domingo, 8 de diciembre de 2019

“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12) Domingo 2º de Mateo (09.12.2018): Mateo 1,18-25 (El Evangelio de Mateo En cincuenta y dos comentarios)


Domingo 2º de Mateo (09.12.2018): Mateo 1,18-25
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)

Leída y comentada la primera página del Evangelio de Mateo, nos adentramos en la segunda: Mt 1,18-25: La generación de Jesús el mesías fue de esta manera”. Así comienza un relato que sólo se leerá en este Evangelio y en ningún otro más de los cuatro Evangelios de la Biblia cristiana. ¿Sucedieron las cosas tal como están contadas aquí en este Evangelio según Mateo?

Muy posiblemente, la narración de Mateo 1,18-25 es el comentario, imaginado por el Evangelista, de la afirmación realizada antes en Mateo 1,16: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado mesías o cristo”. ¿Y  no fue éste y así el dato de la historia que todos conocieron sobre José, María y Jesús? Un hombre y una mujer, casados y familia desde el nacimiento de su primer hijo, Jesús de Nazaret.

A partir de este hecho y después de la vida de estas personas y de su familia se fueron divulgando, diríamos hoy, diversas opiniones y creencias que acabaron por situar a estas tres personas en el ámbito del más allá y de la divinidad. ¿Cómo entender si no la presencia del ángel de Dios que maneja el desarrollo de la historia según las destrezas del credo del Evangelista y de sus lectores?

José es “hijo de David”, es decir, un hombre que pertenece a la familia del rey David. Y es un judío justo, es decir, un buen cumplidor de la Ley de Moisés. Y es también el esposo de María (Mt 1,19-20). Y de María se ha dicho antes que es la esposa de José y la madre de Jesús (Mt 1,18). Estos son los datos de la humanidad de aquella familia.

Partiendo de esta realidad, tan humana y humanizada, el Evangelista nos ha entretejido un texto para anunciarnos su experiencia de fe en Jesús, mesias o cristo, divinizado como Dios e hijo de Dios. Y esta divinización comienza con la aceptación de que en este Jesús se había cumplido el viejo anuncio de un profeta de Jerusalén: “Una virgen concebirá y parirá un hijo a quien llamarán Emmanuel” (Isaías 7,14).

En el texto original de Isaías no se habla de una ‘virgen’ (vetulah, en hebreo; parcenos, en griego), sino de una ‘mujer’ (almah, en hebreo; neanias, en griego). Cuando este texto hebreo de Isaías se traduce al griego en la llamada traducción de los Setenta o Septuaginta, la palabra ‘almah’ del original hebreo se traduce en griego como ‘parcenos’, virgen. Una vez más, esta traducción se convirtió en una traición al texto y mensaje original del profeta. Según el contexto histórico y literario del relato de Isaías, el hijo de esta mujer ya fue rey en su tiempo del siglo VIII a. dC. en Israel. Y además, nadie llamó a Jesús con el nombre de ‘Emmanuel’ (con nosotros Dios). Siempre se le llamó Jesús, ni de Belén, ni de Jerusalén, ¡de Nazaret!

La divinización de este Jesús se completa con la creencia mítica de su nacimiento, no de un hombre y de una mujer (como así fue), sino por ‘obra y gracia’ de un Dios simbolizado en la presencia de su Espíritu Santo. Esta creencia mítico-simbólica expresada aquí y así por Mateo, la encontraremos contada de forma muy diferente por Lucas (1-2). Este hijo de María y José, nos adelanta ya Mateo en 1,21, murió condenado por haberse atrevido a perdonar pecados

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