domingo, 13 de diciembre de 2015

San Auberto de Cambrai - Beato Juan Marinoni - Beato Antonio Grassi - Santos Pedro Cho Hwa-so y cinco compañeros 13122015

San Auberto de Cambrai

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San Auberto de Cambrai, obispo
Existe una biografía de san Auberto, escrita a principios del siglo XII. Algunos autores la atribuyen a san Fulberto de Chartres, pero eso con stituye probablemente un error. Por otra parte, dicha biografía da tan pocos datos, que las cuatro páginas que Alban Butler consagra a san Auberto se reducen a generalidades o a datos históricos que nada tienen que ver con el tema. Lo primero que sabemos sobre el santo es que fue elegido obispo de Cambrai el año 633 o más tarde. El año 650,san Gisleno, que era entonces un ermitaño desconocido, empezó a fundar un monasterio cerca de Mons. No faltaron quienes quisiesen indisponerle con san Auberto; pero éste se negó a emitir un juicio sin oírle y, el resultado de la entrevista fue que san Auberto apoyó la empresa y consagró la iglesia construida por san Gisleno. Entre los que se preparaban para el sacerdocio en Cambrai, había un joven llamado Landelino, que escapó y llevó una vida licenciosa. Al cabo de algún tiempo, se arrepintió de su locura. San Auberto supo tratar el caso con tal habilidad, que Landelino se hizo monje, fundó varios monasterios y su nombre figura en el Martirologio Romano. San Auberto ayudó a abrazar la vida religiosa a varios distinguidos personajes de la época, como san Vicente Madelgario y su familia y Santa Amalburga, la madre de Santa Gúdula. Más seguro es el dato de que san Auberto asistió a la traslación de las reliquias de san Fursey a Peronne; San Eligio llevó a cabo dicha traslación hacia el año 650. San Auberto fue sepultado en la iglesia de San Pedro de Cambrai, que más tarde se transformó en una abadía de canónigos regulares y tomó el nombre del santo.

Ghesquiére publicó íntegra la biografía que se atribuye erróneamente a Fulberto, en Acta Sanctorum Belgii, vol. III, pp. 529-564. Hay un catálogo de milagros en Analecta Bollandiana, vol. XIX (1900), pp. 198-212. Acerca de la confusión entre el obispo de Cambrai, Auberto, y el conde de Ostrevant, Audeberto, véase Analecta Bollandiana, vol. II (1933), pp. 99-116.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



Beato Juan Marinoni

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Beato Juan Marinoni, religioso presbítero
En Nápoles, de la Campania, beato Juan (Francisco) Marinoni, presbítero de la Orden de Clérigos Regulares, o Teatinos, el cual, junto con san Cayetano, se entregó a la reforma del clero y a la salvación de las almas, e instituyó un Monte de Piedad para ayudar a los pobres.
Francisco Marinoni fue el tercero y último de los hijos de una distinguida familia de Bérgamo, nacido en Venecia en 1490. Al abrazar el estado eclesiástico, formó parte del clero de la iglesia de San Pantaleón. Después de su ordenación sacerdotal, fue primero capellán y luego superior del hospital de incurables de Venecia. Más tarde, se le nombró canónigo de la iglesia de San Marcos, donde fue la edificación de sus colegas y de toda la ciudad. Deseoso de servir a Dios más intensamente, Francisco renunció a su beneficio y, en 1528, ingresó en la congregación de clérigos regulares, conocidos con el nombre de teatinos. A los cuarenta años de edad, hizo la profesión en presencia de san Cayetano y de Mons. Caraffa -más tarde Pablo IV, papa-, fundadores de la congregación, y entonces cambió su nombre por el de Juan.

Cuando san Cayetano partió de Venecia a Nápoles a fundar allí otro convento de teatinos, el P. Marinoni le acompañó. En Nápoles predicó la palabra de Dios con admirable sencillez y fruto de las almas. Varias veces fue elegido superior de la comunidad y supo mantener en ella el espíritu apostólico de caridad y celo en toda su perfección. Tanto con sus oraciones como con sus exhortaciones en el púlpito y en el confesonario, fue instrumento de salvación para muchas almas. Cuando san Cayetano volvió a Nápoles en 1543, el beato Juan fue su brazo derecho en la fundación de montes de piedad en favor de los pobres. El P. Marinoni se negó a aceptar el gobierno de la sede de Nápoles. Allí murió el 13 de diciembre de 1562, asistido por san Andrés Avelino, quien escribió una semblanza biográfica de su antiguo maestro de novicios.

Véase la biografía de J. L. Bianchi, Ragguaglio della vita del B. Giovanni Marinoni, (1763). Existe también una semblanza biográfica de J. Silos, que fue reeditada en 1762 con miras a la beatificación.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI




Beato Antonio Grassi

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Beato Antonio Grassi, religioso presbítero
En Fermo, del Piceno, en Italia, beato Antonio Grassi, presbítero de la Congregación del Oratorio, varón humilde y pacífico, que con su ejemplo impulsó a los hermanos a observar la Regla.
Vicente Grassi, padre de nuestro beato, que nació en Fermo, de las Marcas, en Italia, era un caballero de vida piadosa, muy devoto de Nuestra Señora de Loreto. Cuando murió, en 1602, su hijo Antonio tenía diez años. El niño había heredado la piedad de su padre y supo transformarla en santidad. Durante sus estudios primarios, solía ir a la iglesia de los oratorianos. Allí conoció al P. Flaminio Ricci, discípulo personal de san Felipe Neri, quien descubrió la vocación de Antonio y le alentó a seguirla. Así pues, a pesar de que su madre se oponía un tanto, Antonio ingresó en la comunidad del Oratorio a los diecisiete años. Como se había distinguido en los estudios, sus compañeros le consideraban como un «diccionario ambulante». Pronto, los conocimientos escriturísticos y teológicos del joven igualaron los que ya poseía en materia de literatura clásica y filosófica. El Oratorio de Fermo, el tercero que fundó en vida san Felipe Neri, formó en su ambiente lleno de gracia al beato Antonio. Durante varios años, se vio atormentado de escrúpulos, pero quedó perfectamente en paz desde el momento en que celebró su primera misa y, a partir de entonces, la serenidad fue una de sus principales característcias. El P. Mazziotti, S.J., dijo de él: «Jamás le vi salirse de sus casillas», y el cardenal Facchinetti de Espoleto dio un testimonio semejante.

En 1621, a los veintinueve años de edad, cuando llevaba ya varios de ser sacerdote, tuvo lugar un acontecimiento que dejó una huella indeleble en la vida del P. Grassi. La cicatriz corporal que le quedó fue muy leve, pero la impresión espiritual muy honda. En efecto, se hallaba el beato orando en la iglesia de la Santa Casa de Loreto, cuando un rayo cayó sobre él. El suceso es tan extraordinario que vale la pena citar el relato del santo:
«Sentí un sacudimiento y me encontré como fuera de mí mismo. Me parecía que mi alma estaba separada de mi cuerpo y que estaba yo desvanecido ... Después, oí un gran estruendo, como el de un rayo. Abrí los ojos y vi que había rodado escaleras abajo. En el piso había fragmentos de piedra, y el sitio estaba invadido por un humo tan espeso que parecía niebla. Al principio creí que se había derrumbado el techo; pero, cuando levanté los ojos, vi que estaba intacto. Después, me di cuenta de que me faltaba un trozo de piel en un dedo, y me acordé de que había oído decir que un sacerdote de Camerino había muerto fulminado por un rayo y que la única herida que había sufrido era el levantamiento de la piel de la mano. Por eso, al ver mi dedo, pensé que iba a morir. La idea me pareció tanto más verosímil cuanto que tenía una sensación de calor intenso en el costado. Traté de mover las piernas, pero habían perdido la sensibilidad. Me dio miedo pensar que aquel calor ardiente me iba a llegar al corazón y me iba a matar. Estaba indefenso, tirado sobre la escalera, sin poder moverme. Pensé, ya que no moriría en el Oratorio, que tenía por lo menos la dicha de morir en un santuario de la Madre de Dios. Entonces, alguien se me acercó, y yo le dije que no podía moverme. Él fue a pedir auxilio. Trajeron una silla, me sentaron, y nuevamente perdí el conocimiento. Pero me daba cuenta de que mi cabeza, mis brazos y mis pies colgaban como guiñapos y de que tenía entorpecida la vista y el habla, pero conservaba el oído. Alguien empezó a sugerirme los santos nombres de Jesús y María».

Cuando volvió plenamente en sí, el P. Grassi, que seguía pensando que iba a morir, pidió la extremaunción. El médico aconsejó que se le administrase, pero que antes se le trasladase a su convento.«Entonces comprendí que, en cuanto creemos que la muerte está cerca, nos volvemos indiferentes a todas las cosas del mundo y caemos en la cuenta de su vaciedad ... Después, me dieron un poco de sopa. La noche fue tranquila.» A los pocos días, el P. Grassi estaba completamente restablecido. La ropa interior que llevaba cuando recibió la descarga del rayo, estaba desgarrada; el beato la dejó en el santuario como ex-voto. El mismo cuenta que el choque le curó para siempre de la mala digestión. Pero el efecto más importante fue que, a partir de entonces, comprendió que su vida pertenecía a Dios de una manera especial, de suerte que no se le pasaba día sin darle gracias por haberle preservado y, todos los años hacía una peregrinación a Loreto con la misma intención.

Poco después del suceso, el P. Antonio pidió y obtuvo las facultades para oír confesiones. Dicho ministerio había de ser durante toda su vida una de sus ocupaciones principales. En él se mostraba tan sencillo como en todo lo demás: escuchaba al penitente, le decía unas cuantas palabras de exhortación, le imponía la penitencia y le daba la absolución. Generalmente, no daba consejos ni sugería métodos sino en lo estrictamente relacionado con la confesión. Los testimonios del proceso de beatificación demostraron ampliamente que el beato poseía el don de leer los corazones; ese don no se limitaba a cosas generales, sino que descendía a pormenores para los que no bastaba el conocimiento natural. En 1635, el Beato Antonio fue elegido superior del Oratorio de Fermo. Desempeñó ese cargo con tanto acierto, que sus hermanos le reeligieron cada tres años, hasta el fin de su vida. Solía decir que, cuando se trataba de dar informes sobre una persona, no había que atender a un solo rasgo ni a una sola acción, sino al conjunto, y que generalmente el conjunto era bueno. Naturalmente, con ideas tan amplias, era un superior muy bondadoso. En cierta ocasión en que alguien le preguntó por qué no gobernaba con mayor severidad, él replicó: «No sé cómo hacerlo. ¿Habrá que hacer esto?», y al decirlo tomaba una actitud de pomposa severidad. El P. Antonio no practicaba penitencias corporales extraordinarias, ni las aconsejaba a nadie. Cuando un curioso le preguntó si llevaba bajo la sotana una camisa de pelo, el beato respondió que no, porque había aprendido de san Felipe Neri que conviene comenzar por la mortificación espiritual. A este propósito, decía: «La humillación del espíritu y de la voluntad es más eficaz que una camisa de pelo bajo la ropa».

Esto no significa que fuese negligente; muy al contrario, insistía en que sus súbditos observasen a la letra las reglas del Oratorio y supo mantener en su comunidad un nivel muy alto de observancia, valiéndose para ello del ejemplo y la palabra. Cuando tenía que reprender, lo hacía con voz suave y no permitía que nadie hablase en la casa en tono demasiado alto. Cuando alguien lo olvidaba, el beato le decía: «Por favor, padre, basta con unos cuantos centímetros de voz». Esa indicación era suficiente para corregir al culpable. La influencia del P. Antonio se extendía mucho más allá de los muros del Oratorio. El arzobispo de Fermo, Mons. Gualteri, decía que no sabía lo que haría sin él, y los cardenales Facchinetti de Espoleto y Emilio Altieri (más tarde Clemente X), le consultaban frecuentemente acerca de cuestiones espirituales y administrativas. En 1649, el hambre produjo revueltas entre los habitantes de Fermo. El P. Antonio trató de mediar entre el cardenal-gobernador y el pueblo, y estuvo a punto de morir asesinado por la multitud. Siempre se preocupó mucho por el bienestar de sus compatriotas. Jamás hacía visitas de cortesía, pero en cambio estaba pronto a acudir a la casa de los enfermos, de los moribundos y de los necesitados, a cualquier hora del día o de la noche. Con los años, fue aumentando el don de profecía del P. Antonio, quien lo empleaba con frecuencia para consolar o prevenir a quienes iban a consultarle. Ya muy cerca de los ochenta años, el beato empezó a sentir los molestos efectos de la edad; en efecto, tuvo que dejar de predicar, porque había perdido los dientes y no conseguía hacerse entender, y también tuvo que dejar de oír confesiones. Sin embargo, siguió trabajando activamente, sobre todo cuando se trataba de convertir a un pecador. Una caída en la escalera le obligó a permanecer recluido en su cuarto y, en noviembre de 1671, tuvo que guardar cama. Durante la enfermedad, que duró dos semanas, Mons. Gualteri le llevó diariamente la comunión. Uno de los últimos actos del beato fue reconciliar a dos hermanos que estaban peleados a muerte. También devolvió la vista al P. Remigio Leti, por lo menos lo suficiente para que pudiese celebrar el santo sacrificio, cosa que no había podido hacer durante los últimos nueve años. Se atribuyeron muchos milagros al P. Antonio después de su muerte, pero las guerras civiles y otras causas retardaron la beatificación, que no tuvo lugar sino hasta el 1900.

El P. Cristóbal Antici, amigo y discípulo del P. Antonio, escribió su biografía. Poco después de la muerte del beato, se llevó a cabo una encuesta oficial sobre sus virtudes y milagros, gracias a Mons. Gualteri, quien había conocido bien al beato y le tenía en gran estima. Los documentos impresos del proceso de beatificación están a la disposición de los eruditos. Lady Amabel Kerr publicó en 1901 una detallada biografía, titulada A Saint of the Oratory. Véase también E. I. Watkin, Neglected Saints (1955).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Pedro Cho Hwa-so

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Santos Pedro Cho Hwa-so y cinco compañeros, mártires
En el pueblo de Tjyen-Tiyou, en Corea, santos Pedro Cho Hwa-so, padre de familia, y cinco compañeros, mártires, los cuales, tentados por las promesas y tormentos del mandarin para que dejaran la religión cristiana, resistieron hasta sufrir la decapitación. Sus nombres son: san Pedro Yi Myong-so y Bartolomé Chong Mun-ho, padres de familia; Pedro Son Son-ji, padre de familia y catequista; José Pedro Han Chaekwon, que fue catequista; y Pedro Chong Won-ji, adolescente.
Estos seis mártires coreanos confesaron intrépidamente su fe, fueron lisonjeados con la vida y la libertad y otras ventajas si apostataban, fueron atormentados al negarse a hacerlo y finalmente fueron decapitados en Tiyen-Tiyou el 13 de diciembre de 1866. Fueron canonizados el 6 de mayo de 1984 en Seúl por el papa Juan Pablo II. Estos son sus datos personales:

Pedro Cho Hwa-so nace en la provincia coreana de Kyonggi el año 1815 hijo de Andrés Cho, que moriría mártir en 1839. Llegado a la edad adulta, ayudó primero al sacerdote Tomás Choe Yang-Op, pero luego se estableció en Songju Dong, donde vivían muchos cristianos, y con ellos formó una comunidad. Contrajo matrimonio con Magdalena Han, una piadosa cristiana, y tuvo con ella un hijo, San José Cho Yun-Ho, que también moriría mártir, pero ella murió pronto y Pedro perseveró en su soledad un tiempo pero luego, aconsejado por los fieles, volvió a casarse con otra cristiana, Susana Kim. Su trabajo catequístico era muy fructífero. Pero llegó la persecución y el 5 de diciembre de 1866 fue arrestado. Le pidió a su hijo que se escapara pero el hijo se negó a hacerlo. Se negó a revelar los nombres de los demás fieles y por ello él y su hijo sufrieron todo tipo de malos tratamientos e insultos. Lo tuvieron en una tienda detenido mientras arrestaban a los demás mártires, y animó a su hijo para que perseverara en la fe pese a todas las amenazas. Llevado a la cárcel, consoló a los demás presos y dedicó el resto de su tiempo a la oración, soportando las torturas con el pensamiento puesto en los dolores de Cristo en su pasión. Finalmente fue condenado a muerte. Ante la muerte conservó su rostro sereno, se santiguó y ofreció su cuello al verdugo, que, extrañado de su paz, le preguntó si estaba loco. A lo que respondió el mártir que si él fuera creyente abordaría la muerte de la misma manera.

Pedro Yi Myong-so había nacido en 1821 en la provincia de Chungchong en una familia católica. En una de las persecuciones perdió todas sus propiedades y a punto estuvo de perder la vida. Debió entonces dejar su pueblo y su familia e irse a vivir a otra zona, terminando por establecerse en Songji Dong, donde abundaban los católicos. Logró recuperar su buen estado económico y hacerse granjero, viviendo confortablemente y llegando a conocer a sus nietos. Piadoso, caritativo y honesto, se granjeó el aprecio de todos. Colaboraba con gran celo en la obra evangelizadora y afirmaba que había que hacerse fuerte ante la perspectiva del martirio. Estaba enfermo y tenía pocas fuerzas físicas. Era muy amigo de San Pedro Cho Hwa-So, y se animaban mutuamente en el camino de la fe. La policía le propuso una noche que huyera. Él cayó en la trampa y preparó todo para huir, pero la policía que le esperaba le arrestó. Manifestó su fe y su perseverancia con gran energía y fue torturado hasta perder el conocimiento, pero ni apostató ni reveló los nombres de los otros cristianos.

Bartolomé Chong Mun-ho había nacido en Imchom, provincia de Chungchong, en 1802. Fue jefe de su pueblo y participó en el gobierno de la provincia antes de ser cristiano, pero conoció el cristianismo y se bautizó. Por ser cristiano la gente de su pueblo lo rodeó de hostilidad hasta el punto de decidir él cambiar de vecindad e irse a vivir a Shinügol. Culto, distinguido, delicado de trato, no hacía distinción entre católicos y paganos a la hora de darles a todos un trato igualitario, afectuoso y correcto. Mucha gente le consultaba sus cosas e incluso gentes de otros pueblos venían a hablar con él. En su trato con la gente él de forma prudente y sin imposiciones dejaba caer la semilla de la palabra de Dios. Cuando alguien se mostraba interesado, él le transmitía con mucho amor la doctrina cristiana. Una noche fue arrestado, junto con otros creyentes, estando él mal de salud. Enviado al día siguiente a Chonju, fue interrogado y a causa de su debilidad estuvo a punto de sucumbir pero su amigo lo sostuvo. Aguantó las torturas y no apostató. Se le ofrecieron ventajas y puestos, pero conservó hasta su ejecución una conducta ejemplar y un ánimo sereno ante el verdugo.

Pedro Son Son-ji había nacido en Koindol en Imchom, provincia de Chungchong. Cuando la persecución de 1839 dejó su pueblo y se fue a vivir en Shinügol. Había nacido en una familia distinguida, educado cristianamente y bautizado en la adolescencia. Muy erudito en doctrina cristiana, era muy estimado en la comunidad católica y se le confió el encargo de catequista, gozando de la confianza del santo padre Chastan. Casado y con dos hijos, era un padre ejemplar, y en la calle y en la casa era manso, amable y afectuoso. No solamente trabajó en un pueblo sino en varios más como evangelizador. Avisado de que volvía la persecución, no perdió la calma, y fue arrestado por la policía. Perseveró en la fe, y así se lo dijo también la policía a su madre, que intercedía por él. Enviado a Chonju e interrogado, confesó la fe y aguantó las torturas en las que le fue fracturado un brazo. Llegado al lugar de la ejecución, regaló sus ropas a los verdugos y exclamó: «Oh Señor, gracias por darme una tan gran bendición». Miró al cielo. Invocó a Jesús y a María y de dos tajos fue decapitado.

José Pedro Han Chaekwon nace en 1836 en Chinjam, provincia de Chungchong, hijo de una católica, pero siendo pagano el resto de su familia. Al tiempo de su martirio se ganaba la vida como empleado de la administración en la ciudad de Chongyang. Era amable, servicial y bondadoso. Casado y con hijos, se portaba en todo como un verdadero cristiano, muy activo en la comunidad, de la que era catequista. Propagó el evangelio por los pueblos de la cercanía. Tenía mucha caridad con los pobres, al extremo de darle a uno de ellos su abrigo en invierno y pasar él mucho frío. Se llevaba magníficamente con su esposa, unidos ambos en el amor y la fe religiosa. Arrestado el 3 de diciembre de 1866, se le ofreció la libertad si apostataba, y su padre hizo cuanto pudo por que apostatara y salvara su vida. La tenaz insistencia de su padre no consiguió nada de él ni las torturas tampoco. Su propia familia le escribió que estaba en peligro de muerte por causa de él, pero no por ello apostató sino que afrontó con valentía la muerte por Cristo a los 30 años de edad.

Pedro Chong Won-ji había nacido en Chinjam, provincia de Chungchong, en 1846, en una familia cristiana. Su padre al poco murió mártir y su madre murió cuando él era niño, de modo que muy pronto se vio solo, y anduvo de un sitio a otro. Por fin recaló en Songji Dong en Chonju. Era un chico creyente, bueno, respetuoso y trabajador. San Pedro Cho Hwa-So lo recogió en su casa, y se hizo muy amigo del hijo de su bienhechor, Yun-ho, que era casi de su misma edad. Contrajo matrimonio con una chica católica y con ella rezaba cada día las oraciones. Trataba a San Pedro Cho Hwa-So como a un verdadero padre. Con su hermano mayor trabajaba en una granja. Cuando se empezó a hablar de que iba a haber una nueva persecución, él le dijo a su esposa que estaba dispuesto a ser mártir. Cuando la policía irrumpió en la casa y arresto a San Pedro Cho Hwa-So, él huyó las montañas pero al día siguiente volvió. Lo encontró la policía y cuando ésta le preguntó si era católico dijo que no, pero aún así fue arrestado y llevado a la calle principal donde estaban los otros cristianos arrestados. Volvieron a preguntarle si era católico y él, pensando en su joven esposa, volvió a decir que no. Pero Pedro Cho Hwa-So le animó a que confesara su fe y entonces el joven dijo claramente a la policía que él sí era católico. A la policía le dio lástima de su juventud y le dijeron que siguiera negando su fe y sería libre pero él estaba ya decidido a seguir confesando la fe. Llevado a Chonju con los demás, volvió a titubear y otros se sintieron también en duda, pero San Pedro Cho Hwa-So los consoló y animó y juntos pidieron fuerza al Señor. Ante el magistrado recordó que era hijo de un mártir y confesó la fe. Pidió que no le atormentaran más sino que lo mataran ya. Fue decapitado con los demás mártires.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003

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