IV. MEDIOS DE
EVANGELIZACIÓN
A la búsqueda de los medios adecuados
40. La evidente importancia del contenido
no debe hacer olvidar la importancia de los métodos y medios de la
evangelización.
Este problema de cómo evangelizar es
siempre actual, porque las maneras de evangelizar cambian según las
diversas circunstancias de tiempo, lugar,
cultura; por eso plantean casi un desafío a nuestra capacidad de
descubrir y adaptar.
A nosotros, Pastores de la Iglesia,
incumbe especialmente el deber de descubrir con audacia y prudencia,
conservando la fidelidad al contenido, las
formas más adecuadas y eficaces de comunicar el mensaje evangélico a
los hombres de nuestro tiempo.
Bástenos aquí recordar algunos sistemas de
evangelización, que por un motivo u otro, tienen una importancia
fundamental.
El testimonio de vida
41. Ante todo, y sin necesidad de repetir
lo que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto: para la Iglesia
el primer medio de evangelización consiste
en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en
una comunión que nada debe interrumpir y a
la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. "El
hombre contemporáneo escucha más a gusto a
los que dan testimonio que a los que enseñan -decíamos
recientemente a un grupo de seglares-, o
si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio" (67). San
Pedro lo expresaba bien cuando exhortaba a
una vida pura y respetuosa, para que si alguno se muestra rebelde a
la palabra, sea ganado por la conducta
(68). Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la
Iglesia evangelizará al mundo, es decir,
mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y
desapego de los bienes materiales, de
libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad.
Una predicación viva
42. No es superfluo subrayar a
continuación la importancia y necesidad de la predicación: "Pero ¿cómo
invocarán
a Aquel en quien no han creído? Y, ¿cómo
creerán sin haber oído de El? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?...
Luego, la fe viene de la audición, y la
audición, por la palabra de Cristo" (69). Esta ley enunciada un día por
San
Pablo conserva hoy todo su vigor.
Sí, es siempre indispensable la
predicación, la proclamación verbal de un mensaje. Sabemos bien que el hombre
moderno, hastiado de discursos, se muestra
con frecuencia cansado de escuchar y, lo que es peor, inmunizado
contra las palabras. Conocemos también las
ideas de numerosos sicólogos y sociólogos, que afirman que el
hombre moderno ha rebasado la civilización
de la palabra, ineficaz e inútil en estos tiempos, para vivir hoy en la
civilización de la imagen. Estos hechos
deberían ciertamente impulsarnos a utilizar, en la transmisión del mensaje
evangélico, los medios modernos puestos a
disposición por esta civilización. Es verdad que se han realizado
esfuerzos muy válidos en este campo. Nos
no podemos menos de alabarlos y alentarlos, a fin de que se
desarrollen todavía más. El tedio que
provocan hoy tantos discursos vacíos, y la actualidad de muchas otras
formas de comunicación, no deben sin
embargo disminuir el valor permanente de la palabra, ni hacer prender la
confianza en ella. La palabra permanece
siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios
(70). Por esto conserva también su
actualidad el axioma de San Pablo: "la fe viene de la audición" (71),
es decir,
es la Palabra oída la que invita a creer.
Liturgia de la Palabra
43. Esta predicación evangelizadora toma
formas muy diversas, que el celo sugeriría cómo renovar
constantemente. En efecto, son
innumerables los acontecimientos de la vida y las situaciones humanas que
ofrecen
la ocasión de anunciar, de modo discreto
pero eficaz, lo que el Señor desea decir en una determinada
circunstancia. Basta una verdadera
sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios.
Además en un momento en que la liturgia
renovada por el Concilio ha valorizado mucho la "liturgia de la
Palabra",
sería un error no ver en la homilía un
instrumento válido y muy apto para la evangelización. Cierto que hay que
conocer y poner en práctica las exigencias
y posibilidades de la homilía para que ésta adquiera toda su eficacia
pastoral. Pero sobre todo hay que estar
convencido de ello y entregarse a la tarea con amor. Esta predicación,
inserida de manera singular en la
celebración eucarística, de la que recibe una fuerza y vigor particular, tiene
ciertamente un puesto especial en la evangelización,
en la medida en que expresa la fe profunda del ministro
sagrado que predica y está impregnada de
amor. Los fieles, congregados para formar una Iglesia pascual que
celebra la fiesta del Señor presente en
medio de ellos, esperan mucho de esta predicación y sacan fruto de ella
con tal que sea sencilla, clara, directa,
acomodada, profundamente enraizada en la enseñanza evangélica y fiel al
Magisterio de la Iglesia, animada por un
ardor apostólico equilibrado que le viene de su carácter propio, llena de
esperanza, fortificadora de la fe y fuente
de paz y de unidad. Muchas comunidades, parroquiales o de otro tipo,
viven y se consolidan gracias a la homilía
de cada domingo, cuando ésta reúne dichas cualidades.
Añadamos que, gracias a la renovación de
la liturgia, la celebración eucarística no es el único momento apropiado
para la homilía. Esta tiene también un
lugar propio, y no debe ser olvidada, en la celebración de todos los
sacramentos, en las paraliturgias, con
ocasión de otras reuniones de fieles. La homilía será siempre una ocasión
privilegiada para comunicar la Palabra del
Señor.
La catequesis
44. A propósito de la evangelización, un
medio que no se puede descuidar es la enseñanza catequética. La
inteligencia, sobre todo tratándose de
niños y adolescentes, necesita aprender mediante una enseñanza religiosa
sistemática los datos fundamentales, el
contenido vivo de la verdad que Dios ha querido transmitirnos y que la
Iglesia ha procurado expresar de manera
cada vez más pérfecta a lo largo de la historia. A nadie se le ocurrirá
poner en duda que esta enseñanza se ha de
impartir con el objeto de educar las costumbres, no de estacionarse
en un plano meramente intelectual. Con
toda seguridad, el esfuerzo de evangelización será grandemente
provechoso, a nivel de la enseñanza
catequética dada en la iglesia, en las escuelas donde sea posible o en todo
caso en los hogares cristianos, si los
catequistas disponen de textos apropiados, puestos al día sabia y
competentemente, bajo la autoridad de los
obispos. Los métodos deberán ser adaptados a la edad, a la cultura, a
la capacidad de las personas, tratando de
fijar siempre en la memoria, la inteligencia y el corazón las verdades
esenciales que deberán impregnar la vida
entera. Ante todo, es menester preparar buenos catequistas -catequistas
parroquiales, instructores, padres-
deseosos de perfeccionarse en este arte superior, indispensable y exigente que
es la enseñanza religiosa. Por lo demás,
sin necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los niños,
se viene observando que las condiciones
actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la
modalidad de un catecumenado para un gran
número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren
poco a poco la figura de Cristo y sienten
la necesidad de entregarse a El.
Utilización de los medios de comunicación
social
45. En nuestro siglo influenciado por los
medios de comunicación social, el primer anuncio, la catequesis o el
ulterior ahondamiento de la fe, no pueden
prescindir de esos medios, como hemos dicho antes.
Puestos al servicio del Evangelio, ellos
ofrecen la posibilidad de extender casi sin límites el campo de audición de
la Palabra de Dios, haciendo llegar la
Buena Nueva a millones de personas. La Iglesia se sentiría culpable ante
Dios si no empleara esos poderosos medios,
que la inteligencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la
Iglesia "pregona sobre los
terrados" (72) el mensaje del que es depositaria. En ellos encuentra una
versión
moderna y eficaz del "púlpito".
Gracias a ellos puede hablar a las masas.
Sin embargo, el empleo de los medios de
comunicación social en la evangelización supone casi un desafío: el
mensaje evangélico deberá, sí, llegar, a
través de ellos, a las muchedumbres, pero con capacidad para penetrar en
las conciencias, para posarse en el
corazón de cada hombre en particular, con todo lo que éste tiene de singular y
personal, y con capacidad para suscitar en
favor suyo una adhesión y un compromiso verdaderamente personal.
Contacto personal indispensable
46. Por estos motivos, además de la
proclamación que podríamos llamar colectiva del Evangelio, conserva toda
su validez e importancia esa otra
transmisión de persona a persona. El Señor la ha practicado frecuentemente
-como lo prueban, por ejemplo, las
conversaciones con Nicodemos, Zaqueo, la Samaritana, Simón el fariseo- y
lo mismo han hecho los Apóstoles. En el
fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de
transmitir a otro la propia experiencia de
fe? La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres
no debería hacer olvidar esa forma de
anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se
deja en ella el influjo de una palabra
verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre. Nunca
alabaremos suficientemente a los
sacerdotes que, a través del sacramento de la penitencia o a través del diálogo
pastoral, se muestran dispuestos a guiar a
las personas por el camino del Evangelio, a alentarlas en sus esfuerzos,
a levantarlas si han caído, a asistirlas
siempre con discreción y disponibilidad.
La función de los sacramentos
47. Sin embargo, nunca se insistirá
bastante en el hecho de que la evangelización no se agota con la predicación y
la enseñanza de una doctrina. Porque
aquella debe conducir a la vida: a la vida natural a la que da un sentido
nuevo gracias a las perspectivas
evangélicas que le abre; a la vida sobrenatural, que no es una negación, sino
purificación y elevación de la vida
natural. Esta vida sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete
sacramentos y en la admirable fecundidad
de gracia y santidad que contienen.
La evangelización despliega de este modo
toda su riqueza cuando realiza la unión más íntima, o mejor, una
intercomunicación jamás interrumpida,
entre la Palabra y los sacramentos. En un cierto sentido es un equívoco
oponer, como se hace a veces, la
evangelización a la sacramentalización. Porque es seguro que si los sacramentos
se administran sin darles un sólido apoyo
de catequesis sacramental y de catequesis global, se acabaría por
quitarles gran parte de su eficacia. La
finalidad de la evangelización es precisamente la de educar en la fe, de tal
manera, que conduzca a cada cristiano a
vivir -y no a recibir de modo pasivo o apático- los sacramentos como
verdaderos sacramentos de la fe.
Piedad popular
48. Con ello estamos tocando un aspecto de
la evangelización que no puede dejarnos insensibles. Queremos
referirnos ahora a esa realidad que suele
ser designada en nuestros días con el término de religiosidad popular.
Tanto en las regiones donde la Iglesia
está establecida desde hace siglos, como en aquellas donde se está
implantando, se descubren en el pueblo
expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas
durante largo tiempo como menos puras, y a
veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de
un nuevo descubrimiento casi generalizado.
Durante el Sínodo, los obispos estudiaron a fondo el significado de las
mismas, con un realismo pastoral y un celo
admirable.
La religiosidad popular, hay que
confesrlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas
deformaciones de la religión, es decir, a
las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones
culturales, sin llegar a una verdadera
adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en
peligro la verdadera comunidad eclesial.
Pero
cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de
evangelización, contiene muchos valores.
Refleja una sed de Dios que solamente los
pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y
sacrificio hasta el heroísmo, cuando se
trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos
profundos de Dios: la paternidad, la
providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores
que raramente pueden observarse en el
mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de
la cruz en la vida cotidiana, desapego,
aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la
llamamos gustosamente "piedad
popular", es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad.
La caridad pastoral debe dictar, a cuantos
el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las
normas de conducta con respecto a esta
realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo, hay que ser
sensible a ella, saber percibir sus
dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a
superar sus riesgos de desviación. Bien
orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras
masas populares, un verdadero encuentro
con Dios en Jesucristo.
NOTAS
67. Pablo VI, Discurso a los miembros del
Consilium de Laicis (2 octubre 1974): AAS 66 (1974), p. 568.
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68. Cf. 1 Pe. 3, 1. [Regresar]
69. Rom. 10, 14. 17. [Regresar]
70. Cf. 1 Cor. 2, 1-5. [Regresar]
71. Rom. 10, 17. [Regresar]
72. Cf. Mt. 10, 27; Lc. 12, 3. [Regresar]
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