lunes, 1 de junio de 2015

Junio: Mes del Sagrado Corazón de Jesús 01062015

Junio: Mes del Sagrado Corazón de Jesús
Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre


Por: Teresa Vallés | Fuente: Catholic.net



Explicación de la fiesta

La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su Corazón y todo lo que nosotros, por tanto, le debemos amar. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida.
Y tanto nos ama, que sufre cuando su inmenso amor no es correspondido.

La Iglesia dedica todo el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, con la finalidad de que los católicos lo veneremos, lo honremos y lo imitemos especialmente en estos 30 días.

Esto significa que debemos vivir este mes demostrandole a Jesús con nuestras obras que lo amamos, que correspondemos al gran amor que Él nos tiene y que nos ha demostrado entregándose a la muerte por nosotros, quedándose en la Eucaristía y enseñándonos el camino a la vida eterna.
Todos los días podemos acercarnos a Jesús o alejarnos de Él. De nosotros depende, ya que Él siempre nos está esperando y amando.

Debemos vivir recordandolo y pensar cada vez que actuamos: ¿Qué haría Jesús en esta situación, qué le dictaría su Corazón? Y eso es lo que debemos hacer (ante un problema en la familia, en el trabajo, en nuestra comunidad, con nuestras amistades, etc.).
Debemos, por tanto, pensan si las obras o acciones que vamos a hacer nos alejan o acercan a Dios.

Tener en casa o en el trabajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, nos ayuda a recordar su gran amor y a imitarlo en este mes de junio y durante todo el año.

Origen de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Santa Margarita María de Alacoque era una religiosa de la Orden de la Visitación. Tenía un gran amor por Jesús. Y Jesús tuvo un amor especial por ella.

Se le apareció en varias ocasiones para decirle lo mucho que la amaba a ella y a todos los hombres y lo mucho que le dolía a su Corazón que los hombres se alejaran de Él por el pecado.
Durante estas visitas a su alma, Jesús le pidió que nos enseñara a quererlo más, a tenerle devoción, a rezar y, sobre todo, a tener un buen comportamiento para que su Corazón no sufra más con nuestros pecados.

El pecado nos aleja de Jesús y esto lo entristece porque Él quiere que todos lleguemos al Cielo con Él. Nosotros podemos demostrar nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús con nuestras obras: en esto precisamente consiste la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Las promesas del Sagrado Corazón de Jesús:

Jesús le prometió a Santa Margarita de Alacoque, que si una persona comulga los primeros viernes de mes, durante nueve meses seguidos, le concederá lo siguiente:

1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado (casado(a), soltero(a), viudo(a) o consagrado(a) a Dios).
2. Pondré paz en sus familias.
3. Los consolaré en todas las aflicciones.
4. Seré su refugio durante la vida y, sobre todo, a la hora de la muerte.
5. Bendeciré abundantemente sus empresas.
6. Los pecadores hallarán misericordia.
7. Los tibios se harán fervorosos.
8. Los fervorosos se elevarán rápidamente a gran perfección.
9. Bendeciré los lugares donde la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.
10. Les daré la gracia de mover los corazones más endurecidos.
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de Él.
12. La gracia de la penitencia final: es decir, no morirán en desgracia y sin haber recibido los Sacramentos.

Oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús

Podemos conseguir una estampa o una figura en donde se vea el Sagrado Corazón de Jesús y, ante ella, llevar a cabo la consagración familiar a su Sagrado Corazón, de la siguiente manera:

Señor Jesucristo, arrodillados a tus pies,
renovamos alegremente la Consagración
de nuestra familia a tu Divino Corazón.

Sé, hoy y siempre, nuestro Guía,
el Jefe protector de nuestro hogar,
el Rey y Centro de nuestros corazones.

Bendice a nuestra familia, nuestra casa,
a nuestros vecinos, parientes y amigos.

Ayúdanos a cumplir fielmente nuestros deberes, y participa de nuestras alegrías y angustias, de nuestras esperanzas y dudas, de nuestro trabajo y de nuestras diversiones.

Danos fuerza, Señor, para que carguemos nuestra cruz de cada día y sepamos ofrecer todos nuestros actos, junto con tu sacrificio, al Padre.

Que la justicia, la fraternidad, el perdón y la misericordia estén presentes en nuestro hogar y en nuestras comunidades.
Queremos ser instrumentos de paz y de vida.

Que nuestro amor a tu Corazón compense,
de alguna manera, la frialdad y la indiferencia, la ingratitud y la falta de amor de quienes no te conocen, te desprecian o rechazan.

Sagrado Corazón de Jesús, tenemos confianza en Ti.
Confianza profunda, ilimitada.

Sugerencias para vivir la fiesta:
Poner una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, algún pensamiento y la oración para la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús.
Hacer una oración en la que todos pidamos por tener un corazón como el de Cristo.
Leer en el Evangelio pasajes en los que se podamos observar la actitud de Jesús como fruto de su Corazón.
Consulta también
El Sagrado Corazón de Jesús, una devoción permanente y actual.
Un corazón Traspasado 
Visita el Especial de Junio Mes del Sagrado Corazón: Ideas para vivir la fe en familia del portal Familia Católica
Apóstoles del Sagrado Corazón
 
Te invitamos a visitar nuestra sección Celebraciones de Catholic.net
Si tienes alguna duda, escribe a nuestros Consultores
Recibe nuestro material y novedades directamente a tu correo electrónico ¡Suscríbete!





Así ayudan los cristianos a los musulmanes de Asia (Tema actual)

Así ayudan los cristianos a los musulmanes de Asia
Solidaridad y apoyo
La realidad entre las religiones es muy diferente de lo que percibimos en Occidente


Por: Andrea Tornielli | Fuente: vaticaninsider.lastampa.it



La red de solidaridad de los cristianos en el continente asiático: refugios para prófugos, comida y medicinas
Cristianos católicos que defienden a los musulmanes Rohinyá de las violencias perpetradas por grupos budistas extremistas apoyados por los militares del país. En Birmania (cuyo nombre oficial es Myanmar) la relación (y los enfrentamientos) entre las religiones es muy diferente de lo que percibimos en Occidente.
En Birmania, aunque representen solamente el 1,3% de la población, los católicos están mucho más comprometidos en la promoción del diálogo y la convivencia. En febrero de este año, Papa Francisco quiso incluir entre los nuevos cardenales al arzobispo de Yangón, el salesiano Charles Maung Bo, que en los últimos años ha llamado en diferentes ocasiones a luchar contra de la discriminación y la violencia que sufren los musulmanes. El último llamado es justamente de estos días, como indicó la agencia Fides.
«Solicitamos fuertemente que el gobierno –declaró el cardenal Bo– no permita que discursos de odio inviertan la gloriosa tradición birmana de compasión. Los ciudadanos de Myanmar tienen la obligación moral de proteger y promover la dignidad de todas las personas humanas. Una comunidad no puede ser demonizada y no se le pueden negar los derechos básicos como la identidad, la ciudadanía y el derecho de ser comunidad».
«Nuestra nación es concebida como una única familia, sabiendo que nuestra unidad radica en la diversidad y no en la uniformidad –dijo hace menos de un mes el arzobispo. Nuestra diversidad es nuestra riqueza».
Solidaridad y apoyo
En Birmania, explica Giuseppe Malpeli, presidente de la Asociación por la amistad entre Italia y Birmania, hay «comunidades de jesuitas y de monjas que acogen y apoyan a las comunidades islámicas en dificultades, que acogen a los niños musulmanes en los orfanatos y en las escuelas». Mientras, en relación con la difícil situación de los prófugos Rohinyá, en la zona aislada por los militares que impiden la entrada de organizaciones no gubernamentales transformando los campos para prófugos en campos de concentración, Malpeli recuerda que «hay misioneros javierianos que lograron pasar la frontera de Bangladesh y, aunque con muchas dificultades, prestan ayuda a la comunidad musulmana».
Las Cáritas de los países vecinos también se comprometen. Desde hace años, la Cáritas de Thailandia, en colaboración con la Catholic Office for Emergency Relief and Services (Coerr), organiza iniciativas para el apoyo sanitario, alimenticio y social en los diferentes centros de acogida a nivel diocesano, en los que se reúnen los prófugos que huyen.
El pasado domingo 24 de mayo, incluso Papa Francisco habló sobre el drama de los Rohinyá: «Sigo con viva preocupación y dolor en el corazón los casos de los numerosos prófugos en el Golfo de Bengala y en el mar de Andamán. Expreso mi aprecio por los esfuerzos realizados por los países que han ofrecido su disponibilidad para acoger a estas personas que están afrontando graves sufrimientos y peligros».

No soy totalmente feliz aquí, pero quiero serlo (Meditación para hoy) 01062015

No soy totalmente feliz aquí, pero quiero serlo
Cristiano de hoy
Soy peregrino en este mundo, que va de paso, que está dirigiéndose a su patria: a la eternidad con Dios.


Por: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.la-oracion.com



Aquí tienes mi corazón ansioso, ensanchado por el inmenso deseo de las realidades futuras, que desde hace mucho tiempo está suspirando por ti, por el regreso a la patria: desea, antes que amanezca, contemplar ya aquí en la tierra los gozos de la felicidad futura. Desea saber qué gozos esperan a las almas de los difuntos después de la muerte del cuerpo, y qué glorificación se les añade después de recibir sus cuerpos. [...]
Yo, queriendo volar al interior de aquella patria, de la que se dicen tantas cosas, te pido subir por Ti, que eres el camino; que no te ofenda a Ti, que eres la verdad; que llegue a Ti, que eres la vida. Que de ninguna manera me separe de Ti, que eres el camino de la felicidad plena; que de ningún modo desista por la dificultad de estas cosas, sino que subiendo por Ti, al morir no sufra [el ataque del] al ladrón, y, una vez muerto, no lleve al acusador [conmigo]
 (San Julián de Toledo, La oración que Julián dirige a Dios).


¿A quién no le gusta reírse a carcajada limpia? Estoy seguro que todos disfrutamos un buen chiste, una puntada cómica. Y si eso viene acompañado de imágenes, todavía más. Como las películas o series de televisión divertidas -para quienes las ven- que logran hacernos olvidar muchas veces las preocupaciones de todos los días.

Me vino esto a la mente cuando veía una entrevista que Andreu Buenafuente, humorista español, le hizo a Mons. Xavier Novell, obispo de Solsona (España). Y lo admito: me dio mucha rabia. No porque Mons. Xavier no respondiese bien, pues estuvo bastante bien a decir verdad. Lo que me enojó fue ver que gente con mucho talento en el mundo del espectáculo, como el caso de Buenafuente, no sean creyentes y que, en numerosas ocasiones, critiquen y ridiculicen a la Iglesia y a Dios. Y entiéndanme, sé que ataques siempre habrán, pero es que creo que los cómicos y humoristas pueden tener un papel fundamental en mostrar lo que será el cielo en la eternidad: una risa sin fin, un eterno sentirse llenos por dentro, una compañía de Dios que nunca se acabará.

¿No les pasa a ustedes? A mí siempre me viene un deseo profundo de dejar de sufrir, de que los malos momentos no sucedan más, que ya no tenga tragos amargos en mi vida. Y luego, en contrapartida, desearía detener el segundero del reloj cuando le doy un abrazo a un ser querido, cuando paso un buen momento con los amigos, cuando tengo a Cristo en mis manos como sacerdote. Y aunque en ocasiones deseo callar mi corazón, es tal el anhelo de felicidad que no puedo hacerme ilusiones: mis ansias de eternidad son mayores.

San Julián de Toledo era muy consciente de este sentimiento dentro del corazón del hombre y por ello dedicó gran parte de su vida a estudiar y meditar la eternidad. Prueba de ello es este extracto de la bellísima oración que le dirige a Dios: una oda a la búsqueda que todo ser humano tiene de felicidad. Es un sentirse peregrino en este mundo, que va de paso, que está dirigiéndose a su patria. Dialogar con Dios de estas realidades no es sólo recomendable, sino necesario. De hecho, algunos maestros de la vida espiritual recomiendan poner ante nuestros ojos estas realidades futuras por lo menos una vez por semana.

Ésta es, creo yo, la gran enseñanza que San Julián nos deja y que debemos tatuarnos en el alma con el fuego de la oración: soy peregrino, esta vida es a fin de cuentas sólo pasajera. Y aunque debo trabajar y ayudar en la sociedad aquí, el apellido de mis actos sólo puede ser "eternidad". Si no, la felicidad seguirá rondando nuestro corazón, sin tocarlo del todo en este mundo.

¿Y los humoristas qué pintan en todo esto? Pues mucho. Porque cada vez que reímos, tocamos un poco la orla del manto de la eternidad y nos sentimos plenos. Y por eso un buen comediante, si es creyente, puede ser un buen predicador. Tal vez por eso que me he tomado muy en serio la petición que el mismo Andreu Buenafuente le hizo a Mons. Xavier Novell al final de la entrevista mencionada.

Decía: "Si habla usted con Dios, hable bien de nosotros. Porque a lo mejor no vamos mucho a misa, pero nos gusta ser buenas personas". ¡Cuenta con ello, Andreu!



Para escribir tus comentarios entra a No soy totalmente feliz aquí, pero quiero serlo
Esperamos tus comentarios, participa. Comparte tu sed y tu experiencia de Dios con apertura y humildad, para ayudarnos entre todos en un clima de amistad.



Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion


Se apoderaron del hijo, lo mataron (Evangelio meditado) 01062015

Se apoderaron del hijo, lo mataron
Parábolas
Marcos 12, 1-12. Tiempo Ordinario. ¡Cuántas veces Dios se hace presente en nuestro alrededor y nosotros no nos damos cuenta!


Por: H. Benjamín Landeros | Fuente: Catholic.net



Del santo evangelio según san Marcos 2, 1-12
En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos y les dijo: "Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y construyó una casa para el celador. La alquiló después a unos trabajadores y se marchó al extranjero. A su debido tiempo envió a un sirviente para pedir a los viñadores la parte de los frutos que le correspondían. Pero ellos lo tomaron, lo apalearon y lo despacharon con las manos vacías. Envió de nuevo a otro servidor, y a éste lo hirieron en la cabeza y lo insultaron. Mandó a un tercero, y a éste lo mataron. Y envió a muchos otros, pero a unos los hirieron y a otros los mataron. Todavía le quedaba uno: ése era su hijo muy querido. Lo mandó por último, pensando: A mi hijo lo respetarán. Pero los viñadores se dijeron entre sí: Este es el heredero, la viña será para él; matémosle y así nos quedaremos con la propiedad. Tomaron al hijo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. Ahora bien, ¿qué va a hacer el dueño de la viña? Vendrá, matará a esos trabajadores y entregará la viña a otros. ¿No han leído el pasaje de la Escritura que dice: La piedra que rechazaron los constructores ha llegado a ser la piedra principal del edificio. Esta es la obra del Señor, y nos dejó maravillados? Entonces los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, quisieron apoderarse de Jesús, porque se dieron cuenta de que por ellos había dicho aquella parábola, pero le tuvieron miedo a la multitud, dejaron a Jesús y se fueron de ahí.

Oración introductoria
Señor, Tú me has entregado una porción muy amada de tu viña. Tus palabras en el evangelio, tu cuerpo en la Santa Eucaristía, así como tu presencia en el prójimo que me rodea, son dones que he recibido de ti gratuitamente. Ayúdame a comprender que la mayor riqueza que he recibido eres Tú mismo.

Petición
Señor Jesús, cuántas veces he ofendido tu corazón, he rechazado tus palabras, he puesto en duda tus mandamientos. Te pido, Señor, que me perdones; y no obres conforme a mis pecados, sino según tu misericordia.

Meditación del Papa Francisco
En la parábola de los viñadores homicidas, que primero asesinan a los siervos y por último al hijo del patrón de la viña para apropiarse de la herencia. A Jesús le escuchan los fariseos, ancianos y sacerdotes a quienes se dirige para hacerles entender cuanto han caído bajo, por no tener el corazón abierto a la palabra de Dios.
¡Este es el drama de aquella gente, pero también el nuestro! Se han apropiado de la palabra de Dios y la palabra de Dios la convierten en su palabra, según sus intereses, según sus ideologías, sus teologías... pero a su servicio. Y cada uno la interpreta según la propia voluntad, según el propio interés. Aquí está el drama de este pueblo. Y para conservar esto, asesinan. Esto le sucedió a Jesús. […]
¿Qué podemos hacer para no asesinar la palabra de Dios?, y para “ser dóciles y no enjaular el Espíritu Santo”? Dos cosas simples. La actitud de quien quiere escuchar la palabra de Dios es primero, la humildad; segundo la oración. Esta gente no rezaba. No sentía necesidad de rezar. Se sentían seguros, se sentían fuertes, se sentían dioses. Humildad y oración: con la humildad y la oración vamos adelante para escuchar la palabra de Dios y obedecerle. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 21 de marzo de 2014, en Santa Marta).
Reflexión 
¡Cuántas veces Dios se hace presente en nuestro alrededor y nosotros no nos damos cuenta! Desde que amanece Dios está a nuestro lado regalándonos un nuevo día; está presente en el amor de nuestros seres queridos; se cruza en nuestro camino bajo la apariencia de una persona que necesita de nuestra caridad.

Propósito 
Ofrecer una sonrisa y rezar un avemaría por la persona que más sufre o la que esté más necesitada.

Diálogo con Cristo
Dios mío, no dejes que mi corazón se aleje de ti por seguir mis intereses personales. Antes bien, hazme comprender que todas las cosas tienen sentido cuando se hacen por amor a ti y a los demás.


La Eucaristía y la Virgen son las dos columnas que han de sostener nuestras vidas (San Juan Bosco)

 
Preguntas o comentarios al autor   Benjamín Landeros

Cuarenta años de Jesucristo el Liberador (Leonardo Boff)

Cuarenta años de Jesucristo el Liberador

2012-10-11


  En el Instituto Humanitas de la Unisinos de los Jesuitas en São Leopoldo (Brasil) se está celebrando del 7 al 11 de octubre el 40º aniversario del nacimiento de la Teología de la Liberación. Están presentes los principales representantes de América Latina, especialmente, su primer formulador, el peruano Gustavo Gutiérrez. Curiosamente en ese mismo año de 1971, sin que ninguno supiese de los otros, Gutiérrez en Perú, Hugo Assman en Bolivia, Juan Luis Segundo en Uruguay y yo mismo en Brasil publicábamos nuestros escritos, que son considerados los fundadores de este tipo de teología. ¿No sería la irrupción Espíritu que soplaba en nuestro Continente marcado por tantas opresiones?
Para burlar los órganos de control y represión de los militares, yo publicaba todos los meses de 1971 un artículo en una revista para religiosas Sponsa Christi(Esposa de Cristo) con el título: Jesucristo el Liberador. En marzo de 1972 reuní los artículos y me arriesgué a publicarlos en forma de libro. Tuve que esconderme durante  dos semanas porque  la policía política me buscaba. Las palabras «liberación» y «liberador» habían sido prohibidas y no podían ser usadas públicamente. Al abogado de la Editora Vozes le costó mucho convencer a los agentes de vigilancia de que se trataba de un libro de teología, con muchas notas de pie de página de literatura alemana y que no era una amenaza para el Estado de  Seguridad Nacional.
¿Cuál es la singularidad del libro (hoy en su 21 edición)? Presentaba, fundada en una exégesis rigurosa de los evangelios, una figura de Jesús como liberador de las distintas opresiones humanas. Contra dos de ellas tuvo que enfrentarse directamente: la religiosa en forma de fariseísmo en la estricta observancia de las leyes religiosas. La otra, política, la ocupación romana que implicaba reconocer al imperador como «dios» y asistir a la penetración de la cultura helenística pagana en Israel.
A la opresión religiosa, Jesús contrapone una «ley» mayor, la del amor incondicional a Dios y al prójimo. Éste es para él  toda persona de la cual me aproximo, especialmente los pobres e invisibles, aquellos que no cuentan socialmente.
A la política se opone, en vez de someterse al imperio de los Césares, anunciando el Reino de Dios, un delito de lesa majestad. Este Reino comportaba una revolución absoluta del cosmos, de la sociedad, de cada persona y una redefinición del sentido de la vida a la luz de Dios, llamado Abba, es decir, padre amoroso y lleno de misericordia, que hacía que todos se sintiesen sus hijos e hijas y hermanos y hermanas unos de otros.
Jesús actuaba con la autoridad y la convicción de alguien enviado por el Padre para liberar a la creación herida por las injusticias. Mostraba un poder que aplacaba tempestades, curaba enfermos, resucitaba muertos y llenaba de esperanza a todo el pueblo. Algo realmente revolucionario iba a suceder: la irrupción del Reino que es de Dios y también de los humanos por su compromiso.
En estos dos frentes creó un conflicto que lo llevó a la cruz. No murió en la cama rodeado de discípulos, sino ejecutado en la cruz como consecuencia de su mensaje y de su práctica. Todo indicaba que su utopía había sido frustrada. Pero he aquí que sucedió algo inaudito: la hierba no creció sobre su sepultura. Unas mujeres anunciaron a los apóstoles que había resucitado. La resurrección no hay que identificada con la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro, sino como la irrupción del ser nuevo, no sujeto ya al espacio-tiempo y a la entropía natural de la vida. Por eso atravesaba paredes, aparecía y desaparecía. Su utopía del Reino como transfiguración de todas las cosas, al no poder realizarse globalmente, se concretó en su persona mediante la resurrección. Es el Reino de Dios concretado en Él.
La resurrección es el hecho mayor del cristianismo sin el cual no se sostiene. Sin ese acontecimiento bienaventurado, Jesús sería como tantos profetas sacrificados por los sistemas de opresión. La resurrección significa la gran liberación y también una insurrección contra este tipo de mundo. Quien resucita no es un Cesar o un Sumo Sacerdote, sino un crucificado. La resurrección da razón a los crucificados de la historia de la justicia y del amor. Ella nos asegura que el verdugo no triunfa sobre la víctima. Significa la realización de las potencialidades escondidas en cada uno de nosotros: la irrupción del hombre nuevo.
¿Cómo entender a esa persona? Los discípulos le atribuyeron todos los títulos, Hijo del Hombre, Profeta, Mesías y otros. Al final concluyeron: humano así como Jesús sólo puede ser Dios mismo. Y empezaron a llamarle Hijo de Dios.
Anunciar un Jesucristo liberador en el contexto de opresión que existía y aún persiste en Brasil y en América Latina era y es peligroso. No sólo para la sociedad dominante sino también para ese tipo de Iglesia que discrimina a mujeres y laicos. Por eso su sueño siempre será retomado por aquellas personas que se niegan a aceptar el mundo así como existe. Tal vez sea este el sentido de un libro escrito hace 40 años.



Maestro Eckhart (místico medieval) Sermón Va


SERMÓN V a[30]
In hoc apparuit charitas dei in nobis, quoniam filium suum unigenitum misit deus in mundum ut vivamos per eum.

Dice San Juan: «En esto se nos ha manifestado el amor de Dios: en que ha enviado al mundo a su Hijo para que vivamos por Él» (1 Juan 4, 9) y con Él, y de esta manera nuestra naturaleza humana se halla inconmensurablemente enaltecida por el hecho de que el Altísimo haya llegado, adoptando la naturaleza humana.

Dice un maestro: Cuando pienso en el hecho de que nuestra naturaleza está enaltecida por sobre las criaturas y sentada en el cielo por encima de los ángeles, siendo adorada por ellos, he de regocijarme en lo más íntimo de mi corazón, pues Jesucristo, mi querido Señor, me ha dado por propiedad todo cuanto Él posee en sí mismo. Él [=el maestro][31] dice también que el Padre con todo cuanto alguna vez le ha dado a su Hijo Jesucristo en su naturaleza humana, antes bien me miró a mí, amándome más a mí que a Él y dándomelo a mí antes que a Él. ¿Cómo es esto? Se lo dio por amor de mí porque me hacía falta. Por eso, con cuanto le dio, pensó también en mí y me lo dio al igual que a Él; no hago ninguna excepción de nada, ni de unión ni de santidad de la divinidad ni de cosa alguna. Todo cuanto, en algún momento, le dio a Él en [su] naturaleza humana, no me resulta ni más extraño ni más distante que a Él. Pues Dios no puede dar poca cosa; tiene que dar todo o nada. Su don es completamente simple y perfecto sin división, y no en el tiempo sino todo en la eternidad; y tenedlo por tan seguro como el hecho de que vivo: si hemos de recibir de Él en la manera señalada, debemos estar en la eternidad, elevados por encima del tiempo. En la eternidad todas las cosas están presentes. Lo que está por encima de mí, se me halla tan cerca y tan presente como aquello que tengo conmigo aquí; y allí recibiremos de Dios lo que Él nos ha destinado. Dios tampoco conoce nada fuera de sí, sino que su mirada sólo está dirigida hacia Él mismo. Lo que ve, lo ve todo en Él. Por eso, Dios no nos ve cuando estamos en pecado. De ahí: Dios nos conoce en la medida en que estemos dentro de Él, es decir, en cuanto estemos sin pecado. Y todas las obras hechas por Nuestro Señor en cualquier momento, me las ha dado a mí como propias en forma tal que son para mí no menos dignas de recompensa que mis propias obras que hago yo. Entonces, como toda su nobleza nos pertenece y se nos acerca en igual medida a mí como a Él ¿por qué no recibimos lo mismo? ¡Ah, comprendedlo! Si uno pretende recibir esa donación de modo que reciba ese bien en la misma medida, así como la naturaleza humana y universal que está igualmente cerca de todos los hombres, entonces —así como en la naturaleza humana no hay nada extraño ni cosa más lejana o más cercana—, así es necesario que tú te encuentres en unión con los hombres de manera equidistante, no más cerca de ti mismo que de otra persona. Has de amar y estimar y considerar a todos los hombres como iguales a ti mismo; lo que sucede a otro, sea malo o bueno, debe ser para ti como si te sucediera a ti mismo.

Ahora bien, el segundo significado es éste: «Lo ha enviado al mundo». Entendamos pues, que se trata del gran mundo en cuyo interior miran los ángeles. ¿Cómo hemos de ser? Debemos estar allí con nuestro amor íntegro y con todo nuestro anhelo, según dice San Agustín[32]: En aquello que el hombre ama, se transforma con el amor. ¿Hemos de decir, pues: Cuando el hombre ama a Dios se transforma en dios? Esto suena a incredulidad. En el amor que brinda un hombre no hay dos sino sólo uno y unión, y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien dios. Dice el profeta: «He dicho que sois dioses e hijos del Altísimo» (Salmo 81, 6). Suena extraño [cuando se dice] que el hombre de tal manera puede llegar a ser dios en el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor Jesucristo poseía esta [unión][33].

«Lo ha enviado al mundo.» En una de sus acepciones «mundum» significa «puro». ¡Prestad atención! Dios no tiene ningún lugar más propio que un corazón puro y un alma pura; allí el Padre engendra a su Hijo, tal como lo engendra en la eternidad, ni más ni menos. ¿Qué es un corazón puro? Es puro aquel que se halla apartado y separado de todas las criaturas, porque todas las criaturas ensucian ya que son [una] nada; pues [la] nada es una carencia y ensucia al alma. Todas las criaturas son pura nada; ni los ángeles ni las criaturas son algo. Agarran todo en todo y [lo] ensucian porque están hechos de la nada; son y fueron nada. Lo que les repugna a todas las criaturas y les produce disgusto, es [la] nada. Si yo colocara un carbón ardiente en mi mano, me dolería. Esto se debe solamente al «no», y si estuviéramos libres del «no», no seríamos impuros.

Luego, «vivimos en Él» con Él. No hay nada que se apetezca tanto como la vida. ¿Qué es mi vida? Lo que, desde dentro es movido por sí mismo. Aquello que es movido desde fuera, no vive. Si vivimos, pues, con Él, debemos cooperar también con Él desde dentro, de modo que no obremos desde fuera, sino que hemos de ser movidos por aquello que nos hace vivir, es decir: por Él. [Mas] podemos y debemos obrar desde dentro con lo nuestro propio. Si hemos de vivir, pues, en Él y por Él, Él debe pertenecernos y nosotros tenemos que obrar con lo nuestro propio. Así como Dios obra todas las cosas con lo suyo y por sí mismo, así debemos obrar también con lo nuestro que es Él dentro de nosotros. Él nos pertenece completamente y en Él todas las cosas nos pertenecen. Todo cuanto poseen todos los ángeles y todos los santos y Nuestra Señora, lo poseo yo en Él y no me resulta más extraño ni más alejado que lo que tengo yo mismo. En Él poseo todas las cosas de igual manera; y si hemos de llegar a esta posesión [de modo] que todas las cosas nos pertenezcan, debemos aprehenderlo de igual manera en todas las cosas, en una no más que en otra, porque Él es igual en todas las cosas.

Uno se encuentra con gente a la que gusta Dios de una manera, pero de otra no, y se empeñan en poseer a Dios sólo en una forma de devoción y en otra no. Lo dejo pasar, pero es todo un error. Quien ha de tomar a Dios de manera correcta, debe tomarlo de igual modo en todas las cosas, en [la] aflicción como en [el] bienestar, en [el] llanto como en [la] alegría; en todo debe ser el mismo para ti. Si tú no tienes devoción ni fervor, sin haberlo provocado por un pecado mortal, y deseas tener devoción y fervor, y, si entonces crees que justamente por no tener devoción ni fervor, tampoco tienes a Dios [y] ello te da pena, precisamente esto es, en ese momento, [tu] devoción y fervor. Por lo tanto no debéis insistir en ningún modo, porque Dios no es en absoluto ni esto ni aquello. De ahí que aquellos que tomen a Dios de la manera descrita, proceden mal con Él. Toman el modo, pero no a Dios. Por ende recordad esta palabra: Debéis pensar puramente en Dios y buscarlo a Él. Cualquiera que sea luego el modo resultante, ¡contentaos con él! Pues vuestra intención ha de estar dirigida puramente hacia Dios y a ninguna otra cosa. [Luego] estará bien lo que os guste o no os guste, y sabed que otra cosa estaría completamente mal. Quienes pretenden tener muchos modos, empujan a Dios por debajo de un banco. Ya sean llantos o suspiros o muchas otras cosas por el estilo: todo esto no es Dios. Si os sucede, aceptadlo y contentaos; si no sucede, contentaos lo mismo y tomad lo que Dios os quiere dar en ese momento y conservad siempre un humilde aniquilamiento y el rebajamiento [de vosotros mismos]. Y en todo momento ha de pareceros que sois indignos de [recibir] cualquier bien que Dios podría haceros si quisiera. Así hemos interpretado pues, la palabra escrita por San Juan: «En esto se nos ha manifestado a nosotros el amor de Dios». Si fuéramos así, este bien se manifestaría dentro de nosotros. La culpa de que esté escondido para nosotros no la tiene nadie más que nosotros. Somos la causa de todos nuestros impedimentos. Cuídate de ti mismo y te has cuidado bien. Y si resulta que no queremos tomarlo, Él nos ha escogido para ello, [sin embargo]. Si no lo tomamos, habremos de arrepentimos y sufriremos gran reprimenda. La culpa de que no lleguemos adonde, se recibe este bien, no la tiene Él, sino nosotros.

San Justino Flavia - Beato Juan Bautista Scalabrini - San Iñigo. - San Pámfilo - San Bernardo Lérida 01062015


San Justino Flavia

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día




San Justino
Mártir,  nació en Flavia Nápolis. Fue el primer apologista cristiano, laico. Como buscador incansable de la verdad, profundizó principalmente en el sistema de los estoicos, los pitagóricos y de Platón.  Tuvo un encuentro que le motivó a estudiar «una filosofía más noble» que las que él conocía. Así, comenzó a estudiar las Sagradas Escrituras y a informarse sobre el cristianismo.
San Justino tenía 30 años cuando se convirtió al cristianismo.  Recorrió varios países discutiendo con los paganos, los herejes y los judíos sobre la fe. Los escritos de Justino mártir que han llegado completos hasta nosotros son las dos Apologías y el Diálogo con Trifón.  En la primera Apología, San Justino protesta contra la condenación de los cristianos por razón de su religión o de falsas acusaciones.
En ella fundamenta que es injusto acusarlos de ateísmo y de inmoralidad, ya que son ciudadanos pacíficos, cuya lealtad al emperador se basa en sus mismos principios religiosos.- La segunda Apología es un apéndice de la primera. En su tercer libro, el mártir hace una defensa del cristianismo en contraste con el judaísmo, bajo la forma de diálogo con un judío llamado Trifón.   San Justino se negó a la orden dada por Crescencio de ofrecer sacrificios a los ídolos y, confesando valientemente a Cristo, fue condenado por el juez a morir decapitado.







 Oremos  

Dios nuestro, que enseñaste a San Justino a descubrir en la locura de la cruz la incomparable sabiduría de Jesucristo, concédenos, por la intercesión de este mártir, la gracia de alejar los errores que no cercan y de mantenernos siempre firmes en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



Beato Juan Bautista Scalabrini

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día


Nació en Fino Mornasco, Como, Italia, el 8 de julio de 1839. Pertenecía a una familia de clase media. Era el tercero de ocho hermanos. El rezo comunitario del rosario, la devoción materna por Cristo crucificado y por María, entre otras, fueron lecciones inolvidables que aprendió en su hogar, aunque en sus hermanos calaron de forma desigual. Uno estuvo a punto de ser encarcelado por temas económicos, y otro tuvo que emigrar perdiendo la vida en la travesía. Los restantes destacaron en la política y en la universidad. Sus hermanas estuvieron cerca de él. Una alumbró a dos sacerdotes, y la benjamina respaldó generosamente sus proyectos y fue artífice de otros. Por su afán en compartir la fe con sus amigos, mientras estudiaba en el Instituto, se veía que estaba abocado a la consagración. A los 18 años su padre le condujo al seminario. Fue ordenado en 1863 con un expediente impecable, impregnado de su grandeza humana y espiritual. Versado en ciencias modernas, políglota, inquieto e inteligente, cifró su afán evangelizador en el continente asiático. Contaba con la bendición materna que rogó hincándose de rodillas. Pero el prelado le disuadió diciéndole: «Tus Indias están en Italia». Comenzó siendo coadjutor de una modesta parroquia, misión breve porque el obispo pronto le encomendó otras. En 1867 se produjo una epidemia de cólera y por su heroica acción con los damnificados fue galardonado civilmente. Ese mismo año fue designado vicerrector del seminario; sería también su rector. Allí ejerció la docencia.
En esa época tomó contacto con el beato Luigi Guanella, que se ocupaba de los migrantes, y con dos científicos: Serafino Balestra, admirable por su labor con los sordomudos, y Antonio Stoppani que era, además, escritor. Los tres dejaron su huella en él. Y otro tanto sucedió con Jeremías Bonomelli, entonces arcipreste de Lovere, que sería nombrado obispo. Ambos se influenciaron entre sí compartiendo similares afanes. En 1870 fue nombrado párroco de San Bartolomé. Su quehacer apostólico y formativo era extraordinario. Fundó un jardín de infantes, promovió la obra de San Vicente destinada a niños enfermos y creó un oratorio para jóvenes. Se ocupó de los sordomudos a los que ayudó de manera decisiva aplicando el método fonético de su amigo Balestra. Y, además, se implicó activamente en temas socio-laborales teniendo siempre como trasfondo el elemento espiritual. Allí escribió un catecismo para niños y dictó una serie de conferencias sobre el Concilio Vaticano I que no pasaron desapercibidas para Pío IX. No tenía más que 36 años cuando ocupó la sede episcopal de Piacenza a la que fue elevado en 1876. Durante casi tres décadas actuó como un pastor infatigable, ejemplar. Tenía la agenda repleta con la administración de sacramentos, predicación, asistencia y educación al clero y a su grey. Visitó cinco veces las 365 parroquias de la diócesis a pie o a caballo, ya que aún no había llegado el progreso. Realizó tres sínodos, reformó los estudios eclesiásticos, consagró doscientas iglesias, etc. Y se preocupó por infundir en todos el amor por la comunión frecuente y la Adoración Perpetua. En 1895, junto al P. Giuseppe Marchetti, fundó la congregación de Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón.
Pero su acción más representativa la llevó a cabo con los emigrantes. Conocía perfectamente el drama del éxodo de los que partían de Italia con el ideal americano en sus corazones y la esperanza de una vida mejor. Muchos hallaron frustrados sueños y fe. Viendo el peligro que corrían de perderla, en 1887 instituyó la congregación de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), aprobada por León XIII, para darles asistencia religiosa y humana. A él se debe el traslado de santa Francisca Javier Cabrini a América en 1889 para socorrer a niños, huérfanos y enfermos italianos. El beato nunca abandonó a sus emigrantes. Visitó a los que se hallaban en América del Norte y del Sur en dos ocasiones. Su consigna fue: «Hacerme todo a todos para ganarlos a todos para Cristo». Y ciertamente lo consiguió. Tuvo dilección por los pobres, especialmente los «vergonzosos» –personas que gozaron de gran posición venidos a menos por la crisis–, así como por los prisioneros. Fundó un instituto para sordomudos, organizó la asistencia a las obreras del arroz, impulsó la sociedad de mutuo socorro, asociaciones de obreros, cajas rurales y cooperativas. Con sus propios bienes rescató del hambre a millares de campesinos y obreros. Para ello vendió sus caballos, así como el cáliz y la cruz pectoral obsequios de Pío IX. Fue el creador del primer Congreso catequético nacional, y fundador de la primera revista italiana de catequesis. ¿El secreto? Sus numerosas horas de adoración ante el Santísimo Sacramento. Decía que la oración «es la parte más viva, más fuerte, más poderosa del apostolado». Era un apasionado de la cruz que solía apretar junto a su pecho suplicando: «Haz que me enamore de la cruz», y de María, de la que hablaba con vehemencia en las homilías que pronunciaba. Impulsor de las peregrinaciones a santuarios marianos, donó las joyas de su madre para coronar a la Virgen. A su paso fue dejando el sello de su amor por la Iglesia y el pontífice. Llevaba trazada  en sus labios la bendición del perdón. Es memorable y profético el discurso que pronunció en el «Catholic Club» de Nueva York en 1901 sobre la emigración. El 1 de junio de 1905 falleció agotado por tantas fatigas. Antes exclamó: «¡Señor, estoy listo. Vamos!». Juan Pablo II lo beatificó el 9 de noviembre de 1997 denominándolo «mártir de la verdad», aunque ya era mundialmente conocido como el «padre de los Migrantes», y «apóstol del Catecismo», título otorgado por Pío IX. En 1961, alumbradas por su enseñanza, nacieron las Misioneras Seglares Escalabrinianas.



San Iñigo.

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día

En concordancia con la calenda antigua del cenobio pirenaico de San Juan de la Peña no se encuentra documento alguno, escrito o cultual, a lo largo de nueve siglos que haya sugerido para San Iñigo patria diversa de Aragón y Calatayud. Gráficamente expresaba esta realidad una representación escénica del siglo XVI en honor de San Iñigo, cuando un actor en figura de demonio sugería a su príncipe: "Sábete, gran Belcebú, — que este Santo venerado — que en Oña está sepultado — era de Calatayú".
Los escritores y el pueblo bilbilitano han fijado la casa natal de San Iñigo en el barrio de los Mozárabes, donde la actual iglesia benedictina, un barrio indefenso que hacia el año mil aguantaba sobre sí los cerros fortificados de los invasores sarracenos y a sus lados el ambiente hebreo que tantas lápidas ha legado. Pocos años después de la muerte de San Iñigo existía ya allí un monasterio benedictino.
Al carácter de San Iñigo en esta primera juventud dedicó su discípulo el abad Juan de Alcocero una sola frase, pero de honda sugerencia: "Fue suave y manso aun cuando estaba en la soberbia del siglo".
Tobed de Calatayud, con su cueva y su culto a la Virgen, es un nombre enlazado en el recuerdo bilbilitano a la retirada de San Iñigo hacia la soledad.
También el monasterio de San Juan de la Peña consideraba a San Iñigo de su escuela y lo resalta en su calenda: “Iñigo, monje del monasterio de San Juan Bautista". Eran los años del implantarse, en los monasterios del viejo reino navarro, la reforma benedictina que el recoleto Paterno y sus compañeros enviados por Sancho III el Mayor habían aprendido y practicado en Cluny.
Un manuscrito inédito del archivo oniense compendia así la estancia de San Iñigo en el monasterio pirenaico: "Tomó el hábito de monje en el monasterio real de San Juan de la Peña, el cual poco había que el rey don Sancho el Mayor había ilustrado. Y después de haber vivido en el dicho monasterio algún tiempo, con beneplácito y voluntad de sus superiores, salió a vivir a los desiertos imitando a los Santos Padres".
El prestigio firme de San Iñigo por este tiempo es su vida oculta y anacoreta. Cada documento anterior presenta un nuevo rasgo hagiográfico: "En los comienzos de su edad dispuso de servir a Dios todopoderoso, ayudándole su gracia. Y porque esto más a su voluntad pudiese hacer, estaba apartado fuera de todo poblado en un monte, adonde en una cueva hacía vida de ermitaño y solitaria; y allí estuvo algunos años morando en hábito de monje, mortificando su carne con trabajos de vigilias, ayunos y oraciones.
"Durante muchos años llevaba una vida de rigidísima aspereza en la soledad de los montes en hábito de monje, preclaro en opinión de santidad."
"Su célebre fama resonaba lejos y ampliamente y con frecuentes milagros."
"Y oyendo los moradores comarcanos su santidad iban a verlo con gran devoción y recibían de él muy saludables consejos y amonestaciones, y con su ejemplo muchos menospreciaban el mundo y entraban en religión."
Todos estos detalles de los viejos documentos, aun a través de su dura corteza latina, configuran la primera imagen histórica de San Iñigo: Carácter de apacibilidad externa y empuje interior para entregarse a Dios en los rigores y dulzuras contemplativas de la vida eremítica y para entregarse a los hombres desde su cueva y con su hábito monacal como guía y modelo de vida perfecta.
Mientras tanto, en un bravío recodo de las estribaciones cantábricas que encuñan de roquedales la vieja astilla burgalesa, el conde don Sancho de Calatañazor, nieto de Fernán González, había aplomado un monasterio con robusta silueta románica de retiro y fortín.
Lo entregaba como dote a Tigridia, "nuestra hija dulcísima", que fue la más popular abadesa de este monasterio benedictino de religiosas con capellanía de monjes. La generosa carta fundacional del conde don Sancho de Castilla es del año 1011. La abadesa infanta quedó para la posteridad como Santa Tigridia y su epitafio se escribió sobre un altar de la iglesia de San Salvador de Oña.
Posteriormente a la abadesa Tigridia la observancia religiosa aparece lánguida en el cenobio del conde. Su yerno Sancho III el Mayor de Navarra, primer emperador de las Españas reconquistadas, con facultad pontificia y de los obispos de sus dominios, suprime la Comunidad de monjas e introduce monjes de la regla cluniacense el año de 1033.
El primer abad de la Oña cluniacense fue dom García, pero su prelatura sólo duró dos años incompletos. Lo demás lo transmite en este castellano primaveral una Memoria antigua y abreviada del archivo de Oña:
"Quedó este Monasterio de Oña sin Pastor. E cobdiciando el Noble Rey darle Regidor e que la nueva planta, que había ordenado, permaneciese siempre en mayor virtud y santidad, finalmente, la fama (que casi todas las cosas quenta) vino a las sus Orejas de este piadoso Rey, e fuele dicho la vida santa y loable, que el Bienaventurado S. Iñigo facía, y habiendo el su Consejo con varones sabios e discretos, que consigo siempre traía, envió a rogar con ellos a este Santo Varón que le pluguiesse vinirse para él, porque le quería encomendar el regimiento de este su Monasterio de Oña; porque con su exemplo, y la buena vida, los Monges que aquí estaban, fuesen informados en toda Santidad.
"E como el bienaventurado S. Iñigo a los primeros y segundos Mensageros respondiesse que lo non faría en ninguna guisa, en fin viendo el Noble Rey la su voluntad, el mismo Rey olvidando su dignidad Real, fue en persona a le rogar que sí quisiesse venir, e después que se hobo mucho excusado, en la conclusión constreñido por la devoción del Rey hóbolo de aceptar contra toda la su voluntad. E assí fue este Santo varón ordenado por Abad de este Monasterio de Oña, de común consentimiento y clamor de todos los sus Monges, según que la Regla de nuestro bienaventurado Padre S. Benito lo dispone y ordena, e con grande aplauso, beneplácito e gusto del dicho Señor. Rey que a todo fuesse presente".
El manuscrito de fray Iñigo de Barreda redondea de monaquismo el llamamiento de Sancho el Mayor con esta composición de escena: "obligado de las exhortaciones del Rey y assimismo de los mandatos de su Abad de la Peña (porque entrambos estaban presentes y le hacían las debidas instancias), temiendo desagradar a Dios si resistía a su vocación, aceptó el cargo y dexó el consuelo de aquellos riscos, testigos de sus penitencias, con harto desconsuelo suyo y de aquellos sus Hermanos y Compañeros Monjes, y... vino a descender de las montañas de Xaca para levantar las de Burgos".
Ciertamente, el nombramiento de abad de Oña recayó sobre San Iñigo con anterioridad al 21 de octubre de 1034, fecha en que confirma una donación de Sancho el Mayor al monasterio de Leyre con la fórmula “Enneco Abbas Honiensis".
El gobierno interno de San Iñigo aparece en el juicio de su discípulo fray Juan de Alcocero como de una paternalidad discreta, espiritual y popular: "No vivió para sí solo, sino para nosotros, porque todo el día estaba él para nosotros. Nunca se indignó de manera que en su indignación olvidase la benignidad; y no podía airarse un hombre que despreciaba las injurias y evitaba los rencores. Nunca juzgó sin comprensión, como quien sabía que el juicio de los cristianos ha de ir revestido de misericordia. El Espíritu Santo otorga su don de justicia a los más benignos, y concede a los suyos tanta equidad y justicia como gracia y piedad; de ahí que nuestro padre Iñigo guardaba rectitud al examinar lo justo y misericordia al decidir la sentencia. En la solicitud de su monasterio e iglesias imitó la fe y caridad de todos los apóstoles, obispos y abades".
Con razón alude el discípulo ferviente al cuidado de "las iglesias". Al entrar San Iñigo en Oña recibía la prelatura de una verdadera diócesis y el gobierno —según aquel tiempo feudal— de un auténtico señorío. Las escrituras comprueban ciento cincuenta nombres de iglesias y pertenencias que tenía que regir el abad Iñigo en diáspora caprichosa por las actuales provincias de Burgos, Logroño, Palencia y Santander. Todas estas solicitudes del obligado feudalismo de entonces imponían al anacoreta aragonés, ya en plena madurez de vida, largos y penosos viajes. Su firma de prestigio se repite con frecuencia en los documentos monásticos y reales de la época. Y su presencia aparece frecuentemente junto al rey navarro García, hijo de Sancho el Mayor, lo mismo en las tierras riojanas de Nájera, su corte, que en la fratricida batalla de Atapuerca, a cuatro leguas de Burgos, donde sucumbió traidoramente Don García, que vino a morir en los mismos brazos y oraciones de San Iñigo. San Iñigo no se separó de su rey, lo mismo anteriormente en el sitio victorioso de Calahorra que en su desastre de Atapuerca, hasta confiarlo al sepulcro en Santa María la Real de Nájera. Los esfuerzos pacifistas de San Iñigo hasta el momento mismo de la batalla tenían razón. Por eso la actuación de San Iñigo dejó invariable el afecto de Fernando I de Castilla hacia el capellán de su hermano, como aparece en diversas donaciones mutuas, especialmente en las hechas en 1063 cuando fue convocado San Iñigo a León para recibir el cuerpo de San Isidoro.
A pesar de esta obligada dispersión, las primeras atenciones pastorales de San Iñigo se centraban en su monasterio de Oña. Y con éxitos reconocidos. "La santa regla —repiten insistentemente los monjes onienses— se observaba sin interpretación, sin dispensa, sin privilegio. El silencio era silencio, el ayuno, ayuno; la clausura, clausura; y todo en aquel peso y medida del santo legislador. Con tal pastor era el rebaño como él."
Y hablan de aquel monje de agrio carácter que termina reducido y blando ante la psicología y oraciones paternales del santo abad. Y de su bendición manifiesta sobre los campos y vecinos de Oña. Y del castigo sensacional de aquellos dos hidalgos que injuriaron a San Iñigo y al día siguiente, sin causa, se agredían entre sí con sus espadas para perecer ambos locamente bajo sus mutuas heridas. Y ante el pueblo vibrarán con aureola legendaria la serenidad, la oración y la hoguera de San Iñigo para aniquilar un fantaseado serpentón y el espectáculo ridículo del "jorobado de Tamayo", atribuido a su mala intención de pastor al meter su ganado en la viña del monasterio recién plantada por el abad junto al río.
"Abrió sus alhóndigas a los pobres y sus despensas a todos los que venían a él. A cuántos levantó que estaban oprimidos. A cuántos puso en libertad que estaban cautivos. Con una sola diligencia enjugaba las lágrimas de los deudores y renovaba el gozo de los acreedores." Así comenta la acción social de San Iñigo su discípulo fray Juan de Alcocero.
Y la voz popular no teme envolver en prodigios su veneración por San Iñigo. La parálisis remediada del conde leonés Gonzalo Muñiz, de un peregrino traído de más allá de los Pirineos y de un mendigo tendido ante las tapias de la huerta del monasterio. El hijo concedido a las oraciones de San Iñigo para una mujer atribulada sin familia después de quince años de matrimonio. La vista restituida a una humilde joven. Diversos casos mentales extraños totalmente normalizados. Lluvias conseguidas. Hambres subsanadas.
Eran tiempos de reconquista, y la caridad de San Iñigo tuvo que suavizar las frecuentes refriegas entre los barrios moros y cristianos, próximos al monasterio. Cierto día en que la composición ofrecida por San Iñigo fue aceptada por ambos bandos, menos por el jefe moro, se trabó la batalla y sólo pereció el jefe disconforme, según el prenuncio del abad, que pronto logró cristianar con sus monjes aquellos rescoldos agarenos.
"El caminante pobre cantando va entre los salteadores", respondió San Iñigo, con el proverbio latino en su granja de Solduengo a unos ladrones que le habían cercado inútilmente toda la noche; y, al replicarle ellos que, si no la bolsa, al menos le podrían quitar la vida, les respondió que para él quitarle la vida era sólo quitarle de muchos cuidados. Y su entereza cristiana fue el comienzo de una amistad que acabó con el arrepentimiento y la disolución de aquella banda temida. Otra famosa conversión del apostolado de San Iñigo, fue la de un bandido profesional, causante de verdaderas batallas campales entre dos pueblos vecinos al monasterio.
Pero la flor más perfecta de la dirección espiritual de San Iñigo fue San Adón, o, como el mismo se firmaba "Atto, Aukensis episcopus"; Ato, obispo de Oca y Valpuesta, por los años de 1034 y 1039. San Adón, dejando sus obispados, se puso bajo la obediencia de San Iñigo, quien le asignó un eremitorio en los montes de la Peralada junto a la aldea del Portillo de Busto. Su fama de santidad perdura juntamente con su sepulcro en el monasterio de Oña, donde fue enterrado por el mismo San Iñigo, que le sobrevivió casi quince años.
La estampa final de la vida de San Iñigo se aromatiza de un lirismo de romance místico. Los manuscritos monásticos detallan la misma narración fundamental. "Había salido San Iñigo a visitar las iglesias que tenía a su cargo. En Solduengo se sintió enfermar gravemente. Al ser llevado al monasterio de noche le pareció que iban delante dos muchachos con hachas encendidas. Compadeciéndoles el varón de Dios la fatiga del camino, pues creía que eran muchachos cuando en realidad eran ángeles, vuelto a los circunstantes les exhortaba a que aliviasen a los muchachos, cuando nada semejante veían los que le acompañaban, sino sólo una gran claridad. Todos los monjes recibieron al abad moribundo. San Iñigo les daba saludables consejos de amor, hermandad y observancia. Pidió y recibió los auxilios sacramentales humilde y devotamente y, como despedida y promesa de amparo, dio su última bendición de padre y abad."
Era el 1 de junio de 1068. Los arrebatos sin tasa del discípulo Juan de Alcocero en el sermón de honras fúnebres recogen el ambiente de aquel entierro "en la claustra vieja": "Vimos cómo se nos quita el justo sin que la mente se haga a ello. ¿Qué lugar hay en la tierra que no se haya conmovido con el tránsito de nuestro santísimo padre Iñigo?"...
En una arqueta de plata y piedras preciosas se conservan en la iglesia de Oña las reliquias de San Iñigo, el Patrono medieval de los cautivos, que enrejaron de exvotos su altar; el Patrono de Calatayud y de Oña. Su popularidad taumatúrgica le siguió durante los siglos de la Reconquista y del esplendor de España, cuando todas las familias nobles imponían a alguno de sus hijos el nombre del abad de Oña. Iñigo de Loyola se llamaba el fundador de la Compañía de Jesús y un autor de fines del siglo, XVI llama al abad de Oña San Ignacio de Calatayud. Dos nombres y dos símbolos fundidos de un cristianismo apostólico, entero y perenne.



San Pámfilo

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día


San Pámfilo, mártir, Cesarea de Palestina, 308. San Pámfilo es una de las más ilustres víctimas de la persecución de Maximiano. Nacido en Beiruth, recogió en Alejandría la ciencia de Orígenes de labios del filósofo Pierio.


San Bernardo Lérida

image Saber más cosas a propósito de los Santos del día


Santos Bernardo y sus hermanas María y Gracia, s. XII. Bernardo era hijo del rey musulmán de Lérida.
Habiéndose convertido al cristianismo, persuadió a sus dos hermanas que abrazasen la fe, y él entró en el monasterio cisterciense de Poblet.
En un viaje que hizo a su patria, su hermano le manda matar en un bosque cuando volvía al monasterio.