San Cornelio, papa mártir
fecha: 14 de septiembre
†: 252 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 252 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Roma, en la vía Apia, en la cripta de Lucina del cementerio de
Calixto, sepultura de san Cornelio, papa y mártir, que se opuso firmemente a la
escisión de Novaciano, y con gran espíritu de caridad recuperó a la plena
comunión con la Iglesia a muchos cristianos caídos en la herejía. Padeció al
final el destierro en Civitavecchia, lugar de Toscana, por parte del emperador
Galo, y sufrió lo indecible en palabras de san Cipriano. Su memoria se celebra
pasado mañana.
Patronazgos: patrono de los agricultores, protector del ganado, y contra la
epilepsia (llamada en algunos sitios «enfermedad de Cornelio»), convulsiones,
enfermedades nerviosas y enfermedades del oído; protector de los enamorados.
refieren a este santo: Santos Cornelio,
papa, y Cipriano, obispo, San Dionisio de
Alejandría, San Moisés

Debido a la violencia de la persecución de
Decio, la sede pontifical de Roma estuvo vacante por más de doce meses después
del martirio del papa San Fabián,
hasta que el sacerdote Cornelio fue elegido Papa, «por el juicio de Dios y de
Jesucristo, por el testimonio de la mayoría del clero, por el voto del pueblo y
con el consentimiento de los sacerdotes ancianos y los hombres de buena
voluntad», según nos dice san Cipriano.
«Aceptó con valor el episcopado, ocupó con entereza la silla sacerdotal, fuerte
de espíritu, firme en su fe, en momentos en que el tirano (Decio), movido por
su odio a los obispos, profería terribles amenazas contra ellos y le preocupaba
más exterminar al nuevo obispo de Dios en Roma que aniquilar al príncipe rival
en el imperio». Sin embargo, los primeros problemas del nuevo Papa surgieron no
tanto del poder secular como de las disensiones internas, a pesar de que éstas
se derivaban de la misma persecución o, mejor dicho, del cese temporal de
aquella persecución. Mientras estuvo vacante la sede de San Pedro, se produjo
en Africa una disputa en relación con la forma en que debían ser tratados los
apóstatas, y se había constituido un partido que estaba en favor de la
indulgencia y que amenazaba a la disciplina canónica y la autoridad episcopal.
El obispo de Cartago, san Cipriano, había escrito a Roma para pedir apoyo a su
punto de vista de que los apóstatas arrepentidos sólo podían ser readmitidos en
la comunión por una libre decisión del obispo. Un sacerdote llamado Novaciano,
dirigente entre el clero romano, había respondido para aprobar la opinión de
san Cipriano, pero no sin insinuar que adoptara una actitud más severa. Pocas
semanas después de la elección de Cornelio, el sacerdote Novaciano se
autonombró obispo de Roma en oposición al Papa. Uno de sus primeros actos fue
el de negar que la Iglesia tuviera algún poder para perdonar a los apóstatas
por muy arrepentidos que estuviesen y por muchas penitencias que hubieran
practicado. Aquel advenedizo agregó a la apostasía como «pecados
imperdonables», el asesinato, el adulterio y la fornicación. Novaciano, lo
mismo que su antecesor Hipólito,
opuso al Papa legítimo su habilidad e inteligencia superiores; a la larga fue
vencido por el orgullo y la ambición, pero no sin haber llegado a ser el primer
antipapa propiamente dicho y el jefe de una secta hereje que, por lo menos en
África, subsistió durante varios siglos. El papa Cornelio, por su parte,
contaba con el apoyo de san Cipriano y los otros obispos africanos, en su
posición de que la Iglesia tenía el poder de perdonar a los apóstatas
arrepentidos y de admitirlos de nuevo en su comunión, después de la debida
penitencia; contaba además con la simpatía de los obispos del Oriente, y así
fue como, durante un sínodo de obispos occidentales en Roma, fueron condenadas
las doctrinas de Novaciano y excomulgados sus seguidores.
La persecución contra los cristianos se
intensificó de nuevo a principios del año 253, y el Papa fue desterrado a
Centumcellae (Civita Vecchia). Cipriano, que tenía una gran admiración por san
Cornelio, le escribió una carta congratulatoria por haber podido gozar de la
felicidad de sufrir por Cristo y, más todavía, por la gloria de su Iglesia, ya
que ni uno solo de los cristianos romanos había renegado de la fe. «Con un solo
corazón y a una voz, toda la Iglesia romana ha confesado. Así se ha
manifestado, mi muy amado hermano, la fe que alababa el bendito Apóstol (Cf.
San Pablo a los Romanos 1,8) y se ha manifestado en ti, porque, desde entonces,
él preveía en espíritu tu gloriosa fortaleza y la seguridad de tu fe». San
Cipriano vaticina claramente a san Cornelio el conflicto en que iban a verse
envueltos los dos y agrega en su carta: «Cualquiera de nosotros que sea el
primero en emprender el viaje, que nuestra caridad persevere y nunca cesen las
plegarias al Padre por nuestros hermanos y nuestras hermanas». San Cornelio fue
el primero en ser llamado en junio del mismo año de 253. Con frecuencia, san
Cipriano se refiere a él como mártir, pero, no obstante que los relatos
posteriores afirman que fue decapitado, lo más probable es que no haya sido
ejecutado directamente, sino que muriera a consecuencia de las penurias,
fatigas y sufrimientos de su destierro en Centumcellae. Su cadáver fue llevado
a Roma y enterrado allí, no en el cementerio de los papas propiamente dicho,
sino en una cripta cercana a Lucina que tal vez era el lugar de sepultura de la
gens Cornelia, casa ésta a la que se dice que pertenecía el Papa. La amistad de
san Cipriano de Cartago fue el gran apoyo del papa san Cornelio como Sumo
Pontífice y como defensor de la Iglesia contra el rigorismo de Novaciano, y la
estrecha asociación entre ambos se ha reconocido, desde entonces, como muy
valiosa. En la tumba de Cornelio se conservó la memoria de san Cipriano en el
siglo cuarto, por medio de una inscripción y, cuatro siglos después, se pintó
la imagen del obispo de Cartago en los muros de la cripta; a los dos se les
nombra juntos en el canon de la misa el 14 de septiembre, fecha del martirio de
san Cipriano y, dos días después, se celebra su fiesta en toda la Iglesia de
Occidente.
Una mención aparte merece la curiosidad de
que este papa fuera elegido como patrono de las enfermedades nerviosas: «en
Bretaña -señala Jean Mathieu-Rosay-, los ganaderos paganos adoraban a un tal
Corneno, un horrible ídolo con cuernos. Los misioneros de la región de Carnac
no lograban alejarlos de esa superchería y que se convirtieran al catolicismo.
Basándose en el sabio principio de que nunca se termina de suprimir lo que no
se reemplaza, eligieron de entre la relación de santos cristianos el nombre que
tenía más posibilidades de sustituir a Corneno. Y el escogido fue Comelio: no
eran tiempos para que los bravos bretones se fijaran en cuestiones de
ortografía... aunque quedaba el problema de los cuernos, que, como es natural,
no cabían en la figura de un papa. La solución consistió en que, en lugar de
ponerlos en su cabeza, se los pusieron en las manos. De ese modo aceptaron los
bretones a san Cornelio y le confiaron sus ganados. En cuanto al segundo
patronazgo de las enfermedades nerviosas, surgiría en la Edad Media. En aquella
época se intentaba calmar a los epilépticos haciéndoles oler aromas imposibles,
como por ejemplo la de cuerno quemado. Siendo así que a san Cornelio se le
representaba con un cuerno en la mano, se hizo de él una especie de caja mágica
para sanar toda clase de enfermedades nerviosas. Sin investigar con mayor
detenimiento la relación entre ambas cosas se le «confió» la mencionada
especialización suplementaria. Y todavía hoy, en el día de la fiesta, el 16 de
septiembre, los cristianos de la región llevan a sus familiares afectados de
convulsiones para que sean bendecidos por los sacerdotes de la parroquia. (El
bueno de Cornelio, sin duda rendido ante la fe de los que invocan su favor ante
Dios, les corresponde con su intercesión).»
La historia de San Cornelio comprende un
episodio muy importante en la historia eclesiástica, el de los relapsi o
apóstatas que piden volver a la fe, y, de Eusebio en adelante, ha llamado la
atención de todos los escritores que se ocuparon de la Iglesia cristiana en sus
primeros tiempos. Además del Acta Sanctorum, sept. vol. IV y los trabajos de
Grisar, Duchesne, J. P. Kirsch, etc., consúltese a A. d'Ales, en Novatien
(1925) y a J. Chapman, en Studies on the Early Papacy (1928), pp. 28 y ss. En
cuanto al martirio, al lugar de su sepultura, la inscripción y el fresco de san
Cipriano en la catacumba, ver a Wilipert en La cripta dei Papi e la capella di
santa Cecilia (1910) ; Franchi de Cavalieri, en Note Agiografiche, vol. vi ,
pp. 181-210; y a Delehaye en Analecta Bollandiana, vol. XXIX (1910), pp.
185-186. La llamada «Pasión de San Cornelio» es un documento que no tiene valor
histórico. El fragmento referido al patronazgo fue tomado de «Los Papas, de San
Pedro a Juan Pablo II», de Jean Mathieu-Rosay, Rialp, Madrid, 1990, y añadido
al artículo original del Butler-Guinea.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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