can.: Conf. Culto: León XIII 4 jun 1895
país: Italia - †: 1367
país: Italia - †: 1367
En Perugia, de la
Umbría, beato Jacobo de Cerqueto, presbítero de la Orden de Ermitaños de San
Agustín, que ofreció un sereno ejemplo al asumir con alegría la enfermedad que
le aquejaba.
Beata Clara Gambacorti, abadesa
fecha: 17 de abril
n.: 1362 - †: 1419 - país: Italia
otras formas del nombre: Clara de Pisa, Clara Gambacorta
canonización: Conf. Culto: Pío VIII 1830
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1362 - †: 1419 - país: Italia
otras formas del nombre: Clara de Pisa, Clara Gambacorta
canonización: Conf. Culto: Pío VIII 1830
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Pisa, de la Toscana, beata Clara
Gambacorti, que, al perder aún muy joven a su esposo, aconsejada por santa
Catalina de Siena fundó el monasterio de santo Domingo bajo una austera Regla,
dirigió con prudencia y caridad a las hermanas, y se distinguió por haber
perdonado al asesino de su padre y de sus hermanos.
refieren a este santo: Beata María
Mancini, Beato Pedro
Gambacorta

La beata Clara era hija de Pedro
Gambacorta, quien llegó a ser prácticamente el amo de la República de Pisa.
Clara nació en 1362; su hermano, el beato Pedro de
Pisa (17 de junio), era siete años mayor que ella. Pensando
en el futuro de su hijita, a la que la familia llamaba Dora, apócope de
Teodora, su padre la comprometió a casarse con Simón de Massa, que era un rico
heredero, aunque la niña sólo tenía siete años. No obstante su corta edad, Dora
solía quitarse, durante la misa, el anillo de esponsales y murmuraba: «Señor,
Tú sabes que el único amor que yo quiero es el tuyo». Cuando sus padres la
enviaron, a los doce años de edad, a la casa de su esposo, ya había empezado la
joven su vida de mortificación. Su suegra se mostró amable con ella; pero,
cuando advirtió que era demasiado generosa con los pobres, le prohibió la
entrada en la despensa de la casa. Deseosa de practicar de algún modo la
caridad, Dora se unió a un grupo de señoras que asistían a los enfermos y tomó
a su cargo a una pobre mujer cancerosa. La vida de matrimonio de Dora duró muy
poco tiempo; tanto ella como su esposo fueron víctimas de una epidemia, en la
que su marido perdió la vida. Como la beata era todavía muy joven, sus
parientes intentaron casarla de nuevo, pero ella se opuso con toda la energía
de sus quince años. Una carta de santa Catalina
de Siena, a quien había conocido en Pisa, la animó en su
resolución.
Dora se cortó los cabellos y distribuyó
entre los pobres sus ricos vestidos, cosa que provocó la indignación de su
suegra y de sus cuñadas. Después, con la ayuda de una de sus criadas, se las
arregló para tramitar en secreto su entrada en la Orden de las Clarisas Pobres.
Cuando todo estuvo a punto, huyó de su casa al convento, donde recibió
inmediatamente el hábito y tomó el nombre de Clara. Al día siguiente, sus
hermanos se presentaron en el convento a buscarla; las religiosas, muy asustadas,
la descolgaron por el muro hasta los brazos de sus hermanos, los cuales la
condujeron a su casa. Allí estuvo Clara prisionera durante seis meses, pero ni
el hambre, ni las amenazas consiguieron hacerla cambiar de resolución.
Finalmente, Pedro Gambacorta se dio por vencido y no sólo permitió a su hija
ingresar en el convento dominicano de la Santa Cruz, sino que prometió
construir un nuevo convento. Allí conoció Clara aMaría Mancini,
que era también viuda e iba a alcanzar un día el honor de los altares. Los
escritos de Santa Catalina de Siena ejercieron profunda influencia en las dos
religiosas, las cuales, en el nuevo convento, fundado por Gambacorta en 1382,
consiguieron establecer la regla en todo el fervor de la primitiva observancia.
La beata Clara fue primero subpriora y luego priora del convento, del que
partieron en lo sucesivo muchas de las santas religiosas destinadas a difundir
el movimiento de reforma en otras ciudades de Italia. Hasta el día de hoy, se
llama en Italia a las religiosas de clausura de Santo Domingo «las Hermanas de
Pisa». En el convento de la beata reinaban la oración, el trabajo manual y el
estudio. El director espiritual de Clara solía repetir a las religiosas: «No
olvidéis nunca que en nuestra orden hay muy pocos santos que no hayan sido
también sabios».
Clara tuvo que hacer frente, durante toda
su vida, a las dificultades económicas, pues el convento exigía constantemente
alteraciones y nuevos edificios. A pesar de ello, en una ocasión en que llegó a
sus manos una cuantiosa suma que hubiese podido emplear en el convento,
prefirió regalarla para la fundación de un hospital. Pero las virtudes en que
más se distinguió fueron, sin duda, el sentido del deber y el espíritu de
perdón, que practicó en grado heroico. Giacomo Appiano, a quien Gambacorta
había ayudado siempre y en quien había puesto toda su confianza, le asesinó a
traición, cuando éste se esforzaba por mantener la paz en la ciudad. Dos de sus
hijos murieron también a manos de los partidarios del traidor. Otro de los
hermanos de Clara, que consiguió escapar, llegó a pedir refugio en el convento
de la beata, seguido de cerca por el enemigo; pero Clara, consciente de que su
primer deber consistía en proteger a sus hijas contra la turba, se negó a
introducirle en la clausura. Su hermano murió asesinado frente a la puerta del
convento, y la impresión hizo que Clara enfermase gravemente. Sin embargo, la
beata perdonó tan de corazón a Appiano, que le pidió que le enviase un plato de
su mesa para sellar el perdón, compartiendo su comida. Años más tarde, cuando
la viuda y las hijas de Appiano se hallaban en la miseria, Clara las recibió en
el convento.
La beata sufrió mucho hacia el fin de su
vida. Recostada en su lecho de muerte, con los brazos extendidos, murmuraba:
«Jesús mío, heme aquí en la cruz». Poco antes de morir, una radiante sonrisa
iluminó su rostro, y la beata bendijo a sus hijas presentes y ausentes. Tenía,
al morir, cincuenta y siete años; era el 17 de abril de 1429. Su culto fue
confirmado en 1830.
Una religiosa, contemporánea de la beata,
escribió su biografía en italiano; en Acta Sanctorum, abril, vol. II, se halla
traducida al latín. También se han publicado algunas de las cartas de Clara.
Ver M. C. Ganay, Les Bienheureuses Dominicaines (1913), pp. 193- 238; y
Procter, Lives of the Dominican Saints, pp. 96-100. La biografía más completa
es la de Taurisano, Catalogus hagiographicus O.P., p. 34.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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