San Aunacario de Auxerre, obispo
fecha: 25 de septiembre
†: 605 - país: Francia
otras formas del nombre: Anacario, Aunario
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 605 - país: Francia
otras formas del nombre: Anacario, Aunario
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Auxerre, de Neustria, san
Aunacario o Anacario, obispo, durante cuyo episcopado se concluyó el llamado
Martirologio Jeronimiano.
Aunario vino al mundo en el seno de una
familia perteneciente a la casa de Orleáns que se distinguió tanto por su
nobleza como por su virtud. Una hermana suya, santa Austregilda, fue la madre
de san Lupo de Sens.
Aunario pasó su juventud en una corte real, pero renunció a las pompas del
mundo y se puso bajo la dirección espiritual de san Siagrio
obispo de Autun. Éste fue quien lo ordenó sacerdote y, en 561,
fue elegido para presidir la sede de Auxerre. San Aunario fue uno de los
obispos más influyentes y respetados de su tiempo en Francia, tanto en los
círculos civiles como en los religiosos, pero su máxima actividad la desarrolló
en el terreno de la disciplina eclesiástica. Estuvo presente en el sínodo de
París que presidió san Germán en
el año de 573, así como en las dos asambleas de Macon, en 583 y 585, de donde
surgió el decreto que prohibía a los clérigos citarse entre sí para comparecer
ante los tribunales civiles y otra legislación que estableció el derecho de los
obispos para intervenir en favor de las viudas, los huérfanos y los esclavos
liberados. En aquellos sínodos se reforzaron los decretos para la observancia
del domingo y el pago de los diezmos.
Celoso en el establecimiento de la
disciplina en su propia diócesis, infatigable en la vigilancia sobre la moral pública
y ansioso por instruir a su pueblo en todo lo concerniente a su vida cristiana,
Aunario convocó particularmente dos sínodos en Auxerre para aplicar las
mencionadas legislaciones en su propia iglesia. En la primera de aquellas
asambleas fueron decretados cuarenta y cinco cánones, muchos de los cuales
abordaban de manera interesante y nueva los hábitos y costumbres del lugar y la
época, cuando los resabios de las supersticiones del paganismo y los abusos en
las prácticas del cristianismo, no habían alcanzado todavía la inofensiva
respetabilidad de «vestigios folklóricos». Por ejemplo, se prohibió a las
gentes utilizar los recintos de las iglesias para la danza y el canto de trovas
y romancillos profanos o cualquier otro entretenimiento ajeno a las prácticas
de la religión; asimismo se les prohibió disfrazarse con pieles de ciervo o de
becerro el día del Año Nuevo, intercambiar «regalos malignos», hacer votos o
juramentos ante hierbajos, árboles, pozos o fuentes «sagrados», practicar las
artes de la magia o reunirse en casas particulares para celebrar las vigilias
de las fiestas solemnes. Para edificación y aliento de los fieles, san Aunario
mandó escribir las biografías de sus dos distinguidos predecesores en la sede
de Auxerre, san Amado y san Germán y, con el fin de llevar con más orden y
concierto los servicios de su iglesia, aumentó considerablemente los ingresos
de su sede. Los miembros del clero secular y los monjes fueron obligados a
asistir a los oficios divinos diariamente, y cada iglesia y monasterio, por
turno, debía entonar con toda solemnidad las letanías e intercesiones, durante
un día cada mes. San Aunario murió el 25 de septiembre del año 605.
Hay dos breves biografías impresas en el
Acta Sanctorum, sept. vol. VII, con los acostumbrados prolegómenos. Ver Les
Saints d'Orléans de Cochard, pp. 435-437. Cf. R. Louis, en Antessiodorum
Christianum (1952) y su Saint Germain d'Auxerre et son temps (1948) , pp. 39 y
ss.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_348
San Sergio de Radonez, abad
fecha: 25 de septiembre
n.: c. 1314 - †: 1392 - país: Rusia
canonización: Conf. Culto: Pío XII 1940
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 1314 - †: 1392 - país: Rusia
canonización: Conf. Culto: Pío XII 1940
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En el monasterio de la Santísima Trinidad, en la región de Moscú, en
Rusia, san Sergio de Radonez, quien, elegido como hegúmeno o abad, propagó la
vida eremítica y cenobítica que él había practicado primero, y además, como
hombre de carácter afable, fue consejero de príncipes y consolador de fieles
cristianos.
refieren a este santo: San Esteban de
Perm, Santos Rodrigo y
Salomón

En 1940, la Santa Sede autorizó un
calendario litúrgico para uso de los pocos católicos rusos, que incluía, entre
diversas modificaciones eslavas al calendario bizantino, las festividades de
unos treinta santos rusos, de los cuales veintiuno no habían figurado hasta
entonces en ninguno de los calendarios utilizados actualmente por los
católicos. Todos estos bienaventurados vivieron en épocas posteriores al año
1054, cuando se produjo el rompimiento entre Roma y Constantinopla. El hecho de
que hayan sido admitidos en los calendarios católicos, es un ejemplo más del
deseo de unidad por parte de la Santa Sede y de su criterio en el sentido de
que la separación de la Iglesia ortodoxa de Oriente no se consumó enteramente,
sino mucho tiempo después de la excomunión de Cerulario, el patriarca de
Constantinopla (en 1054) y, de todas maneras, la separación se completó
gradualmente, en diferentes sitios y en fechas muy distintas. Como ha observado
el padre Cirilo Korolevsky (en Eastern Churches Quarterly, julio, 1946, p.
394), si la elección de esos santos «se fundó en un juicio imparcial, no puede
excluirse la posibilidad de que aún sean admitidos otros santos rusos, a medida
que se progrese en el estudio de la hagiografía eslava». De acuerdo con el
padre Korolevsky, estas selecciones no se relacionan de ninguna manera, directa
o indirecta, con la canonización. «Cuando una Iglesia oriental disidente
reingresa a la Iglesia católica, lleva consigo todos sus ritos, su liturgia y,
por supuesto, su menología o calendario litúrgico. Unicamente lo que vaya
contra la fe, en cualquier forma, queda excluido, pero no por ello deben
necesariamente eliminarse o aceptarse algunas normas de moral y de los aspectos
históricos y hagiográficos, de manera que la inclusión o exclusión de ciertos
santos en un calendario católico, es un asunto que puede y debe discutirse, lo
mismo que el de la situación de otros posibles bienaventurados cuya santidad
debe examinarse de acuerdo con el desarrollo de los estudios hagiográficos».
Estas teorías, por supuesto, son ciertas; sin embargo, desde el punto de vista
de las actuales prácticas de la Iglesia y de acuerdo con los cánones, el caso
podría ser un equivalente de la canonización o una confirmación de culto.
Entre estos veintiún santos rusos, el más
conocido e importante es sin lugar a dudas, el monje san Sergio de Radonezh. En
los primeros tiempos, los grandes centros del monasticismo ruso se encontraban
en las ciudades o cerca de ellas, pero las invasiones de los tártaros en el
siglo trece, que acabaron con la civilización urbana en la región sur del país,
desquiciaron también, naturalmente, a los monasterios y su funcionamiento.
Muchos de ellos se mantuvieron en existencia, pero su actividad se debilitó y
degeneró, y los monjes que verdaderamente buscaban una vida más perfecta,
comenzaron a emigrar de los monasterios a la campiña, sobre todo a las vastas
soledades de los bosques del norte. A aquellos ermitaños rurales se les llamó
pustiniky, es decir, hombres de los bosques. A san Sergio de Radonezh se le
considera como el iniciador de aquel movimiento. En realidad, la emigración de
los monjes del sur, no fue más que la primera etapa de un movimiento general
que se realizó simultáneamente en varios lugares y dio origen a gran número de
nuevos centros de vida monástica. Pero como quiera que haya sido, san Sergio
descolló como el personaje más distinguido de aquel período, y muchos le
consideran como la figura más brillante en el santoral ruso. Y no sólo fue un
buen monje, sino también un magnífico civilizador. La imposición de la
soberanía de los tártaros y las continuas oleadas de invasiones, matanzas y
saqueos (que se prolongaron durante un siglo, a partir de 1237) hundieron al
pueblo ruso en las profundidades de la miseria y la desmoralización. En aquel
caos, un solo hombre, san Sergio, con las únicas armas de su influencia y su
ejemplo, logró algo magnífico: unificar al pueblo ante el opresor, restablecer
su respeto propio y su confianza en Dios. El historiador Kluchevsky admite
decididamente que los rusos deben su liberación a la educación moral y a la
influencia espiritual de Sergio de Radonezh.
Alrededor del año de 1315 vino al mundo
este santo en el seno de una noble familia que residía cerca de Rostov, y en la
pila bautismal recibió el nombre de Bartolomé. Entre los tres hijos varones del
matrimonio, Bartolomé parecía el menos inteligente y continuamente se le echaba
en cara su lentitud para aprender, lo cual le hacía sufrir mucho de manera que,
cierto día en que paseaba por el campo y se encontró con un monje que mantuvo
una larga charla con él, le propuso que le enseñara a leer y escribir, con el
propósito especial de estudiar la Biblia. Según nos dicen los cronistas y los
biógrafos, el monje le dio al niño a comer un trozo de pan con sabor dulzón y,
desde aquel momento, Bartolomé pudo leer y escribir como una persona adulta y
mucho mejor que sus hermanos. Por aquel entonces, comenzaba a formarse y crecer
el principado de Moscú. Una de las primeras consecuencias de aquel crecimiento
fue la destrucción del poder y la influencia de Rostov; entre las víctimas de
esa política estuvieron los padres de Bartolomé, Cirilo y María. Aún no salía
de la infancia, cuando el resto de la familia tuvo que huir hasta encontrar refugio
en la pequeña aldea de Radonezh, ciento ochenta kilómetros al noroeste de
Moscú, donde los arruinados aristócratas de Rostov, tuvieron que vivir de su
trabajo, como campesinos. Así entró Bartolomé en su juventud y, al ver que sus
obligaciones se limitaban a cuidar de sí mismo, puesto que sus hermanos se
bastaban solos y ya no tenía padres, decidió realizar el proyecto, largamente
acariciado, de vivir en la soledad. En 1335, abandonó su casa en compañía de su
hermano Esteban, que acababa de quedar viudo.
El lugar que eligieron para construir sus
ermitas, era un prado llamado Makovka, en un claro del bosque, a varios
kilómetros de distancia de cualquier sitio habitado. Ahí edificaron una cabaña
y una capilla con troncos de árboles y, a solicitud de los hermanos, el
metropolitano de Kiev envió un sacerdote para que bendijera la pequeña iglesia
y la dedicara a la Santísima Trinidad, una advocación que era muy rara en la
Rusia de aquel entonces. Poco tiempo después, Esteban se fue a vivir en un
monasterio de Moscú y, durante años, el solitario Bartolomé desapareció de la
vista de los hombres. Sus biógrafos se refieren a aquel período desconocido y
nos hablan de terribles asaltos del demonio victoriosamente rechazados, de
ataques de fieras salvajes y hambrientas que fueron domesticadas con un signo,
de privaciones sin cuento y trabajo agotador, de noches enteras de plegaria y
de un constante progreso en el camino de la santidad. Todo lo que se cuenta de
aquella época, recuerda demaisado las experiencias de los primeros padres del
desierto. Sólo que hay una diferencia muy importante: nosotros, en el
Occidente, asociamos las penurias de la vida eremítica con san Antonio y los
santos de Egipto y Siria y, pensamos en seguida en las extensiones de arena, en
las rocas desnudas, el calor sofocante y la falta de agua. Para Bartolomé o
Sergio -como le llamaremos de ahora en adelante, ya que cierto abad que le
visitó en su ermita, le impuso la tonsura y ese nombre-, las penalidades eran
de un tipo muy distinto: el hielo, la nieve, las tempestades, las lluvias
torrenciales y las manadas de lobos hambrientos. La actitud de todos estos
ermitaños ante la naturaleza salvaje se ha vinculado con la de san Francisco de
Asís. Así como Pablo de Obnorsk se hizo amigo de las aves, Sergio domesticó a
los osos y llamaba «hermanos» al fuego y a la luz. Pero en lo físico, había una
enorme diferencia entre la figura de san Francisco y la de san Sergio, quien,
según se advierte en sus representaciones más antiguas, era un hombrazo alto y
fornido, de luenga barba y gesto rudo, como cualquier campesino ruso.
Como ha sucedido con muchos otros
personajes similares, llegó el momento en que la reputación de santidad del
ermitaño de Makovka se extendió por todas partes y comenzaron a reunirse los
discípulos en torno suyo. Cada uno construyó su propia choza, y así nació el
monasterio de la Santísima Trinidad. Cuando fueron doce, y tras muchos ruegos,
incluso los del obispo de la ciudad más próxima, Sergio accedió a ser el abad
que gobernase a aquella comunidad. Recibió las órdenes sacerdotales en
Pereyaslav Zalesky y ahí mismo ofició su primera misa. «Hermanos -dijo durante
su sermón, resumiendo un capítulo entero de la Regla de san Benito-, orad por
mí. Soy un hombre ignorante y, si he recibido de lo alto el talento para ser
sacerdote y abad, debo rendir cuenta cabal de él y del rebaño que me ha sido
confiado». El monasterio floreció rápidamente, no tanto en bienes temporales
como en los espirituales. Entre sus primeros reclutas figuró el archimandrita de
un monasterio de Smolensk. El claro del bosque fue ampliado; en torno a las
cabañas y la iglesia se construyeron otras casas; surgió una aldea y, no
obstante las protestas de Sergio, se abrió un camino real por donde comenzaron
a llegar los visitantes. En el curso de todas aquellas tareas, el abad tenía
siempre presente que él era el primero entre sus iguales y, en todo momento, ya
fuera en el trabajo o en la iglesia, imponía el ejemplo de su asiduidad.

No tardó en presentarse el problema de
elegir entre las dos formas de vida monástica que se observaban en el Oriente,
para seguirlo en la Santísima Trinidad. Hasta entonces, los monjes habían
observado una norma individual de «ermitaños en comunidad», donde cada uno
tenía su propia cabaña y labraba su propia porción de tierra. Sin embargo, san
Sergio estaba en favor de la vida en común cenobítica y, en 1354, impuso la
deseada reforma, debido en parte a una recomendación en este sentido, por parte
de Filoteas, el patriarca ecuménico de Constantinopla. Por desgracia, aquella
reforma ocasionó trastornos. Algunos de los monjes descontentos con el cambio,
manifestaron sus protestas y, en su movimiento de rebelión, encontraron un jefe
en la persona de Esteban, el hermano de san Sergio, quien había dejado su
monasterio de Moscú para ingresar al de la Santísima Trinidad. El asunto llegó
a mayores: hubo incidentes penosos y discusiones desagradables hasta que,
cierto sábado después de las vísperas, para evitar mayores pendencias con su
hermano, san Sergio partió calladamente de su monasterio, con la intención de
no volver nunca, y fue a instalarse como ermitaño en las riberas del Kerzhach,
no lejos del monasterio de Makrish. No tardaron en seguirle numerosos monjes de
la Trinidad y, así la casa original comenzó a degenerar hasta el extremo de que
el metropolitano Alexis de Moscú envió a dos archimandritas con apremiantes
mensajes a san Sergio para que retornara a hacerse cargo de su puesto de abad.
Al cabo de muchos ruegos, Sergio accedió y, luego de nombrar un abad para su
nuevo establecimiento de Kerzhach, reanudó sus funciones. Su ausencia había
durado cuatro años, y los monjes salieron a recibirle y le tributaron toda
suerte de homenajes, «con tan sincero regocijo, que todos le besaron las manos,
muchos se postraron en tierra para besarle los pies y otros besaron sus
vestiduras».
Como había ocurrido con san Bernardo de
Claraval dos siglos antes y con muchos otros santos monjes de Oriente y de
Occidente, antes y después, acudieron a consultar a san Sergio los más
encumbrados personajes de la Iglesia y del Estado. Con frecuencia se le
confiaron misiones para gestionar la paz o para que fungiera como árbitro y, en
más de una ocasión, se hicieron vanos intentos a fin de convencerle a que
aceptara el cargo de primado de la Iglesia de Rusia. Fue por aquel entonces,
entre los años 1367 y 1380, cuando se produjo el gran rompimiento entre Dimitri
Donskoi, príncipe de Moscú, y el khan Mamaí, jefe absoluto de los tártaros.
Dimitri se vio obligado a lanzar un desafío que, si fracasaba, habría de
acarrear a Rusia mayores catástrofes de cuantas había conocido a lo largo de su
historia. Antes de tomar cualquier decisión, el príncipe fue a pedir consejo a
san Sergio. Éste bendijo a Dimitri y le advirtió: «Es vuestro deber, señor,
cuidar del rebaño que Dios ha confiado en vuestras manos. ¡Adelante entonces
contra los herejes y conquistadlos en nombre del poder divino! ¡Dios permita
que tornéis con bien para dar a Él toda la gloria de vuestra hazaña!» De manera
que el príncipe Dimitri partió a la guerra y se llevó consigo a dos monjes de
la Santísima Trinidad que habían sido soldados. Cuando se enteró del enorme
poder de su enemigo, volvió a titubear y se hallaba a punto de devolverse y abandonar
la empresa, cuando llegó un mensaje de san Sergio con estas palabras: «No
temáis, señor. Marchad armado de confianza en vencer la ferocidad del
adversario. Dios estará a vuestro lado». Así, el 8 de septiembre de 1380, se
libró la batalla de Kulikovo que, para Rusia, tuvo el mismo significado que
tuvieron para Europa occidental, las batallas de Tours o de Poitiers. Los
tártaros fueron vencidos y huyeron en desorden. «Y en aquel preciso instante
-dicen las biografías-, el bendito Sergio, al frente de sus hermanos, oraba a
Dios para pedirle la victoria. Y, una hora después de que los herejes habían
sido expulsados del suelo de Rusia, a muchas leguas de distancia, el abad
anunció a los monjes la derrota del enemigo, porque san Sergio era vidente». De
esta manera, san Sergio de Radonezh desempeñó un papel decisivo al iniciarse el
derrumbe del poder de los tártaros en Rusia. Desde entonces, no se le dejó
permanecer en paz en su monasterio y continuamente se requerían sus servicios
para misiones políticas o eclesiásticas; las primeras, sobre todo para
restablecer la paz y la concordia en las rivalidades entre los príncipes rusos;
las segundas, particularmente en relación con la fundación de nuevos
monasterios. Se afirma que sus frecuentes viajes a través de enormes distancias
los realizaba a pie.
Uno de los biógrafos habla en términos
generales de los «muchos milagros incomprensibles» que obró Sergio y sólo se
detiene en algunas de las maravillas, no sin advertir que el propio santo
recomendaba que se guardase silencio respecto a sus poderes sobrenaturales. Sin
embargo, hace un relato muy detallado, claro y convincente sobre una visión de
la Madre de Dios (una de las primeras apariciones de la Santísima Virgen de las
que se registran en la hagiografía rusa) que se presentó ante Sergio y otro
monje, acompañada por los apóstoles Pedro y Juan, para asegurarle que su
manosterio florecería extraordinariamente en un futuro no muy lejano. La
objetividad de aquella visión es característica de la hagiografía de Rusia, donde
rara vez ocurren los raptos o los éxtasis, pero en cambio, el Espíritu Santo
desciende sobre los elegidos y les permite ver auténticas apariciones,
terrenales o celestiales, ocultas a los ojos de los menos santos. Seis meses
antes de su muerte, San Sergio supo que el fin se acercaba. Renunció a su
cargo, nombró a un sucesor y, enfermo por primera vez en su vida, permaneció
recluido en su celda. «Cuando su alma estaba a punto de abandonar el cuerpo,
recibió el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sostenido en el lecho por los brazos
de sus discípulos. Alzó sus manos al cielo, se movieron sus labios para musitar
una plegaria y entregó su espíritu puro y santo en manos de su Señor, el 25 de
septiembre de 1392, posiblemente a la edad de setenta y ocho años».
De acuerdo con lo que dice el Dr. Zernov,
«es difícil definir exactamente la razón por la cual se agrupó la gente en
torno a san Sergio. No era un predicador elocuente ni un hombre de gran saber
y, a pesar de que se registraron varias ocasiones en que algunas personas
quedaron curadas por las oraciones del santo, no se le puede describir como un
curandero popular. Era, en primer lugar, su personalidad lo que atraía a la
gente. Era el calor de su afectuosa atención, lo que le hacía indispensable
para los demás. Poseía esos dones que tan rara qez se encuentran en las
personas: una confianza ilimitada en Dios y en la bondad de los hombres, a
quienes nunca dejó de consolar y alentar». Lo mismo que otros muchos monjes,
san Sergio consideraba como parte de su vocación monástica el servicio activo y
directo para bien del prójimo. Por eso, el prójimo, tanto el noble como el
plebeyo, lo consideró siempre como un maravilloso y poderoso médico del alma y
del cuerpo, como un amigo de los que sufren, como el que da de comer al hambriento,
defiende al desamparado y da buen consejo al que lo ha menester. Una de las
características de aquellos monjes del norte, era su amor por la pobreza
personal y común y por la soledad, en cuanto lo permitieran sus deberes
comunales y sus atenciones a los necesitados. Sergio instaba a sus hermanos a
«tener siempre presente el luminoso ejemplo de aquellos grandes monjes de la
antigüedad, verdaderos portadores de la antorcha del cristianismo, que vivieron
en este mundo como ángeles: Antonio, Eutimio, Sabas ... Los monarcas y las
gentes del pueblo acudían a ellos; curaban las enfermedades y ayudaban al
necesitado; alimentaban al hambriento y eran como el arcón de las viudas y los
huérfanos».
El cuerpo de San Sergio fue sepultado en
la iglesia mayor de su monasterio, donde permaneció hasta la revolución de
1917. Los bolcheviques clausuraron el monasterio, y las reliquias del santo
fueron exhibidas en el «museo antirreligioso» que se estableció allí. En 1945
se autorizó a los jefes de la Iglesia ortodoxa rusa a reabrir el monasterio, y
los restos de san Sergio volvieron a su sepultura. Los rusos mencionan a san
Sergio de Radonezh en los preparativos para la consagración, en la liturgia
eucarística.
En la edición en papel del Butler-Guinea
de donde proviene este artículo (tomo III, pág. 660ss.) hay una larga
bibliografía con explicaciones en torno a las diversas escuelas hagiográficas
rusas, que se alejan demasiado del objetivo de este santoral hagiográfico, pero
que no puedo menso que mencionar como referencia para quienes deseen
profundizar en el tema. El cuadro con la escena en la que san Sergio recibe el
don de la lectoescritura por parte del misterioso monje, es «Visión del joven
bartolomé», de Mikhail Nesterov, 1889, en la galería Tretyakov, de Moscú.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1495 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como
fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que
siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla
con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3490
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