V. LOS DESTINATARIOS DE LA EVANGELIZACIÓN
Destino universal
49. Las últimas palabras de Jesús en el
Evangelio de Marcos confieren a la evangelización, que el Señor confía a
los Apóstoles, una universalidad sin
fronteras: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda
criatura" (73).
Los Doce y la primera generación de
cristianos han comprendido bien la lección de este texto y de otros
parecidos; han hecho de ellos su programa
de acción. La misma persecución, al dispersar a los Apóstoles,
contribuyó a diseminar la Palabra y a
implantar la Iglesia hasta en las regiones más remotas. La admisión de Pablo
entre los Apóstoles y su carisma de
predicador de la venida de Jesucristo a los paganos -no judíos- subrayó
todavía más esta universalidad.
A pesar de los obstáculos
50. A lo largo de veinte siglos de
historia, las generaciones cristianas han afrontado periódicamente diversos
obstáculos a esta misión de universalidad.
Por una parte, la tentación de los mismos evangelizadores de estrechar
bajo distintos pretextos su campo de
acción misionera. Por otra, las resistencias, muchas veces humanamente
insuperables de aquellos a quienes el
evangelizador se dirige. Además, debemos constatar con tristeza que la obra
evangelizadora de la Iglesia es gravemente
dificultada, si no impedida, por los poderes públicos. Sucede, incluso
en nuestros días, que a los anunciadores
de la palabra de Dios se les priva de sus derechos, son perseguido,
amenazados, eliminados sólo por el hecho de
predicar a Jesucristo y su Evangelio. Pero abrigamos la confianza de
que finalmente, a pesar de estas pruebas
dolorosas, la obra de estos apóstoles no faltará en ninguna región del
mundo.
No obstante estas adversidades, la Iglesia
reaviva siempre su inspiración más profunda, la que le viene
directamente del Maestro: ¡A todo el
mundo! ¡A toda criatura! ¡Hasta los confines de la tierra! Lo ha hecho
nuevamente en el Sínodo, como una llamada
a no encadenar el anuncio evangélico limitándolo a un sector de la
humanidad o a una clase de hombres o a un
solo tipo de cultura. Algunos ejemplos podrían ser reveladores.
Primer anuncio a los que están lejos
51. Revelar a Jesucristo y su Evangelio a
los que no los conocen: he ahí el programa fundamental que la Iglesia,
desde la mañana de Pentecostés, ha
asumido, como recibido de su Fundador. Todo el Nuevo Testamento, y de
manera especial los Hechos de los
Apóstoles, testimonian el momento privilegiado, y en cierta manera ejemplar,
de este esfuerzo misionero que jalonará
después toda la historia de la Iglesia.
La Iglesia lleva a efecto este primer
anuncio de Jesucristo mediante una actividad compleja y diversificada, que a
veces se designa con el nombre de
"pre-evangelización", pero que muy bien podría llamarse
evangelización,
aunque en un estadio de inicio y
ciertamente incompleto. Cuenta con una gama casi infinita de medios: la
predicación explícita, por supuesto, pero
también el arte, los intentos científicos, la investigación filosófica, el
recurso legítimo a los sentimientos del
corazón del hombre podrían colocarse en el ámbito de esta finalidad.
Anuncio al mundo descristianizado
52.
Aunque este primer anuncio va dirigido de modo específico a quienes nunca han
escuchado la Buena Nueva
de Jesús o a los niños, se está volviendo
cada vez más necesario, a causa de las situaciones de descristianización
frecuentes en nuestros días, para gran
número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de
toda vida cristiana; para las gentes
sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los fundamentos de la
misma; para los intelectuales que sienten
necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza
que recibieron en su infancia, y para
otros muchos.
Religiones no cristianas
53. Asimismo se dirige a inmensos sectores
de la humanidad que practican religiones no cristianas. La Iglesia
respeta y estima estas religiones no
cristianas, por ser la expresión viviente del alma de vastos grupos humanos.
Llevan en sí mismas el eco de milenios a
la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta pero hecha frecuentemente
con sinceridad y rectitud de corazón.
Poseen un impresionante patrimonio de textos profundamente religiosos.
Han enseñado a generaciones de personas a
orar. Todas están llenas de innumerables "semillas del Verbo" (74) y
constituyen una auténtica "preparación
evangélica" (75), por citar una feliz expresión del Concilio Vaticano II
tomada de Eusebio de Cesarea.
Ciertamente, tal situación suscita
cuestiones complejas y delicadas, que conviene estudiar a la luz de la
Tradición
cristiana y del Magisterio de la Iglesia,
con el fin de ofrecer a los misioneros de hoy y de mañana nuevos
horizontes en sus contactos con las
religiones no cristianas. Ante todo, queremos poner ahora de relieve que ni el
respeto ni la estima hacia estas
religiones, ni la complejidad de las cuestiones planteadas implican para la
Iglesia
una invitación a silenciar ante los no
cristianos el anuncio de Jesucristo. Al contrario, la Iglesia piensa que estas
multitudes tienen derecho a conocer la
riqueza del misterio de Cristo (76), dentro del cual creemos que toda la
humanidad puede encontrar, con
insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y
de su destino, de la vida y de la muerte,
de la verdad. De ahí que, aun frente a las expresiones religiosas naturales
más dignas de estima, la Iglesia se funde
en el hecho de que la religión de Jesús, la misma que Ella anuncia por
medio de la evangelización, sitúa
objetivamente al hombre en relación con el plan de Dios, con su presencia viva,
con su acción; hace hallar de nuevo el
misterio de la Paternidad divina que sale al encuentro de la humanidad. En
otras palabras, nuestra religión instaura
efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras
religiones no lograron establecer, por más
que tienen, por decirlo así, extendidos sus brazos hacia el cielo.
Por eso la Iglesia mantiene vivo su empuje
misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como
el
nuestro. La Iglesia se siente responsable ante todos los pueblos. No descansará
hasta que no haya puesto de su
parte todo lo necesario para proclamar la
Buena Nueva de Jesús Salvador. Prepara siempre nuevas generaciones
de apóstoles. Lo constatamos con gozo en
unos momentos en que no faltan quienes piensan, e incluso dicen, que
el ardor y el empuje misionero son cosa
del pasado. El Sínodo acaba de responder que el anuncio misionero no
se agota y que la Iglesia se esforzará
siempre en conseguir su perfeccionamiento.
Ayuda a la fe de los fieles
54. Sin embargo, la Iglesia no se siente
dispensada de prestar una atención igualmente infatigable hacia aquellos
que han recibido la fe y que, a veces
desde hace muchas generaciones permanecen en contacto con el Evangelio.
Trata así de profundizar, consolidar,
alimentar, hacer cada vez más madura la fe de aquellos que se llaman ya
fieles o creyentes, a fin de que lo sean
cada vez más.
Esta fe está casi siempre enfrentada al
secularismo, es decir, a un ateísmo militante; es una fe expuesta a pruebas y
amenazas, más aún, una fe asediada y
combatida. Corre el riesgo de morir por asfixia o por inanición, si no se la
alimenta y sostiene cada día. Por tanto
evangelizar debe ser, con frecuencia, comunicar a la fe de los fiele
-particularmente mediante una catequesis
llena de savia evangélica y con un lenguaje adaptado a los tiempos y a
las personas- este alimento y este apoyo
necesarios.
La Iglesia católica abriga un vivo anhelo
de los cristianos que no están en plena comunión con Ella: mientras
prepara con ellos la unidad querida por
Cristo, y precisamente para preparar la unidad en la verdad, tiene
conciencia de que faltaría gravemente a su
deber si no diese testimonio, ante ellos, de la plenitud de la revelación
de que es depositaria.
Secularismo ateo
55. Igualmente significativa es la
preocupación, presente en el Sínodo, hacia dos esferas muy diferentes la una de
la otra y sin embargo muy próximas entre
sí por el desafío que, cada una a su modo, lanzan a la evangelización. La
primera es aquella que podemos llamar el
aumento de la incredulidad en el mundo moderno. El Sínodo se propuso
describir este mundo moderno: bajo este
nombre genérico, ¡cuántas corrientes de pensamiento, valores y
contravalores, aspiraciones latentes o
semillas de destrucción, convicciones antiguas que desaparecen y
convicciones nuevas que se imponen!
Desde el punto de vista espiritual, este
mundo moderno parece debatirse siempre en lo que un autor
contemporáneo ha llamado "el drama
del humanismo ateo" (77).
Por una parte, hay que constatar en el
corazón mismo de este mundo contemporáneo un fenómeno, que
constituye como su marca más
característica: el secularismo. No hablamos de la secularización en el sentido
de un
esfuerzo, en sí mismo justo y legítimo, no
incompatible con la fe y la religión, por descubrir en la creación, en cada
cosa o en cada acontecimiento del
universo, las leyes que los rigen con una cierta autonomía, con la convicción
interior de que el Creador ha puesto en
ellos sus leyes. El reciente Concilio afirmó, en este sentido, la legítima
autonomía de la cultura y,
particularmente, de las ciencias (78). Tratamos aquí del verdadero secularismo:
una
concepción del mundo según la cual este
último se explica por sí mismo sin que sea necesario recurrir a Dios; Dios
resultaría pues superfluo y hasta un
obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por
sobrepasar a Dios e incluso por renegar de
El.
Nuevas formas de ateísmo -un ateísmo
antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino pragmático y militante-
parecen desprenderse de él. En unión con
este secularismo ateo, se nos propone todos los días, bajo las formas
más distintas, una civilización del
consumo, el hedonismo erigido en valor supremo, una voluntad de poder y de
dominio, de discriminaciones de todo
género: constituyen otras tantas inclinaciones inhumanas de este
"humanismo".
Por otra parte, y paradójicamente, en este
mismo mundo moderno, no se puede negar la existencia de valores
inicialmente cristianos o evangélicos, al
menos bajo forma de vida o de nostalgia. No sería exagerado hablar de un
poderoso y trágico llamamiento a ser
evangelizado.
Los que no practican
56. Una segunda esfera es la de los no
practicantes; toda una muchedumbre, hoy día muy numerosa, de
bautizados que, en gran medida, no han renegado formalmente de su
bautismo, pero están totalmente al margen
del mismo y no lo viven. El fenómeno de
los no practicantes es muy viejo en la historia del cristianismo y supone
una debilidad natural, una gran
incongruencia que nos duele en lo más profundo de nuestro corazón. Sin embargo,
hoy día presenta aspectos nuevos. Se
explica muchas veces por el desarraigo típico de nuestra época. Nace
también del hecho de que los cristianos se
aproximan hoy a los no creyentes y reciben constantemente el influjo de
la incredulidad. Por otra parte, los no
practicantes contemporáneos, más que los de otras épocas tratan de
explicar y justificar su posición en
nombre de una religión interior, de una autonomía o de una autenticidad
personal.
Ateos y no creyentes por una parte, no
practicantes por otra, oponen a la evangelización resistencias no
pequeñas. Los primeros, la resistencia de
un cierto rechazo, la incapacidad de comprender el nuevo orden de las
cosas, el nuevo sentido del mundo, de la
vida, de la historia, que resulta una empresa imposible si no se parte del
Absoluto que es Dios. Los otros, la
resistencia de la inercia, la actitud un poco hostil de alguien que se siente
como de casa, que dice saberlo todo, haber
probado todo y ya no cree en nada.
Secularismo ateo y ausencia de práctica
religiosa se encuentran en los adultos y en los jóvenes, en la élite y en la
masa, en las angustias y en las jóvenes
Iglesias. La acción evangelizadora de la Iglesia, que no puede ignorar estos
dos mundos ni detenerse ante ellos, debe
buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para
proponerles la revelación de Dios y la fe
en Jesucristo.
Anuncio a las muchedumbres
57. Como Cristo durante el tiempo de su
predicación, como los Doce en la mañana de Pentecostés, la Iglesia
tiene también ante sí una inmensa
muchedumbre humana que necesita del Evangelio y tiene derecho al mismo,
pues
Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad" (79).
Sensible a su deber de predicar la
salvación a todos sabiendo que el mensaje evangélico no está reservado a un
pequeño grupo de iniciados, de privilegiados
o elegidos, sino que está destinado a todos, la Iglesia hace suya la
angustia de Cristo ante las multitudes
errantes y abandonadas "como ovejas sin pastor" y repite con
frecuencia su
palabra: "Tengo compasión de la
muchedumbre" (80).
Pero también es consciente de que, por
medio de una eficaz predicación evangélica, debe dirigir su mensaje al
corazón de las masas, a las comunidades de
fieles, cuya acción puede y debe llegar a los demás.
Comunidades eclesiales de base
58. El Sínodo se ocupó mucho de estas
"pequeñas comunidades" o "comunidades de base", ya que en
la Iglesia
de hoy se las menciona con frecuencia.
¿Qué son y por qué deben ser destinatarias especiales de la evangelización
y al mismo tiempo evangelizadoras?
Florecen un poco por todas partes en la
Iglesia, según los distintos testimonios escuchados durante el Sínodo, y se
diferencian bastante entre sí aun dentro
de una misma región, y mucho más de una región a otra.
En ciertas regiones surgen y se
desarrollan, salvo alguna excepción, en el interior de la Iglesia,
permaneciendo
solidarias con su vida, alimentadas con
sus enseñanzas, unidas a sus Pastores. En estos casos, nacen de la
necesidad de vivir todavía con más intensidad
la vida de la Iglesia; o del deseo y de la búsqueda de una dimensión
más humana que difícilmente pueden ofrecer
las comunidades eclesiales más grandes, sobre todo en las metrópolis
urbanas contemporáneas que favorecen a la
vez la vida de masa y el anonimato. Pero igualmente pueden
prolongar a nivel espiritual y religioso
-culto, cultivo de una fe más profunda, caridad fraterna, oración, comunión
con los Pastores- la pequeña comunidad
sociológica, el pueblo, etc. O también quieren reunir para escuchar y
meditar la Palabra, para los sacramentos y
el vínculo del Agape, grupos homogéneos por la edad, la cultura, el
estado civil o la situación social, como
parejas, jóvenes, profesionales, etc., personas éstas que la vida misma
encuentra ya unidas en la lucha por la
justicia, la ayuda fraterna a los pobres, la promoción humana, etc. O, en fin,
reúnen a los cristianos donde la penuria
de sacerdotes no favorece la vida normal de una comunidad parroquial.
Todo esto, por supuesto, al interior de
las comunidades constituidas por la Iglesia, sobre todo de las Iglesias
particulares y de las parroquias.
En otras regiones, por el contrario, las
comunidades de base se reúnen con un espíritu de crítica amarga hacia la
Iglesia, que estigmatizan como
"institucional" y a la que se oponen como comunidades carismáticas,
libres de
estructuras, inspiradas únicamente en el
Evangelio. Tienen pues como característica una evidente actitud de
censura y de rechazo hacia las
manifestaciones de la Iglesia: su jerarquía, sus signos. Contestan radicalmente
esta
Iglesia. En esta línea, su inspiración
principal se convierte rápidamente en ideológica y no es raro que sean muy
pronto presa de una opción política, de
una corriente, y más tarde de un sistema, o de un partido, con el riesgo de
ser instrumentalizadas.
La diferencia es ya notable: las
comunidades que por su espíritu de contestación se separan de la Iglesia, cuya
unidad perjudican, pueden llamarse
"comunidades de base", pero ésta es una denominación estrictamente
sociológica. No pueden, sin abusar del
lenguaje, llamarse comunidades eclesiales de base, aunque tengan la
pretensión de perseverar en la unidad de
la Iglesia, manteniéndose hostiles a la jerarquía. Este nombre pertenece a
las otras, a las que se forman en Iglesia
para unirse a la Iglesia y para hacer crecer a la Iglesia.
Estas últimas comunidades serán un lugar
de evangelización, en beneficio de las comunidades más vastas,
especialmente de las Iglesias
particulares, y serán una esperanza para la Iglesia universal, como Nos mismo
dijimos al final del Sínodo, en la medida
en que:
- buscan su alimento en la palabra de Dios
y no se dejan aprisionar por la polarización política o por las ideologías
de moda, prontas a explotar su inmenso
potencial humano;
- evitan la tentación siempre amenazadora
de la contestación sistemática y del espíritu hipercrítico, bajo pretexto
de autenticidad y de espíritu de
colaboración;
- permanecen firmemente unidas a la
Iglesia local en la que ellas se insieren, y a la Iglesia universal, evitando
así el
peligro -muy real- de aislarse en sí
mismas, de creerse, después, la única auténtica Iglesia de Cristo y,
finalmente,
de anatemizar a las otras comunidades
eclesiales;
- guardan una sincera comunión con los
Pastores que el Señor ha dado a su Iglesia y al Magisterio que el Espíritu
de Cristo les ha confiado;
- no se creen jamás el único destinatario
o el único agente de evangelización, esto es, el único depositario del
Evangelio, sino que, conscientes de que la
Iglesia es mucho más vasta y diversificada, aceptan que la Iglesia se
encarna en formas que no son las de ellas;
- crecen cada día en responsabilidad,
celo, compromiso e irradiación misioneros;
- se muestran universalistas y no
sectarias.
Con estas condiciones, ciertamente
exigentes pero también exaltantes, las comunidades eclesiales de base
corresponderán a su vocación más
fundamental: escuchando el Evangelio que les es anunciado, y siendo
destinatarias privilegiadas de la
evangelización, ellas mismas se convertirán rápidamente en anunciadoras del
Evangelio.
NOTAS
73. Mc. 16, 15. [Regresar]
74. Cf. S. Justino, I Apología, 46, 1-4;
II Apología 7 (8) 1-4; 10, 1-3; 13, 3-4: Florilegium Patristicum II,
Bonn 1911, pp. 81, 125, 129, 133; Clemente
Alejandrino, Stromata I, 19, 91, 94: S. Ch. 30, pp. 117-118,
119-120; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes,
11: AAS 58 (1966), p. 960; Const. dogm. Lumen gentium,
17: AAS 57 (1965), p. 21. [Regresar]
75.
Cf. Eusebio de Cesarea, Praeparatio Evangelica, I, 1: PG 21, 26-28; cf. Const.
dogm. Lumen
gentium,
16: AAS 57 (1965), p. 20. [Regresar]
76. Cf. Ef. 3, 8. [Regresar]
77. Henri de Lubac, Le drame de
l'humanisme athée, Ed. Spes, París 1945. [Regresar]
78. Cf. Const. past. Gaudium
et spes, 59: AAS 58 (1966), p. 1080. [Regresar]
79. 1 Tim. 2, 4. [Regresar]
80. Mt. 9, 36; 15, 32. [Regresar]
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