Mi IA creo que no es ni me pertenece.
2025, 28 de septiembre. Domingo 26º TO Ciclo C: Lucas 16,19-31. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:
NO, explícitamente, NO
No. Ya lo he escrito y ahí se va a quedar sembrado. He tardado mucho en comenzar este comentario de Lucas 16,19-31. He borrado más de diez maneras de empezar y al final queda o dejo este ‘no’, limpio, solo, claro, explícito, rotundo. Y creo que es la expresión que mejor orienta la comprensión del mensaje de este texto del llamado Evangelio de Lucas. Este ‘no’ se me ocurrió cuando seleccionaba del relato del Evangelio esta expresión que decidí colocar en el frontispicio de estas líneas: “Él es aquí consolado y tú atormentado” (16,25).
El narrador de esta parábola colocó ese mensaje en labios del mismísimo Abraham. Entiendo perfectamente que el papel aguante todo lo que en él se deja. Comprendo que el género literario de la parábola es capaz de soportar todo cuanto una mente pueda imaginar. Pero me niego a pensar que el autor de la revolucionaria imagen del padre de la parábola de 15,11-32 sea capaz de creer en la vigencia de la ley de los méritos aquí y en el más allá tan queridos, por otra parte, para una religión como la judía… ¡y la católica, tan defensora de los méritos!
Si al padre del hijo pródigo la tradición de la teología eclesiástica le ha colmado con los elogios de la misericordia entrañable, ¿dónde se sitúa ahora esa misericordia entrañable en esta parábola sobre el cielo y el infierno del que se hablará el domingo 28 de septiembre en más de medio mundo de las santas misas católicas? Y en casi la otra mitrad se dirá en sus adentros: ¡el que la hace la paga! Si pudiera, llenaría con la luz de la luna todo el cielo de ‘no’, ‘no’, ‘no’…
No. Esta parábola de 16,19-31 no puede ser ‘una palabra de Dios’. Si hay un Dios que hable así no merece la pena que siga hablando ni que se le conozca. Que se quede con su cielo y con su infierno. Creo que los humanos no necesitamos un dios que sólo nos espera al final de nuestros pasos para tendernos un lazo. ¿Tiene algo que ver este Dios con aquel otro Dios del que se atrevió a escribir este Evangelista poniéndolo en las palabras y en la misión de Jesús de Nazaret en la sinagoga de su propio pueblo y ante sus gentes en 4,14-30?
Este Dios de Abraham y de esta parábola extraña de Lucas es el Dios del profeta Isaías tercero (Isaías 61,1-2), el dios que premia a los buenos y castiga a los malos. Este es el dios que, para el laico de Nazaret, Jesús, debe quedar en el silencio del pasado hasta convertirse en desconocido. En aquella ocasión, los creyentes de la sinagoga de Nazaret pretendieron acabar con su paisano Jesús. No lo consiguieron entonces, pero lo van a conseguir las autoridades dentro de poco al apresarlo, juzgarlo, condenarlo, ejecutarlo y sepultarlo. Y aunque resucite este tal, nadie de aquella casta de mantenedores de la religión judía creerá en él (lo dice explícitamente Lucas en 16,31).
No creo que este relato pertenezca al Evangelio original de Lucas. No creo que esta parábola del ‘rico y el pobre’ la contara nunca Jesús de Nazaret. No creo que haya un cielo de buenos y un infierno de malos más allá de este único cielo que es casa de todos, con todos y para todos. Vivir así es la única religión y para ello se necesita confiar en el otro, fiarse del otro… Y aunque no se diga en este evangelio de Lucas, se necesita la única religión del ‘amarse unos a otros’. ¿Es esta la fe de quienes se atreven a creer como Jesús? Sí y lo repetiré al comentar 17,5-6.
Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 25.09.2016. También en Madrid
Comentario segundo:
CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo ordenadamente y desde el principio hasta el final. Semana 44ª (28.09.2025): Lucas 19,1-27.
Zaqueo el de Jericó, según Lucas y pocos más
He venido comentando que este Evangelista Lucas nos habla de su Jesús de Nazaret como alguien que recorre acompañado ‘un camino’ en el que hay un comienzo (Lc 9,53) y un lugar de destino donde el camino finaliza (Lc 19,28). Escribía también en esos comentarios de los textos del ‘camino’ que esta ‘imagen’ era para el Evangelista creyente tan evocadora que ‘ese camino’ lo fue el propio Jesús, su persona, su mensaje, su vida.
Precisamente ahora, según lo entiendo en mi lectura, Lucas nos ha descrito la etapa final de este ‘camino’ en su relato de 19,1-27. Este relato consta de ‘un hecho’ (19,1-10) y de ‘una palabra-parábola’ (19,11-27) que lo explica, lo interpreta o, quizá, hasta lo enreda y confunde. Ambos datos, hecho y dicho, solo los encontramos en este Evangelio. Ninguno de los otros ‘biografiadores’ de Jesús de Nazaret nos lo ha contado. ¿Sucedió así? Tal cual así, creo que no.
Leo ahora contigo ‘el hecho’ que acontece, según lo constata Lucas, en el centro de la ciudad de Jericó (Lucas 19,1-10): Habiendo entrado [Jesús] en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo que era jefe de publicanos y rico”. Ésta era la ciudad por la que entró el viejo pueblo de Israel que huía de la persecución esclavizadora del poder faraónico de Egipto. Por la puerta de Jericó se accede a la tierra prometida y regalada, tierra de leche y miel.
Cuando leo despacio el final del encuentro de este hombre de Jericó con el hombre de Nazaret me quedo recordando las expresiones escritas en ese no lejano capítulo que llamé ‘Lucas quince’ en el que se identifica a los publicanos como ‘los perdidos’. Este Zaqueo de ahora es a la vez la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo más pequeño y más perdido. Aquel Zaqueo era el jefe de los publicanos y rico. A todas luces, ¡un auténtico perdido!
El hombre de Jericó y el hombre de Nazaret en su encuentro, al que sólo parece haber asistido como testigo este Evangelista, acaban por compartir casa, comida y cartera con su completa cuenta corriente. Este par de ‘hombres’ se llegan a reconocer y aceptar como hijos del mismo Abraham y de su Yavé-Dios. En el encuentro y en su reconocimiento mutuo se han borrado todas las fronteras que podrían separarlos, dividirlos y enfrentarlos.
Estando la gente ‘encandilada’ por este ‘hecho’, creían que ‘el Reino de Dios’ aparecería de un momento a otro... ¡en Jerusalén!, el final del camino. Sin embargo, tanto el Evangelista como su Jesús de Nazaret sorprenden a sus oyentes y lectores con una muy enigmática parábola. Muy semejante, sólo en apariencia, a la llamada ‘parábola de los talentos’ de Mateo 25,14-30.
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