Pentecostés es quedarse, como el aire.
2025, 8 de junio. Domingo de Pentecostés C: Juan 20,19-23. Leo y escribo Contigo:
El peligro de toda humanización es divinizarla
El pasado segundo domingo de pascua y en todas las misas y eucaristías se leyó, ¡lo recuerdas muy bien!, el mismo texto de Juan que ahora se nos leerá en este quince de mayo, fiesta de Pentecostés. ¿Este es el día del Espíritu Santo? Sí, según las organizadoras mentes de la divina liturgia que se realiza entre los humanos. ¿No deberíamos estar leyendo este año en las liturgias del domingo el Evangelio de Lucas? ¿Por qué repetir de nuevo un texto del relato de Juan? ¿Acaso no se dice nada de este Espíritu en la obra de Lucas? Lo volveré a escribir aquí: ni entendí ni entenderé nunca las razones por las que se seleccionan los textos evangélicos.
Cuenta aquí este Evangelista llamado Juan que el primer día de la semana estaba ya atardeciendo. Se trata de la semana siguiente a la semana de la Pascua en la que acabó esta vida para Jesús de Nazaret (Juan 20,19). Ninguno de los tres Evangelistas anteriores llegó a enterarse de lo que aquí nos cuenta éste: “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz con vosotros. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados, a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (Juan 20,19-23). Es todo lo que se nos leerá. Seguro que cada pastor comentará lo que estime más apropiado a su magisterio.
Yo también lo comento según mi sencillo y laico ministerio (del latín, menos que). Siempre he pensado que estas palabras del Evangelio están escritas para mí, aunque me hayan tratado de enseñar que sólo están dichas para la potestad papal, cardenalicia, episcopal o sacerdotal.
Por mi laicidad no pertenezco a esa potestad, pero el mensaje de este Evangelio de Juan se escribió para mí y yo también puedo, y hasta creo que debo, compartirlo. Mírese bien el final de este capítulo veinte y el final del veintiuno de este llamado cuarto Evangelio.
Me gusta mucho ese delicado matiz del narrador que aquí llama ‘Jesús’ a Jesús de Nazaret. En cambio, subraya que los discípulos lo llamen ‘Señor’. Y eso que está en el tiempo del primer día de la semana y en un espacio bien atrancado con cerrojos y fallebas por el miedo a los judíos. Para aquellos discípulos y también discípulas seguidoras, ¿el Jesús de carne y hueso había ya pasado a ser ‘todo un Señor’? Esto es solo una curiosidad mía que cuando leo el texto me imagino cosas. ¡Parece que al hombre de Galilea se le empezó a divinizar demasiado pronto!
¿Otra curiosidad mía? Acepto como dicho para mí eso que Jesús nos comparte: Os envío como a mí me enviaron. De la misma manera que soplo sobre vosotros para que recibáis el Espíritu Santo, soplad vosotros para que otros reciban el mismo Espíritu. Alguno, muy atento a lo que digo me preguntará, ¿por qué entonces el sacramento de la entrega del Espíritu Santo, que es la confirmación, sólo lo realiza el obispo, o su vicario o uno de sus sacerdotes?
Mientras medito en esto me voy sintiendo más y más enviado por Jesús para compartir su Espíritu, que no es otra realidad que el amor. El Espíritu es el amor. El amor que se lleva dentro y se comparte en libertad hasta la entrega total. Y no tengo aquí más espacio, pero me atrevo a afirmar esto mismo sobre el perdón de los pecados y su sacramento correspondiente.
Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 15.05.2016. También en Madrid, 08.06.2025
CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo ordenadamente y desde el principio hasta el final. Semana 28ª (08.06.2025): Lucas 9,18-36.
El mesianismo de Jesús fue servir, nunca mandar.
En no hace demasiados comentarios sobre este Evangelio dije que este narrador Lucas solía escribir con una deliberada precisión-imprecisión literaria. Vuelvo a constatar que este dato está presente en el comienzo del texto que ahora comentaré: “Y sucedió que mientras Jesús estaba…” (Lucas 9,18). Y un poco más tarde escribe: “Sucedió que unos ocho días después de estas palabras…” (Lucas 9,28). Y vuelve a escribir: “Sucedió que, al día siguiente, cuando bajaron del monte” (Lucas 9,37). Y una cuarta vez escribe: “Sucedió que…” (Lucas 9,51).
Este recurso narrativo recibe el nombre de ‘anáfora’ (llevar en la frente, por delante). En cambio, se llama ‘catáfora’ (llevar en la espalda, por detrás) si una expresión se vuelve a repetir al final de una serie de apartados o párrafos de texto. Con ambos recursos literarios se pretende distinguir y, a la vez, relacionar una serie de mensajes, hechos, personajes…
En el presente comentario me detendré en los dos apartados primeros de esta serie de cuatro. El primer ‘sucedió’ (9,18-27) está relacionado con una pregunta ya formulada anteriormente y que vuelve a formularse aquí de nuevo: ¿Quién es este Jesús de Nazaret?
El segundo ‘sucedió’ (9,28-36), curiosamente, viene a ser una respuesta más, nueva, sugerente, simbólica… a la pregunta que nos baila dentro y fuera de cada persona que en algún momento nos acercamos a Jesús y acabamos por interrogarnos y respondernos.
Dicho así de sencillo nos preguntamos, ¿quién es Jesús de Nazaret?, y nos respondemos, como si se tratara de un catecismo bíblico, que Jesús es el mesías. Y he escrito mesías en minúsculas todas sus letras, porque el mensaje sobre este ‘mesianismo’ de Jesús está bien clarificado y especificado en este contexto de Lucas, en todo su Evangelio y en todos los otros Evangelios que ‘el mesianismo’ de aquel hombre fue servir y nunca mandar. Es decir, nunca se creyó ni aceptó ser ‘sagrado, separado, consagrado, ungido, elegido, distinguido, único’.
Releemos una vez más ‘el primer sucedió’ de 9,18-27 y relacionamos estos datos del relato de Lucas: Jesús está en oración y nada se nos dice acerca de cómo ora, qué recita, qué medita… Parece que orar es, aquí, discernir qué es ser mesías y cómo explicárselo a sus seguidores de entonces y de siempre: ¿Quién decís que soy yo? Y… “Pero les ordenó enérgicamente que no dijeran esto a nadie”.
Este Jesús del que habla Lucas no era ‘El Cristo de Dios’ que se esperaba.
Releemos una vez más ‘el segundo sucedió’ de 9,28-36 y constatamos que Jesús de nuevo sube al monte a orar que es como volver a discernir qué es ser mesías o Mesías ante él mismo, ante los suyos y ante la historia, la pasada y la por venir. Parece ser que, para este Evangelista, orar y discernir acaba por ‘situar a la persona en su sitio’.
Así, este Jesús de Lucas no es el nuevo Moisés que sostiene la Ley ni es el nuevo Elías de los Profetas. Jesús es laico de Galilea. Jesús de Nazaret es un ser humano, persona, hijo de Dios, como toda persona y todo ser humano. ¡Va a ser posible que nos veamos y escuchemos así, como personas, todos! ¡Tú y yo!
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 10.06.2018. También en Madrid, 08.06.2025.
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