lunes, 13 de abril de 2015

EL VUELO DEL QUETZAL 51 - 52 (SER NIÑO, SER REFUGIADO y SER SALVADOREÑO).(Pedro Casaldáliga)


SER NIÑO, SER REFUGIADO y SER SALVADOREÑO

Por el sólo hecho de recibir de la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador (CDHES) el pedido de una declaración en favor de los Derechos del Niño Refugiado Salvadoreño, yo me siento profundamente avergonzado, ante Dios y ante la Historia.
Avergonzado de ser hombre y avergonzado de ser cristiano. Impotentemente irritado, a pesar de mi esperanza.
Porque ya hace años que América Central es una llaga viva. Y el occidente, llamado cristiano, y con demasiada frecuencia la propia Iglesia de Jesús, vienen presenciando con pasiva connivencia, cuando no con abierta participación, cómo el neocolonialismo y la oligarquía y la represión militar -que es prisión, tortura y muerte-diezman esos pueblos menores de la cintura de América.
Y la pesadilla criminal se nos ha hecho rutina de noticiario, o ha dejado incluso de ser noticia ante un balón de fútbol...
No voy a hacer ninguna declaración. Toda palabra apenas palabra, me parece un sarcasmo. ¡Malditos seamos del Dios vivo los que fuéramos capaces de asistir pasivamente al dolor de Centroamérica!
Isaías, Jeremías, Amós... conminarían con la ira de Yahvé nuestra sociedad y nuestra Iglesia insensibles.
La declaración esta ahí, inexorable. El que tenga oídos para oír el llanto de un niño exiliado, que oiga. El que tenga ojos para ver los rostros exigües de madres e hijos refugiados, que vea.
A veces, en mi corazón, yo le he pedido a Juan Pablo II que se venga a Centroamérica, antes de que sea tarde, si quiere hacer visitas de Buen Pastor. Su Polonia reprimida y la misma absurda guerra de las Malvinas no pasan de ser una dolorosa enfermedad a la masacre sistemática -verdadero genocidio- que decapita poblaciones enteras en Guatemala y en El Salvador.
Quinientos mil refugiados, de los cuales un cuarenta por ciento son niños; desnutridos, traumatizados, prematuramente condenados a morir, muchos de ellos. "Muertos antes de tiempo", lamentaría nuestro profeta Las Casas.
Ser niño, ser refugiado y ser salvadoreño son hoy, en nuestra sociedad estúpida, como tres estigmas acumulados en una sola misteriosa fragilidad.
Todo lo que hagamos por esos niños, por sus madres, por esos pueblos pequeños -los menores de Judá, pulgarcitos de América; y, sin embargo, codicia de los prepotentes- no será más que salvar nuestra propia condición de personas humanas.
Todos estos niños son hijos nuestros; sangre de nuestra sangre, derramada; alma humillada de nuestra propia alma.
¡Salvemos a los niños de El Salvador, para salvarnos a nosotros mismos!
Lo menos que podemos dar es dinero, publicidad, protesta, militancia. Y apremiante oración. No le estamos haciendo un favor a CDHES. Pagamos, tarde y mal, una deuda común.
Los que tengamos el coraje de llamarnos cristianos y asistir impasiblemente a esa tragedia de Raquel -que llora sobre sus hijos- o de soltar apenas una oración esporádica, un discurso ocasional o un cheque displicente, no tendremos respuesta en la cara, cuando el Soberano Juez nos pregunte, sin apelación, en aquel último Día:
-Yo era un refugiado en la carne de un niño salvadoreño (en Honduras, la militarmente utilizada por el Imperio, o en Nicaragua, cuya libertad el Imperio quiere impedir, o en Belice, o en Costa Rica, o en Panamá o en México, o en los subterráneos de Guatemala, la india mártir)... ¡Yo era un refugiado en la carne de un niño salvadoreño, y tú no me atendiste!
Hermanos de la Comisión de los Derechos Humanos de El Salvador, cuenten conmigo, en todo, hasta la muerte.
Antes que el Justo Juez, nos juzgarán esos niños. Y yo quiero que me juzguen desde su fraterna libertad, limpiamente conquistada por sus padres, por sus abuelos, por sus hermanos mayores.
Esos niños, flores de llanto y de sangre, anuncian el futuro diferente de sus pueblos ahora prohibidos.
Contra toda esperanza y contra todo poder, y por causa del Resucitado que fue muerto y que está vivo, yo creo firmemente en la resurrección de Centroamérica.

Niña precoz,
hermana primogénita
de la liberación
                 que se conquista.

¡Niña novia del Día prometido,
bautizada en la sangre,
grávida de Esperanza
                   y violada!

Quiero abrazarte, América,
por tu cintura ardiente.
¡Centroamérica nuestra!


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