí me parece importante...
“Sin miedo, pequeña
familia...” (Lucas
12,32), comienza el mensaje que se nos leerá en alto y para todos como recuerda
este Evangelista que lo proclamó su Jesús mientras iban por Samaría de camino a
Jerusalén. Y poquito después, escuchamos esto otro: “todo tesoro está
dentro de ti” (12,34). ¿Nunca fuera? Fuera de cada uno siempre habrá
tesoros, pero serán de otro tipo, distintos, prescindibles, aunque lleguen a
ser excelentes, ostentosos, imperiales...
Y dicho esto
conviene explicarlo adecuadamente, parece indicar el narrador que se colocó
dentro de su propio Jesús de Nazaret. Y para ello, nada mejor que el lenguaje
de una parábola que es siempre la antesala de la sorpresa (Lc 12,35-40). Creo
que Pedro, cuenta Lucas, comprendió bien la parábola y por eso deseaba sólo
precisar un detalle. Nada más. La parábola y su mensaje, ¿está dirigida
para todos, para muchos o para algunos? ¿Para quiénes? (12,41).
Desde entonces
existimos muchos ‘Pedro’ que también nos preguntamos lo mismo. Y las cosas no
están claras. O no se quieren ver claras, por las razones que sean. A ver si me
lo entiendo...
Este Lucas
Evangelista nos ha dejado dos parábolas. Una antes de la pregunta de Pedro
(12,35-40): “Estad preparados y con las lámparas encendidas”. La
segunda parábola nos la cuenta después de la pregunta de Pedro
(12,42-48): “¿quién será el administrador fiel y prudente a quien su
señor colocó al frente de su patrimonio...?”. Lucas nos está contando
estas parábolas unos cincuenta años después de la vida, muerte y sepultamiento
de su Jesús de Nazaret.
Durante todo este
tiempo los seguidores esperaron que aquel Jesús volviera de nuevo, ¡y
definitivamente!, para establecer aquí el reinado del Dios en quien creían.
Esta esperanza soñada tuvo desde entonces nombre propio: ‘La segunda venida
del Mesías’, como claramente nos lo dejó escrito este Lucas en Hechos
1,3-11. ¿Una segunda venida? Muchas, innumerables, personas siguieron,
siguen y seguirán esperando esta venida que no sucederá, porque
aquel Jesús ya vino y porque el reino-reinado de aquel su dios, ¿administrador?,
está sembrado en ti, en ti, en mí y en... ¡todos! A su tiempo lo despertarás.
Crecerá en ti (Lc 17,21).
Carmelo Bueno Heras
Domingo 37º de Mateo (11.08.2019): Mateo 21,1-17.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
El Evangelista
Mateo nos ha traído a sus lectores hasta Jerusalén. Y de esta ciudad, capital
del Reino de Judá y de toda la tierra de Israel, del Norte y del Sur, Jesús de
Nazaret ya no saldrá. Ahí quedará sepultado cuando acabe de desvivirse por
completo. Lejos permanecerá en el tiempo y el espacio su Galilea con su largo.
Atrás quedará para la historia el Camino recorrido, una y muchas veces, desde
Cesarea de Filipo hasta aquí, Jerusalén y su Templo.
“Cuando se
acercaban a Jerusalén, y llegaron a Betfagé, junto al Monte de los Olivos,
Jesús mandó a dos de sus discípulos... a la aldea de enfrente” (Mateo
21,1-2). Así comienza Mateo su relato de la estancia de su Jesús en Jerusalén.
Una estancia que, según este narrador, va a ser definitiva: “Mirad, [les
dice Jesús], estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo” (Mt
28,20). Así y ahí acaba la narración su narrador. Ningún otro Evangelio de los
oficialmente conocidos acaba de esta manera. A su tiempo llegaremos a este
punto final del relato.
En estos momentos
prestamos atención especialísima a la entrada de Jesús en Jerusalén que,
en la tradición católica al menos se recuerda en el llamado Domingo de
Ramos con el que se abre la puerta de una semana peculiar, tan santa
como las otras del año. Para esta página de comentario nos vamos a detener en
esta ‘primera entrada’: “Dejándolos plantados, salió de la ciudad, se
fue a Betania y pasó la noche allí” (Mateo 21,17).
Esta entrada de
Jesús en Jerusalén no se cuenta de la misma manera en los cuatro Evangelistas.
Tal vez ninguno de ellos presenció este acontecimiento. Muy posiblemente cada
uno lo comprendió y expresó a su manera. Existiera o no tal o cual entrada de
Jesús en la capital de su tierra o nación, este narrador Mateo la imaginó como
la habían soñado y ¡escrito!, los antiguos profetas, como Isaías y Zacarías (Mt
21,2-9).
Recuerdo una vez
más que cuando Mateo escribe esta narración evangélica han pasado unos cincuenta
años desde que estos hechos tuvieron lugar. Este largo tiempo, se admita o no
conscientemente, fue generando lo que podemos llamar como proceso de
divinización. Creo que lo apunta bien este narrador cuando señala lo que
proclaman los grupos que van delante y detrás de este Jesús del Evangelista:
¡Hijo de David..., enviado del Señor..., Dios Soberano!
En cambio, el
pueblo que contempla estos mismos hechos desconoce quién este hombre y
pregunta. Y quien responde afirma: es el galileo Jesús de Nazaret, un profeta
(Mt 21,10-11). Eso es todo. Un hombre. Del norte. Profeta. No posee otros
títulos. Denuncia (Mt 21,12-16).
Y es este hombre el
que llega a Jerusalén no para ser ‘entronizado, como Rey, Liberador, Mesías’.
Llega a Jerusalén para entrar en el Templo y denunciar lo que es y lo que allí
sucede como lo hicieron aquellos profetas del pueblo. No podemos dejar de leer
ahora, con el permiso de Mateo, el mensaje de Miqueas 3,8-12 y también el de
Jeremías 26. Este Jesús profeta denuncia que este Templo se ha convertido en un
mercado de bandidos. Esta denuncia desencadenará el proceso de su muerte. Jesús
va a morir porque este Templo de Jerusalén lo va a matar. El Evangelista Juan
sitúa todo esto en el comienzo de la vida de Jesús (Jn 2,13-22).
Carmelo Bueno Heras
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