domingo, 15 de febrero de 2015

Exhortación apostólica de su Santidad Pablo VI (Evangelii nuntiandi). III. CONTENIDO DE LA EVANGELIZACIÓN

                            III. CONTENIDO DE LA EVANGELIZACIÓN

     Contenido esencial y elementos secundarios

     25. En el mensaje que anuncia la Iglesia hay ciertamente muchos elementos secundarios, cuya presentación
     depende en gran parte de los cambios de circunstancias. Tales elementos cambian también. Pero hay un contenido
     esencial, una substancia viva, que no se puede modificar ni pasar por alto sin desnaturalizar gravemente la
     evangelización misma.

     Un testimonio al amor del Padre

     26. No es superfluo recordarlo: evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de
     Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Verbo
     Encarnado, ha dado a todas las cosas el ser y ha llamado a los hombres a la vida eterna. Para muchos, es posible
     que este testimonio de Dios desconocido (55), a quien adoran sin darle un nombre concreto, o al que buscar por
     sentir una llamada secreta en el corazón, al experimentar la vacuidad de todos los ídolos. Pero este testimonio
     resulta plenamente evangelizador cuando pone de manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder
     anónimo y lejano: es Padre. "Nosotros somos llamados hijos de Dios, y en verdad lo somos" (56) y, por tanto,
     somos hermanos los unos de los otros, en Dios.

     Centro del mensaje: la salvación en Jesucristo

     27. La evangelización también debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una
     clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación
     a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios (57). No una salvación puramente
     inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que se agotan en el cuadro de la
     existencia temporal y se identifican totalmente con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales,
     sino una salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios,
     salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la
     eternidad.

     Bajo el signo de la esperanza

     28. Por consiguiente, la evangelización no puede por menos de incluir el anuncio profético de un más allá,
     vocación profunda y definitiva del hombre, en continuidad y discontinuidad a la vez con la situación presente: más
     allá del tiempo y de la historia, más allá de la realidad de ese mundo, cuya dimensión oculta se manifestará un día;
     más allá del hombre mismo, cuyo verdadero destino no se agota en su dimensión temporal sino que nos será
     revelado en la vida futura (58). La evangelización comprende además la predicación de la esperanza en las
     promesas hechas por Dios mediante la nueva alianza en Jesucristo; la predicación del amor de Dios para con
     nosotros y de nuestro amor hacia Dios, la predicación del amor fraterno para con todos los hombres -capacidad
     de donación y de perdón, de renuncia, de ayuda al hermano- que por descender del amor de Dios, es el núcleo
     del Evangelio; la predicación del misterio del mal y de la búsqueda activa del bien. Predicación, asimismo, y ésta
     se hace cada vez más urgente, de la búsqueda del mismo Dios a través de la oración, sobre todo de adoración y
     de acción de gracias, y también a través de la comunión con ese signo visible del encuentro con Dios que es la
     Iglesia de Jesucristo; comunión que a su vez se expresa mediante la participación en esos otros signos de Cristo,
     viviente y operante en la Iglesia, que son los sacramentos. Vivir de tal suerte los sacramentos hasta conseguir en su
     celebración una verdadera plenitud, no es, como algunos pretenden, poner un obstáculo o aceptar una desviación
     de la evangelización: es darle toda su integridad. Porque la totalidad de la evangelización, aparte de la predicación
     del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en
     la Eucaristía (59).

     Un mensaje que afecta a toda la vida

     29. La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los
     tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre. Precisamente por esto la
     evangelización lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente
     actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar sin la cual apenas es
     posible el progreso personal (60), sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la
     justicia, el desarrollo; un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación.

     Un mensaje de liberación

     30. Es bien sabido en qué términos hablaron durante el reciente Sínodo numerosos obispos de todos los
     continentes y, sobre todo, los obispos del Tercer Mundo, con un acento pastoral en el que vibraban las voces de
     millones de hijos de la Iglesia que forman tales pueblos. Pueblos, ya lo sabemos, empeñados con todas sus
     energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida:
     hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, depauperación, injusticia en las relaciones internacionales y,
     especialmente, en los intercambios comerciales, situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan
     cruel como el político, etc. La Iglesia, repiten los obispos, tiene el deber de anunciar la liberación de millones de
     seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar
     testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización.

     En conexión necesaria con la promoción humana

     31. Entre evangelización y promoción humana -desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes.
     Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser
     sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la
     creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir
     y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en
     efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el
     auténtico crecimiento del hombre? Nos mismos lo indicamos, al recordar que no es posible aceptar "que la obra
     de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a
     la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del
     Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad" (61).

     Pues bien, las mismas voces que con celo, inteligencia y valentía abordaron durante el Sínodo este tema acuciante,
     adelantaron, con gran complacencia por nuestra parte, los principios iluminadores para comprender mejor la
     importancia y el sentido profundo de la liberación tal y como la ha anunciado y realizado Jesús de Nazaret y la
     predica la Iglesia.

     Sin reducciones ni ambigüedades

     32. No hay por qué ocultar, en efecto, que muchos cristianos generosos, sensibles a las cuestiones dramáticas que
     lleva consigo el problema de la liberación, al querer comprometer a la Iglesia en el esfuerzo de liberación han
     sentido con frecuencia la tentación de reducir su misión a las dimensiones de un proyecto puramente temporal; de
     reducir sus objetivos, a una perspectiva antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es mensajera y sacramento, a
     un bienestar material; su actividad -olvidando toda preocupación espiritual y religiosa- a iniciativas de orden
     político o social. Si esto fuera así, la Iglesia perdería su significación más profunda. Su mensaje de liberación no
     tendría ninguna originalidad y se prestaría a ser acaparado y manipulado por los sistemas ideológicos y los
     partidos políticos. No tendría autoridad para anunciar, de parte de Dios, la liberación. Por eso quisimos subrayar
     en la misma alocución de la apertur del Sínodo "la necesidad de reafirmar claramente la finalidad específicamente
     religiosa de la evangelización. Esta última perdería su razón de ser si se desviara del eje religioso que la dirige: ante
     todo el reino de Dios, en su sentido plenamente teológico" (62).

     La liberación evangélica...

     33. Acerca de la liberación que la evangelización anuncia y se esfuerza por poner en práctica, más bien hay que
     decir:

     - no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar
     al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios;

     - va por tanto unida a una cierta concepción del hombre, a un antropología que no puede nunca sacrificarse a las
     exigencias de una estrategia cualquiera, de una praxis o de un éxito a corto plazo.

     ... Centrada en el reino de Dios...

     34. Por eso, al predicar la liberación y al asociarse a aquellos que actúan y sufren por ella, la Iglesia no admite el
     circunscribir su misión al solo terreno religioso, desinteresándose de los problemas temporales del hombre; sino
     que reafirma la primacía de su vocación espiritual, rechaza la substitución del anuncio del reino por la
     proclamación de las liberaciones humanas, y proclama también que su contribución a la liberación no sería
     completa si descuidara anunciar la salvación en Jesucristo.

     ... en una visión evangélica del hombre...

     35. La Iglesia asocia, pero no identifica nunca, liberación humana y salvación en Jesucristo, porque sabe por
     revelación, por experiencia histórica y por reflexión de fe, que no toda noción de liberación es necesariamente
     coherente y compatible con una visión evangélica del hombre, de las cosas y de los acontecimientos; que no es
     suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el reino de Dios.

     Es más, la Iglesia está plenamente convencida de que toda liberación temporal, toda liberación política -por más
     que ésta se esfuerce en encontrar su justificación en tal o cual página del Antiguo o del Nuevo Testamento; por
     más que acuda, para sus postulados ideológicos y sus normas de acción, a la autoridad de los datos y
     conclusiones teológicas; por más que pretenda ser la teología de hoy- lleva dentro de sí misma el germen de su
     propia negación y decae del ideal que ella misma se propone, desde el momento en que sus motivaciones
     profundas no son las de la justicia en la caridad, la fuerza interior que la mueve no entraña una dimensión
     verdaderamente espiritual y su objetivo final no es la salvación y la felicidad en Dios.

     ... que exige una necesaria conversión

     36. La Iglesia considera ciertamente importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, más justas,
     más respetuosas de los derechos de la persona, menos opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de
     que aun las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las
     inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas si no hay una conversión de corazón y de mente por parte de
     quienes viven en esas estructuras o las rigen.

     Exclusión de la violencia

     37. La Iglesia no puede aceptar la violencia, sobre todo la fuerza de las armas -incontrolable cuando se desata- ni
     la muerte de quienquiera que sea, como camino de liberación, porque sabe que la violencia engendra
     inexorablemente nuevas formas de opresión y de esclavitud, a veces más graves que aquellas de las que se
     pretende liberar. "Os exhortamos -decíamos ya durante nuestro viaje a Colombia- a no poner vuestra confianza
     en la violencia ni en la revolución; esta actitud es contraria al espíritu cristiano e incluso puede retardar, en vez de
     favorecer, la elevación social a la que legítimamente aspiráis" (63). "Debemos decir y reafirmar que la violencia no
     es ni cristiana ni evangélica, y que los cambios bruscos o violentos de las estructuras serán engañosos, ineficaces
     en sí mismos y ciertamente no conformes con la dignidad del pueblo" (64).

     Contribución específica de la Iglesia

     38. Dicho esto, nos alegramos de que la Iglesia tome una conciencia cada vez más viva de la propia forma,
     esencialmente evangélica, de colaborar a la liberación de los hombres. Y ¿qué hace? Trata de suscitar cada vez
     más numerosos cristianos que se dediquen a la liberación de los demás. A estos cristianos "liberadores" les da una
     inspiración de fe, una motivación de amor fraterno, una doctrina social a la que el verdadero cristiano no sólo
     debe prestar atención, sino que debe ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla
     concretamente en categorías de acción, de participación y de compromiso. Todo ello, sin que se confunda con
     actitudes tácticas ni con el servicio a un sistema político, debe caracterizar la acción del cristiano comprometido.
     La Iglesia se esfuerza por inserir siempre la lucha cristiana por la liberación en el designio global de salvación que
     ella misma anuncia.

     Todo lo que acabamos de recordar aquí se trató más de una vez en los debates del Sínodo. También Nos
     quisimos consagrar a este tema algunas palabras de esclarecimiento en la alocución que dirigimos a los padres al
     final de la Asamblea (65).

     Esperamos que todas estas consideraciones puedan ayudar a evitar la ambigüedad que reviste frecuentemente la
     palabra "liberación" en las ideologías, los sistemas o los grupos políticos. La liberación que proclama y prepara la
     evangelización es la que Cristo mismo ha anunciado y dado al hombre con su sacrificio.

     Libertad religiosa

     39. De esta justa liberación, vinculada a la evangelización, que trata de lograr estructuras que salvaguarden la
     libertad humana, no se puede separar la necesidad de asegurar todos los derechos fundamentales del hombre,
     entre los cuales la libertad religiosa ocupa un puesto de primera importancia. Recientemente hemos hablado
     acerca de la actualidad de un importante aspecto de esta cuestión, poniendo de relieve como "muchos cristianos,
     todavía hoy, precisamente porque son cristianos o católicos, viven sofocados por una sistemática opresión. El
     drama de la fidelidad a Cristo y de la libertad de religión, si bien paliado por declaraciones categóricas en favor de
     los derechos de la persona y de la sociabilidad humana, continúa" (66).



                                             NOTAS

     

     55. Cf. Act. 17, 22-23. [Regresar]

     56. 1 Jn. 3, 1; cf. Rom. 8, 14-17. [Regresar]

     57. Cf. Ef. 2, 8; Rom. 1, 16. Cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaratio ad fidem
     tuendam in mysteria Incarnationis et SS. Trinitatis a quibusdam recentibus erroribus (21 febrero 1972):
     AAS 64 (1972), pp. 237-241. [Regresar]

     58. Cf. 1 Jn. 3, 2; Rom. 8, 29; Flp. 3, 20-21. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 48-51:
     AAS 57 (1965), pp. 55-58. [Regresar]

     59. Cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaratio circa Catholicam Doctrinam de Ecclesia
     contra nonnullos errores hodiernos tuendam (24 junio 1973): AAS 65 (1973), pp. 396-408. [Regresar]

     60. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 47-52: AAS 58 (1966), pp. 1067-1074; Pablo VI,
     Encicl. Humanae vitae: AAS 60 (1968), pp. 481-503. [Regresar]

     61. Pablo VI, Discurso en la apertura de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (27 setiembre 1974):
     AAS 66 (1974), p. 562. [Regresar]

     62. Pablo VI, Discurso en la apertura de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (27 setiembre 1974):
     AAS 66 (1974), p. 562. [Regresar]

     63. Pablo VI, Discurso en los campesinos de Colombia (23 agosto 1968): AAS 60 (1968), p. 623. [Regresar]

     64. Pablo VI, Discurso en la "Jornada del Desarrollo" en Bogotá (23 agosto 1968): AAS 60 (1968), p. 627; cf.
     S. Agustín, Epístola 229, 2: PL 33, 1020. [Regresar]

     65. Pablo VI, Discurso en la clausura de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (26 octubre 1974):
     AAS 66 (1974), p. 637. [Regresar]

     66. Catequesis del 15 octubre 1975, L'Osservatore Romano, Edición en lengua española, 19 octubre, pág. 3.



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