sábado, 3 de octubre de 2015

Santos Veríssimo, Máxima y Julia - San Dionisio Areopagita - Santa Cándida de Roma - San Fausto de Alejandría y compañeros 03102015

San Veríssimo

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Santos  Veríssimo, Máxima y Julia
Testimonio del cristianismo, que poco se sabe, el culto a estos mártires porqué  está envuelto en la nebulosa, que sólo  nos permite observar estrictamente la durabilidad de una memoria cultivada en Lisboa, aunque se extiende a  Coimbra, Braga y Oporto. En la diócesis de Porto, S. Verissimo, como patrono de las parroquias Paranhos, Valbona, Nevolgilde, Lagares (Felgueiras) y São Veríssimo, Amarante.

Una de las primeras referencias relativas a los mártires de Lisboa llega en Martyrologium de Usuardo que en 858, se ejecuta a través de varias ciudades en busca de las reliquias de los hispanos. Testimonios litúrgico se multiplican en los siglos X y XI, siendo convergentes, la cuarta el 1 de octubre a la memoria de tres hermanos.
El Padre Miguel de Oliveira considera que "los santos mártires de Lisboa están inscrito en los calendarios de unos 200 años después de su martirio."  

El curso de la vida de estos mártires, es imposible determinar con exactitud, se describe en un códice decimoquinto Biblioteca Pública de Évora, (código CV/1-23d). Según la "Leyenda", Veríssimo, Máxima y Julia, durante la persecución de Diocleciano (emperador romano desde 284 hasta 305 dC), se presentaron espontáneamente a la albacea de los edictos imperiales, confesando la fe cristiana.
Él trató de disuadirlos, con promesas y amenazas y, como no desistieron los hizo arrestar. Aplicó el  juez varios tormentos, látigos, clavos, láminas de hierro en el fuego. Cómo resistieron, tuvo que arrastrarlos a través de las calles y finalmente fueron decapitado el 1 Octubre, 303 o 304.

El juez no contento con lo que había hecho, ordenó que los cadáveres quedaron insepultos, para servir de pasto para los perros y aves. Como los animales los respetaban, envió arrojarlos al mar con pesadas piedras. Los marineros no habían regresado a la playa y los restos santos se encontraban allí.
Los cristianos piadosos los enterraron en el lugar donde posteriormente se construyó una iglesia.

En 1529,  Ana de Mendonça, puso las reliquias en cofre de plata en el lado derecho del altar, con el siguiente epitafio: "tumba de los mártires santos S. Veríssimo, Santa Máxima y Julia, hijos del senador zumbido de Roma, que llegó a esta ciudad para recibir el martirio, aquí están los cuerpos santos, a quien hace 1350 años llegaron  a esta casa".

La leyenda se refleja en la iconografía: los tres mártires se presentan en el vestido y el hábito de peregrinos, con palos largos en las manos, como se puede ver es un hermoso conjunto de tres imágenes del siglo. XVII, expuesta a la veneración en la Iglesia del monasterio  de Santos-o-Novo, en Lisboa, que alberga las reliquias de los mártires.



San Dionisio Areopagita

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San Dionisio Areopagita, santo del NT
Conmemoración de san Dionisio Areopagita, que se adhirió a Cristo al escuchar al apóstol san Pablo hablando ante el Areópago, y fue primer obispo de Atenas.
Cuenta Hechos de los Apóstoles (17,34) que, después del discurso de San Pablo en el Areópago (o Consejo) de Atenas, «algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos». Es evidente por la redacción que este Dionisio es alguien conocido para la comunidad a la que se dirige Hechos, asimismo el apelativo de «Areopagita» hace pensar en que podría haber sido él mismo un miembro del Consejo de la ciudad, aunque también puede ser que simplemente la comunidad cristiana lo identificara así por ser el discurso en el Areópago la ocasión de su conversión.

Eusebio de Cesarea (Hist. Ecl. III,4,10) cuenta que Dionisio de Corinto afirma que este Dionisio Areopagita fue el primer obispo de Atenas. Así lo recoge el Martirologio más antiguo, y lo ha restaurado el actual. A su vez san Sofronio de Jerusalén y otros afirman que fue mártir, pero este dato parece menos probable, y de hecho no se lo venera como tal en la actualidad.

Durante siglos hubo confusión entre este Dionisio nombrado en el NT y otros santos homónimos posteriores; en particular, al menos desde el siglo IX al XV se identificó al Areopagita con san Dionisio de París, mártir en el año 270. Esta identificación no es correcta, pero en muchos santorales, incluso actuales, figura.

Además de la importancia que tienen para los inicios de nuestra fe todos los personajes nombrados en el NT, y en especial, naturalmente, los santos, Dionisio Areopagita ganó -sin haberlo pretendido- un lugar en la teología cristiana, ya que un autor anónimo muy posterior, posiblemente del siglo V o VI, de Siria o Egipto, escribió varios tratados de teología y algunas cartas, donde utilizó para sí mismo el nombre de Dionisio Areaopagita, por el procedimiento, harto común en la antigüedad, de la pseudoepigrafía, es decir, de firmar con el nombre de una autoridad, generalmente para resaltar el valor del escrito, o para incluirlo en una tradición o escuela determinada. El hecho de que este autor anónimo haya firmado como el Areopagita dio durante siglos valor casi apostólico a los escritos, por la (supuesta) estrecha vinculación con san Pablo. La simulación se sospechó casi desde el primer momento, y desde hace siglos que está fuera de toda duda, pero de todos modos los cuatro tratados místicos -en particular el dedicado a los nombres divinos- de este teólogo, al que a falta de mejor nombre se conoce como «Pseudo Dionisio Areopagita», ejercieron una influencia de primer orden en la teología medieval, y aun en la del siglo XX han sido de nuevo valorados y difundidos.

La fuente sobre el auténtico Dionisio Areopagita es, fuera del NT, casi exclusivamente Eusebio de Cesarea, en el pasaje citado. Lo demás que se refiere a Dionisio Areopagita tiene relación con el problema de la pseudoepigrafía, y por tanto con el Pseudo Dionisio, o con la identificación con san Dionisio de París. El santo tiene bastante iconografía en Oriente, pero naturalmente que sobre el supuesto de que es el autor místico. Hay una hermosa catequesis de Benedicto XVI en su serie dedicada a los padres y teólogos de la antigüedad cristiana, pero se refiere, como es lógico, al Pseudo Dionisio, no al que rememoramos hoy



Santa Cándida de Roma

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En Roma, en el cementerio de Ponciano, en la vía Portuense, santa Cándida, mártir.


San Fausto de Alejandría

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Santos Fausto, mártir, y compañeros, confesores
En Alejandría de Egipto, conmemoración de los santos Fausto, Cayo, Pedro, Pablo, Eusebio, Querimón, Lucio y otros dos, todos los cuales, primero en tiempo del emperador Decio y después bajo Valeriano, por mandato del prefecto Emiliano sufrieron de muchas maneras, junto con el obispo Dionisio, y llegaron a ser confesores de la fe; entre ellos, Fausto alcanzó la palma del martirio bajo el emperador Diocleciano.
Eusebio de Cesarea, en su imprescindible Historia Eclesiástica -que tantas veces citamos en estas páginas-, transcribe una carta de san Dionisio el grande, que no llegó a ser mártir, pero sí fue un glorioso confesor de la fe, que sufrió grandes persecuciones bajo Valeriano y Galieno, es decir, hacia el 260; en esa carta el santo cuenta a otros obispos (Domecio y Dídimo) los padecimientos que ha sufrido su iglesia de Alejandría, y gracias a este relato se nos han conservado algunos -no todos- de los nombres de los confesores compañeros del obispo, algunos presbíteros, otros diáconos, y algunos laicos.
Dice la carta: «...Pero es superfluo haceros lista nominal de los nuestros, que son muchos y no los conocéis; sabe, con todo, que hombres y mujeres, jóvenes y viejos, doncellas y ancianos, soldados y civiles, y todo sexo y toda edad, vencedores en ia lucha, unos por azotes y fuego y otros por el hierro, todos recibieron sus coronas [de martirio]. A otros, en cambio [es decir: a los que no llegaro a ser mártires], no les ha bastado un tiempo bastante largo para aparecer aceptables al Señor. Tampoco a mí hasta el presente, por lo que se ve, por lo cual me ha reservado para el momento oportuno que bien conoce el mismo que dice: 'En tiempo aceptable te escuché y en día de salvación te socorrí'. Puesto que preguntáis por nuestra situación y queréis que os informe de cómo vamos marchando, seguramente ya oísteis cómo nos conducían prisioneros un centurión y oficiales con los soldados y criados que iban con ellos, a mí y a Cayo, Fausto, Pedro y Pablo, y presentándose algunas gentes de Mareota, nos arrebataron, bien a pesar nuestro, arrastrándonos por la fuerza al negarnos a seguirlos. Y ahora yo, Cayo y Pedro, los tres solos, nos hallamos encerrados en un paraje desierto y árido de Libia, huérfanos de los demás hermanos, apartados de Paretonio tres días de camino.»
En este punto Eusebio omite parte de la carta, y luego continúa: «Sin embargo, en la ciudad se hallan escondidos y visitan en secreto a los hermanos, de una parte, los presbíteros Máximo, Dióscoro, Demetrio y Lucio -ya que los más conocidos en el mundo, Faustino y Aquilas, andan errantes por Egipto-, y de otra, los diáconos que sobrevivieron a los que murieron en la isla: Fausto, Eusebio y Queremón. Eusebio es aquel a quien Dios fortaleció y preparó desde el principio para cumplir ardorosamente el servicio a los confesores encarcelados y llevar a cabo, no sin peligro, el enterramiento de los cuerpos de los perfectos y santos mártires. Efectivamente, incluso hasta el presente, el gobernador no deja de dar cruel muerte, como dije antes, a algunos de los que a él son conducidos, de desgarrar a los otros en torturas y de consumir en cárceles y prisiones al resto, ordenando que nadie se les acerque, e indagando si alguien aparece. Y, sin embargo, Dios no cesa de aliviar a los oprimidos, gracias al ánimo y perseverancia de los hermanos.»
Así narra Dionisio la gesta de los confesores que celebramos hoy, quienes, como se ve, son apenas una «muestra» de lo que el nombre de Cristo tenía que padecer en ese tiempo, ya que el propio Dinonisio rehusaba al inicio de su carta el hacernos una lista exhaustiva de todos los mártires y confesores. Ahora bien, el propio Eusebio nos comenta luego (apenas unos párrafos más abajo), que el Eusebio que se nombra en la carta como diácono, fue luego instituido obispo de Siria. A Máximo no lo celebramos en esta fecha, porque fue luego obispo de Alejandría (sucedió, precisamente, a Dionisio) y tiene su propia fecha de celebración. En cuanto a Fausto, nos cuenta Eusebio que llegó a ser presbítero y que «ya anciano y lleno de días», sufrió el martirio -fue decapitado- bajo Diocleciano, es decir, hacia el 303/305.
La última identificación, es decir, entre el Fausto diácono, confesor junto con san Dionisio, y el Fausto presbítero, mártir bajo Dioclesiano, no es del todo segura. Eusebio la da por buena, pero no puede asegurarse a ciencia cierta; sin embargo el Martirologio actual, en ausencia de datos más concluyentes, acepta esa posibilidad.
Historia Eclesiástica de Eusebio, los libros VII,11,20-26, para la carta de Dionisio y los comentarios, VIII 13,7, para la afirmación sobre el presbiterado de Fausto.




 
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