Urgencia del «Paz y Bien» de San
Francisco
para el Brasil actual
2018-10-10
En nuestro país, en
medio de un ambiente de mucho odio, destrucción de biografías y mentiras de
todo tipo, vale la pena recurrir al espíritu de San Francisco de Asís, a su
famosa Oración por la Paz y a su saludo de Paz y Bien. Era un ser que había
purificado su corazón de toda dimensión de sombra, convirtiéndose en «el corazón
universal... porque para él cualquier criatura era una hermana, y se sentía
unido a ella por lazos de cariño”, como escribió el Papa Francisco en su
encíclica ecológica» (nº 10 y 11). Por dondequiera que pasaba saludaba a las
personas con su Paz y Bien, saludo que entró en la historia,
especialmente en la de los frailes que empiezan sus cartas deseando Paz y
Bien.
Construyó
lazos de paz y de fraternidad con el señor hermano Sol y con la señora
Madre Tierra. Esta figura singular, quizás sea una de las más luminosas que
el Cristianismo y el propio Occidente han producido. Hay quien lo llama el
«último cristiano» o «el primero después del Único», es decir, después de
Jesucristo.
Con
seguridad podemos decir que cuando el cardenal Bergoglio escogió el nombre de
Francisco quiso apuntar a un proyecto de sociedad pacífica, de hermanos y
hermanas reconciliados con todos los hermanos y hermanas de la naturaleza y de
todos los pueblos. Al mismo tiempo pensaba en una Iglesia en la línea del
espíritu de San Francisco. Éste era lo opuesto al proyecto de la Iglesia de su
tiempo, que se expresaba por el poder ecomómico y político sobre casi toda
Europa, hasta Rusia, con suntuosos palacios, grandes abadías, inmensas catedrales.
San
Francisco optó por vivir el Evangelio puro, al pie de la letra, en la más
radical pobreza, con una simplicidad casi ingenua, con una humildad que lo
colocaba junto a la Tierra, en el nivel de los más despreciados de la sociedad,
viviendo entre los leprosos y comiendo con ellos de la misma escudilla.
Para
aquel tipo de Iglesia y de sociedad, confiesa explícitamente: «quiero ser un novellus
pazzus, un nuevo loco», loco por Cristo pobre y por la «señora dama
pobreza», como expresión de total libertad: nada ser, nada tener, nada
poder, nada pretender. Se le atribuye la frase: «deseo poco y eso poco que
deseo lo deseo poco». En realidad era nada. Se consideraba «idiota, mezquino,
miserable y vil».
A
pesar de todas las presiones de Roma y de las internas de los propios cofrades,
que querían conventos y reglas, nunca renunció a su sueño de seguir
radicalmente a Jesús, pobre, junto a los más pobres.
La
humildad ilimitada y la pobreza radical le permitieron una experiencia que
viene al hilo de nuestras búsquedas: ¿es posible recuperar el cuidado y el
respeto hacia la naturaleza? ¿Es posible una sociedad sin odios que incluya a
todos, como él lo hizo con el sultán de Egipto que encontró en la cruzada,
con la banda de ladrones, con el lobo feroz de Gubbio, y hasta con la «hermana
muerte»?
Francisco
mostró esta posibilidad, y que tal posibilidad era realizable, al hacerse
radicalmente humilde. Se colocó en el mismo suelo (humus = humildad) y
al pie de cada criatura, considerándola su hermana. Inauguró una fraternidad
sin fronteras: hacia abajo con los últimos, hacia los lados, con
los demás semejantes, independientemente de si eran papas o siervos de la
gleba, y hacia arriba con el Sol, la Luna y las estrellas, hijos e hijas
del mismo Padre bueno.
La
pobreza y la humildad practicadas así no tienen nada de beatería. Suponen algo
previo: el respeto ilimitado ante cada ser. Lleno de devoción, sacaba a la
lombriz del camino para que no fuera pisada, vendaba una rama rota para que se
recuperara, alimentaba en el invierno a las abejas que revolotean hambrientas
por allí.
No
negó el humus original ni las raíces oscuras de donde venimos todos. Al
renunciar a cualquier posesión de bienes o de intereses iba al encuentro de los
demás con las manos vacías y el corazón puro, ofreciéndoles simplemente el
saludo de Paz y Bien, la cortesía, y un amor lleno de ternura.
La
comunidad de paz universal surge cuando nos situamos con gran humildad en el
seno de la creación, respetando todas las formas de vida y a cada uno de los
seres, pues todos poseen un valor en sí mismos, al margen de cualquier uso
humano. Esta comunidad cósmica, fundada en el respeto ilimitado, constituye el
presupuesto necesario para la fraternidad humana, hoy sacudida por el odio y la
discriminación de los más vulnerables de nuestro país. Sin ese respeto y esa
fraternidad, difícilmente la Constitución y la Declaración de los Derechos
Humanos tendrán eficacia. Habrá siempre violaciones, por razones étnicas, de
género, de religión y otras.
Este
espíritu de paz y fraternidad podrá animar nuestra preocupación ecológica de
proteger a cada especie, a cada animal o planta, pues son nuestros hermanos y
hermanas. Sin la fraternidad real nunca llegaremos a formar la familia humana
que habita la «hermana y Madre Tierra», nuestra Casa Común, con cuidado.
Esta
fraternidad de paz es realizable. Todos somos sapiens y demens, pero
podemos hacer que lo sapiens en nosotros humanice nuestra sociedad
dividida, que deberá repetir: « donde haya odio, que lleve yo el amor».
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