jueves, 30 de junio de 2016

¿Hacia dónde vamos? Impases de la crisis actual (Leonardo Boff) 01072016

¿Hacia dónde vamos? Impases de la crisis actual

2016-07-01


  La actual crisis brasileña, tal vez la más profunda de nuestra historia, está poniendo en jaque el sentido de nuestro futuro y el tipo de Brasil que queremos construir.
Celso Furtado afirmaba con frecuencia que nunca conseguimos realizar nuestra auto-construcción, porque fuerzas poderosas internas y externas o articuladas entre sí lo habían impedido siempre.
Efectivamente, aquí se formó un bloque cohesionado, fuertemente solidificado, constituido por un capitalismo que nunca fue civilizado (mantuvo la voracidad manchesteriana de sus orígenes), financiero y rentista, asociado al empresariado conservador y anti-social y al latifundio voraz que no teme avanzar sobre las tierras de los dueños originales de nuestro país, los indígenas, y por añadidura las de los quilombolas. Siempre frustraron cualquier reforma política y agraria, de suerte que hoy el 83% de la población vive en las ciudades (más exactamente, en las periferias miserables), pues ésta se sentía desplazada y expulsada del campo. Estas élites altamente adineradas se asociaron a unas pocas familias que controlan los medios de comunicación o son sus dueños.
Ese bloque histórico difícilmente será desmontado, una vez que el tiempo de las revoluciones ya pasó. Los pocos cambios de orientación popular y social introducidos por los gobiernos del PT están siendo bombardeados con los cañones más poderosos. Los herederos de la Casa Grande y el grupo del privilegio están volviendo e imponiendo su proyecto de Brasil.
Para ser sucintos e ir al punto central: se trata del enfrentamiento entre dos visiones de Brasil.
La primera: o nos sometemos a la lógica imperial, que nos quiere como socios incorporados y subalternos, en una especie de recolonización intencionada, obligándonos a ser solamente abastecedores de los productos in natura (commodities, granos, minería, agua virtual, etc.) que ellos casi no tienen y necesitan urgentemente.
La segunda: o continuamos osadamente con la voluntad de reinventar Brasil, con un proyecto sobre bases nuevas, sustentado por nuestra rica cultura, nuestras riquezas naturales (extremadamente importantes tras la constatación de los límites de la Tierra y del calentamiento creciente), capaz de aportar elementos importantes para el devenir futuro de la humanidad globalizada.
Esta segunda alternativa realizaría el sueño mayor de aquellos que pensaron un Brasil verdaderamente independiente, desde Joaquim Nabuco, Florestán Fernandes, Caio Prado Jr y Darcy Ribeiro hasta Luiz Gonzaga de Souza Lima en un libro que hasta ahora no ha merecido la debida atención (La refundación do Brasil: rumbo a la sociedad biocentrada, RiMA, São Carlos, SP 2011), y de la mayoría de los movimientos sociales de cuño libertario. Éstos siempre proyectaron una nación autónoma y soberana, pero abierta al mundo entero.
La primera alternativa que ahora vuelve triunfante con el presidente interino Michel Temer y su ministro de relaciones exteriores José Serra, prevé un Brasil que se rinde resignadamente al más fuerte, muy dentro de la lógica hegeliana del señor y del siervo. A cambio recibe inmensas ventajas, beneficiando especialmente a los adinerados (Jessé Souza) y a sus socios. Éstos nunca se interesaron por las grandes mayorías de negros y pobres que ellos desprecian, considerándolos peso muerto de nuestra historia. Nunca apoyaron sus movimientos, y cuando pueden, los rebajan, difaman sus prácticas y con el apoyo del Estado elitista controlado por ellos, los criminalizan. Cuentan con el apoyo de Estados Unidos, como ha señalado nuestro mayor analista de política internacional Moniz Bandeira, pues no aceptan la emergencia de una potencia en los trópicos.
¿De dónde nos podrá venir una salida?
De arriba no podrá venir nada verdaderamente transformador. Estoy convencido de que sólo podrá venir de abajo, de los movimientos sociales articulados, de otros movimientos interesados en cambios estructurales, de sectores de partidos vinculados a la causa popular. El día en que las comunidades favelizadas se conciencien y proyecten otro destino para sí y para Brasil, se dará una gran transformación, palabra que hoy sustituye a la de revolución. Las ciudades se estremecerán.
Entonces sí podrán los poderosos ser «derribados de sus tronos», como dicen las Escrituras, el pueblo ganará centralidad y Brasil tendrá su merecida independencia.



CARTA APOSTÓLICA INDE A PRIMIS* DE SU SANTIDAD JUAN XXIII, SOBRE EL FOMENTO DEL CULTO A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

CARTA APOSTÓLICA INDE A PRIMIS* DE SU SANTIDAD JUAN XXIII 
A LOS VENERABLES HERMANOS 
PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS Y DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR 
EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA 
SOBRE EL FOMENTO DEL CULTO 
A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Venerables Hermanos, salud y Bendición Apostólica.

Muchas veces desde los primeros meses de nuestro ministerio pontificio —y nuestra palabra, anhelante y sencilla, se ha anticipado con frecuencia a nuestros sentimientos— ha ocurrido que invitásemos a los fieles en materia de devoción viva y diaria a volverse con ardiente fervor hacia la manifestación divina de la misericordia del Señor en cada una de las almas, en su Iglesia Santa y en todo el mundo, cuyo Redentor y Salvador es Jesús, a saber, la devoción a la Preciosísima Sangre.

Esta devoción se nos infundió en el mismo ambiente familiar en que floreció nuestra infancia y todavía recordamos con viva emoción que nuestros antepasados solían recitar las Letanías de la Preciosísima Sangre en el mes de julio.

Fieles a la exhortación saludable del Apóstol: "Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre" [1], creemos, venerables Hermanos, que entre las solicitudes de nuestro ministerio pastoral universal, después de velar por la sana doctrina, debe tener un puesto preeminente la concerniente al adecuado desenvolvimiento e incremento de la piedad religiosa en las manifestaciones del culto público y privado. Por tanto, nos parece muy oportuno llamar la atención de nuestros queridos hijos sobre la conexión indisoluble que debe unir a las devociones, tan difundidas entre el pueblo cristiano, a saber, la del Santísimo Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón, con la que tiende a honrar la Preciosísima Sangre del Verbo encarnado "derramada por muchos en remisión de los pecados" [2].

Sí, pues, es de suma importancia que entre el Credo católico y la acción litúrgica reine una saludable armonía, puesto que lex credendi legem statuat supplicandi (la ley de la fe es la pauta de la ley de la oración) [3] y no se permitan en absoluto formas de culto que no broten de las fuentes purísimas de la verdadera fe, es justo que también florezca una armonía semejante entre las diferentes devociones, de tal modo que no haya oposición o separación entre las que se estiman como fundamentales y más santificantes, y al mismo tiempo prevalezcan sobre las devociones personales y secundarias, en el aprecio y práctica, las que realizan mejor la economía de la salvación universal efectuada por "el único Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos" [4]. Moviéndose en esta atmósfera de fe recta y sana piedad los creyentes están seguros de sentirse cum Ecclesia (sentir con la Iglesia), es decir, de vivir en unión de oración y de caridad con Jesucristo, Fundador y Sumo Sacerdote de aquella sublime religión que junto con el nombre toma de El toda su dignidad y valor.

Si echamos ahora ,una rápida ojeada sobre los admirables progresos que ha logrado la Iglesia Católica en el campo de la piedad litúrgica, en consonancia saludable con el desarrollo de la fe en la penetración de las verdades divinas, es consolador, sin duda, comprobar que en los siglos más cercanos a nosotros no han faltado por parte de esta Sede Apostólica claras y repetidas pruebas de asentimiento y estímulo respeto a las tres mencionadas devociones; que fueron practicadas desde la Edad Media por muchas almas piadosas y propagadas después por varias diócesis, órdenes y congregaciones religiosas, pero que esperaban de la Cátedra de Pedro la confirmación de la ortodoxia y la aprobación para la Iglesia universal.

Baste recordar que nuestros Predecesores desde el siglo XVI enriquecieron con gracias espirituales la devoción al Nombre de Jesús, cuyo infatigable apóstol en el siglo pasado fue, en Italia, San Bernardino de Sena. En honor de este Santísimo Nombre se aprobaron de modo especial el Oficio y la Misa y a continuación las Letanías [5]. No menores fueron los privilegios concedidos por los Romanos Pontífices al culto del Sacratísimo Corazón, en cuya admirable propagación tuvieron tanta influencia las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque [6]. Y tan alta y unánime ha sido la estima de los Sumos Pontífices por esta devoción, que se complacieron en explicar su naturaleza, defender su legitimidad, inculcar la práctica con muchos actos oficiales a los que han dado remate tres importantes Encíclicas sobre el misma tema [7].

Asimismo la devoción a la Preciosísima Sangre, cuyo propagador admirable fue en el siglo pasado; el sacerdote romano San Gaspar del Búfalo, obtuvo merecido asentimiento de esta Sede Apostólica. Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal [8]. Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.

Por consiguiente, secundando el ejemplo de nuestros Predecesores, con objeto de incrementar más el culto a la preciosa Sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, hemos aprobado las Letanías, según texto redactado por la Sagrada Congregación de Ritos [9], recomendando al mismo tiempo se reciten en todo el mundo católico ya privada ya públicamente con la concesión de indulgencias especiales [10].

¡Ojalá que este nuevo acto de la "solicitud por todas las Iglesias" [11], propia del Supremo Pontificado, en tiempos de más graves y urgentes necesidades espirituales, cree en las almas de los fieles la convicción del valor perenne, universal, eminentemente práctico de las tres devociones recomendadas más arriba!

Así, pues, al acercarse la fiesta y el mes consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Que reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de esta Sangre verdaderamente preciosísima, cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere (de la cual una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado) [12], como canta la Iglesia con el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor Clemente VI [13]. Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto [14], en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables.

Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo Testamento, especialmente en el momento de la elevación en el sacrificio de la Misa, es muy conveniente y saludable suceda la Comunión con aquella misma Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de Nuestro Salvador en el Sacramento de la Eucaristía. Entonces los fieles en unión con el celebrante podrán con toda verdad repetir mentalmente las palabras que él pronuncia en el momento de la Comunión: Calicem salutaris accipiam et nomem Domini invocabo... Sanguis Domini Nostri Iesu Christi custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen. Tomaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor... Que la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde mi alma para la vida eterna. Así sea. De tal manera que los fieles que se acerquen a él dignamente percibirán con más abundancia los frutos de redención, resurrección y vida eterna, que la sangre derramada por Cristo "por inspiración del Espíritu Santo" [15] mereció para el mundo entero. Y alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, hechos partícipes de su divina virtud que ha suscitado legiones de mártires, harán frente a las luchas cotidianas, a los sacrificios, hasta el martirio, si es necesario, en defensa de la virtud y del reino de Dios, sintiendo en sí mismos aquel ardor de caridad que hacía exclamar a San Juan Crisóstomo: "Retirémonos de esa Mesa como leones que despiden llamas, terribles para el demonio, considerando quién es nuestra Cabeza y qué amor ha tenido con nosotros... Esta Sangre, dignamente recibida, ahuyenta los demonios, nos atrae a los ángeles y al mismo Señor de los ángeles... Esta Sangre derramada purifica el mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo redime a la Iglesia... Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones. Pues ¿hasta cuándo permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos de pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se ha dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con la fe, sino también con las obras" [16].

¡Ah! Si los cristianos reflexionasen con más frecuencia en la advertencia paternal del primer Papa: "Vivid con temor todo el tiempo de vuestra peregrinación, considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha!" [17]. Si prestasen más atento oído a la exhortación del Apóstol de las gentes: "Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo" [18].

¡Cuánto más dignas, más edificantes serían sus costumbres; cuánto más saludable sería para el mundo la presencia de la Iglesia de Cristo! Y si todos los hombres secundasen las invitaciones de la gracia de Dios, que quiere que todos se salven [19], pues ha querido que todos sean redimidos con la Sangre de su Unigénito y llama a todos a ser miembros de un único Cuerpo místico, cuya Cabeza es Cristo, ¡cuánto más fraternales serían las relaciones entre los individuos, los pueblos y las naciones; cuánto más pacífica, más digna de Dios y de la naturaleza humana, creada a imagen y semejanza del Altísimo [20], sería la convivencia social!

Debemos considerar esta sublime vocación a la que San Pablo invitaba a los fieles procedentes del pueblo escogido, tentados de pensar con nostalgia en un pasado que sólo fue una pálida figura y el preludio de la Nueva Alianza: "Vosotros os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial y a las miríadas de ángeles, a la asamblea, a la congregación de los primogénitos, que están escritos en los cielos, y a Dios, Juez de todos, y a los espíritus de los justos perfectos, y al Mediador de la nueva Alianza, Jesús, y a la aspersión de la sangre, que habla mejor que la de Abel" [21].

Confiando plenamente, venerables Hermanos, en que estas paternales exhortaciones nuestras, que daréis a conocer de la manera que creáis más oportuna al Clero y a los fieles confiados a vosotros, no sólo serán puestas en práctica de buen grado, sino también con ferviente celo, como auspicio de las gracias celestiales y prenda de nuestra especial benevolencia, con efusión de corazón impartimos la Bendición Apostólica a cada uno de vosotros y toda vuestra grey, y de modo especial a todos los que respondan generosa y plenamente a nuestra invitación.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el treinta de junio de 1959, vigilia de la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, segundo año de nuestro Pontificado.

IOANNES PP.XXIII.

* AAS 52 (1960) 545-550.

Notas

[1] Act. 20, 28.
[2] Math. 26,28.
[3] Enc. Mediator Dei, AAS. XXXIX, 1947, pág. 54.
[4] 1 Tim. 2,5-6.
[5] AAS. XVIII, 1886, pág. 504.
[6] Off. festi SS. Cordis Iesu, II Noct, leet. V.
[7] Enc. Annum Sacrum, Acta Leonis, 1899, vol. XIX, págs. .71 y ss.; Enc. Miserentissimus Redemptor, AAS. 1928, vol. 20, págs. 165 y ss.; Enc. Haurietis aquas, AAS. 1956, vol. 48, págs. 309 y ss.
[8] Decret. Redempti sumus, 10 de agosto de 1849; cf. Arch. de la S. Congregación de Ritos Decret. ann. 1848-1849, fol. 209.
[9] AAS. 1960, vol. LII, págs. 412-413.
[10] Decret. S. Poenit. Apost., 3 de agosto de 1960; AAS. 1960, vol. LII, pág. 420
[11] 1 Cor. II, 28.
[12]) Himno Adoro te, devote.
[13] Bula Unigenitus Dei Filius, 25 de enero de 1343; Denz. R. 550.
[14] Luc. 22,43. )
[15] Hebr. 9,14.
[16] In Ioannem, Homil. XLVI; Migne, P. G., LIX, 260-261.
[17] 1 Petr. I, 17-19.
[18] 1 Cor. 6,20.
[19] 1 Tim. 2,4.
[20] Gen. 1,26.
[21] Hebr. 12,22-24. 

Fuentes: 
- Müller, Ulrich. "Feast of the Most Precious Blood." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. .
Bibliografía: BENEDICT XIV, De servorum Dei Beatificatione, II, 30; IV, II, 10, de Festis, I, 8 (Roma, 1747); FABER, The Precious Blood (Baltimore, s.d.); HUNTER, Outlines of Dogm. Theol. (Nueva York, 1896); IOX, Die Reliquien des Kostb. Blutes (Luxemburgo, 1880); BERINGER, Die Ablässe (12da. ed., Paderborn, 1900).
- Sollier, Joseph. "Precious Blood." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911.
ec.aciprensa.com
www.vatican.va

Beato Antonio Rosmini Serbati – 1 de julio

Beato Antonio Rosmini Serbati – 1 de julio  

«Gigante de la cultura, fundador del Instituto de la Caridad, y el Instituto de las Hermanas de la Providencia. El Concilio Vaticano II revocó la condena que pesaba sobre sus obras»
Antonio Rosmini Serbati - Wikimedia commons
Antonio Rosmini Serbati - Wikimedia Commons
(ZENIT – Madrid).-  A punto de ser beatificado en 2007, Benedicto XVI ensalzó su «caridad intelectual», y el cardenal Saraiva lo calificó como un «gigante de la cultura». Rosmini fue un abanderado de la unidad entre fe y razón, y ello le acarreó un singular calvario. Nació en Rovereto, Italia, el 24 de marzo de 1797. Pertenecía a una noble y acomodada familia. El hecho de ser bautizado al día siguiente, en la festividad de la Anunciación, tuvo gran relieve para él: «Con el darme Dios el privilegio de nacer a la gracia en la festividad de María, mostró el querer dármela por mi Madre y Protectora. Pueda yo corresponderle y amarla, como me propongo por la eternidad». Este signo rubricó momentos específicos de su vida.
En el hogar reinaba la piedad. Dios bendijo a los padres con el compromiso religioso de la primogénita, que fue canossiana, y el beato, segundo en orden de nacimiento. Al último, más distante de la fe, no le faltó la comprensión de sus hermanos. Para Antonio, su tío paterno Ambrogio, un reputado arquitecto y pintor, fue un referente importante en su formación, aunque él a los 5 años sabía leer y escribir; aprendió con la Biblia, las actas de los mártires y las vidas de santos. Sus padres alentaron su afán por el estudio y la investigación, ya notorios cuando tenía 7 años. A los 15, aunando este amor a los libros con la vida espiritual, fundó la academia «Vannettiana»; en ella los niños compartían estudio, caridad y oración.
A los 16 años se despertó su vocación sacerdotal, un ideal que mantuvo aunque no fue compartido por su familia inicialmente. Estudió en la universidad de Padua y allí mostró unas cualidades excepcionales para penetrar en los entresijos de la ciencia y de las humanidades. Era experto conocedor de un amplio abanico de disciplinas que incluían: filosofía, política, derecho, educación, ciencia, psicología y arte. Precisamente su vasto conocimiento le mostró con nítida claridad que ninguna de ellas constituía un peligro para la fe, sino que, más bien, eran «unas aliadas necesarias», como subrayó Juan Pablo II en 1998.
Fue ordenado sacerdote en 1821. Asumió su ministerio con claras y santas ideas. «El sacerdote debe ser un hombre nuevo: vivir en el cielo con el corazón y la mente, conversando siempre con Cristo; regresar del altar un santo, un apóstol, un hombre lleno de Dios. Debe avanzar en todas las virtudes, ser el primero en amar el trabajo duro, la humillación, el sufrimiento…, un modelo de perfecta obediencia, debe vivir la caridad para con el prójimo como una llama que prende fuego a todo el mundo». Oración, estudio, caridad… fueron la tónica de sus jornadas. Pío VIII le animó a que se dedicara a escribir y dejase en segundo lugar la vida activa. Alessandro Manzini, escritor y poeta, entrañable amigo de Antonio, no ocultó su admiración por él. Dijo que «era una de las cinco o seis más altas inteligencias filosóficas que Dios había brindado a la Humanidad». Además, no solo tenía talento. Era un hombre prudente, íntegro, dispuesto, sobre todo, a cumplir la voluntad de Dios; daba pruebas de su vocación y vivía en comunión con la Sede Apostólica; todo ello fue resaltado por Gregorio XVI en su Carta In sublimi de 1839.
Impulsó la Enciclopedia cristiana, que contrapuso a la francesa, y la Sociedad de los amigos para la animación cristiana de la sociedad. Aunque estas obras no tuvieron excesiva trascendencia, de algún modo ratificaron su anhelo de poner al servicio de los demás todo lo que poseía, esperando que pudiera servirles de ayuda. Ello incluía su asistencia espiritual, la donación de los bienes materiales y su bagaje intelectual, porque sabía que era un fecundo instrumento apostólico. Es decir, una magnífica trilogía en la que su caridad evidenciaba destellos espirituales, materiales e intelectuales. Mantuvo una ingente correspondencia epistolar que ha sido recogida en trece volúmenes. Su actividad era admirable. No solo fundó dos institutos masculino y femenino, el de la Caridad, y el de las Hermanas de la Providencia; su intensa labor intelectual le condujo a la creación de un nuevo sistema filosófico. En 1848 desempeñó una misión diplomática para el gobierno piamontés ante la Santa Sede, pero renunció debido a su rotunda discrepancia con los intereses políticos de aquél.
Su creación intelectual estuvo en el punto de mira del Magisterio de la Iglesia, y ello motivó su exilio a Gaeta ese mismo año de 1848 junto a Pío IX, del que fue su consejero. En 1849 cayó en desgracia ante el pontífice y regresó al norte de Italia. Supo por el camino que dos de sus obras se habían incluido en el Índice de libros prohibidos; detrás hubo un maquiavélico entramado de rencillas. Sufrió humillaciones y persecución con el espíritu de un fiel hijo de Dios y de la Iglesia, viviendo heroicamente la caridad y la humildad. Según sus palabras: solía «mirar las cosas desde lo alto». Había sido designado cardenal, pero nunca fue consagrado como tal. El centro de su espiritualidad, de innegable influencia mariana, fue: «el Principio de disponibilidad» a la voluntad de Dios en un doble movimiento: 1) No hacer obra exterior alguna por mi cuenta, sino purificarme, orar y esperar el signo que es voluntad de Dios. 2) No rechazar nada de todo lo que la voluntad de Dios me pide a través de las circunstancias. Bíblicamente: «Dejarme llevar por el Espíritu de Dios» (Rm 8,14).
El proceso sobre su obra le acompañó hasta el final. Mostró su convencimiento de que todo estaba en manos de Dios, asegurando que él se sentía «bastante inútil». Murió en Stresa el 1 de julio de 1855. En 1887 cuarenta proposiciones suyas contenidas en diversas obras publicadas e inéditas fueron condenadas con el decreto doctrinal, Post obitum, de la Sagrada Congregación del Santo Oficio. Pero su obra fue valorada en el Concilio Vaticano II y su condena se revocó en 2001. Benedicto XVI lo beatificó el 18 de noviembre de 2007.

Si levantamos a Él los ojos, seremos liberados (Los cinco minutos del Espíritu Santo) 01072016

Los cinco minutos del Espíritu Santo

Si levantamos a Él los ojos, seremos liberados

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1 julio 2016
Si levantamos a Él los ojos, seremos liberados
Para amar y perdonar.

En Juan 3,14-21 se nos dice que basta mirarlo a Jesús para ser salvados, así como Moisés levantaba la serpiente en el desierto para que con sólo mirarla se alcanzara la liberación.

Mirarlo, sacar los ojos por un instante de nuestra maraña de cansancios, resentimientos, orgullos lastimados, insatisfacciones.

Mirarlo, levantando los ojos más allá de la miseria sabiendo que hay algo más, que existe la luz sobrenatural que quiere bañar y transformar las tinieblas donde estamos sumergidos. Sólo levantar los ojos, para descubrir que no todo es negro y oscuro, que existe la verdad.

Pero nuestros ojos no se levantan por su propio poder. Es mucha la fuerza del pecado que nos ha ido lastimando y debilitando, como para pensar que con nuestro propio esfuerzo podemos levantar los ojos.

Pero además, es tan grande la luz del amor de Dios, que los ojos del corazón humano no pueden percibirla si ese corazón no es elevado. Sólo nos sana y nos eleva la gracia del Espíritu Santo.

Por eso, en medio de la oscuridad, podemos reconocer el secreto impulso del Espíritu Santo que nos invita a clamar: "Señor, ayúdame, para que pueda levantar mis ojos y te vea".

Nosotros podemos preferir la oscuridad antes que su luz, cuando queremos ser los únicos señores de nuestra vida, cuando confiamos absolutamente en nuestra propia claridad. Cuando creemos conocer solos, sin ayuda de nadie, el camino que nos conviene para ser felices.

Entonces sentimos que no necesitamos un salvador, y ni siquiera queremos levantar los ojos para verlo. Por eso no podemos ser liberados por la fuerza sanadora de su inmenso amor.

Invoquemos al Espíritu Santo, que es el único que puede hacernos levantar los ojos para que seamos salvados.

San Lunaire de Bretaña, abad.(1 de julio)

San Lunaire de Bretaña, abad.

San Lunaire de Bretaña, abad.
Estandarte en Trélévern.

Abad, taumaturgo y vencedor de los enemigos.

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1 julio 2016
San Lunaire (o Lèonor) de Bretaña, abad. 1 de julio, 2 de septiembre (todos los Santos Obispos de Rennes) y 30 de julio, la liberación de Trélévern).

Según su incierta leyenda, fue hijo del rey Hoël I de Bretaña y de Santa Pompeia (26 de julio), y por tanto, hermano del legendario San Tugdual de Bretaña (30 de noviembre) y Santa Sève (23 de julio). Lunaire nació cuando sus padres se hallaban en Gales, y allí pasó su infancia. Junto a Tugdual, y con solo cinco años, sus padres lo dieron como discípulo a San Iltut (6 de noviembre) y de San Dubricio (14 de noviembre). Era tan despierto, que el primer día de clase aprendió el alfabeto, el segundo día fue capaz de escribir cualquier palabra y al tercer día era un consumado caligrafista.

Cuando tenía quince años fue ordenado presbítero, y aún obispo, según algunas versiones. Cuando la Gran Bretaña cayó bajo el dominio de los sajones, cruzó al continente junto a 72 monjes y se fue al norte de su tierra natal. En un sitio solitario, restauraron una capilla en ruinas, y evangelizaron la región, aún sumida parcialmente en el paganismo. Al cabo del tiempo comenzaron a construir un monasterio. Como era tarea ardua apartar los árboles cortados, Dios le ayudó haciendo salir del bosque doce ciervos que les ayudaban en esta tarea. Es un bonito símbolo de los doce seguidores, apóstoles, que colaboran en la extensión del reino, al que hay que unir el símbolo, también evangélico de los 72 discípulos. El origen puede estar en la similitud de las palabras francesas "cerf" (venado) y "serf" (sirviente). Una vez terminada la nueva iglesia, faltaba labrar el altar de piedra, pero aparecieron dos palomas blancas que con sus patitas sostenían un bello altar labrado en piedra y que habían sacado del fondo del mar. Ciertamente, el altar de la iglesia monástica, de entre los siglos XII-XIII, es de un tipo de roca oceánica y de alta salinidad. Otro portento ocurrió cuando labraron la tierra hallaron que no tenían grano para sembrar, y en ese momento un petirrojo depositó ante el santo un grano de trigo de oro. Confiando en la Providencia, Lunaire lo sembró y al otro día tenía un campo de trigo listo para cosechar.

La leyenda cuenta que cuando subió al trono de Bretaña su hermano, Hoel II, un noble llamado Conao asesinó al rey y tomó por la fuerza a su viuda como esposa. El hijo de Hoelse refugió con Lunaire, temiendo por su vida. Conan fue a por él, queriendo borrar cualquier descendencia del legítimo rey. Llegó al monasterio e intentó llevarse al joven, pero Lunaire se interpuso, a lo que Conao respondió pegándole con su látigo en el rostro. El santo entonces obró el milagro de paralizar al malvado sobre su caballo y hacer que la tierra se abriera y se los tragara hasta el cuello, rompiéndose todos los huesos el usurpador. Al arrepentirse, el santo le dejó libre, y al poco tiempo murió lleno de dolores por las fracturas. Sin embargo, esto es difícil de casar con la historia: Bretaña como tal no sería reino sino hasta dos siglos más tarde. Otra leyenda local, le hace obispo de Rennes, sucediendo a San Plácido de Rennes (8 de marzo y 2 de septiembre, todos los Santos Obispos de Rennes) como noveno obispo de esta sede, pero igualmente no hay dato alguno que corrobore esta leyenda, aunque igualmente en el martirologio de Rennes del siglo XV aparece como santo propio.

Murió Lunaire sobre 650 y fue sepultado en la iglesia del monasterio donde su culto permaneció durante siglos. Unas reliquias (la cabeza y dos huesos) se trasladaron a la abadía de San Maglorio de París en 966, y de allí fueron trasladadas, en 1185, a Beaumont-sur-Oise, a una bella capilla gótica dedicada a su memoria, que estaba adosada al castillo de la localidad. En un momento indeterminado, estas reliquias volvieron a Bretaña, pero desaparecieron en la Revolución Francesa.

La liberación de Trélévern.
Algunas ciudades francesas le tienen por santo patrón, especialmente Trélévern, ciudad que le guarda una memoria especial luego que en la II Guerra Mundial el santo les librara de la muerte segura: el 28 de julio de 1944 dos soldados alemanes fueron apaleados en un bar de Trélévern. Cinco hombres y la secretaria del ayuntamiento fueron apresados, a pesar de ser inocentes, por estar en el sitio. Fueron interrogados y la secretaria se negó a dar los nombres de los habitantes del pueblo que integraban la resistencia. Los alemanes decidieron fusilarles a todos el 30 de julio siguiente. El sacerdote de la población se ofreció para intercambiarse con la mujer, que tenía hijos, pero no fue aceptado por los alemanes. Estos, además, ese mismo día, incendian la ciudad. El cura y los ciudadanos comienzan a implorar la intercesión de su santos patronos, San Lunaire y Santa Ana (26 de julio). El 30 de julio, rusos y franceses toman el puesto de mando alemán de Penvénan, y los prisioneros huyen. Los estadounidenses entran en Trélévern, haciendo escapar a los alemanes, con gran júbilo del pueblo, que se vio libre del fusilamiento que les esperaba a algunos de sus habitantes.


Fuente:
-"Vidas de los Santos". Volumen VII. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.

A 1 de julio además se celebra a San Simeón "el Salo", loco por Cristo.

Santos del día 1 de julio

Santos del día 1 de julio
Kalendis iulii
Conmemoración de san Aarón, de la tribu de Leví, a quien su hermano Moisés ungió sacerdote del Antiguo Testamento con óleo sagrado. A su muerte fue sepultado en el monte Hor.
En Vienne, ciudad de la Galia Lugdunense, san Martín, obispo.
En el monasterio de Bebrón, también en la Galia Lugdunense, san Domiciano, abad, que primero llevó vida eremítica en este lugar, y después de haber reunido a muchos en torno a él para que se dedicasen al servicio de Dios, ocupado siempre en los asuntos celestiales, partió de este mundo en avanzada edad.
Cerca de Reims, en Neustria, san Teodorico, presbítero, discípulo del obispo san Remigio.
En Angulema, en Aquitania, san Eparquio, presbítero, que pasó treinta y nueve años en completa soledad, entregado sólo a la oración y enseñando a sus discípulos que «la fe no teme el hambre».
En Bretaña Menor, san Golveno, obispo, quien, después de llevar vida eremítica, se dice que sucedió a san Pablo de León.
En el monasterio de Anille (Saint-Calais), en la Galia Cenomanense, san Carilefo, abad.
En Londres, en Inglaterra, beatos Jorge Beesley y Montford Scott, presbíteros y mártires, que en tiempo de la reina Isabel I, condenados a la pena capital por ser sacerdotes, tras pasar por crueles tormentos consiguieron la palma del martirio.
También en la ciudad de Londres, beato Tomás Maxfield, presbítero y mártir, que, reinando Jacobo I, fue condenado a muerte por haber entrado en Inglaterra como sacerdote, y cumplió la sentencia en el patíbulo de Tyburn, que había sido adornado con flores por los fieles, como clara manifestación del gran amor que le profesaban.
De nuevo en Londres, san Oliverio Plunkett, obispo de Armagh y mártir, que en tiempo del rey Carlos II, falsamente acusado de traición, fue condenado a la pena capital, y ante el patíbulo, rodeado por una multitud, después de perdonar a sus enemigos, confesó con gran firmeza la fe católica.
En el mar, frente a la costa de Rochefort, en Francia, beatos Juan Bautista Duverneuil, carmelita descalzo, y Pedro Aredio Labrouche de Laborderie, canónigo de Clermont, presbíteros y mártires, que durante la Revolución Francesa, por ser sacerdotes, fueron recluidos en una nave destinada al transporte de esclavos, y los dejaron morir en ella, consumidos por el hambre y la enfermedad.
En Stresa, Italia, beato Antonio Rosmini, presbítero.
En La Valetta, en la isla de Malta, beato Ignacio Falzon, que, como clérigo, consagró su vida a la oración y a enseñar la doctrina cristiana, poniendo gran celo en ayudar a los soldados y marineros para que abrazasen la fe católica, antes de partir hacia la guerra.
En el pueblo de Zhuhedian, cerca de Jieshui, en la provincia china de Hunan, san Zhang Huailu, mártir, el cual, en la persecución desencadenada por los seguidores del movimiento Yihetuan, mientras todavía era catecúmeno, confesó espontáneamente su fe cristiana y, armado con la señal de la Cruz, mereció recibir el bautismo en Cristo con su propia sangre.
En el Rancho de las Cruces, aldea de Guadalajara, en México, santos Justino Orona Madrigal y Atilano Cruz Alvarado, presbíteros y mártires, que, durante la persecución desencadenada en ese país, por el Reino de Cristo recibieron juntos la muerte.
Cerca de Munich, ciudad de Baviera, en Alemania, beato Juan Nepomuceno Chrzan, de nacionalidad polaca, presbítero y mártir, que, en tiempo de guerra, murió en el campo de concentración de Dachau por defender la fe ante sus perseguidores.
En San Pablo, Brasil, beata Asunta Marchetti, virgen y cofundadora de la Congregación de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo -Scalabrinianas-.