domingo, 15 de febrero de 2015

Exhortación apostólica de su Santidad Pablo VI (Evangelii nuntiandi). V. LOS DESTINATARIOS DE LA EVANGELIZACIÓN

                        V. LOS DESTINATARIOS DE LA EVANGELIZACIÓN

     Destino universal

     49. Las últimas palabras de Jesús en el Evangelio de Marcos confieren a la evangelización, que el Señor confía a
     los Apóstoles, una universalidad sin fronteras: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (73).

     Los Doce y la primera generación de cristianos han comprendido bien la lección de este texto y de otros
     parecidos; han hecho de ellos su programa de acción. La misma persecución, al dispersar a los Apóstoles,
     contribuyó a diseminar la Palabra y a implantar la Iglesia hasta en las regiones más remotas. La admisión de Pablo
     entre los Apóstoles y su carisma de predicador de la venida de Jesucristo a los paganos -no judíos- subrayó
     todavía más esta universalidad.

     A pesar de los obstáculos

     50. A lo largo de veinte siglos de historia, las generaciones cristianas han afrontado periódicamente diversos
     obstáculos a esta misión de universalidad. Por una parte, la tentación de los mismos evangelizadores de estrechar
     bajo distintos pretextos su campo de acción misionera. Por otra, las resistencias, muchas veces humanamente
     insuperables de aquellos a quienes el evangelizador se dirige. Además, debemos constatar con tristeza que la obra
     evangelizadora de la Iglesia es gravemente dificultada, si no impedida, por los poderes públicos. Sucede, incluso
     en nuestros días, que a los anunciadores de la palabra de Dios se les priva de sus derechos, son perseguido,
     amenazados, eliminados sólo por el hecho de predicar a Jesucristo y su Evangelio. Pero abrigamos la confianza de
     que finalmente, a pesar de estas pruebas dolorosas, la obra de estos apóstoles no faltará en ninguna región del
     mundo.

     No obstante estas adversidades, la Iglesia reaviva siempre su inspiración más profunda, la que le viene
     directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda criatura! ¡Hasta los confines de la tierra! Lo ha hecho
     nuevamente en el Sínodo, como una llamada a no encadenar el anuncio evangélico limitándolo a un sector de la
     humanidad o a una clase de hombres o a un solo tipo de cultura. Algunos ejemplos podrían ser reveladores.

     Primer anuncio a los que están lejos

     51. Revelar a Jesucristo y su Evangelio a los que no los conocen: he ahí el programa fundamental que la Iglesia,
     desde la mañana de Pentecostés, ha asumido, como recibido de su Fundador. Todo el Nuevo Testamento, y de
     manera especial los Hechos de los Apóstoles, testimonian el momento privilegiado, y en cierta manera ejemplar,
     de este esfuerzo misionero que jalonará después toda la historia de la Iglesia.

     La Iglesia lleva a efecto este primer anuncio de Jesucristo mediante una actividad compleja y diversificada, que a
     veces se designa con el nombre de "pre-evangelización", pero que muy bien podría llamarse evangelización,
     aunque en un estadio de inicio y ciertamente incompleto. Cuenta con una gama casi infinita de medios: la
     predicación explícita, por supuesto, pero también el arte, los intentos científicos, la investigación filosófica, el
     recurso legítimo a los sentimientos del corazón del hombre podrían colocarse en el ámbito de esta finalidad.

     Anuncio al mundo descristianizado

     52. Aunque este primer anuncio va dirigido de modo específico a quienes nunca han escuchado la Buena Nueva
     de Jesús o a los niños, se está volviendo cada vez más necesario, a causa de las situaciones de descristianización
     frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de
     toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los fundamentos de la
     misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza
     que recibieron en su infancia, y para otros muchos.

     Religiones no cristianas

     53. Asimismo se dirige a inmensos sectores de la humanidad que practican religiones no cristianas. La Iglesia
     respeta y estima estas religiones no cristianas, por ser la expresión viviente del alma de vastos grupos humanos.
     Llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta pero hecha frecuentemente
     con sinceridad y rectitud de corazón. Poseen un impresionante patrimonio de textos profundamente religiosos.
     Han enseñado a generaciones de personas a orar. Todas están llenas de innumerables "semillas del Verbo" (74) y
     constituyen una auténtica "preparación evangélica" (75), por citar una feliz expresión del Concilio Vaticano II
     tomada de Eusebio de Cesarea.

     Ciertamente, tal situación suscita cuestiones complejas y delicadas, que conviene estudiar a la luz de la Tradición
     cristiana y del Magisterio de la Iglesia, con el fin de ofrecer a los misioneros de hoy y de mañana nuevos
     horizontes en sus contactos con las religiones no cristianas. Ante todo, queremos poner ahora de relieve que ni el
     respeto ni la estima hacia estas religiones, ni la complejidad de las cuestiones planteadas implican para la Iglesia
     una invitación a silenciar ante los no cristianos el anuncio de Jesucristo. Al contrario, la Iglesia piensa que estas
     multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo (76), dentro del cual creemos que toda la
     humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y
     de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad. De ahí que, aun frente a las expresiones religiosas naturales
     más dignas de estima, la Iglesia se funde en el hecho de que la religión de Jesús, la misma que Ella anuncia por
     medio de la evangelización, sitúa objetivamente al hombre en relación con el plan de Dios, con su presencia viva,
     con su acción; hace hallar de nuevo el misterio de la Paternidad divina que sale al encuentro de la humanidad. En
     otras palabras, nuestra religión instaura efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras
     religiones no lograron establecer, por más que tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo.

     Por eso la Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como
     el nuestro. La Iglesia se siente responsable ante todos los pueblos. No descansará hasta que no haya puesto de su
     parte todo lo necesario para proclamar la Buena Nueva de Jesús Salvador. Prepara siempre nuevas generaciones
     de apóstoles. Lo constatamos con gozo en unos momentos en que no faltan quienes piensan, e incluso dicen, que
     el ardor y el empuje misionero son cosa del pasado. El Sínodo acaba de responder que el anuncio misionero no
     se agota y que la Iglesia se esforzará siempre en conseguir su perfeccionamiento.

     Ayuda a la fe de los fieles

     54. Sin embargo, la Iglesia no se siente dispensada de prestar una atención igualmente infatigable hacia aquellos
     que han recibido la fe y que, a veces desde hace muchas generaciones permanecen en contacto con el Evangelio.
     Trata así de profundizar, consolidar, alimentar, hacer cada vez más madura la fe de aquellos que se llaman ya
     fieles o creyentes, a fin de que lo sean cada vez más.

     Esta fe está casi siempre enfrentada al secularismo, es decir, a un ateísmo militante; es una fe expuesta a pruebas y
     amenazas, más aún, una fe asediada y combatida. Corre el riesgo de morir por asfixia o por inanición, si no se la
     alimenta y sostiene cada día. Por tanto evangelizar debe ser, con frecuencia, comunicar a la fe de los fiele
     -particularmente mediante una catequesis llena de savia evangélica y con un lenguaje adaptado a los tiempos y a
     las personas- este alimento y este apoyo necesarios.

     La Iglesia católica abriga un vivo anhelo de los cristianos que no están en plena comunión con Ella: mientras
     prepara con ellos la unidad querida por Cristo, y precisamente para preparar la unidad en la verdad, tiene
     conciencia de que faltaría gravemente a su deber si no diese testimonio, ante ellos, de la plenitud de la revelación
     de que es depositaria.

     Secularismo ateo

     55. Igualmente significativa es la preocupación, presente en el Sínodo, hacia dos esferas muy diferentes la una de
     la otra y sin embargo muy próximas entre sí por el desafío que, cada una a su modo, lanzan a la evangelización. La
     primera es aquella que podemos llamar el aumento de la incredulidad en el mundo moderno. El Sínodo se propuso
     describir este mundo moderno: bajo este nombre genérico, ¡cuántas corrientes de pensamiento, valores y
     contravalores, aspiraciones latentes o semillas de destrucción, convicciones antiguas que desaparecen y
     convicciones nuevas que se imponen!

     Desde el punto de vista espiritual, este mundo moderno parece debatirse siempre en lo que un autor
     contemporáneo ha llamado "el drama del humanismo ateo" (77).

     Por una parte, hay que constatar en el corazón mismo de este mundo contemporáneo un fenómeno, que
     constituye como su marca más característica: el secularismo. No hablamos de la secularización en el sentido de un
     esfuerzo, en sí mismo justo y legítimo, no incompatible con la fe y la religión, por descubrir en la creación, en cada
     cosa o en cada acontecimiento del universo, las leyes que los rigen con una cierta autonomía, con la convicción
     interior de que el Creador ha puesto en ellos sus leyes. El reciente Concilio afirmó, en este sentido, la legítima
     autonomía de la cultura y, particularmente, de las ciencias (78). Tratamos aquí del verdadero secularismo: una
     concepción del mundo según la cual este último se explica por sí mismo sin que sea necesario recurrir a Dios; Dios
     resultaría pues superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por
     sobrepasar a Dios e incluso por renegar de El.

     Nuevas formas de ateísmo -un ateísmo antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino pragmático y militante-
     parecen desprenderse de él. En unión con este secularismo ateo, se nos propone todos los días, bajo las formas
     más distintas, una civilización del consumo, el hedonismo erigido en valor supremo, una voluntad de poder y de
     dominio, de discriminaciones de todo género: constituyen otras tantas inclinaciones inhumanas de este
     "humanismo".

     Por otra parte, y paradójicamente, en este mismo mundo moderno, no se puede negar la existencia de valores
     inicialmente cristianos o evangélicos, al menos bajo forma de vida o de nostalgia. No sería exagerado hablar de un
     poderoso y trágico llamamiento a ser evangelizado.

     Los que no practican

     56. Una segunda esfera es la de los no practicantes; toda una muchedumbre, hoy día muy numerosa, de
     bautizados que, en gran medida, no han renegado formalmente de su bautismo, pero están totalmente al margen
     del mismo y no lo viven. El fenómeno de los no practicantes es muy viejo en la historia del cristianismo y supone
     una debilidad natural, una gran incongruencia que nos duele en lo más profundo de nuestro corazón. Sin embargo,
     hoy día presenta aspectos nuevos. Se explica muchas veces por el desarraigo típico de nuestra época. Nace
     también del hecho de que los cristianos se aproximan hoy a los no creyentes y reciben constantemente el influjo de
     la incredulidad. Por otra parte, los no practicantes contemporáneos, más que los de otras épocas tratan de
     explicar y justificar su posición en nombre de una religión interior, de una autonomía o de una autenticidad
     personal.

     Ateos y no creyentes por una parte, no practicantes por otra, oponen a la evangelización resistencias no
     pequeñas. Los primeros, la resistencia de un cierto rechazo, la incapacidad de comprender el nuevo orden de las
     cosas, el nuevo sentido del mundo, de la vida, de la historia, que resulta una empresa imposible si no se parte del
     Absoluto que es Dios. Los otros, la resistencia de la inercia, la actitud un poco hostil de alguien que se siente
     como de casa, que dice saberlo todo, haber probado todo y ya no cree en nada.

     Secularismo ateo y ausencia de práctica religiosa se encuentran en los adultos y en los jóvenes, en la élite y en la
     masa, en las angustias y en las jóvenes Iglesias. La acción evangelizadora de la Iglesia, que no puede ignorar estos
     dos mundos ni detenerse ante ellos, debe buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para
     proponerles la revelación de Dios y la fe en Jesucristo.

     Anuncio a las muchedumbres

     57. Como Cristo durante el tiempo de su predicación, como los Doce en la mañana de Pentecostés, la Iglesia
     tiene también ante sí una inmensa muchedumbre humana que necesita del Evangelio y tiene derecho al mismo,
     pues Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (79).

     Sensible a su deber de predicar la salvación a todos sabiendo que el mensaje evangélico no está reservado a un
     pequeño grupo de iniciados, de privilegiados o elegidos, sino que está destinado a todos, la Iglesia hace suya la
     angustia de Cristo ante las multitudes errantes y abandonadas "como ovejas sin pastor" y repite con frecuencia su
     palabra: "Tengo compasión de la muchedumbre" (80).

     Pero también es consciente de que, por medio de una eficaz predicación evangélica, debe dirigir su mensaje al
     corazón de las masas, a las comunidades de fieles, cuya acción puede y debe llegar a los demás.

     Comunidades eclesiales de base

     58. El Sínodo se ocupó mucho de estas "pequeñas comunidades" o "comunidades de base", ya que en la Iglesia
     de hoy se las menciona con frecuencia. ¿Qué son y por qué deben ser destinatarias especiales de la evangelización
     y al mismo tiempo evangelizadoras?

     Florecen un poco por todas partes en la Iglesia, según los distintos testimonios escuchados durante el Sínodo, y se
     diferencian bastante entre sí aun dentro de una misma región, y mucho más de una región a otra.

     En ciertas regiones surgen y se desarrollan, salvo alguna excepción, en el interior de la Iglesia, permaneciendo
     solidarias con su vida, alimentadas con sus enseñanzas, unidas a sus Pastores. En estos casos, nacen de la
     necesidad de vivir todavía con más intensidad la vida de la Iglesia; o del deseo y de la búsqueda de una dimensión
     más humana que difícilmente pueden ofrecer las comunidades eclesiales más grandes, sobre todo en las metrópolis
     urbanas contemporáneas que favorecen a la vez la vida de masa y el anonimato. Pero igualmente pueden
     prolongar a nivel espiritual y religioso -culto, cultivo de una fe más profunda, caridad fraterna, oración, comunión
     con los Pastores- la pequeña comunidad sociológica, el pueblo, etc. O también quieren reunir para escuchar y
     meditar la Palabra, para los sacramentos y el vínculo del Agape, grupos homogéneos por la edad, la cultura, el
     estado civil o la situación social, como parejas, jóvenes, profesionales, etc., personas éstas que la vida misma
     encuentra ya unidas en la lucha por la justicia, la ayuda fraterna a los pobres, la promoción humana, etc. O, en fin,
     reúnen a los cristianos donde la penuria de sacerdotes no favorece la vida normal de una comunidad parroquial.
     Todo esto, por supuesto, al interior de las comunidades constituidas por la Iglesia, sobre todo de las Iglesias
     particulares y de las parroquias.

     En otras regiones, por el contrario, las comunidades de base se reúnen con un espíritu de crítica amarga hacia la
     Iglesia, que estigmatizan como "institucional" y a la que se oponen como comunidades carismáticas, libres de
     estructuras, inspiradas únicamente en el Evangelio. Tienen pues como característica una evidente actitud de
     censura y de rechazo hacia las manifestaciones de la Iglesia: su jerarquía, sus signos. Contestan radicalmente esta
     Iglesia. En esta línea, su inspiración principal se convierte rápidamente en ideológica y no es raro que sean muy
     pronto presa de una opción política, de una corriente, y más tarde de un sistema, o de un partido, con el riesgo de
     ser instrumentalizadas.

     La diferencia es ya notable: las comunidades que por su espíritu de contestación se separan de la Iglesia, cuya
     unidad perjudican, pueden llamarse "comunidades de base", pero ésta es una denominación estrictamente
     sociológica. No pueden, sin abusar del lenguaje, llamarse comunidades eclesiales de base, aunque tengan la
     pretensión de perseverar en la unidad de la Iglesia, manteniéndose hostiles a la jerarquía. Este nombre pertenece a
     las otras, a las que se forman en Iglesia para unirse a la Iglesia y para hacer crecer a la Iglesia.

     Estas últimas comunidades serán un lugar de evangelización, en beneficio de las comunidades más vastas,
     especialmente de las Iglesias particulares, y serán una esperanza para la Iglesia universal, como Nos mismo
     dijimos al final del Sínodo, en la medida en que:

     - buscan su alimento en la palabra de Dios y no se dejan aprisionar por la polarización política o por las ideologías
     de moda, prontas a explotar su inmenso potencial humano;

     - evitan la tentación siempre amenazadora de la contestación sistemática y del espíritu hipercrítico, bajo pretexto
     de autenticidad y de espíritu de colaboración;

     - permanecen firmemente unidas a la Iglesia local en la que ellas se insieren, y a la Iglesia universal, evitando así el
     peligro -muy real- de aislarse en sí mismas, de creerse, después, la única auténtica Iglesia de Cristo y, finalmente,
     de anatemizar a las otras comunidades eclesiales;

     - guardan una sincera comunión con los Pastores que el Señor ha dado a su Iglesia y al Magisterio que el Espíritu
     de Cristo les ha confiado;

     - no se creen jamás el único destinatario o el único agente de evangelización, esto es, el único depositario del
     Evangelio, sino que, conscientes de que la Iglesia es mucho más vasta y diversificada, aceptan que la Iglesia se
     encarna en formas que no son las de ellas;

     - crecen cada día en responsabilidad, celo, compromiso e irradiación misioneros;

     - se muestran universalistas y no sectarias.

     Con estas condiciones, ciertamente exigentes pero también exaltantes, las comunidades eclesiales de base
     corresponderán a su vocación más fundamental: escuchando el Evangelio que les es anunciado, y siendo
     destinatarias privilegiadas de la evangelización, ellas mismas se convertirán rápidamente en anunciadoras del
     Evangelio.



                                             NOTAS

                                                

     73. Mc. 16, 15. [Regresar]

     74. Cf. S. Justino, I Apología, 46, 1-4; II Apología 7 (8) 1-4; 10, 1-3; 13, 3-4: Florilegium Patristicum II,
     Bonn 1911, pp. 81, 125, 129, 133; Clemente Alejandrino, Stromata I, 19, 91, 94: S. Ch. 30, pp. 117-118,
     119-120; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 11: AAS 58 (1966), p. 960; Const. dogm. Lumen gentium,
     17: AAS 57 (1965), p. 21. [Regresar]

     75. Cf. Eusebio de Cesarea, Praeparatio Evangelica, I, 1: PG 21, 26-28; cf. Const. dogm. Lumen gentium,
     16: AAS 57 (1965), p. 20. [Regresar]

     76. Cf. Ef. 3, 8. [Regresar]

     77. Henri de Lubac, Le drame de l'humanisme athée, Ed. Spes, París 1945. [Regresar]

     78. Cf. Const. past. Gaudium et spes, 59: AAS 58 (1966), p. 1080. [Regresar]

     79. 1 Tim. 2, 4. [Regresar]


     80. Mt. 9, 36; 15, 32. [Regresar] 

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