Santa Eduvigis de Polonia, reina
fecha: 17 de julio
fecha en el calendario anterior: 28 de febrero
n.: 1374 - †: 1399 - país: Polonia
otras formas del nombre: Hedwig, Jadwiga
canonización: Conf. Culto: Juan Pablo II 31 may 1979 - C: Juan Pablo II 8 jun 1997
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 28 de febrero
n.: 1374 - †: 1399 - país: Polonia
otras formas del nombre: Hedwig, Jadwiga
canonización: Conf. Culto: Juan Pablo II 31 may 1979 - C: Juan Pablo II 8 jun 1997
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Cracovia, ciudad de Polonia,
santa Eduvigis, reina, que, nacida en Hungría, heredó el reino de Polonia, y
casada con el gran duque lituano Jaguelón, que en el bautismo tomó el nombre de
Ladislao, sembró con él la fe católica en Lituania.

Santa Eduviges, reina de Polonia, gozó
durante siglos de veneración popular, y de la atribución, en la práctica, del
título de beata, hasta que el 8 de junio de 1997 el papa Juan Pablo II la
canonizó formalmente.
Eduviges nació en 1371. Era la hija menor
de Luis, heredero al trono de Polonia, que ocupaba entonces Casimiro III.
Después de la muerte de éste, en 1382, se propuso a Eduviges como un deber
religioso el matrimonio con Jagielo, duque de Lituania, que era aún pagano.
Desde el punto de vista diplomático, dicho matrimonio parecía ventajoso para
Polonia y para la Iglesia, pues el duque prometía abrazar la fe cristiana y
aseguraba que todo su pueblo se convertiría con él. Aunque no tenía entonces
más que trece años, Eduviges tuvo que elegir, siguiendo únicamente el dictado
de su conciencia. Un autor moderno narra así la elección de la princesa:
«Cubierta por un espeso velo negro,
Eduviges se dirigió a pie a la catedral de Cracovia, donde se retiró a una de
las capillas. Ahí permaneció tres horas, con las manos entrelazadas y los ojos
llenos de lágrimas, luchando con la repugnanancia que experimentaba en su
interior. Al fin se levantó, con el corazón ligero, dejando al pie de la cruz
sus sentimientos, su voluntad y sus esperanzas de felicidad terrena. Había
hecho el sacrificio de sí misma y de cuanto tenía, acababa de ofrecerse en
perpetuo holocausto a su Redentor crucificado, considerándose muy feliz de que
su sacrificio pudiese contribuir a la salvación de las almas por las que Cristo
había vertido su preciosa sangre. Antes de salir de la capilla, cubrió con su
propio velo el crucifijo, como si quisiese ocultar bajo esa especie de capa
mortuoria los últimos brotes de debilidad humana que pudiese haber todavía en
su corazón, y estableció una fundación perpetua para renovar esta imagen de la
pena de su alma. La fundación existe todavía. El crucifijo se yergue aún en la
misma capilla, cubierto con el velo negro de la princesa; generalmente se le
llama «el crucifijo de Eduviges».
Jagielo había sido sincero. En el bautismo
tomó el nombre de Ladislao. Sobre la conversión del pueblo lituano la leyenda
ha bordado historias fantásticas, como la de la destrucción total de los
templos paganos y la del bautismo en tropel, en el que los hombres, las mujeres
y los niños, divididos en grupos, recibieron el agua bautismal de manos de los
obispos y sacerdotes. Los iniciantes de cada grupo fueron bautizados con el
mismo nombre.
Durante los años turbulentos que
siguieron, Eduviges fue un elemento de estabilidad y equilibrio en el gobierno
del reino. Ejerció una influencia benéfica sobre su marido; defendió a sus
subditos, que frecuentemente eran víctimas de los errores y el egoísmo de sus
jefes; su caridad y su bondad le ganaron el afecto de todo el pueblo;
finalmente, Eduviges supo defenderse con dignidad de los injustos accesos de
celos de su marido. Sólo en la penitencia parecía olvidar la moderación; pero
esto no le impedía el cumplimiento perfecto de sus deberes de esposa y su
marido sentía por ella el más profundo afecto, no exento de cierto reverencial
temor. Jagielo se mostró espléndido en los preparativos que organizó con motivo
del próximo nacimiento del heredero del trono. Aunque en ese momento se hallaba
en el frente de batalla, ordenó por medio de una carta que se sacaran las joyas
de la corona y los brocados. Eduviges respondió: «Hace mucho tiempo que
renuncié definitivamente a las pompas del mundo, y ciertamente no quisiera
verlas reaparecer en el lecho en que voy a dar a luz, que para tantas mujeres
es el lecho de muerte. No son las perlas y las joyas las que pueden hacerme
agradable a Dios, quien se ha dignado librarme de la esterilidad, sino la
entrega total a su voluntad y la conciencia de mi propia nada».
Considerando las cosas desde un punto de
vista puramente humano, Eduviges cometió algunos excesos en materia de
penitencia y oración. La víspera de su gran sacrificio, su matrimonio, pasó la
noche entera en oración ante el crucifijo cubierto con su propio velo; sus
damas de honor la encontraron delante de él, desmayada o en éxtasis. Poco
después, el nacimiento de su hija, que sólo vivió unas cuantas horas, le costó
la vida. Se cuenta que en su tumba se obraron numerosos milagros.
A. B. C. Dunbar, Dictionary of Saintly Women, vol. I, pp. 366-369; H.
Sienkiewicz, Knights of the Cross, c. IV. Homilía (en
castellano) de SS Juan Pablo II pronunciada en Cracovia, en
la canonización de la santa. En Acta Apostolicae Sedis, 89 (1997), pag 423
puede leerse el «Decretum super virtutibus», con una pequeña biografía en
latín.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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