III. CONTENIDO DE LA EVANGELIZACIÓN
Contenido esencial y elementos secundarios
25. En el mensaje que anuncia la Iglesia
hay ciertamente muchos elementos secundarios, cuya presentación
depende en gran parte de los cambios de
circunstancias. Tales elementos cambian también. Pero hay un contenido
esencial, una substancia viva, que no se
puede modificar ni pasar por alto sin desnaturalizar gravemente la
evangelización misma.
Un testimonio al amor del Padre
26. No es superfluo recordarlo:
evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de
Dios revelado por Jesucristo mediante el
Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Verbo
Encarnado, ha dado a todas las cosas el
ser y ha llamado a los hombres a la vida eterna. Para muchos, es posible
que este testimonio de Dios desconocido
(55), a quien adoran sin darle un nombre concreto, o al que buscar por
sentir una llamada secreta en el corazón,
al experimentar la vacuidad de todos los ídolos. Pero este testimonio
resulta plenamente evangelizador cuando
pone de manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder
anónimo y lejano: es Padre. "Nosotros
somos llamados hijos de Dios, y en verdad lo somos" (56) y, por tanto,
somos hermanos los unos de los otros, en
Dios.
Centro del mensaje: la salvación en
Jesucristo
27. La evangelización también debe
contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una
clara proclamación de que en Jesucristo,
Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación
a todos los hombres, como don de la gracia
y de la misericordia de Dios (57). No una salvación puramente
inmanente, a medida de las necesidades
materiales o incluso espirituales que se agotan en el cuadro de la
existencia temporal y se identifican
totalmente con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales,
sino una salvación que desborda todos
estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios,
salvación trascendente, escatológica, que
comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la
eternidad.
Bajo el signo de la esperanza
28. Por consiguiente, la evangelización no
puede por menos de incluir el anuncio profético de un más allá,
vocación profunda y definitiva del hombre,
en continuidad y discontinuidad a la vez con la situación presente: más
allá del tiempo y de la historia, más allá
de la realidad de ese mundo, cuya dimensión oculta se manifestará un día;
más allá del hombre mismo, cuyo verdadero
destino no se agota en su dimensión temporal sino que nos será
revelado en la vida futura (58). La
evangelización comprende además la predicación de la esperanza en las
promesas hechas por Dios mediante la nueva
alianza en Jesucristo; la predicación del amor de Dios para con
nosotros y de nuestro amor hacia Dios, la
predicación del amor fraterno para con todos los hombres -capacidad
de donación y de perdón, de renuncia, de
ayuda al hermano- que por descender del amor de Dios, es el núcleo
del Evangelio; la predicación del misterio
del mal y de la búsqueda activa del bien. Predicación, asimismo, y ésta
se hace cada vez más urgente, de la
búsqueda del mismo Dios a través de la oración, sobre todo de adoración y
de acción de gracias, y también a través
de la comunión con ese signo visible del encuentro con Dios que es la
Iglesia de Jesucristo; comunión que a su
vez se expresa mediante la participación en esos otros signos de Cristo,
viviente y operante en la Iglesia, que son
los sacramentos. Vivir de tal suerte los sacramentos hasta conseguir en su
celebración una verdadera plenitud, no es,
como algunos pretenden, poner un obstáculo o aceptar una desviación
de la evangelización: es darle toda su
integridad. Porque la totalidad de la evangelización, aparte de la predicación
del mensaje, consiste en implantar la
Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante
en
la Eucaristía (59).
Un mensaje que afecta a toda la vida
29. La evangelización no sería completa si
no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los
tiempos se establece entre el Evangelio y
la vida concreta, personal y social, del hombre. Precisamente por esto la
evangelización lleva consigo un mensaje
explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente
actualizado, sobre los derechos y deberes
de toda persona humana, sobre la vida familiar sin la cual apenas es
posible el progreso personal (60), sobre
la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la
justicia, el desarrollo; un mensaje,
especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación.
Un mensaje de liberación
30. Es bien sabido en qué términos
hablaron durante el reciente Sínodo numerosos obispos de todos los
continentes y, sobre todo, los obispos del
Tercer Mundo, con un acento pastoral en el que vibraban las voces de
millones de hijos de la Iglesia que forman
tales pueblos. Pueblos, ya lo sabemos, empeñados con todas sus
energías en el esfuerzo y en la lucha por
superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida:
hambres, enfermedades crónicas,
analfabetismo, depauperación, injusticia en las relaciones internacionales y,
especialmente, en los intercambios
comerciales, situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan
cruel como el político, etc. La Iglesia,
repiten los obispos, tiene el deber de anunciar la liberación de millones de
seres humanos, entre los cuales hay muchos
hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar
testimonio de la misma, de hacer que sea
total. Todo esto no es extraño a la evangelización.
En conexión necesaria con la promoción
humana
31. Entre evangelización y promoción
humana -desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes.
Vínculos de orden antropológico, porque el
hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser
sujeto a los problemas sociales y
económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la
creación del plan de la redención que
llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir
y de justicia que hay que restaurar.
Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en
efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento
nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el
auténtico crecimiento del hombre? Nos
mismos lo indicamos, al recordar que no es posible aceptar "que la obra
de evangelización pueda o deba olvidar las
cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a
la justicia, a la liberación, al
desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina
del
Evangelio acerca del amor hacia el prójimo
que sufre o padece necesidad" (61).
Pues bien, las mismas voces que con celo,
inteligencia y valentía abordaron durante el Sínodo este tema acuciante,
adelantaron, con gran complacencia por
nuestra parte, los principios iluminadores para comprender mejor la
importancia y el sentido profundo de la
liberación tal y como la ha anunciado y realizado Jesús de Nazaret y la
predica la Iglesia.
Sin reducciones ni ambigüedades
32. No hay por qué ocultar, en efecto, que
muchos cristianos generosos, sensibles a las cuestiones dramáticas que
lleva consigo el problema de la
liberación, al querer comprometer a la Iglesia en el esfuerzo de liberación han
sentido con frecuencia la tentación de
reducir su misión a las dimensiones de un proyecto puramente temporal; de
reducir sus objetivos, a una perspectiva
antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es mensajera y sacramento, a
un bienestar material; su actividad
-olvidando toda preocupación espiritual y religiosa- a iniciativas de orden
político o social. Si esto fuera así, la
Iglesia perdería su significación más profunda. Su mensaje de liberación no
tendría ninguna originalidad y se
prestaría a ser acaparado y manipulado por los sistemas ideológicos y los
partidos políticos. No tendría autoridad
para anunciar, de parte de Dios, la liberación. Por eso quisimos subrayar
en la misma alocución de la apertur del
Sínodo "la necesidad de reafirmar claramente la finalidad específicamente
religiosa de la evangelización. Esta
última perdería su razón de ser si se desviara del eje religioso que la dirige:
ante
todo el reino de Dios, en su sentido
plenamente teológico" (62).
La liberación evangélica...
33. Acerca de la liberación que la
evangelización anuncia y se esfuerza por poner en práctica, más bien hay que
decir:
- no puede reducirse a la simple y
estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe
abarcar
al hombre entero, en todas sus
dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios;
- va por tanto unida a una cierta
concepción del hombre, a un antropología que no puede nunca sacrificarse a las
exigencias de una estrategia cualquiera,
de una praxis o de un éxito a corto plazo.
... Centrada en el reino de Dios...
34. Por eso, al predicar la liberación y
al asociarse a aquellos que actúan y sufren por ella, la Iglesia no admite el
circunscribir su misión al solo terreno
religioso, desinteresándose de los problemas temporales del hombre; sino
que reafirma la primacía de su vocación
espiritual, rechaza la substitución del anuncio del reino por la
proclamación de las liberaciones humanas,
y proclama también que su contribución a la liberación no sería
completa si descuidara anunciar la
salvación en Jesucristo.
... en una visión evangélica del hombre...
35. La Iglesia asocia, pero no identifica
nunca, liberación humana y salvación en Jesucristo, porque sabe por
revelación, por experiencia histórica y
por reflexión de fe, que no toda noción de liberación es necesariamente
coherente y compatible con una visión
evangélica del hombre, de las cosas y de los acontecimientos; que no es
suficiente instaurar la liberación, crear
el bienestar y el desarrollo para que llegue el reino de Dios.
Es más, la Iglesia está plenamente
convencida de que toda liberación temporal, toda liberación política -por más
que ésta se esfuerce en encontrar su
justificación en tal o cual página del Antiguo o del Nuevo Testamento; por
más que acuda, para sus postulados
ideológicos y sus normas de acción, a la autoridad de los datos y
conclusiones teológicas; por más que
pretenda ser la teología de hoy- lleva dentro de sí misma el germen de su
propia negación y decae del ideal que ella
misma se propone, desde el momento en que sus motivaciones
profundas no son las de la justicia en la
caridad, la fuerza interior que la mueve no entraña una dimensión
verdaderamente espiritual y su objetivo
final no es la salvación y la felicidad en Dios.
... que exige una necesaria conversión
36. La Iglesia considera ciertamente
importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, más justas,
más respetuosas de los derechos de la
persona, menos opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de
que aun las mejores estructuras, los
sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las
inclinaciones inhumanas del hombre no son
saneadas si no hay una conversión de corazón y de mente por parte de
quienes viven en esas estructuras o las
rigen.
Exclusión de la violencia
37. La Iglesia no puede aceptar la
violencia, sobre todo la fuerza de las armas -incontrolable cuando se desata-
ni
la muerte de quienquiera que sea, como camino
de liberación, porque sabe que la violencia engendra
inexorablemente nuevas formas de opresión
y de esclavitud, a veces más graves que aquellas de las que se
pretende liberar. "Os exhortamos
-decíamos ya durante nuestro viaje a Colombia- a no poner vuestra confianza
en la violencia ni en la revolución; esta
actitud es contraria al espíritu cristiano e incluso puede retardar, en vez de
favorecer, la elevación social a la que
legítimamente aspiráis" (63). "Debemos decir y reafirmar que la
violencia no
es ni cristiana ni evangélica, y que los
cambios bruscos o violentos de las estructuras serán engañosos, ineficaces
en sí mismos y ciertamente no conformes
con la dignidad del pueblo" (64).
Contribución específica de la Iglesia
38. Dicho esto, nos alegramos de que la
Iglesia tome una conciencia cada vez más viva de la propia forma,
esencialmente evangélica, de colaborar a
la liberación de los hombres. Y ¿qué hace? Trata de suscitar cada vez
más numerosos cristianos que se dediquen a
la liberación de los demás. A estos cristianos "liberadores" les da
una
inspiración de fe, una motivación de amor
fraterno, una doctrina social a la que el verdadero cristiano no sólo
debe prestar atención, sino que debe
ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla
concretamente en categorías de acción, de
participación y de compromiso. Todo ello, sin que se confunda con
actitudes tácticas ni con el servicio a un
sistema político, debe caracterizar la acción del cristiano comprometido.
La Iglesia se esfuerza por inserir siempre
la lucha cristiana por la liberación en el designio global de salvación que
ella misma anuncia.
Todo lo que acabamos de recordar aquí se
trató más de una vez en los debates del Sínodo. También Nos
quisimos consagrar a este tema algunas
palabras de esclarecimiento en la alocución que dirigimos a los padres al
final de la Asamblea (65).
Esperamos que todas estas consideraciones
puedan ayudar a evitar la ambigüedad que reviste frecuentemente la
palabra "liberación" en las
ideologías, los sistemas o los grupos políticos. La liberación que proclama y
prepara la
evangelización es la que Cristo mismo ha
anunciado y dado al hombre con su sacrificio.
Libertad religiosa
39. De esta justa liberación, vinculada a
la evangelización, que trata de lograr estructuras que salvaguarden la
libertad humana, no se puede separar la
necesidad de asegurar todos los derechos fundamentales del hombre,
entre los cuales la libertad religiosa
ocupa un puesto de primera importancia. Recientemente hemos hablado
acerca de la actualidad de un importante
aspecto de esta cuestión, poniendo de relieve como "muchos cristianos,
todavía hoy, precisamente porque son
cristianos o católicos, viven sofocados por una sistemática opresión. El
drama de la fidelidad a Cristo y de la
libertad de religión, si bien paliado por declaraciones categóricas en favor de
los derechos de la persona y de la
sociabilidad humana, continúa" (66).
NOTAS
55. Cf. Act. 17, 22-23. [Regresar]
56. 1 Jn. 3, 1; cf. Rom. 8, 14-17.
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57. Cf. Ef. 2, 8; Rom. 1, 16. Cf. Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaratio ad fidem
tuendam in mysteria Incarnationis et SS. Trinitatis a quibusdam recentibus erroribus (21
febrero 1972):
AAS 64 (1972), pp. 237-241. [Regresar]
58. Cf. 1 Jn. 3, 2; Rom. 8, 29; Flp. 3, 20-21.
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 48-51:
AAS 57 (1965), pp. 55-58. [Regresar]
59. Cf. Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe, Declaratio circa Catholicam Doctrinam de Ecclesia
contra nonnullos errores hodiernos tuendam
(24 junio 1973): AAS 65 (1973), pp. 396-408. [Regresar]
60. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.
Gaudium et spes, 47-52: AAS 58 (1966), pp. 1067-1074; Pablo VI,
Encicl. Humanae vitae: AAS 60 (1968), pp. 481-503.
[Regresar]
61. Pablo VI, Discurso en la apertura de
la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (27 setiembre 1974):
AAS 66 (1974), p. 562. [Regresar]
62. Pablo VI, Discurso en la apertura de
la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (27 setiembre 1974):
AAS 66 (1974), p. 562. [Regresar]
63. Pablo VI, Discurso en los campesinos
de Colombia (23 agosto 1968): AAS 60 (1968), p. 623. [Regresar]
64. Pablo VI, Discurso en la "Jornada
del Desarrollo" en Bogotá (23 agosto 1968): AAS 60 (1968), p. 627; cf.
S. Agustín, Epístola 229, 2: PL 33, 1020.
[Regresar]
65. Pablo VI, Discurso en la clausura de
la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (26 octubre 1974):
AAS 66 (1974), p. 637. [Regresar]
66. Catequesis del 15 octubre 1975,
L'Osservatore Romano, Edición en lengua española, 19 octubre, pág. 3.
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